lunes, 28 de agosto de 2017

Sahara, Mediterráneo de arena

Foto: Prensa Latina
Tomado de Bohemia
Por Antonio Paneque Brizuela.
El Sahara es hoy día junto al Mediterráneo uno de los dos más tenebrosos escenarios de muerte para los africanos, de camino hacia esa ”tierra prometida” que significa Europa.
Cunas ambos de amores famosos, fuentes de arte y literatura y ambientes exóticos para la aventura, el temible desierto que sirvió de ambiente a Sinuhé el egipcio (Mika Waltari), El Árabe (Edith Maude Hull) y a buena parte de los alrededor de cien libros escritos hasta ahora sobre sus arenas, emula con el querido Mare Nostrum de los romanos en una suerte de remedo infernal.

Así, el mayor desierto del mundo con territorios de once países (Argelia, Chad, Egipto, Libia, Mali, Mauritania, Marruecos, Níger, la región de Sahara Occidental, Sudán y Túnez), deviene respecto al Mediterráneo una réplica de muerte donde los emigrantes son víctimas del asesinato, la violación y el abandono sobre sus arenas, en medio de temperaturas de 60 grados Celsio por el día y a menos 21 en la noche.
Y si se consideran las estadísticas de organismos como la ONU, la cifra de 600 000 personas de África, Oriente Medio y Asia meridional rescatadas del mar en 2016, contrasta con la de 17 000 africanos llegados a Libia por mar o tierra desde principios de 2014, de acuerdo con el Alto Comisionado del organismo mundial para los refugiados (Acnur), tras dejar cientos de muertos en su recorrido a partir de Níger.
Los por cientos de fallecidos entre quienes se aventuran por el desierto son cada vez más altos, sobre todo cuando caen en manos de traficantes, hasta el punto de supervivir solo 44 de 50, como ocurrió con un grupo cuyo camión se averió en condiciones de calor extremo y sin agua, entre las ciudades norteñas nigerinas de Dirkou y Agadez, urbe esta última a las puertas del Sahara y cruce de caminos hacia Libia con destino a Europa.
‘Estas estremecedoras muertes forman parte de un panorama mayor de explotación, una trampa mortal, organizada por los traficantes, que se extiende del Mediterráneo al Sahara; ellos son capaces de traspasar cualquier límite para explotar a inmigrantes y refugiados desesperados’, según un reciente comunicado de Acnur.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que trabaja también contra los peligros del desierto y su continuidad en las travesías en barco por el Mediterráneo, registró el pasado 2016 a 335 000 migrantes que viajaban vía Níger hacia Libia o Argelia para allí subirse a algún barco hacia Europa, pero solo tuvo constancia de 111 000 regresados a Agadez en sentido contrario.
‘Hemos visto cuerpos enterrados. No hay seguridad en el desierto’, afirma el albañil ghanés Eric Manu, quien regresa con sus sueños rotos tras dos años en Libia y buena experiencia sobre el equipamiento obligatorio frente a la arena y el calor del Sahara: pasamontañas, guantes, gafas de sol, chaqueta, bidón de agua.
Tras vencer la etapa de Agadez, donde son agrupados en albergues o guetos donde tienden plásticos para protegerse del sol y carecen de agua y electricidad, comienza un nuevo calvario para los migrantes de Senegal, Gambia, Guinea Bissau o Conackry, Costa de Marfil, Ghana o Nigeria.
La travesía de 750 kilómetros hacia Libia por el desierto es de dos o tres días, a bordo de una camioneta con 20 o 30 viajeros con sus piernas colgadas hacia afuera, mal sujetos y vestidos para el sol y la arena con capuchas, anteojos, guantes y camperas, que en nada protegen de accidentes, detenciones y de la muerte por hambre o sed.
‘Estoy cansado. El Sáhara es duro: el agua y la comida escasean’, se lamenta el joven senegalés Ibrahim Kandese al bajar del vehículo.

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