Por Pol Alcozar
Terminado el proceso electoral y con la vista puesta en la conformación de la nueva representación parlamentaria que debe dar lugar a un nuevo gobierno, resulta un momento oportuno para reflexionar precisamente sobre las elecciones y el parlamentarismo.
Elecciones sin debate político y sin confrontación programática
Teóricamente, durante las elecciones, todos los partidos políticos, en igualdad de condiciones, presentan candidaturas que defienden programas electorales diferentes. Supuestamente, los partidos informan a la ciudadanía de sus programas y sus candidaturas durante la campaña electoral. Entonces, la ciudadanía vota en función de esta información y se obtienen unos resultados, de los que se deriva una representación proporcional en el parlamento, que es la institución soberana donde se toman las decisiones.
En la práctica, este esquema teórico tiene muy poco que ver con la realidad, de hecho, se opone completamente.
Para empezar, los partidos políticos no concurren a las elecciones en igualdad de condiciones. Sólo unos pocos partidos, los más grandes, tienen capacidad para hacer frente a la enorme gasto económico que suponen las campañas electorales. La mayor parte de estos grandes partidos financian sus campañas a través de créditos que la banca no concede a los pequeños partidos. Pero, además, como ha sido demostrado repetidamente en Cataluña, en España y en toda Europa, la mayor parte de estos grandes partidos se financian irregularmente, gracias a las donaciones ilegales que empresas privadas les facilitan a cambio de negocios futuros .
Dejando de lado esta evidencia, que con frecuencia se nos presenta como superflua, también es rotundamente falso que las campañas se presenten candidaturas con programas electorales diferentes. La triste realidad es que casi todos los programas electorales repiten consignas vacías de contenido y no oponen modelos muy diferentes de sociedad. Casi todos los partidos defienden un modelo económico liberal y se limitan a proponer diferencias completamente superficiales en el modelo de gestión. Incluso, los partidos que se definen por su antiliberalismo asumen a menudo en sus programas el marco económico vigente y se limitan a proponer medidas bienintencionadas que de manera obvia no pueden cambiar el sistema que combaten.
A medida que se han ido desarrollando los medios corporativos de comunicación de masas, estos han ido adquiriendo un papel determinante en todos los procesos electorales, ya que han acabado resultando la primera, quizás la única, fuente de información de la ciudadanía sobre la realidad. Debido a la absoluta hegemonía de la ideología liberal en los medios de comunicación y a la abierta dependencia de éstos con las corporaciones, su tarea real nunca ha sido informar a la ciudadanía, sino precisamente la contraria, mantenerla tan confundida como sea posible y hacer prevalecer sus intereses minoritarios.
Los ciclos electorales, con la ayuda activa de los medios corporativos, han ido degenerando hasta convertirse en espectáculos torpes donde la confrontación programática e ideológica ha sido sustituida gradualmente por la pasional confrontación identitaria, donde los discursos racionales han sido excluidos por las consignas fáciles, donde las posiciones colectivas han sido marginadas por los liderazgos carismáticos. De esta manera, las elecciones se han convertido en un triste espectáculo sin debate político, sin ninguna confrontación programática verdadero.
Parlamentos sin representatividad y sin soberanía
La perspectiva democrática no mejora si analizamos los fundamentos y la actividad de cualquier parlamento liberal. En primer lugar, partimos de un sistema electoral que nunca es directamente proporcional, sino que siempre está condicionado por factores no objetivos, como la ley de Hondt, la doble vuelta, el presidencialismo mayoritario o el equilibrio territorial, todos estos mecanismos meticulosamente diseñados para favorecer el voto conservador o impedir el ascenso del voto progresista.
En segundo lugar, los partidos que han llegado a tener representación parlamentaria deben adecuarse a un complejo sistema jurídico que les requiere un gran esfuerzo económico y humano, así como ejecutar una nutrida agenda institucional que reduce la mayor parte de su actividad al burocratismo.
Finalmente, como consecuencia de todo lo anterior, los parlamentos liberales no disponen de competencias reales para legislar en los aspectos fundamentales de la sociedad, ya hace tiempo que renunciaron al control de la economía y entregaron el poder real a la banca especulativa. En realidad, los parlamentos no tienen ninguna capacidad para contradecir los dictados de las fuerzas económicas, no son depositarios reales de la soberanía popular porque no tienen ni quieren tener ninguna capacidad de control sobre los medios de producción, de la riqueza o los flujos de capital. En definitiva, todo parlamento liberal, tal como dijo Marx, "no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa".
Prueba de ello, la tenemos en numerosos ejemplos recientes. En Cataluña, dos legislaturas con mayoría independentista en el Parlamento y un gran movimiento popular, no han servido para avanzar un ápice en la conquista de soberanía, ni para sacar adelante ninguna política con efectos reales sobre las personas. Se podría alegar que, al no disponer de un Estado propio, el Parlamento de Cataluña está desprovisto de competencias. Pero tampoco el Congreso de los Diputados, Parlamento de España, tiene competencia real en materia económica, como tampoco la tiene ningún parlamento de ningún país de la Unión Europea. La prueba más rotunda está en Grecia, donde la victoria de un partido anticapitalista que estaba dispuesto a salir de la Unión Europea para acabar con los recortes ha acabado siendo todo lo contrario: Syriza no ha hecho salir Grecia de la Unión Europea y ha terminado para impulsar medidas liberales posiblemente más reaccionarias y antisociales que las de gobiernos anteriores.
Se dice muy habitualmente que hoy las cosas se deciden en Europa. Pero de ser cierto, tampoco se deciden en el Parlamento Europeo, que ha convertido en un simple órgano ejecutor de los dictados de la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, ambas instituciones no representativas ni democráticas que tienen secuestrada la soberanía de los pueblos de Europa.
Y por si aún quedaba alguien que pensaba que el Congreso de EEUU y el gobierno de la Casablanca eran el verdadero gobierno del mundo, la fortuna nos ha obsequiado con el presidente Trump, venido a la historia para poner en evidencia que ni "el presidente de la nación más poderosa del planeta" pinta nada. Tampoco él puede devolver a EEUU al capitalismo rancio y conservador que representa, sin quedar como un payaso ante la mirada impasible de los nuevos gurús del "cripto-capitalismo especulativo" de Wall Street.
Volver a definir el ámbito de la lucha política
Para que toda esta farsa parlamentaria sea posible y distraiga realmente la energía de todas las personas que honestamente se implican en política para transformar positivamente la sociedad, los medios corporativos de corporación de masas llevan a cabo una tarea titánica. Consiguen filtrar y acondicionar toda la información que llega a las personas, hasta el punto de tener capacidad de hacer cambiar el posicionamiento de la mayoría de la ciudadanía sobre cualquier cuestión.
Así, desde la perspectiva revolucionaria, es ineludible una reflexión constante sobre el ámbito de la lucha política, que no es otra que la lucha ideológica. La participación de los movimientos revolucionarios en los procesos electorales no es cuestionable, es necesaria porque hay que aprovechar todos los procesos sociales donde poner al descubierto las contradicciones del capitalismo, porque hay que batallar en todos los frentes donde la lucha ideológica es posible. Sin embargo, nunca conviene olvidar la limitación inherente del marco electoral-parlamentario y esto conlleva contemplarlo sólo como un frente más, en ningún caso el central, de la actividad política. Menospreciar los otros ámbitos de lucha y, en especial, la lucha ideológica conlleva llegar a los escenarios electorales con inferioridad de condiciones, sin un proyecto sólido, con el ritmo cambiado, siguiendo la agenda del enemigo y aceptando siempre que él determine el campo de batalla, los temas y los términos de todos los debates.
Incidir en la lucha ideológica significa centrarse en la lucha comunicativa y organizativa de la clase trabajadora. Esto implica trabajar conscientemente en la construcción de canales y redes de comunicación alternativas a los medios corporativos de comunicación de masas. Esto supone conseguir hacer llegar a una mayoría de la clase trabajadora la información estratégica necesaria para la defensa de sus intereses. El objetivo final de la lucha ideológica revolucionaria no es otra que conseguir la confluencia de todos los frentes populares de lucha y resistencia contra el capitalismo en un único frente político y social que sea capaz de conquistar el poder del Estado y subvertir el sentido de su actual opresión de clase.
La comunicación y la organización son el reto más importante de las fuerzas revolucionarias hoy. Mientras tanto, continúa el intrascendente espectáculo electoral y parlamentario.
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