lunes, 24 de diciembre de 2018

Figuras revolucionarias (II Parte): palabras de cónsules.


Tomado del blog Asociación de Cubanos en Cataluña José Martí
Por el aniversario 20 del Casal Català-Cubà José Martí: “Per molts anys Revolució”
Revolución y figuras revolucio­narias.
Mabel Arteaga
Cónsul General de la República de Cuba en Barcelona:
Lo primero que se debe tener en cuenta es, como expresó Fidel Castro en el año 2000, que “re­volución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado”. El continente americano tiene todo un espectro luminoso de figuras prominentes que muy bien llevan el adjetivo de revolucionarias, porque entendie­ron que era necesario romper las cadenas opresoras que condena­ban a sus pueblos.

En 1804 explotó la Revolución de Haití, que tuvo entre sus líderes a Toussaint Louverture, llamado “el Espartaco negro”, y a Jean-Jac­ques Dessalines, quien finalmente logró declarar la independencia de ese país y la abolición de la esclavi­tud; aunque ya sabemos que pos­teriormente el imperialismo puso sus garras sobre este territorio para quebrar ese ideario de libertad.
Simón Bolívar y Antonio José de Sucre fueron los padres de la gesta emancipadora de Sudamérica. Un ideario de construcción de la gran patria unida que, a más de dos siglos de esa proeza, hoy sigue latiendo en proyectos regionales como la CELAC o el ALBA-TPC.
José Martí, el más universal de los cubanos, supo unir dos generacio­nes para una guerra necesaria con­tra la metrópoli española, en 1895, pero sin que con ello se levantaran odios triviales e innecesarios entre ambos pueblos; porque para él, decir patria era decir humanidad, porque “Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperan­zas”.
El acto rebelde contra la explota­ción, el sentido del sacrificio y los principios de humanismo se exten­dieron como raíces por el continen­te para brotar en sus hijos: Emiliano Zapata, Carlos Fonseca Amador, Augusto César Sandino y tantos otros que faltarían por mencionar pero que se ven cristalizados en la prole que encabeza la forja de un nuevo mundo, como lo fueron Ernesto Che Guevara y Hugo Chá­vez o lo es hoy Evo Morales (la viva cara del rostro de un continente amerindio).
No por ser último es menos importante la vital actuación de la mujer en la lucha por el cambio de concepción de un mundo explotado y amenazado por fuerzas económicas desbastado­ras hacia un mundo con igualdad de condiciones, emancipador y justo. Mariana Grajales Coello, en quien se encontró siempre humildad, decoro y la grandeza de ejemplo de madre, ahogó sus propias lágrimas en el orgullo de incitar a sus hijos a luchar por la libertad de Cuba. Como ella, muchas otras mujeres impulsaron importantes movimientos sociales y políticos que constituyeron en sí una revolución para sus contextos históricos. Rosa Parks y Angela Davis son banderas de lucha contra la discriminación racial, y esta última sigue reafirmando la causa feminista contra un mundo predominantemente patriarcal.
No faltaron quienes encendieron corazones con sus palabras en diversas publicaciones o desde la clandestinidad, muchas veces afrontando con firme coraje las ignominias de las torturas, o des­de las sierras, vestidas de verde olivo, llevando consigo un fusil y sin miedo a la muerte, y se alzaron para combatir por la libertad y soberanía de sus pueblos, como Nora Astorga, Vilma Espín, Celia Sánchez o las hermanas Mirabal.
En el devenir de la historia del continente, la mujer ha desem­peñado un papel con el que se ha ganado visibilidad y justo reconocimiento, demostrando que endurecer el corazón no indica perder la ternura. Saltar del reducto hogareño al camino de la independencia y la emancipa­ción, a la lucha política y social; lo cual demuestra una indiscutible valía; ellas son heroínas y verdaderos paradigmas.
Estas hijas e hijos del continente fueron capaces de desprenderse de sus sueños para asumir la lu­cha con el objetivo de hacer reali­dad los sueños de los pueblos, se levantaron para emanciparse por esfuerzos propios, desafiando las fuerzas dominantes y defendiendo a cualquier precio, incluso el de sus propias vidas, los valores en los que creyeron siempre; porque comprendieron que, mientras se tenga una convicción profunda, nada puede aplastar las ideas de la verdad y la razón.
Ricardo Capella
Cónsul General de la República Bolivariana de Venezuela en Barcelona:
El revolucionario José Martí afir­maba que una acción, si inspirada por el amor, podía hacer que un hombre viviera para siempre. No se equivocaba, y esta exposición lo atestigua. A distancia de años, siglos en algunos casos, siguen más vivos que nunca los que por amor (a su tierra, a su pueblo, a las franjas olvidadas de la sociedad) llevaron a cabo una de las acciones más grandes, valientes y genero­sas que puedan hacerse para la humanidad: tomar las riendas de la historia cuando esta tiene que ser sacudida. Hacer la revolución.
Pero ¿qué es una revolución? “Cambiar lo que tiene que ser cambiado”, decía Fidel Castro. Esto es revolución. Ver frente a ti la injusticia e ir a por ella. Asumir los lamentos de un pueblo, sentirlos en el pecho, y contraatacar. Como Martí, revolución como acción, entonces, una acción de amor. Ne­cesaria, urgente en algunos casos.
Durante siglos, América fue juego de otros, y a lo largo del tiempo precisó muchas de estas acciones de amor necesario. Al principio, había que liberar el continente del yugo colonial europeo, luego la región latinoamericana del dominio estadounidense; había que salvar a los pueblos de un sistema socioe­conómico opresor y de una política asesina, luchar por la emancipación y los derechos de los indígenas, de los negros, de las mujeres, de los sin tierra y de los sin nada. Gritar el dolor silencioso (¿o no escucha­do?) de los pueblos. Batallar por su derecho a la vida, al futuro, a la dignidad, a los sueños. Hasta hubo que defender las tierras y los ríos. Y después de cada victoria, resistir: a los contraataques del enemigo, a las traiciones de los amigos, a las debilidades, a las divisiones, a las amenazas, a los chantajes. Día tras día, batalla tras batalla, con un solo objetivo, que dejó en claro Simón Bolívar: proporcionar a todos la mayor suma de felicidad posible.
Del Che Guevara a Hugo Chávez, de Emiliano Zapata a Celia Sán­chez, pasando por las hermanas Mirabal o Augusto César Sandino, la exposición presenta los rostros de todas esas batallas, de esa lu­cha rebelde por la dignidad condu­cida con valentía, conciencia his­tórica y sensibilidad humana. Una lucha hecha de grandes ejércitos a caballo y audaces guerrillas, pero también de pequeños gestos, igual de revolucionarios, como el de la negra Rosa Parks cuando se negó a ceder su asiento a un blanco en la Alabama de 1955 y con su ejemplo de firme dignidad aunó a millones de excluidos en un único gran movimiento por los derechos civiles de los afroame­ricanos. Algunos de esos rostros surgieron en tiempos propicios de efervescencia revolucionaria, otros se impusieron a la historia cuando ya se pensaba que el debate estaba cerrado, que las revoluciones se habían acabado. Pero todos, sin excepción, fueron forjadores de conciencia: ejes de movilización popular en su momento histórico e inspiración para las generaciones futuras que justamente en su ejemplo encontraron (encontramos) la fuerza para seguir exigiendo una sociedad más justa.
América fue tierra fértil de héroes y heroínas que asumieron el riesgo de la desobediencia y de la rebeldía, que siguieron gritando contra quienes los pretendían callar y, por su lucha, por llevar a cabo lo que tenía que hacerse, ofrecieron la vida. “En una revo­lución, o se triunfa o se muere”, decía el Che. Una mención particular merecen las mujeres revolucionarias, a quienes se dedica gran parte de las obras, porque no solo se levantaron contra los amos de siempre sino que además tuvieron que ha­cerlo en medio de una sociedad machista y excluyente, y de una Iglesia opresora. La gesta femenina fue, desde el principio, una doble revolución. “¡Son ustedes la vanguardia de esta batalla!”, les decía el gigante Hugo Chávez. Por lo menos en Venezuela, en las asambleas populares, en las organizaciones de base, en las comunas y en los colectivos revolucionarios, allá están ellas: ejemplo de participación política y cimiento que sustenta todo el proceso de lucha que todavía enfrenta el país. ¿Y hoy? Hoy las injusticias siguen hiriendo, América sigue san­grando y el horizonte promete batallas. Pero el sueño sigue vivo. En las luchas comuneras, en los frentes campesinos, en las batallas diarias de las mujeres, resuenan los gritos libertarios de Zapata y de Bolívar, se escuchan las voces de Vilma Espín y de Do­lores Jiménez. Las calles siguen temblando con los pasos firmes de los pueblos que avanzan, siempre hacia adelante, siempre irrefrenables pese a las dificulta­des. Porque ya saben que tienen en sus manos el poder de cam­biar lo que tiene que ser cam­biado, el derecho a escribir su propia historia, la posibilidad de ser felices, y están decididos a no dejárselos arrebatar. Sus héroes y heroínas se lo enseñaron, y esta conciencia es el mejor regalo.

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