José Ramón Rodríguez
Ruiz
¿Sabe usted qué es la Guerra
No Convencional? ¿Se ha preguntado por qué debe interesarle o por qué algunas
personas insisten en que se conozca más este fenómeno? ¿En qué medida está
vinculada la Guerra No Convencional como forma de agresión con el futuro de los
pueblos del Sur y con el de Cuba en particular?
Si ha intentado contestar al menos una de las anteriores
interrogantes, por favor, no detenga su lectura. El tema en cuestión no se
trata aquí por primera vez. En los últimos cuatro años, varios autores han
dedicado importantes esfuerzos a estudiar con profundidad y a difundir los
elementos esenciales de esta variante de agresión empleada por el imperialismo
contra naciones adversas, cuyas características la hacen especialmente
relevante para las realidades nacionales de nuestros países. Si usted se cuenta
entre los que no pudieron contestar o no le interesa el tema, aquí le hacemos
una cuarta pregunta que intentaremos satisfacer con este y otros artículos
futuros:
¿Por qué debe importarme la Guerra No Convencional?
Cuántas veces se ha parado frente al televisor o el monitor
de su computadora y ha sido testigo de eventos noticiosos vinculados a
protestas en diversos países alrededor del mundo. Las imágenes de la policía o
de fuerzas militares enfrentando disturbios sociales con diversos grados de
violencia se han vuelto frecuentes en nuestros días. Las hay de dos tipos.
En las naciones capitalistas desarrolladas, el Norte, y en
otras del Sur consideradas “democracias”, ocurren a diario protestas y disturbios
de los que nadie se entera. A pesar del esfuerzo de los medios alternativos,
las manifestaciones anticorrupción; o contra las reuniones de la élite mundial;
contra las trasnacionales; o contra el fraude electoral (véase Honduras
recientemente) no logran inscribirse en las agendas de los grandes medios de
información o de los líderes políticos del mundo desarrollado.
En cambio en el Sur, cuando -casi siempre instigados por
actores externos que pagan y asesoran- salen a la calle violentas turbas en pos
de degradar la gobernabilidad y alterar el orden social con fines políticos, la
repercusión es inmediata y explosiva. “Gobiernos tiránicos”; “líderes asesinos
de su propio pueblo”; “dictadores”; “represores”, etc., son solo algunos de los
calificativos más frecuentes. De inmediato las imágenes de la “represión”
inundan las redes. Los medios construyen sensibles testimonios, se busca tocar
la fibra y por desgracia las muertes no resultan ficticias. El mundo enfoca la
“revolución” en ciernes y el Norte se dispone a dar su apoyo para resolver el
problema.
Respondiendo a la pregunta de arriba, debe saber que si está
leyendo este artículo desde Cuba; o desde Venezuela; o si algún colega lo
traduce y lo lee desde la heroica Siria o desde Irán, entonces usted se halla
en un país donde puede darse y de hecho han ocurrido o están ocurriendo
situaciones como las descritas en el escenario número dos. En algunos casos
incluso, el guion ha avanzado a etapas de superior complejidad y grados de
violencia, en otros, los “manifestantes por los derechos humanos” no logran que
cuaje su rutinaria puesta en escena, aunque el amo observe atento para
mostrarse solidario.
Lo complicado, y he aquí el porqué es también su problema
amigo lector, es que una vez atraída la atención del imperialismo, se pone en
marcha un preelaborado plan de agresión para sacar del poder a la “tiranía” y
restablecer la “democracia” al estilo de lo que ocurrió en Libia en el año
2011, donde, por cierto, las bombas de la OTAN no discriminaron bandos ni colores,
hicieron su trabajo, allanando el camino para el restablecimiento de la
“libertad”, convirtiendo a la nación del norte de África en el paraíso que es
hoy, para el terrorismo, la violencia, las bandas armadas, la emigración ilegal
masiva, y el robo de recursos naturales, etc.
Como hemos expresado en varios artículos anteriores, la
Guerra No Convencional no es un procedimiento de reciente creación. EE.UU. la
ha realizado “en apoyo” a movimientos de resistencia, insurgencias y como parte
de operaciones militares convencionales desde hace más de cincuenta años. Ha
operado con fuerzas irregulares directamente o las ha empleado de forma
indirecta, contra una variedad de oponentes, ya sean estatales o no estatales.
Tales operaciones sensibles son consideradas un componente de alto valor y una
aplicación específica del instrumento militar del poderío nacional del estado
imperialista, el cual considera a la Guerra no Convencional más relevante que
nunca en el ambiente internacional del siglo XXI.
Contra Cuba específicamente, EE.UU. planificó y ejecutó la
mayor operación de Guerra No Convencional públicamente conocida, a inicios de
la década de los años 60. La denominó Operación Mangosta y para nuestro pueblo
significó una dura prueba en el combate contra las bandas armadas que la CIA
logró articular en zonas como el Escambray; abastecidas por aviones encubiertos
e infiltraciones; dirigidas táctica y estratégicamente desde Miami y
Washington, por los planificadores estadounidenses. Aunque la victoria popular bajo
la guía de Fidel contra el bandidismo contrarrevolucionario no significó el fin
de la contrarrevolución en sí, jamás ha podido, ni podrá esta lacra articular
nuevamente tales grados de violencia en contra de las conquistas del pueblo,
pese a que se orientan a ese fin los guiones de las estrategias no
convencionales.
Otros pueblos han corrido suertes distintas. Ya hablamos de
Libia, arrasada por bandas armadas articuladas por las naciones occidentales y
que tuvieron su génesis en disturbios sociales supuestamente dirigidos a
reclamar mejoras en las condiciones de derechos humanos y el funcionamiento del
sistema político. Una vez que los líderes se percataron de sus errores era ya
demasiado tarde. El imperialismo había logrado el objetivo primario de la Guerra
No Convencional: fomentar un movimiento interno capaz de derrocar o debilitar
al Gobierno establecido.
La experiencia libia aconteció luego de llamada Primavera
Árabe, una oleada de disturbios antigubernamentales sin precedentes y signados
por denominadores comunes, que no deben considerarse obras de la casualidad.
Allí donde hubiera reservas de descontento social o inquietudes políticas, la
conmoción halló terreno fértil y un sinnúmero de gobiernos vieron amenazada su
estabilidad o fueron derrocados, señalando el comienzo de una nueva época donde
los disturbios; las redes sociales; Internet y los medios masivos de
comunicación, comenzarían a ser los recursos bélicos más relevantes en los
escenarios de conflicto.
El proceder estaba asentado claramente en la doctrina del
imperialismo y para el ojo avezado fue evidente de inmediato la clara
coincidencia entre el comportamiento político de gobiernos, movimientos
sociales y otros actores no estatales, y lo previsto en los manuales
estadounidenses para realizar la Guerra No Convencional.
¿Cosa del pasado?
Los que alertamos del repunte de la Guerra No Convencional
como variante de uso de la fuerza bajo la administración de Barack Obama, y de
su impacto evidente en naciones como Libia, Siria, Ucrania o Venezuela, tuvimos
curiosidad de saber qué caminos tomaría la proyección agresiva del imperialismo
ahora conducido por Donald Trump. Algunos quizás pensaron que las estrategias
indirectas y la subversión de gobiernos adversos pasaban a un plano secundario,
mientras cobraba fuerza otra doctrina sustentada en la persecución de la “paz
mediante la fuerza”.
Quien considere que se trata de un proceder del pasado debe
solamente observar los hechos vinculados a escenarios de Guerra No Convencional
luego de la transición del mando imperial.
En Venezuela, la oposición recrudeció sus ataques y se
suscitaron las jornadas más violentas desde que tal estrategia comenzó a
aplicarse contra la nación bolivariana. La guerra mediática y la retórica
antichavista se hicieron aun más fuertes.
Comenzando el 2018, el mundo ha observado cómo han llamado
la atención de EE.UU. y sus aliados las protestas acontecidas en la República
Islámica de Irán. El propio Trump prometió a los manifestantes el apoyo de su
administración, “para tratar de derrocar a su Gobierno corrupto”, eso sí: “en
el momento adecuado”, pues ni siquiera el magnate presidente puede escapar de
la doctrina y para que EE.UU. intervenga en apoyo a quienes “luchan por cambiar
un gobierno”, varios requisitos de conveniencia y factibilidad deben tenerse en
cuenta. Mientras tanto, que otros pongan los muertos.
En resumen, es evidente que no estamos hablando de un
procedimiento del pasado. Es una carta más de la baraja imperialista, preparada
para ser usada donde sea y cuando sea se precise. La Guerra No Convencional
debe continuarse estudiando con determinación y lujo de detalles. Nunca debemos
olvidar por quién doblan las campanas. Estamos en el Sur, todas esas
estrategias fueron concebidas para ser aplicadas contra nuestras tierras y sus
pueblos. Para contribuir a evitarlo hay que seguir martillando sobre la Guerra
No Convencional. Sea este un golpe más.
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