jueves, 15 de febrero de 2018

Ernesto Che Guevara: “Quiéreme, apasionadamente, pero comprensivamente”


Vaya hermosura que vivieron. Un amor en la balanza: por un lado hacia el ser de sus constantes compañías (y a veces de ensueños) y por otro el amor responsable hacia la humanidad.

Una carga que sólo la llevan Titanes, sin importarle que cada día esa pasión que sienten les podía costar la vida... y más, porque eso indicaba, inexorablemente también, defenderla entre tormentas de balas.

Tomado de Cubadebate.
PoDaily Pérez Guillén.

Desde su salida hacia El Congo, en abril de 1965, al frente de un grupo de combatientes cubanos y hasta su última guerrilla en Bolivia entre 1966 y 1967, Ernesto Che Guevara mantuvo una emotiva e íntima comunicación personal con su esposa Aleida March. De Evocación, libro escrito por la compañera del Che y editado por Ocean Sur, rescatamos cartas que revelan una vez más al hombre sensible, al padre, al amante.

Primera carta enviada a Aleida March desde El Congo, 1965:
Mi única en el mundo:
(Se lo pedí prestado al viejo Hickmet)
¿Qué milagro has hecho con mi pobre y viejo caparazón, ya no me interesa el abrazo real y sueño con las concavidades en que me acomodabas y en tu olor y en tus caricias toscas y guajiras?
Esto es otra Sierra Maestra pero sin el sabor de la construcción ni, todavía al menos, la satisfacción de sentirlo mío.
Todo transcurre con un ritmo lento, como si la guerra fuera una cosa para pasado mañana. Por ahora, tu temor de que me maten es tan infundado como tus celos.
Mi trabajo se compone de la enseñanza de francés en varias clases al día, aprendizaje de swahili y medicina. Dentro de unos días comenzaré un trabajo serio, pero de entrenamiento. Una especie de Minas del Frío, de la de la guerra; no la que visitamos juntos.
Dale un beso cuidadoso a cada crío (también a Hildita).
Sácate una foto con todos ellos y mándala. No muy grande y otra chiquita. Aprende francés, más que enfermería y quié­reme.
Un largo beso, como de reencuentro.
Te quiere
Tatu

Misiva enviada también a Aleida March desde El Congo:
No me chantajees. No puedes venir aquí ahora ni dentro de tres meses. Dentro de un año será otra cosa y veremos. Hay que ana­lizar bien eso. Lo imprescindible es que cuando vengas no seas “la señora” sino la combatiente, y para eso debes prepararte, al menos en francés…
Así ha pasado una buena parte de mi vida; teniendo que refrenar el cariño por otras consideraciones y la gente creyendo que trata con un monstruo mecánico. Ayúdame ahora, Aleida, sé fuerte y no me plantees problemas que no se pueden resol­ver. Cuando nos casamos sabías quién era yo. Cumple tu parte de deber para que el camino sea más llevadero, que es muy largo aún.
Quiéreme, apasionadamente, pero comprensivamente, mi camino está trazado, nada me detendrá sino la muerte. No sien­tas lástima de ti; embiste la vida y véncela, y algunos tramos del camino los haremos juntos. Lo que llevo por dentro no es ninguna despreocupada sed de aventuras y lo que conlleva, yo lo sé; tú debías adivinarlo […].
Educa a los niños. No los malcríes, no los mimes demasiado, sobre todo a Camilo. No pienses en abandonarlos porque no es justo. Son parte nuestra.
Te abraza con un abrazo largo y dulce, tu
Tatu

Carta enviada a Aleida March desde Tanzania el 28 de noviembre de 1965:
Mi querida:
Alcancé la otra carta que te mandaba. Todo se precipitó en forma contraria a las esperanzas. El desenlace te lo puede contar Osmany; solo te diré que mi tropa, de la que me sentía orgulloso y seguro los primeros días, se fue diluyendo, o mejor dicho, reblandeciendo como manteca en la sartén y se me escapó de la mano. Volví, por el camino de la derrota, con un ejército de sombras. Ya todo ha pasado y viene la etapa final de mi viaje y la definitiva; solo me acompañarán ahora un puñado de elegidos con estrellas en la frente (las martianas, no las de comandante).
La separación promete ser larga, tenía la esperanza de poder verte en el tránsito de lo que parecía una guerra larga, pero no fue posible. Ahora habrá entre nosotros una cantidad de tierra hostil y hasta las noticias encarecerán. No te puedo ver antes porque hay que evitar toda posibilidad de ser detectado; en el monte me siento seguro, con mi arma en la mano, pero no es mi elemento el deambular clandestino y tengo que extremar las precauciones.
Ahora viene la etapa verdaderamente difícil para todos y hay que prepararse a soportarla; espero que sepas hacerlo. Tie­nes que soportar tu cruz con entusiasmo revolucionario. Si llego a destino, cuando lo sepan, harán todo por ahogar la cosa en germen y las medidas profilácticas de aislamiento se harán más rígidas. Siempre encontraré la manera de hacerte llegar unas líneas, pero si no se puede no pienses lo peor; en el punto de destino seré fuerte otra vez, a pesar de la diferencia de medios que tendré al principio.
Me cuesta escribir; o son los detalles técnicos que no deben interesar, o los recuerdos de toda la vida pasada que tardará en volver. Porque has de saber que soy una mezcla de aventu­rero y burgués, con una apetencia de hogar terrible pero con ansias de realizar lo soñado. Cuando estaba en mi burocrática cueva soñaba con hacer lo que empecé a hacer; y ahora, y en el resto del camino, soñaré contigo y los muchachos que van creciendo inexorablemente. Qué imagen extraña deben hacerse de mí y qué difícil será que algún día me quieran como padre y no como el monstruo lejano y venerado, porque será una obli­gación hacerlo.
Cuando arranque te dejaré unos libros y notas, guárdalos. Me he acostumbrado tanto a leer y estudiar que es una segunda naturaleza y hace más grande el contraste con mi aventure­rismo.
Como siempre, te había hecho un versito y, como siempre, lo rompí. Cada vez soy mejor crítico y no quiero que me pasen accidentes como los de la otra vez.
Ahora, que estoy encarcelado, sin enemigos en las cercanías ni entuertos a la vista, la necesidad de ti se hace virulenta y tam­bién fisiológica y no siempre pueden calmarlas Karl Marx o Vla­dimir Ilich.
Dale el beso especial a la cumpleañera; no le mando nada porque es mejor desaparecer totalmente. Te vi de poses en una tribuna, estás de lo más bien, casi como en los días felices de Santa Clara. Yo también me aproximé a ese ideal, pero ahora vuelvo a ser el insignificante Sansón Pelao.
Educa los niños. Siempre me preocupan los hombres, sobre todo, e insístele al viejo para que los visite. Dale un abrazo a los buenos viejos que tienes por allí y recibe el tuyo, no el último pero con todo el cariño y la desesperación como si lo fuera. Un beso.
Ramón

Fragmentos de apuntes personales que el Che dejó para Aleida March en una pequeña libreta antes de partir a Praga. Fueron recogidos por ella en las oficinas de Fidel. El Che los tituló “Envío”:
Amor: ha llegado el momento de enviarte un adiós que sabe a campo santo (a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos). Quisiera hacerlo con esas cifras que no llegan al margen y suelen llamarse poesía, pero fracasé; tengo tantas cosas ínti­mas para tu oído que ya la palabra se hace carcelero, cuanto más esos algoritmos esquivos que se solazan en quebrar mi onda. No sirvo para el noble oficio de poeta. No es que no tenga cosas dul­ces. Si supieras las que hay arremolinadas en mi interior. ¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol que las contiene, que salen cansadas del viaje, malhumoradas, esquivas, y las más dulces son tan frágiles! Quedan trizadas en el trayecto, vibracio­nes dispersas, nada más. […].
Carezco de conductor, tendría que desintegrarme para decír­telo de una vez. Utilicemos las palabras con un sentido cotidiano y fotografiemos el instante.
[…] Así te quiero, con recuerdo de café amargo en cada mañana sin nombre y con el sabor a carne limpia del hoyuelo de tu rodilla, un tabaco de ceniza equilibrista, y un refunfuño incoherente defendiendo la impoluta almohada […].
Así te quiero; mirando los niños como una escalera sin histo­ria (allí te sufro porque no me pertenecen sus avatares), con una punzada de honda en los costados, un quehacer apostrofando al ocio desde el caracol […].
Ahora será un adiós verdadero; el fango me ha envejecido cinco años; solo resta el último salto, el definitivo.
Se acabaron los cantos de sirena y los combates interiores; se levanta la cinta para mi última carrera. La velocidad será tanta que huirá todo grito. Se acabó el pasado; soy un futuro en camino.
No me llames, no te oiría; sólo puedo rumiarte en los días de sol, bajo la renovada caricia de las balas […].
Lanzaré una mirada en espiral, como la postrera vuelta del perro al descansar, y los tocaré con la vista, uno a uno y todos juntos.
Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y dejáme vivirte para siempre en el perenne instante.

Fragmentos de la única carta que pudo recibir Aleida March mientras el Che lideraba la guerrilla en Bolivia. Fue traída a Cuba por el peruano Juan Pablo Chang (el Chino), des­pués de su visita al Campamento de Ñancahuasú, el 2 de diciembre de 1966, antes de su incorporación definitiva a la guerrilla:
Mi única:
Aprovecho el viaje de un amigo para mandarte estas letras, claro que podían ir por correo, pero a uno le parece más íntimo el camino “paraoficial”. Te podría decir que te extraño hasta el punto de perder el sueño, pero sé que no me creerías de manera que me abstengo. Pero hay días en que la morriña avanza incon­tenible y se posesiona de mí. En navidad y Año nuevo, sobre todo, no sabes cómo extraño tus lágrimas rituales, bajo un cielo de estrellas nuevas que me recordaba lo poco que le he sacado a la vida en el orden personal […].
De mi vida aquí, poco interesante se puede decir, el trabajo me gusta pero es excluyente y a veces un poco cansador. Estu­dio, cuando me queda tiempo y sueño en algunos instantes; juego ajedrez, sin contrincantes de categoría y camino bastante. Voy perdiendo peso, un poco de añoranza y otro del trabajo.
Dale un beso a los pedacitos de carne, a todo el resto y recibe el beso preñado de suspiros y otras congojas de tu pobre y pelado
Marido

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