Por Gustavo de la
Torre Morales
No han sido pocos los que han sentenciado como inútil, que quien se convirtió en el líder político, en el unificador de fuerzas, en el precursor de la guerra necesaria, saliera al campo de batalla y ofreciera su pecho a las balas enemigas, que terminaron apagando su vida.
Sin
embargo, esas personas no lograron comprender que no fue ni la vanidad ni el
orgullo lo que motivaron a José Martí a cabalgar contra las ráfagas
colonialistas españolas, sino su indiscutible valentía y su firme convicción de
darle a Cuba la independencia y libertad por la que tanto se había luchado. Su total
arrojo no sólo florecía para su verbo; porque estaba convencido que “la vida se ha de llevar con bravura y a la
muerte se le ha de esperar con un beso”. (1)
Eusebio
Leal Spengler, que fue merecidamente reconocido como el historiador de la ciudad de La Habana, durante el discurso de clausura
de la III Conferencia Internacional Por el Equilibrio del Mundo, en el Palacio
de Convenciones, el 30 de enero de 2013 dio un objetivo juicio al decir que “José Martí
es el hombre que, desde la humildad de su cuna, llega a ser considerado el
primero entre nosotros; aquel que con palabras llenas de ternura y con una
singular espiritualidad que no admitió el yugo de ningún condicionamiento,
defendió la libertad, el derecho a pensar, la justicia social; aventuró,
como el principal dilema de su propio pueblo, desatar las cadenas que ungían al
yugo de la esclavitud a una parte de la humanidad sobre el suelo de Cuba.”
(2)
El
héroe nacional creyó en la obra humana, en la creación profunda del trabajo, en
la inteligencia que construye y forja, en el abono que brinda inspiración, en
el desprendimiento, el desafío y en la siembra cuya cosecha es sol en la
próxima mañana.
José
Martí cree en la inmortalidad; pero no en esa que abre cielos de abundancias
por seres olímpicos, ni la que se impone para apisonar la tierra con el peso de
un tallado trozo de mármol, ni la que se busca por la vanagloria que nace de
alardes u oportunismos, ni por la que nace del ego apilado y se cree templo.
Martí no cree en la inmortalidad que tuerce la verdad por oscuras mezquindades o para
sostener falsedades; sino que cree en esa que se consigue con la trascendencia
terrenal, que va más allá de la vida física. José Martí cree en el ejemplo
que sirve de escuela, forjador de valores, que se vuelve guía para las futuras
generaciones.
“Otros lamentan la
muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada y la levadura, y el triunfo
de la vida”
(3);
así lo dejó claro en el justo homenaje que dio
el apóstol a los 8 inocentes estudiantes
de primer año de Medicina de la Universidad de La Habana, cuyas vidas
fueron truncadas por la barbarie del colonialismo español.
Igualmente, dio reconocimiento a quienes se alzaron con bravo
patriotismo desde 1868 y a todos aquellos que la carne les ardió con el
encierro político, la tortura y/o la deportación, como lo sufrió en sí mismo.
No le faltaban razones al maestro cuando sentenció que “la vida humana sería una invención
repugnante y bárbara, si estuviera limitada a la vida en la tierra” (4); porque de ser así, habría sido inútil toda la sangre que
dio luz los pinos nuevos, que levantó los bríos y lanzó a los estrujados a esas
rudas cabalgatas al canto de ¡a degüello!, mientras los corazones sobre el
campo rebelde estaban henchidos, al ver pasar nuestra bandera, cubanísima,
ondeando en la contienda.
¿Con qué moral se puede afrontar la vida, mientras la Patria
llora, si las palabras se vuelven en un simple escondrijo, donde camuflar la falta
de valor para saludar a la muerte?
Por
supuesto, el apóstol no deseaba dejar inconclusa la carta que escribía a su
amigo Manuel Mercado. Había mucho que decir sobre las tareas que faltaban por
llevar adelante, por alertar sobre el monstruo imperialista que ya extendía sus
zarpas sobre los pueblos de Nuestra América; pero también era necesario sellar
sobre la tierra, como ya lo hacía sobre el papel, que la Revolución no se
acababa con su muerte.
“Del semillero de las
tumbas levántese impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal,
orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra
triunfante en los corazones de los vivos: la muerte da jefes, la muerte da
lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva del dedo sobre el libro de la vida:
¡Así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la
patria!”
(5)
¡De
cuánta razón martiana se nutre hoy nuestra Revolución socialista!
(1)
“Henry Ward Beecher, su vida y su oratoria”. F/F. O.C. 13:33
(2)
http://www.eusebioleal.cu/curriculum/intervenciones/por-el-equilibrio-indispensable-del-mundo/
(3)
“Discurso pronunciado en conmemoración
del 27 de noviembre de 1871. Tampa, noviembre 27 de 1891. O.C. 4:283
(4)
“Prólogo a ‘poema del Niágara’, de
Juan Antonio Pérez Bonalde”. NY, 1882. O.C. 7:236
(5) “Discurso pronunciado en conmemoración del 27 de noviembre de 1871. Tampa, noviembre 27 de 1891. O.C. 4:284
Pintura de Alexis Gutiérrez Gelabert.
Preciosooo artículo y muy buena seleccion de versos y citas 👏👏👏 las obras de Alexis Gutierrez me encantan, Felicidades hermano, le pones el corazón a todo lo q haces 10/10 👌❤
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