Por Marcos Torres.
Hoy vengo sin mi clásico tono irónico. Me siento mal de espíritu. Me retuerce la conciencia pensar que hay gente que se aprovecha de su posición sobre otros para ampliar sus horizontes económicos. Pero con calma. No hablo de cualquiera. Hablo de oxiuros disfrazados y oportunistas que se esconden tras la huellas de un pasado incierto para montar sobre esto un gran circo mediático y para obtener prebendas tales como viajes, dinero, incluso seguidores (término tan llevado y traído en estos tiempos).
Reflexionando sobre la integridad moral, la ética, los principios y las convicciones me he dado cuenta de algo singular: para un hombre sin principios ni valores humanos, sólo hay dos alternativas posibles al final de su vida: la desidia y la humillación. El “oportunista” es traidor por naturaleza, pero al primero que traiciona es a sí mismo, cuando dice asumir una posición que no le corresponde para engañar y dividir, y así, aprovechando el más mínimo resquicio de ingenuidad del otro que cree en él como su camarada y compañero, se planta sobre él, como hiedra ponzoñosa y criminal, para erigirse luego en “mesías” de una “salvación universal” que ni el cree, ni a él le llega, porque además reza una frase que “Roma paga a sus traidores, pero los desprecia”. Así el oportunista vivirá despreciado por unos y odiado por otros, quizás en paz o no con su conciencia, pero eso ya no será importante porque la vida (y no precisamente nadie en particular), se encarga de poner a los hombres en su justo lugar, listos para ser juzgados por la historia o por las masas (que no es lo mismo, pero es igual).
Este “oportunista” está en todos lados y saber reconocerlo es una tarea fundamental en todo el que quiera realizar un proyecto político revolucionario, humanista, popular (Cuba ha tenido que enfrentar estas conductas durante años). Pero también de todo revolucionario partidario real de un proyecto renovador, puro y limpio, bajo la égida de que el camarada debe ser tan limpio y puro como uno mismo, como el proceso en sí, como la “estrella que ilumina y mata”.
Yo por mi parte, sigo además una máxima de nuestro Comandante en Jefe, que me hiciera llegar una mano amiga hace unos días en una conversación muy constructiva: “Los revolucionarios no pueden ser jamás amigos de los contrarrevolucionarios (…). La lealtad no existe y toda amistad es falsa sin moral ni convicciones revolucionarias, entre revolucionarios nada puede sustituir el vínculo de los principios”.
Esto he comprendido ha lo largo de mi corta vida, y que caiga yo inerme en este mismo instante sino he de cumplir conmigo mismo, con la Revolución, con Fidel, con mis padres, pero sobre todo con mi hijo…
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