jueves, 21 de marzo de 2019

¿Cómo citar a José Martí?

Imagen creada por Gustavo de la Torre Morales
Tomado de La Jiribilla. Revista de Cultura Cubana
Por Luis Toledo Sande 

Todo autor debe tratarse —también al citarlo— con respeto y cuidado, con rigor, especialmente si tiene la trascendencia de José Martí. Al calor del reciente referendo constitucional circuló una supuesta cita suya, líneas que lo ponen a decir: “Juraré ante la tumba de los muertos de la guerra del 68, con flores, que Cuba tiene que darse una nueva constitución aprobada en referéndum. Pero antes el pueblo ha de conocer en consulta popular de qué va la nueva constitución y hacia dónde va como nación”.
Se ha dicho que esas palabras han sido usadas en la enseñanza del Derecho, y se han visto en un cartel —reproducido en Internet— donde aparecen, con muy similar puntuación, calzando una foto de Martí y seguidas por una frase que, asimismo entre comillas, cabe inferir que también se le atribuye a él: “La Constitución es la voz del pueblo”. Así, estampada en una valla y al pie igualmente de un retrato de Martí, se reiteró al menos en una provincia del país, y se comenta que tuvo ecos en ese territorio.

En algún momento, con afán de acreditar la presunta autenticidad de la primera de esas “citas”, se dio como fuente la carta de Martí del 9 de octubre de 1885 a José Antonio Lucena, en Filadelfia. Pero allí no aparece, ni en ningún otro texto martiano, aunque el autor del presente comentario la ha buscado por todos los medios a su alcance.
¿Sería descabellado conjeturar que el falso crédito pudo nacer de la mala intención de vincular la defensa de la nueva Constitución cubana con una cita espuria, atribuida a nadie menos que a Martí, y manchar con ello al guiador documento? Nadie sensato y honrado cometería el dislate de creer que, para promover la Constitución, valdría usar dolosamente al Martí que la ilumina desde el preámbulo hasta el final.
¿A qué consulta popular, a qué nueva Constitución podía referirse él en la Cuba colonial? El articulista pensó que tal vez el texto venía de una obra que, desde el título, avisa que en ella no ha de buscarse al Martí que fue, sino el que pudo haber sido y el autor imaginó: Mitología de Martí (1929), del escritor cubano Alfonso Hernández Catá. Pero allí la buscó y no la encontró quien esto escribe. ¿Deberá volver a hacerlo? Pero, si la “cita” apareciera en esa Mitología, no habría derecho a usarla como escrita por Martí.
Los términos de esas líneas, y el entorno del héroe, apuntan a que son apócrifas. Más allá de eso, el inconfundible estilo de Martí ofrece llaves y argumentos para catar la autenticidad de sus textos, y disfrutarla. Entre 1985 y 1990, por separado y sin saber ninguno de los dos que el otro participaba de la misma experiencia, alguien deseoso de ensalzar al destinatario a quien, según la fuente, estaba dirigida —José C. Pons Naranjo, con Luis por seudónimo—, les consultó a este comentarista y a la muy experimentada Fina García Marruz sobre una carta incluida en las Obras completas (1963-1966) martianas, y ambos respondieron: “No es de Martí”. He aquí el texto:
New York, enero 31 de 1895
Agente General Luis:
Al fin felicito a Vd. por la fundación de la Agencia General Revolucionaria en esa ciudad. Vuestra obra de organización ha quedado perfecta de San Antonio a Maisí.
¡Cuánto trabaja Vd.… cuánto aún nos queda por hacer!
Cuándo será el día que le pueda abrazar en la patria libre y feliz… qué día más venturoso ¿no es verdad?
La libertad viene hacia nosotros, la veo, la palpo… La sangre vertida en el 68 fertilizó los corazones e hizo surgir nuevos caracteres… Vd. era un descreído y sin embargo hoy cree y es uno de los mejores servidores del ideal.
Adiós, hasta la otra que será… enseguida.
Le abraza,
José Martí
Aquella consulta, que seguramente no esperaba tal resultado, suscitó que dos asiduos lectores de Martí se concentraran en un texto que había dormido tranquilamente en las citadas Obras completas, y reparasen en una escritura que nada tenía que ver con la de Martí: basta ver la abundancia de puntos suspensivos y signos de exclamación, empleados estos últimos del modo que un poeta español comparó con los mástiles que mantienen en pie la carpa de un circo. Y se percataron de la pasmosa tranquilidad con que Martí aparece dando por cierta la creación —desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí, nada menos— de toda una Agencia General Revolucionaria concebida —se ha dicho— como una red de espionaje o contraespionaje estilo siglo XX.
Añádase que el 30 de enero de 1895, el día antes de la fecha en que presuntamente Martí escribió esa carta en Nueva York, ya él había partido de allí, por mar, en el que sería su largo viaje hacia Cuba para participar en la guerra en cuya preparación él fue determinante, y que estallaría el mes siguiente. Huelga imaginar un error de fechado por el propio Martí: las otras consideraciones certifican el carácter apócrifo de la carta.
¿De dónde salió? No se conoce manuscrito alguno que la avale como de Martí, sino que la publicó, impresa en un volante, el mismo supuesto destinatario, avanzada ya la República neocolonial. ¿Recibió ciertamente una carta de Martí y años después la reconstruyó de memoria porque era un crédito para él? Con razón fue excluida del Epistolario de Martí, en cinco tomos, que se editó en 1993.
Así y todo, aun cuando la actitud de Pons Naranjo fuese reprobable, su invención está lejos de ser la más lesiva para la imagen de Martí. Si se piensa en el afán de merecer su aprobación, viene a la mente un discurso bien intencionado que —por desconocimiento, a no dudarlo— para validar cambios necesarios en el funcionamiento social cubano puso a Martí a decir: “La política es el arte de lo posible”.
Si tal frase estuviera en algún texto de Martí, saltaría a la vista lo poco martiana que es. Él se jugó la vida por metas que para otros —incluso hoy— parecerían inalcanzables, imposibles históricos: como impedir a tiempo que los Estados Unidos consumaran sus planes expansionistas. Pero, gracias a la “terquedad” de Martí Cuba es la nación que es, y tampoco es necesario extenderse en deducciones sobre aquellas palabras. Una somera búsqueda arroja que han sido atribuidas a pensadores como Aristóteles, Maquiavelo, Bismarck o Churchill, tan distantes todos de Martí, y maquiavélica es la frase.
Los enemigos de la Revolución cubana han descollado en la manipulación dolosa, a menudo mutilándolos o descontextualizándolos, de textos de Martí, o atribuyéndole escritos apócrifos. En este último rubro se ubica algo que se ha citado sin indicación de fuente, y todo sugiere que se trata de otra falsificación aviesa. Ha sido objeto de búsqueda por el articulista, quien, además, lo ha sometido a la evaluación de relevantes estudiosos de Martí: entre ellos Roberto Fernández Retamar, Ibrahim Hidalgo Paz, Ela López Ugarte, Pedro Pablo Rodríguez y Carmen Suárez León, del equipo que lleva a cabo la rigurosa edición crítica de las obras martianas los dos últimos.
Según una de las versiones en que ha circulado, en esa “cita” Martí afirma: “Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran", lo cual complace a quienes intentan responsabilizar al gobierno cubano de las penurias ocasionadas, en lo fundamental determinante, por el bloqueo económico, financiero y comercial que los Estados Unidos le han impuesto a Cuba. Recientemente la usó contra la Venezuela bolivariana alguien cuyos nombres, Lenin y Voltaire, deberían sustituirse por Yeltsin y Fouché, y cuyo apellido recuerda al personaje por el cual Martí dijo que no quería para su patria planes que tuvieran “Morenos por raíz”.
Al hoy presidente de Ecuador, enlodado —o más— en el desmontaje de la Revolución Ciudadana que tanto representó para su pueblo y para la región, lo conoció el autor de este artículo en un encuentro auspiciado por Casa de América, de Madrid, cuando era vicepresidente. Allí contó que sus estudios del humorismo lo habían ayudado a vencer los dolores que sufría por el criminal disparo que recibió antes de acudir al llamado de Rafael Correa para que lo acompañase en el saneamiento de su país. Lució bien, y el articulista lo auxilió desde el público recordándole palabras ciertas de Martí que quiso citar. Ahora le recrimina el empleo indigno de la supuesta cita martiana sobre el nexo emigración/gobernante, “enriquecida” con infamias que las comillas en el reaccionario periódico venezolano que el 28 de septiembre de 2018 reprodujo las declaraciones de Moreno (http://www.el-nacional.com/) dan como si también fueran de Martí.
En quienes promueven la atribución al gran revolucionario latinoamericano de textos que no son suyos, y que basta oler de lejos para notar en ellos la ausencia del aroma de los que sí lo son, no abundan la fineza y la decencia características del autor de “La rosa blanca”. En esa vertiente se ubica un soneto que, desde el título, resulta impensable que pudiera haberlo escrito él, y citarlo resultaría irrespetuoso, de tan burdo que es.
A veces ha estado presente la inaceptable búsqueda, en Martí, de actitudes punibles, como en “robar libros no es robar”, o la nada elegante salida que podría resumirse en “si mis enemigos supieran lo que yo pienso de ellos, serían todavía más enemigos míos y hablarían peor de mí”. Y, aunque no lo injuria, ¿de dónde salió que “la sátira debe ser un látigo con cascabeles en la punta”? Lo más cercano a eso que puede citarse de un texto de Martí —lo ha corroborado la ya nombrada Suárez León— es la crónica neoyorquina, fechada 7 de enero de 1882, donde él se refiere a una creación de un “dibujante poderoso”, el francés George Louis Pamella Busson du Maurier, y dice: “Va el Punch detrás de los hombres, con un manojo de látigos que rematan en cascabeles”.
Otras distorsiones son, en Versos sencillos, el cambio de oruga —la planta, no la larva— por ortiga en “cardo ni oruga cultivo”, o losa por tumba en “tener en mi losa un ramo”. O, en “Nuestra América”, la desestructuración que desvirtúa a Martí y lo muestra resignado ante las deficiencias, y no defensor de la autenticidad: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”. En ese mismo ensayo se ha creído que avala el desconocimiento aldeano del mundo, cuando reclama dar a lo propio el espacio que le corresponde, y asumir con legitimidad hasta lo ajeno: “La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria”. ¿Y cómo parar la reducción de la imagen pinos nuevos al sentido etario que él no le dio?
A Martí se le debe citar textualmente, o aclarar si se glosa o se parafrasea, y nunca una cita fraudulenta es equiparable con una apropiación respetuosa, como “Ser cultos para ser libres”, condensación asumida como lema de la obra educacional cubana a partir de “Ser culto es el único modo de ser libre”, aforismo de mayor plenitud y al cual no se debe renunciar: fue lo que él escribió. O la sintética asunción por Fidel Castro —“Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, que, como texto, es suya—, de un fragmento extraído de la carta de Martí a Antonio Maceo del 15 de diciembre de 1893: “Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz”, el cual no tiene la estructura ni la agilidad de la apropiación, que lo convierte en proverbio.
Por ahora, quedémonos en las diversas muestras vistas de modos de citar a Martí. Reclamos y tiempo habrá para escudriñar otras. Y aquí el autor desea hacerle un homenaje a quien fuera condiscípulo universitario y colega suyo: el entusiasta, y ferviente martiano, Bladimir Zamora Céspedes, muerto prematuramente. Ante el abuso de citas de Martí, y refiriéndose a una manoseada, peor aún, mal cumplida consigna que hace décadas se puso de moda en la gastronomía cubana, comentó: “Pronto entraremos a una cafetería y nos toparemos con la firma de Martí al pie de ‘Mi trabajo es usted’”.
Nuestro trabajo, responsable, serio y amoroso, debe ser coadyuvar a que todo en el país alcance la debida calidad, y a que los textos martianos, lejos de —como se dice popularmente— cogerlos para el trajín, sean tratados con tanto respeto como el que merecen la bandera, el escudo y el Himno Nacional, reconocidos justamente como símbolos patrios. De hecho, el legado de Martí lo es, ¡y de qué señero modo!

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