martes, 5 de noviembre de 2024

Estados Unidos: continuidad y ajustes más allá de la incertidumbre electoral

Tomado de CVI. Cuba Visión Internacional

Por Hassan Pérez Casabona. Doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana

En apenas unas horas, el martes 5 de noviembre del 2024, tendrá lugar en los Estados Unidos, en lo concerniente a la concreción del voto presencial (ya se han emitido más de 75 millones del llamado voto anticipado) la jornada definitoria de la contienda para elegir al presidente de dicha nación.

De igual manera estarán en juego otras múltiples responsabilidades a escala congresional; tanto en la Cámara de Representantes, que se renovará íntegramente, como en el Senado, con un tercio de los escaños en disputa. Serán electos, además, 11 gobernadores en igual cantidad de estados de la Unión. A ello hay que añadir la posibilidad de los votantes de escoger a más de 5800 legisladores, que ejercerán sus funciones a nivel estadual.

Este ha sido un año pródigo en cuanto a procesos electorales en todo el orbe, devenidos en verdadera batallas con proposiciones contrapuestas, a partir de los programas presentados por los candidatos en diversas naciones.  Más de cincuenta países desarrollaron, o lo harán en los meses finales de este año como Georgia, Rumania, Moldavia y Croacia, elecciones en el plano presidencial.

Bastaría recordar, solo en el ámbito de América Latina y el Caribe, el triunfo de Claudia Sheinbaum, frente a Xóchitl Gálvez, convirtiéndose así en la primera mujer en la presidencia de México en dos siglos, y la reelección de Nicolás Maduro ante el opositor Edmundo González, en la República Bolivariana de Venezuela. Eventos similares, igualmente con extraordinaria repercusión, es imposible mencionarlos todos, tuvieron lugar asimismo, entre otras naciones, en Rusia, Finlandia, Eslovaquia, Lituana, El Salvador, Panamá, República Dominicana y Uruguay.

Las elecciones en la poderosa nación norteña poseen, a no dudarlo, la mayor trascendencia de todas las que han tenido lugar, en diversos puntos de la geografía universal, durante el 2024.

No es necesario abordar cada una de las razones que sustentan esta apreciación. Apenas habría que mencionar, entre muchos de los argumentos, el hecho de que ese país conserva aún el sitial más alto desde la perspectiva económica (con alrededor del 22 por ciento del PIB mundial) y que representa el 40 por ciento del gasto militar global.

Una contienda electoral atípica

Esta elección en suelo estadounidense es singular en no pocos aspectos. En el caso del candidato republicano, Donald Trump, es la primera vez que un contendiente acumula decenas de imputaciones, civiles y penales, en circuitos federales y estaduales, como consecuencia de escándalos de la más variada naturaleza.

Kamala Harris, por su parte, es quien se ha incorporado a la pugna por instalarse en la Casa Blanca con mayor retraso. Su tardía incorporación, desventaja insalvable para muchos analistas, se oficializó en la Convención Nacional Demócrata efectuada en el United Center de Chicago, entre el 19 y el 22 de agosto.  Lo llamativo es que solo un mes antes, el 21 de julio, el presidente Joe Biden anunció que declinaría continuar en la porfía presidencial, y que entregaba el batón a su vicepresidenta Harris.

El referente anterior en esta línea, también en el bando azul, es decir que un presidente con posibilidades de reelegirse renunciara a proseguir en el camino hacia la más alta magistratura, se remonta a 1968 cuando el mandatario Lyndon B. Johnson abandonó esa opción, lo cual le abrió las puertas para la candidatura a su vicepresidente Hubert H. Humphrey.

Esa noticia se propaló el 31 de marzo, a partir de una comparecencia televisiva de Johnson, y, para muchos expertos, el poco tiempo restante de cara a depositar los votos en las urnas, condenó de facto a Humphrey, quien a la postre perdió con el republicano Richard Nixon.

Nótese que dicha decisión sucedió con más de 100 días de antelación a lo que ocurrió ahora. De igual manera, la Convención Nacional Demócrata de aquel año (a la que no asistió Johnson, quien celebró en privado con su familia en Texas su 60 cumpleaños, el 27 de agosto) tuvo lugar en el Anfiteatro Internacional de Chicago, entre el 26 y el 29 de agosto. Ese evento en la Ciudad de los Vientos adquirió notoriedad porque en las afueras de la sede de deliberación se congregaron cientos de manifestantes, que se opusieron a la criminal guerra de Vietnam, los cuales fueron reprimidos de manera brutal por los cuerpos policiales.  Aquí está la génesis del mundialmente famoso caso de “los Siete de Chicago”.

Más allá de esta remembranza sobre lo que aconteció décadas atrás, lo cierto es que Kamala Harris ha debido remar a contracorriente en aras de lograr una remontada histórica. Con independencia del resultado final que obtenga, no puede soslayarse el hecho de que luego del debate entre el todavía candidato Biden y Trump, en los estudios de la CNN en Atlanta, el 27 de junio, muy pocos ponían en duda una victoria aplastante del conglomerado trumpista.

Ella ha luchado, desde las primeras horas de su incorporación a esta cruenta batalla, cargando ese pesado fardo: saber que asumía una carrera con muchos metros de separación del otro participante.

Sus asesores, a contrapelo de lo que parecía inminente, diseñaron una estrategia donde se ha remarcado hasta el cansancio sus nexos con la clase media, y la pretensión de apoyar a los emprendedores y los sectores desfavorecidos.

Tal postura, unido a que se ha presentado en los eventos de campaña a lo largo de todo el país sin la arrogancia de Trump, y que logró activar la aletargada maquinaria de recaudación de fondos demócrata, entre muchos factores, le ha hecho revertir la desventaja inicial, convirtiendo el aclamado combate en una lucha más cerrada, y logrando además tomar ligera ventaja, en varios de los estados que se consideran cruciales.

La manera en que encaró a Trump desde el saludo, en el único debate entre ambos que se desarrolló, transmitido por ABC News, no por azar en Filadelfia, la principal urbe de Pensilvania, uno de los estados pendulares que se antoja a todas luces decisivos, le permitió presentar sólidas credenciales ante un electorado que casi no la había escuchado en público. Ténganse en cuenta que este enfrentamiento cara a cara era el primero de su tipo para Kamala, en tanto se trataba de la séptima ocasión en que Trump se involucraba en una discusión face to face  con un contendiente presidencial demócrata.

Es útil consignar que la justa electoral se asemeja a una pelea de la muy seguida Ultimate Fighting Championship (UFC), en la cual los participantes emplean todos los recursos a su alcance dentro del octágono, en el afán de alcanzar el triunfo. En el caso de la disputa por encabezar los destinos de ese país, los equipos rivales (de ambos partidos), apoyados en los medios tradicionales y en el ciberespacio, son capaces de demonizar al oponente sin respeto a ningún precepto ético, dejando claro que en este tipo de show no existe un ápice de escrúpulo.

Trump, en esa línea, ha cruzado, tal como hizo en el 2016 frente a Hillary Clinton y en el 2020 frente a Biden, todos los límites. No es exagerado afirmar que jamás se había visto en ese país, alguien con tales responsabilidades (es el primer republicano con tres nominaciones consecutivas para aspirar a nombre de ese partido a la presidencia) con  esa capacidad para denigrar, utilizando los más inverosímiles improperios, a cuanta figura se le opone.

No ha sido suficientemente estudiado cómo tal postura de expresar falsedades de manera patológica, y bombardear con ofensas de toda clase a sus adversarios, lejos de hacer mella entre sus seguidores ha fortalecido el núcleo duro de quienes le acompañan, y que asumen a Trump como mesías que devolverá a esa nación el estatus perdido en la arena internacional.

Trump y Harris: ¿dos propuestas estructurales diferentes?

Los defensores del cacareado Proyecto MAGA (Hacer a América Grande otra vez, por sus siglas en inglés) tienen puntos en común con lo más rancio del fermento político que ha prevalecido en esa nación durante 250 años. Si bien los trumpistas de hoy han refuncionalizado diversas definiciones conceptuales embrionarias en el gigantesco país, atemperadas a la realidad de un proceso de declinación hegemónica relativa innegable que viene sucediendo desde mediados de los años 70 de la centuria anterior, ellos se conectan en muchos casos a la interpretación fundamentalista del denominado estamento blanco, anglosajón y protestante (WASP, por sus siglas en inglés).

El magnate inmobiliario es un hombre avezado en las lides comunicacionales, con relación a expresar ideas breves y polémicas. En su oratoria prevalecen, más que una elaboración acorde con los preceptos clásicos inherentes a quien aspira a asumir las riendas de un país de esa envergadura, planteamientos que se distinguen por ser expresiones directas, confrontacionales la mayor parte de las veces, mediante las cuales logra establecer empatía con numerosos sectores nacionalistas, en especial en el entorno rural y de las pequeñas ciudades que están en el centro geográfico de esa nación.

La criminalización del migrante, responsabilizándolos como los causantes de todos los males en dicha sociedad,  y la consiguiente “solución” de construir un muro gigantesco a lo largo de la frontera con México, la cual supera los 3100 kilómetros, son ejemplos nítidos de la manera en que opera Trump.

Asimismo, lo cual es aún peor, ello refleja cómo lo idolatran quiénes lo identifican como el hombre fuerte que hará resplandecer a esa nación y que, al mismo tiempo, la protegerá de ser “contaminada” por una idiosincrasia diferente, con relación a la procedencia de los migrantes que condenan, los cuales  pretenden arribar a esas tierras desde Centroamérica y otras naciones subdesarrolladas.

La xenofobia y misoginia de Trump, y el aliento que infunde a quienes asumen tal posicionamiento y se desempeñan en diferentes ámbitos, también ha implicado enormes retrocesos sociales para los hispanos, la población afrodescendiente, las mujeres y la comunidad sexual diversa. Ellos representan algunos de los muchos sectores que han visto la forma en que se desmontaron bajo su mandato conquistas, a las cuales se arribó como resultado de decenas de años de lucha.

Harris, en cuanto a programa de gobierno, si bien no logra todavía explicar cómo pondrá en práctica sus propuestas (ni dar argumentaciones convincentes acerca de por qué no se implementaron en estos cuatro años en que fungió como vicepresidenta muchas de esas iniciativas) se ha centrado en cuestiones de medular importancia para los sectores medios y la clase trabajadora.

En esa dirección afirma que destinara fondos jamás entregados para el fomento de los pequeños negocios, la elevación del salario y la posibilidad de adquirir viviendas, mediante la otorgación de créditos de larga duración y con bajos intereses. Ha expresado además la necesidad de invertir en mayor cuantía en temáticas como la educación y la salud públicas y en la ciencia, investigación  e innovación tecnológica, en cuanto estrategia insustituible si  pretenden estar a la vanguardia en esos campos a escala planetaria.

Desde el comienzo, Harris se  ha enfocado en reiterar que su origen de clase (hija de padre jamaicano, doctor en economía, y madre india, destacada científica con estudios de relieve en el campo oncológico) le permite entablar diálogos, y construir puentes, con todos los sectores de la sociedad. Ese factor, y el hecho de su juventud, recién acaba de cumplir 60 años, 18 menos que Trump, son dos de los pilares esenciales sobre los que ha edificado su plataforma.

En verdad, ninguno de los dos contendientes va a realizar transformaciones de fondo dentro del entramado que caracteriza a esa nación, como vórtice del imperialismo contemporáneo. Trump y Harris, nadie se llame a engaño, representan los intereses de la clase dominante que tiene en el complejo militar industrial, la oligarquía financiera y los grandes conglomerados empresariales, unido a los exponentes del poder judicial y los emporios comunicacionales, sus pilares inamovibles.

Lo que está en disputa no es la modificación del funcionamiento de dicho sistema, ni de su política exterior, ni su proyección imperialista en innumerables esferas. Se trata de un forcejeo para detentar apenas la posibilidad de administrar el funcionamiento factual de esa maquinaria, muy bien engrasada y con claridad de cuáles son sus derroteros inalterables. La presidencia en esa nación, aunque se presente en muchos aspectos como el escaño de mayor poder universal es, en no pocos sentidos, solo una parte, de enorme importancia, obviamente, dentro de ese vasto conglomerado imperial.

Los que defendemos proyectos emancipatorios contrahegemónicos debemos tener particularmente claras estas realidades para no hacernos mayores ilusiones. Como decía Fidel, entre republicanos y demócratas laten en un sinfín de cuestiones las diferencias que existen entre la Coca Cola y la Pepsi Cola.

Lo que suceda el martes 5 de noviembre, a partir del desempeño crucial en Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Carolina del Norte, Georgia y Nevada, los “estados bisagras” donde se debe inclinar la balanza en favor de uno u otro candidato, seguramente vendrá a confirmarnos la idea de que, por encima de ajustes y modificaciones en diversos ámbitos, prevalecerá la continuidad del sistema, como factor dominante de su funcionamiento.

Estos estados aportarán de conjunto 93 votos electorales, un 34 por ciento de los 270 necesarios para obtener la victoria que deberá certificar el Colegio Electoral. Recordemos que el número de votos electorales asciende a 538, y que en el caso de 48 estados y Washington D.C, el ganador alcanza todos los votos de dicha demarcación. Solo en Nebraska y Maine se reparten los votos electorales de manera proporcional a los resultados alcanzados.

Nadie deberá sorprenderse de que, con independencia del éxito de una u otra agrupación partidista (y el desconocimiento probable de la contraparte) a la larga tendrá preponderancia, como ha sucedido desde que echó a rodar el andamiaje imperialista en ese país, la convergencia estratégica y la rearticulación de consensos, en una cada vez sociedad con mayor número de fracturas, en aras de mantener los intereses capitales que le dan cuerpo a esa nación.

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