Por
El domingo 15 de mayo de 1955 se hizo firme la ley de amnistía
política para los 29 asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel
de Céspedes que habían sido sancionados a cumplir largas condenas tras
las rejas del Presidio de Hombres de Isla de Pinos. Ese día, sobre la
una de la tarde, las puertas del penal se abrieron para dar salida al
primer grupo de moncadistas. Media hora más tarde, salió el segundo
grupo encabezado por Fidel, Raúl y Almeida. Minutos después, con la
salida del tercer y último de los grupos, los combatientes de la
Generación del Centenario abandonaron las áreas del recinto y marcharon
para Nueva Gerona.
El indulto no fue un gesto generoso del régimen tiránico. La Ley de
Amnistía General —firmada el 2 mayo de 1955 por la Cámara de
Representantes de la República de Cuba— donde se incluía la
excarcelación de Fidel Castro y el resto de los moncadistas, fue fruto
del poderoso movimiento popular pro-amnistía surgido a finales de 1954,
cuando Fulgencio Batista, impulsado por intereses electorales, conmutó
las penas impuestas a sus opositores, exceptuando a los asaltantes de
los cuarteles Moncada y de Bayamo.
NO QUEREMOS AMNISTÍA AL PRECIO DE LA DESHONRA
Del mismo modo que la redacción del manifiesto al pueblo de Cuba —publicado bajo el título Para Cuba que sufre— y la reconstrucción de su alegato de defensa en el juicio por el asalto al Moncada [La historia me absolverá] publicado y distribuido clandestinamente, sirvieron para romper la censura de prensa y la conjura de silencio sobre los crímenes de la dictadura batistiana; las cartas y los documentos que escribiera Fidel Castro en prisión fueron decisivos para gestar, impulsar y dirigir el incontenible movimiento de lucha cívica Pro Amnistía de los moncadistas.
Fidel, a través de sus cartas, denunció las maniobras electoralistas
articuladas por Batista y arremetió contra las promesas de amnistía a
cambio de cejar en la lucha. “No queremos amnistía al precio de la
deshonra”, dijo desde la prisión en Isla de Pinos, aun a riesgo de su
propia vida.
NO PIDO NI PEDIRÉ JAMÁS AMNISTÍA
En un momento de la extensa carta que escribiera a Ñico López, el 1ro. de enero de 1955, Fidel argumenta acerca de la connotación del presidio en la formación del grupo de combatientes que comparten el encierro junto a él:
“Demás está decirte que no considero que en la prisión se pierda
inútilmente el tiempo. Por el contrario aquí estamos preparando
ideológica e intelectualmente la vanguardia y los jefes de nuestro
movimiento. Somos jóvenes y nada nos apura. ¡Ojalá en vez de 29
tuviésemos aquí 80 compañeros! […] Se perdió una batalla pero se salvó
el honor de Cuba; volveremos de nuevo a la lucha y solo podrán decir
que nos han vencido cuando no quede en nuestras venas una gota de
sangre; cuando hasta el último de nosotros haya muerto. Nos faltaron los
recursos, pero nunca nos faltó la razón”.
Más adelante, conociendo los avances y el empuje del movimiento pro amnistía, Fidel le dice a Ñico:
“De ningún modo será ya mucho el tiempo que vamos a permanecer presos
porque es mucha la presión pública a favor de nuestra libertad. Mas, si
así no fuera, ¿qué nos importa estar presos el tiempo que sea
necesario?”
Durante los meses de febrero y marzo de 1955, las manifestaciones a
favor de la amnistía de los presos políticos centraron la opinión
pública cubana. Mientras, desde su celda, Fidel alertaba sobre las
maniobras del gobierno dictatorial y aclaraba cuál era la posición de
principio de los moncadistas ante el indulto que se anunciaba.
Así, el sábado 6 de marzo, Fidel envió un telegrama a unos jóvenes
que organizaban un radio mitin en la Onda Hispano-Cubana en favor de la
amnistía de los moncadistas. El texto decía:
“Nuestra profunda gratitud a usted y sus entusiastas compañeros que
han hecho suya espontáneamente la causa de nuestra libertad. No es el
propósito [la amnistía] lo que más apreciamos en este caso ya que la
prisión con la frente en alto se puede sufrir, sino el gesto de cívica
adhesión con que ustedes nos alientan. Serenos y firmes, sin impaciencia
ni miedo, sufrimos nuestro destino de hoy. Mañana, nuestro primer
abrazo será para los que en esta hora dura se acordaron de nosotros”.
Una semana más tarde, el domingo 13 de marzo, Fidel escribe una carta
a su hermana Lidia en la cual le confiesa: “Por lo demás no pido ni
pediré jamás amnistía. Tengo suficiente dignidad para pasarme aquí
veinte años o morirme antes de rabia”.
JAMÁS ACEPTAREMOS UNA AMNISTÍA MEDIANTE UN COMPROMISO INDIGNO
En su tentativa de imponer condiciones a los combatientes
revolucionarios, uno de los voceros del régimen declaró públicamente:
“habrá amnistía cuando haya paz, cuando los presos y exilados cejen en
su actitud y cuando haya un compromiso tácito o expreso de acatamiento
al gobierno.”
Con sus burdas manipulaciones, el gobierno intentaba frenar y sacar
provecho de la especial situación política surgida en relación con el
reclamo de amnistía para los moncadistas. El 19 de marzo de 1955, Fidel
redacta un documento —que días más tarde publicaría la revista Bohemia
del 27 de marzo de 1955, con el título Carta sobre la amnistía—, en el
cual denunciaba los hechos:
“Se pretende desmoralizarnos ante el pueblo o encontrar un pretexto
para dejarnos en prisión. No me interesa en absoluto demostrarle al
régimen que debe dictar esa amnistía, ello me tiene sin cuidado alguno;
lo que me interesa es demostrar la falsedad de sus planteamientos, la
insinceridad de sus palabras, la maniobra ruin y cobarde que se está
llevando a cabo con los hombres que están en prisión por combatirlo”.
Más adelante, el líder de la Generación del Centenario, reitera:
“Nuestra libertad personal es un derecho inalienable que nos
corresponde como ciudadanos nacidos en una patria que no reconoce amos
de ninguna clase; por la fuerza se nos puede privar de esos derechos y
todos los demás, pero jamás logrará nadie que aceptemos disfrutarlo
mediante un compromiso indigno. A cambio de nuestra libertad no daremos
pues ni un átomo de nuestro honor. Quienes tienen que comprometerse a
acatar y respetar las leyes de la República son ellos que la violaron
ignominiosamente el 10 de marzo”.
En ese histórico documento —firmado por todos los moncadistas— Fidel
rememoró la ejemplar conducta de los mambises que, encabezados por
Antonio Maceo, se negaron a aceptar la paz sin libertad, y declaró
enfáticamente: “Y no ya la amnistía, ni siquiera pediremos que nos
mejoren el sistema de prisión por donde el régimen ha demostrado todo su
odio y su saña hacia nosotros”.
SERÉ MÁS ÚTIL, CUANTO MENOS ME ATEN LAS EXIGENCIAS DE LA VIDA MATERIAL
Toda Cuba reclamaba la excarcelación de los moncadistas. Las
elocuentes palabras del líder estudiantil José Antonio Echeverría
—publicadas en la edición del 27 de marzo de la revista Bohemia— son
una muestra de ello:
“La amnistía general constituye un clamor de toda la ciudadanía, al
que los estudiantes hemos brindado todo nuestro apoyo. No podemos
permanecer indiferentes ante tantos compañeros que sufren en la
actualidad los rigores del presidio político […] ¡Que no quede en la
cárcel uno solo de los dignos luchadores contra la dictadura! […] Todo
intento de excluir a los combatientes del Moncada de la amnistía se
encontraría con el más amplio repudio de la opinión pública. […]¡
Que no quede preso ni un combatiente contra la dictadura!”
El 2 de mayo de 1955, Fidel escribe una extensa carta en la que
intenta convencer a sus hermanas de la inutilidad de los gastos que
hacen ante su inminente excarcelación. En una de sus partes, Fidel le
dice a Lidia:
“¿Por qué hacer sacrificios para comprarme guayabera, pantalón y
demás cosas? De aquí voy a salir con mi traje gris de lana, desgastado
por el uso, aunque estemos en pleno verano. ¿No devolví acaso el otro
traje que yo no pedí ni necesité nunca? No vayas a pensar que soy un
excéntrico o que me haya vuelto tal, es que el hábito hace al monje, y
yo soy pobre, no tengo nada, no he robado nunca un centavo, no le he
mendigado a nadie, mi carrera la he entregado a una causa. ¿Por qué
tengo que estar obligado a ponerme guayaberas de hilo como si fuera
rico, o fuera un funcionario o fuera un malversador? Si nada gano en
estos instantes, lo que tenga me lo tendrán que dar, y yo no puedo, ni
debo, ni aceptaré el menor gravamen de nadie. Mi mayor lucha ha sido
desde que estoy aquí insistir y no cansarme nunca de insistir que no
necesito absolutamente nada; libros sólo he necesitado y los libros los
tengo considerados como bienes espirituales. No puedo pues dejar de
preocuparme con todos los gastos que se están haciendo en ocasión de
nuestra salida, y aun aquellos que son estrictamente necesarios me
tienen muy preocupado porque todavía no se me ha ocurrido preguntarte
cómo te las estás arreglando. […]
“Ustedes no pueden estar tranquilas si no demuestran de algún modo la
preocupación y el cariño hacia nosotros, pero nosotros estamos fuertes
como robles, insensibles ante las privaciones, menos necesitados de que
ustedes se sacrifiquen, […]
“No exagero nada, hablo con la mayor franqueza del mundo. Valdré
menos cada vez que me vaya acostumbrando a necesitar más cosas para
vivir, cuando olvide que es posible estar privado de todo sin sentirse
infeliz. Así he aprendido a vivir y eso me hace tanto más temible como
apasionado defensor de un ideal que se ha reafirmado y fortalecido en
el sacrificio. Podré predicar con el ejemplo que es la mejor elocuencia.
Más independiente ser, más útil, cuanto menos me aten las exigencias de
la vida material. […]”.
Sin hacer ninguna concesión para lograr su liberación, 13 días
después de redactar esta carta, vistiendo su gastado traje de lana gris,
Fidel salió de la cárcel decidido a continuar la lucha.
Nada ni nadie podría detener su batallar por Cuba. Predicando con su
ejemplo de austeridad y entrega absoluta a la revolución, Fidel
encabezó la lucha contra la dictadura batistiana, por la soberanía e
independencia de Cuba. Tres años, siete meses y 16 días después de
abandonar la prisión, al frente del Ejército Rebelde, entró Fidel en
Santiago de Cuba el primero de enero de 1959. La Revolución había
triunfado.
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