Por Matt Southworth
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
EE.UU. ha hecho la guerra en Afganistán durante más de una década, a un coste de miles de vidas y cientos de miles de millones de dólares, con poco progreso hacia la paz. Es poco probable que el Acuerdo de Cooperación Estratégica que EE.UU. y Afganistán firmaron en mayo conduzca a resultados positivos. El acuerdo enfrentará intencionalmente a una Fuerza Nacional de Seguridad afgana, con respaldo internacional, contra una insurgencia de origen afgano que se ha alzado a través de la historia para resistir toda intervención extranjera.
Este acuerdo menoscabará los esfuerzos hacia una cooperación a largo plazo que de otra manera podría ayudar a resolver los conflictos subyacentes en el país y la región. También temo que conducirá a abandonar la voluntad política de apoyar a Afganistán con cientos de millones de dólares en los próximos años. Los afganos son los únicos que pueden resolver sus problemas políticos, pero EE.UU. debe hacer caso a procesos viables dirigidos por afganos para llevar estabilidad al país.
El mejor camino para EE.UU. en Afganistán no está nada claro. Incluso si EE.UU. apoyara la reducción militar y la reconciliación política, no garantizaría que una década de conflictos termine pacíficamente. Los que trabajamos por la paz debemos seguir ayudando a que un Afganistán estable y próspero emerja del sufrimiento de la guerra.
En este esfuerzo por construir un mundo mejor, el mantenimiento de nuestra decisión y actitud moral puede ser difícil. En mi experiencia, los Friends (*) y la gente de principio por doquier enfrentamos ese mismo desafío.
Estoy familiarizado con ese reto. Como entusiasta soldado de 19 años en Irak en 2004, sufrí una crisis de conciencia. Pensé que iba a Irak a ayudar a liberar a los iraquíes, pero en su lugar fui parte de una misión para colocarlos en otro tipo de prisión.
Serví como analista de inteligencia en una unidad RISTA (Reconocimiento, Inteligencia, Vigilancia y Adquisición de Objetivos). Bajo los auspicios de libertad y democracia deteníamos casi indiscriminadamente a civiles iraquíes. La mayoría de los detenidos no tenían nada que ver con bombas al borde de la ruta colocadas contra nuestros convoyes o con las recientes redes de al Qaida en el país. La vasta mayoría eran civiles inocentes. Muchos incluso apoyaban la presencia de EE.UU., o por lo menos la toleraban. Sin quererlo, ayudamos a radicalizar a los que se mantenían al margen.
Comenzábamos con la suposición de que todos los detenidos eran culpables. Durante horas, a veces días, interrogábamos a la gente y declarábamos su “inocencia” solo si pensábamos que no era “de valor para los servicios de inteligencia”. Fue mi experiencia, pero cómo lo demostró el abuso de prisioneros en la prisión de Abu Ghraib y otras, numerosos iraquíes fueron maltratados.
No se puede tratar de esa manera a otros seres humanos a menos que se comience por negar su humanidad. No podíamos ver a esos prisioneros como tíos, padres o mentores. Más bien usábamos un lodazal de nombres despectivos para los iraquíes. Los tratábamos como menos que personas, perdiendo nuestra humanidad al despojarlos de la suya.
Mi propia desilusión de la guerra me llevó al Friends Committee on National Legislation (Comité de los Amigos por la Legislación Nacional), donde he trabajado desde que me gradué de Wilmington College en 2009. En los últimos años, mis esfuerzos se han concentrado en acabar con la guerra de EE.UU. en Afganistán. Ese viaje me ha llevado de las salas del Congreso a pueblos y ciudades de todo el país e incluso el verano pasado a Afganistán.
En una reunión en Kabul, un delegado estadounidense preguntó a un excomandante de los talibanes: “¿Por qué combaten los talibanes?” Respondió: “Porque nos han arrebatado nuestra dignidad”, porque él y otros sienten que se les dice que su cultura es “mala”. No estuve de acuerdo con ese hombre en muchas cosas, pero consideré que la parte más importante de su agravio era legítima.
La guerra alienta la deshumanización y alimenta la atrocidad. Esto, en parte, es lo que hace que la actual evolución de la guerra sea tan aterradora. Como la tecnología permite que EE.UU. automatice sus conflictos, las guerras terrestres en gran escala están siendo reemplazadas por ataques de fuerzas secretas más pequeñas y sistemas sin tripulación como los drones. Esta estrategia podrá costar menos en dólares, pero tiene un coste más elevado en moralidad.
Los ataques de drones en Afganistán, Pakistán y otros sitios han aumentado significativamente. Desde su llegada al poder, el presidente Obama ha autorizado 329 ataques de drones en Pakistán, en comparación con solo 12 del presidente Bush en su segundo período.
Según la New America Foundation, los ataques de drones estadounidenses han matado a 2.365 “militantes” solo en Pakistán desde 2004. El gobierno considera que todos los varones en edad de combatir eliminados por los drones son “militantes”. ¿Cuántos de esos muertos eran jóvenes que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado?
Esa definición me recuerda los rostros aterrorizados de muchos muchachos iraquíes que detuvimos. Los expertos han especulado con que el presidente Obama firma personalmente la así llamada “lista de asesinatos” a fin de darle algún tipo de autoridad moral. La mayor autoridad moral sería terminar con todos los ataques de drones.
Irónicamente, los esfuerzos de EE.UU. para impedir que se formen puntos de vista “extremos” –los que tienen poco respeto por la vida humana– muestran en sí poco respeto por esa vida. La creación de un mundo más pacífico prioriza proyectos de desarrollo y esfuerzos de educación bajo dirección comunitaria. Requiere la muestra de compasión y de inversión en las personas, no que se las mate.
EE.UU. debería revisar su forma de enfrentarse al mundo, comenzando por el fin de la guerra en Afganistán. Después de todo, somos más parecidos que diferentes. Según el Proyecto del Genoma Humano, los seres humanos somos idénticos en un 99,3%. Comencemos por ver nuestras similitudes más que nuestras diferencias.
(*) Publicado originalmente por Friends Committee on National Legislation
rCR
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