Por Elier Ramírez Cañedo
El 17 de diciembre de 2014 los presidentes de Cuba y Estados Unidos, Raúl Castro Ruz y Barack Obama, respectivamente, hicieron un anuncio que conmovió a la opinión pública mundial: luego de 18 meses de conversaciones secretas, ambos gobiernos habían acordado restablecer relaciones diplomáticas y avanzar en el arduo camino hacia la normalización de las relaciones. Asimismo, como resultado de las negociaciones pudieron regresar a la patria los Héroes de la República de Cuba, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Gerardo Hernández —presos injustamente en cárceles estadounidenses durante más de 15 años—, algo que convirtió aquel Día de San Lázaro en motivo de celebración nacional.
La ruta transitada después no sería insignificante para la mejoría de los vínculos bilaterales, pero en medio de múltiples contradicciones y obstáculos, los avances no lograron blindarse lo suficiente ante los zarpazos en sentido contrario que, la nueva administración republicana de Donald Trump, acometería una vez llegada a la Casa Blanca.
La administración Obama se planteó un ajuste táctico profundo en la política hacia Cuba, pero sin desistir de los viejos propósitos de «cambio de régimen». Nunca fue más transparente Obama que dos días después de los históricos anuncios, cuando en conferencia de prensa exclamara:
«Pero cómo va a cambiar la sociedad, el país específicamente, su cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder más lento de lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política va a promover eso.
«(…)…, y el sentido que tiene normalizar las relaciones es que nos brinda más oportunidad de ejercer influencia sobre ese Gobierno que si no lo hiciéramos. (…) Pero lo cierto es que vamos a estar en mejores condiciones, creo, de realmente ejercer alguna influencia, y quizás entonces utilizar tanto zanahorias como palos».
A pesar de los notables progresos que se obtuvieron en el período de diciembre de 2014 a enero de 2017, tales como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, el propio inicio del complejo proceso hacia la normalización de los nexos bilaterales y los acuerdos alcanzados —22 en total—, el regreso de nuestros héroes y la eliminación de Cuba de la espuria lista de países terroristas; lo cierto es que Obama se fue y sobre la Mayor de las Antillas quedó esa espada de Damocles que es el bloqueo —principal obstáculo para la normalización—, también la ilegal base naval estadounidense en Guantánamo, así como toda una serie de políticas hostiles del pasado como Radio y TV Martí y los programas de corte injerencista y subversivo. No obstante, en poco tiempo se demostró cuanto se podía hacer en beneficio de ambos pueblos y por una cercanía más civilizada entre ambos países.
El último suspiro de una política fracasada
Las erráticas señales que emitió Donald Trump con respecto a Cuba, primero como candidato y luego como presidente de Estados Unidos, generaron durante varios meses incertidumbre sobre cuál sería el curso a seguir de la nueva administración republicana. El 16 de junio de 2017, durante un discurso en Miami, más parecido a un show televisivo que a un acto político, el nuevo inquilino de la Casa Blanca despejó la incógnita que aún podía existir en cuanto al rumbo que tomaría su administración con la Mayor de las Antillas. No obstante, la actual política de Estados Unidos hacia la Isla se da en un contexto que no favorece la sostenibilidad estratégica de las políticas fallidas del pasado.
Aunque existe una élite de poder de extrema derecha, encabezada por varios congresistas de origen cubano, que respaldan a Trump en el regreso a la clásica política de confrontación, el consenso dentro de la propia élite de poder de Estados Unidos y su aparato burocrático se inclina a continuar la apertura iniciada por Obama el 17 de diciembre del 2014. Por tanto, la política que está adoptando esta administración tiene grandes posibilidades de convertirse en el futuro en una anomalía coyuntural. Quizás Ben Rhodes, exasesor de Obama, utilizó la frase más exacta cuando expresó que el anuncio de Trump constituía el «último suspiro ilógico de una política estadounidense con un historial de 50 años de fracaso».
Más allá de un discurso que desde posiciones de fuerza pretendió fijar condicionamientos a Cuba, en la práctica, después del reality show en Miami, se continuó dando cumplimiento a una buena parte de los acuerdos bilaterales firmados en época de Obama, incluyendo los nuevos en el ámbito migratorio, lo que implicó la devolución de los cubanos que habían entrado ilegalmente al territorio estadounidense. Del mismo modo, las ligeras brechas al bloqueo en el plano comercial prosiguieron su curso, y algunos de los sectores de negocios que habían apostado por el mercado cubano —en especial la industria de los viajes, tanto compañías aéreas como de cruceros—, lejos de retroceder, continuaron ampliándose, incluso con viajes de delegaciones empresariales. Hubo también avances en el área marítimo-portuaria, con la firma de varios convenios con autoridades locales de importantes ciudades de aquella nación.
Los canales de comunicación entre ambos países tampoco fueron cortados. El 19 de septiembre, mientras el presidente norteamericano realizaba declaraciones ofensivas e injerencistas sobre nuestro país en su discurso en la ONU, tenía lugar en Washington la sexta reunión de la Comisión Bilateral Cuba-Estados Unidos, otra evidencia de las profundas contradicciones en que se desenvuelve la política de este Gobierno. La Comisión Bilateral es un instrumento creado durante el período de Obama para avanzar hacia la normalización, proceso que Trump había anunciado el 16 de junio, que estaba «cancelando».
Lo que sí se ha quedado muy claro en este tiempo es que el Presidente de Estados Unidos ha convertido a Cuba en una mera ficha de cambio para sus turbios manejos de política interna. Y en ello está la mano del senador Marco Rubio, con el cual al parecer el Presidente ha llegado a algún acuerdo, a cambio de su apoyo en el Comité de Inteligencia del Senado, donde su responsabilidad está siendo cuestionada en la investigación por la presunta injerencia rusa en la campaña electoral de 2016.
No hizo falta esperar a que la burocracia jugara su papel y se publicaran las nuevas regulaciones con las medidas anunciadas por el presidente el 16 de junio, se utilizó el subterfugio de los «incidentes sónicos» para acelerar la implementación práctica del retroceso de las relaciones bilaterales. El 29 de septiembre se conoció la decisión de Washington de reducir más de la mitad de su personal diplomático en Cuba, cancelar por «tiempo indefinido» la tramitación de visas, acompañado de una advertencia a los ciudadanos estadounidenses de los peligros que podían correr en caso de visitar la Isla. La primera reacción del senador Marco Rubio no fue de beneplácito, sino de inconformidad, consideran la medida como débil e inaceptable. En su criterio el Gobierno de Estados Unidos debía expulsar a funcionarios cubanos de la embajada en Washington. «Es vergonzoso que el Departamento de Estado retire a la mayoría de su personal de la embajada de EE. UU. en Cuba, pero Castro puede quedarse con los que quiera en EE.UU.», escribió en su cuenta de Twitter. Muy poco después, el 3 de octubre, la administración Trump, siguiendo esta «recomendación», ordenaba la reducción del personal diplomático cubano en Washington al mismo nivel del existente en La Habana.
La saga acústica terminó desinflándose hasta el nivel de lo ridículo. Como expresara el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, en conferencia de prensa en el National Press Club, Washington, el 2 de noviembre: «Si La Habana fuese un lugar realmente inseguro, no se habrían solicitado entre enero y octubre de 2017, 212 visas para familiares y amigos de los diplomáticos —se refiere a los estadounidenses— ni estos hubieran realizado más de 250 viajes de recreo fuera de la capital».
Finalmente fueron publicadas las nuevas regulaciones el pasado 8 de noviembre, emitidas por los Departamentos de Estado, del Tesoro y de Comercio. Estas confirmaron el serio daño que han sufrido las relaciones bilaterales. Otros nuevos zarpazos podrían producirse en los próximos meses con el ánimo de llevar el vínculo bilateral a un nivel mayor de deterioro.
La posición de Cuba ha sido ecuánime, inteligente y a la vez muy firme, respondiendo más a las acciones prácticas de Estados Unidos que a una retórica vacía y colérica, al tiempo que se ha dejado en todo momento una puerta abierta para continuar avanzando hacia la mejoría de los vínculos bilaterales. Una vez más ha brillado el liderazgo cubano y su diplomacia, encabezada por el General de Ejército Raúl Castro, Primer Secretario del Partido y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, ratificando la histórica y consecuente posición de la Isla en cuanto a disposición al diálogo y la negociación con Estados Unidos, siempre que sea sobre la base del respeto mutuo y sin la más mínima sombra que afecte la soberanía de la Isla, tanto en política interna como en el plano internacional.
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