Por Ibrahim Hidalgo Paz.
Tomado de La
Jiribilla, Revista de Cultura Cubana.
“Nosotros unimos lo que otros dividen”.[1]
La unidad, concepto de máxima importancia del pensamiento político martiano, puede definirse como el logro de la confluencia de la diversidad de los componentes de la sociedad tras un objetivo común, proceso en el cual debe alcanzarse el vínculo estrecho entre los distintos sectores del pueblo, cuyos diferentes intereses coincidan en la búsqueda y el logro de fines y beneficios colectivos.
José Martí puso en práctica
con mayor efectividad su concepción unitaria durante el período de preparación
de la guerra independentista, cuando dejó para la posteridad no solo el ejemplo
de su proceder, sino, a la vez, textos en los cuales hallamos valiosos
criterios y observaciones que trascendieron su época y podrían ser de utilidad
en el presente, si apreciamos las diferencias y las similitudes de objetivos a
los que se enfrentó en su tiempo histórico y los que actualmente afronta el
pueblo cubano. Este, a más de cien años de aquella etapa gestora, mantiene una
de las características mencionadas por el Apóstol: “Nuestro país piensa ya
mucho y nada podemos hacer en él sin ganarle el pensamiento”.[2] Para lograrlo, entonces como hoy, deben
propiciarse las condiciones que garanticen la participación efectiva de las
grandes mayorías, sin la cual es imposible vencer las campañas divisionistas
externas e internas, así como el proceder de incapaces, oportunistas o enemigos
encubiertos, quienes atribuyen sus errores y desviaciones a supuestas
características negativas de nuestro pueblo, o del sistema social que nos
empeñamos en construir la generalidad de los cubanos.
Para conjurar estos criterios y actuaciones deben propiciarse estructuras institucionales que viabilicen su enfrentamiento por parte de todos los que sentimos como propio el proyecto social, tarea que no corresponde a un sector de capacidad supuestamente ilimitada, para cuyo proceder no cuenta con otra opinión que la suya, sino a los amplios sectores populares que conforman la nación. Martí advirtió el error de su marginación y la forma de combatirlo: “procurar desde la raíz salvar a Cuba de los peligros de la autoridad personal y de las disensiones en que, por la falta de la intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización, cayeron las primeras repúblicas americanas”.[3]
Para generar y potenciar la participación efectiva era, y es, necesaria la creación de un espacio político en el que se junten cuantos amen a la patria y estén dispuestos a actuar para su bien, sin limitación por los matices de las ideas, el grado de desarrollo de los criterios sobre el ordenamiento social, el color de la piel, el sexo, la posición social, o la ubicación geográfica dentro o fuera del territorio nacional. La finalidad es obtener el consenso y el apoyo de las grandes mayorías, vencer sobre las tendencias que desvíen o entorpezcan los esfuerzos y lograr la confluencia de las ideas que dirijan la acción: “La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político”.[4] La concepción martiana es contraria al denominado “pensamiento único”, forma de sumisión espiritual. Para combatirla, el Delegado propició el intercambio de opiniones diversas, para todos beneficioso, al esclarecer dudas y descartar prejuicios. Para tener éxito, han de ser vencidas las prevenciones que desvían los esfuerzos, la intolerancia, la falta de respeto a la opinión ajena, la incultura. Así quedaría garantizada la unidad nacional, base indispensable para las previsibles batallas ante los enemigos internos y externos.
Martí ofreció el ejemplo, como hombre de acción y de pensamiento, al integrar a la obra mayor a grupos de patriotas de talento y prestigio, capaces de arrastrar tras sí a la masa heterogénea que conformaba el pueblo cubano. “Las cosas de muchos hombres no se hacen con la voluntad, ni con el heroísmo, de un solo hombre”.[5] La mayoría de la población ha de tener vías que posibiliten aportar opiniones e ideas al proyecto de construcción de la nueva sociedad y, por tanto, conocer los fines, los propósitos. No ha de ser un ejecutor de órdenes emanadas de una dirección autotitulada infalible e inamovible, sino el verdadero jefe de la revolución, que vele por la acertada conducción del país y la aplicación de métodos que garanticen “cortar las tiranías por la brevedad y revisión continua del poder ejecutivo y para impedir por la satisfacción de la justicia el desorden social”.[6]
Esta idea constituyó para Martí una preocupación fundamental durante toda su vida política, pues solo con la implementación de métodos democráticos se alcanzaría la cohesión de las fuerzas de la patria tras un objetivo común, único modo de fortalecerla frente a quienes aspiran a su dominio.
De los peligros foráneos, el de dimensión mayor, capaz de mantener la guerra económica durante decenios y, a la vez, el de mayores posibilidades de generar y aplicar la guerra mediática y, por tanto, atentar contra el ideario nacional con eficaces tecnologías de avanzada, son los gobernantes de Estados Unidos, que mantienen la política secular y confesa de apoderarse de nuestro país, cuya posición geoestratégica no ha variado en lo esencial, y de riquezas potenciales conocidas y explotadas por sus empresarios hasta hace menos de setenta años ―tiempo breve, valorado históricamente―, por lo que sería un error hacer depender planes y proyectos de la desaparición del andamiaje legal y político que sustenta el bloqueo imperial impuesto sobre la presa anhelada; por el contrario, cuanto se piense y haga debe tener como factor negativo constante tales imposiciones, frente a las cuales debe generarse con sabiduría y presteza un plan de acción, no solo de resistencia, pues esperar lo imposible equivale a desmovilizar las fuerzas y el talento de muchos, capaces de horadar con procedimientos novedosos los muros levantados con ánimos destructivos.
Paralelamente, y con vigor semejante, se impone actuar contra los enemigos internos, que en modo alguno son los ciudadanos que emiten juicios, opiniones y sugerencias, coincidentes o no con los emanados del gobierno, sino los que actúan, generalmente con proceder entorpecedor, o con inacción retardataria, para hacer fracasar cuantas ideas y proyectos beneficiosos para las mayorías sean generados e implementados por los gobernantes. Se trata de individuos o grupos que desconfían de las posibilidades del pueblo para transformar la realidad, revertirla y desarrollarla, y asumen posiciones cercanas o idénticas a los anexionistas de siempre, cuyas concepciones antinacionales se basan en el manido argumento de la incapacidad de los cubanos para gobernar nuestro propio país.
Por todos los medios a su alcance intentan dividir, ahondar las pugnas entre personas y regiones, infundados temores raciales, los sentimientos de frustración y de recelo, con el ánimo de obstaculizar no solo la unidad revolucionaria, sino el desarrollo de los sentimientos nacionales, en momentos en que se ha de poner énfasis en “fundir y guiar a todos estos elementos [del país], sin que ninguno de ellos adquiera un predominio desproporcionado”,[7] para potenciar el equilibrio interno que hace posible el enfrentamiento a la injerencia absorbente del vecino imperial. Se han de generar métodos participativos para lograr “no enajenarnos ninguno de los factores imprescindibles, de disponer cuanto en la hora suprema pueda abreviar el sacudimiento, acelerar el triunfo, y fundar la patria libre”;[8] propiciar y alentar cuanto favorezca la identidad nacional, con la exaltación de las mejores tradiciones cubanas, no solo del heroísmo combativo, sino también del apego y el respeto a la familia, a la convivencia cotidiana, a las virtudes, al éxito debido al esfuerzo, al talento y a las habilidades personales; la defensa de la belleza y la pureza del idioma, elemento unificador por excelencia; de nuestra cultura, sin negación absurda de sus raíces hispánicas y africanas, ni de sus componentes diversos en color y coincidentes en la nacionalidad indivisible; la defensa de los derechos iguales para todos, uno de los más eficaces modos de enfrentar y vencer los fundamentos de toda ideología antihumana.
Hombres de disímiles procedencias y de formación
cultural diversa han de identificarse en la lucha anticolonial, sin
aspiraciones absurdas “a una unanimidad imposible en un pueblo compuesto de
distintos factores, y en la misma naturaleza humana”,[9] sino
para apretar filas basados en la diversidad propia de todo pensamiento creador,
sin imponer límites propiciadores del alejamiento de quienes coinciden en el
objetivo esencial: “Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros”,
porque en un conglomerado humano habrá siempre matices y formulaciones
distintas, “sino si sirven a la patria […] con aquel estudio de los componentes
del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos”.[10]
Para construir una sociedad mejor es necesario
preservar la identidad cultural, autorreconocerse en la obra propuesta. Solo
los hombres capaces de pensar por sí, y de buscar soluciones propias a los conflictos
de la patria, podrán construir una sociedad cada vez más justa, que constituye
no solo un bello ideal, sino una apremiante necesidad para alcanzar el
equilibrio interno y no ser aplastados por la confluencia de los enemigos
externos e internos.
Con el objetivo de aglutinar a los patriotas en la
unidad nacional, merece atención principal la preparación integral de las
masas, pues los ciudadanos han de ser los gestores, creadores y defensores de
una cultura propia, mestiza por su contenido y enraizada en el proceso
histórico nacional, capaz de garantizar la emancipación, no solo en el orden
político-económico, sino en la esfera espiritual, por lo que el Apóstol concibe
la educación, en sentido amplio, como el proceso mediante el cual los hombres
son capaces de conservar las ideas, las tradiciones y las costumbres propias
frente a los intentos de manipulación y de dominación foráneos. “—Quiero por mi
parte habituar al pueblo a que piense por sí, y juzgue por sí y se desembarace
de los aduladores que de él obtienen frutos”, anotó.[11]
Los seres humanos somos portadores de una conciencia
ética, que nos induce a la acción libertadora como decisión individual dentro
de la colectividad. Del quehacer en común surgen nuevos valores que guían la
conducta. Deben enraizarse el deber, la honradez, la entereza, como principios
que motiven la búsqueda del mejoramiento personal y colectivo, de la nación de
la que formamos parte. No se trata solo de la instrucción escolar, extendida a
todos y sustentada por lo más moderno de la ciencia, sino del cambio de la
actitud del individuo para transformarse de pasivo en activo, de receptor en
actor, de contemplativo en crítico. La vigilancia al respecto debe ser
rigurosa, no solo sobre la preservación de las tradiciones, que constituyen un
legado, sino también sobre los posibles intentos imitativos de lo foráneo.
El proceso transformador no concluirá hasta alcanzar
el bienestar de cada uno de los integrantes del conglomerado humano, pues la
libertad verdadera no es la “que sirve de pretexto para mantener a unos hombres
en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario”,[12] sino
la solución de las necesidades mediante los resultados del trabajo, único modo
de potenciar la dignidad humana y desplegar los mejores valores, lo que excluye
al individualismo egoísta, pues los beneficios deben corresponder a la mayoría,
y no a un grupo en particular.
Martí alzó su voz contra lo que escindiera, apartara o
acorralara a los hombres, y resumió su programa político-social en la frase
definitoria: “con todos, y para el bien de todos”.[13]
Notas:
[1] José
Martí, “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868”, en Masonic
Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1888, en Obras Completas (OC),
t. 4, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1965, p. 232. (En lo
adelante, OC.)
[2] JM, Epistolario (compilación,
ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla),
t. I, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1993, pp. 429 y 430.
[3] JM,
“Al Presidente del club José María Heredia”. Kingston, New York, mayo 25, 1892,
en OC, t. 1, p. 458.
[4] JM,
“Generoso deseo”, Patria, 30 de abril de 1892, en OC,
t. 1, p. 424. Ver Paul Estrade, “José Martí: una estrategia de unión patriótica
y democrática”, en su José Martí, militante y estratega, Centro de
Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, pp.
66-80.
[5] JM,
“Los moros en España”, Patria, 31 de octubre de 1893, en OC,
t. 5, pp. 334-335..
[6] JM,
“Al Presidente del club José María Heredia…”, ob. cit., p. 458.
[7] JM,
“La agitación autonomista”, Patria, 19 de marzo de 1892, en OC,
t. 1, p. 332.
[8] JM,
“Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868…”, ob. cit., p. 221.
[9] JM,
“Generoso deseo”, Patria, 30 de abril de 1892, en OC,
t. 1, p. 424.
[10] JM,
“Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868…”, ob. cit., p. 219.
[11] JM,
“Fragmento 91”, en OC, t. 22, p. 57.
[12] JM,
“‘Vengo a darte patria’. Puerto Rico y Cuba”, Patria, New York, 4
de marzo de 1893, en OC, t. 2, p. 255.
[13] JM, “Discurso en el Liceo Cubano”, Tampa, 26 de noviembre de 1891, en OC, t. 4, p. 279.
No hay comentarios:
Publicar un comentario