Por Toni Piñera
Como si viviéramos en una máquina del tiempo, una simple mirada a los Archivos de la otrora Escuela Gratuita de Dibujo y Pintura de La Habana —bautizada hacia 1832 con el nombre de San Alejandro, como homenaje al director de la Real Sociedad Económica, Alejandro Ramírez, también Intendente General de Hacienda, quien junto con el obispo habanero Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa habían fundado la Escuela—, nos regala antiguos materiales y emociones sin par.
En el registro de alumnos, libro primero (309), y con el expediente 167 se observa una inscripción: D. José Martí Pérez, natural de La Habana, de 14 años de edad. Ingresó en la clase de Dibujo Elemental en 15 de septiembre de 1867.
Si un nombre no podía faltar en este jolgorio por el Bicentenario de la Academia de Bellas Artes San Alejandro (1818-2018), es el de José Martí, nuestro Héroe Nacional. Con su fugaz paso por la Escuela dejó la luz de su existencia, la huella eterna de un hombre que es Patria, Arte, Cultura y todas las palabras que puedan esculpir lo grande. Él junto a otros, muchos, nombres indispensables, son cimientos que muestran, a la altura de dos siglos, una sólida obra levantada con amor.
Su presencia, que enorgullece a la Academia, llega en los trazos de un artista y profesor, José Miguel Pérez Hernández, quien dejó también sus marcas en San Alejandro, en la década de los 80 del pasado siglo. Desde que Martí salta en pintura y nos dice algo, vamos aprendiendo a conocerle. Cada generación ha dejado, en sus imágenes martianas, sus propias mitologías, mostrándonos, al mismo tiempo, la significación histórica asignada a los héroes nacionales. No deja entonces de ser un desafío, la responsabilidad de asumir estéticamente la figura y la memoria de un hombre cuya imagen se asocia siempre a las dimensiones humanas.
En esta colección de recuerdos titulada Martí en San Alejandro, abierta en la galería del centro bicentenario (calle 31 y 100, Marianao, La Habana), e integrada por 18 obras realizadas en acrílico sobre tela, desde 1999 hasta hoy, el artista levanta con emoción esta suerte de altar a un hombre inmenso, conjugando en cada una, a través del tiempo, hechos, momentos, palabras/adjetivos, poesía, símbolos, subrayando, con transparencias, el espíritu y el valor que nos dejó como legado. En las obras que viene realizando desde hace mucho tiempo, se observa un método que le permite trabajar sobre la tela disfrutando con la aplicación de la materia; la libertad la guía en el encuentro de la mancha y en la distribución de luces y sombras. De esa manera intuitiva y al mismo tiempo laboriosa, encontró el camino para ocupar con la razón los espacios espontáneos que tiene la creación artística.
Recuerdos en el tiempo
En el tiempo, José Miguel Pérez ha dibujado/pintado al Apóstol, y ha dejado huellas de su creación artística que ha sido recogida en el sentir/palabras de destacados críticos, profesores y artistas. Recordemos algunas de ellas esculpidas desde las palabras.
“La personalidad de José Miguel nos lleva a la importancia de sus temas, ricas motivaciones de las cuales parte y de donde, tomando los elementos de la vida y el entorno, nos propone una solución expresiva. No va, en realidad, a lo trágico y terrible, como en Goya, más bien en ella está la parte amable de la vida cotidiana, a lo Matisse o a lo Chagall. En sus obras, las figuraciones que su elaboración muy personal, presenta, se sitúan en un espacio muy cuidadosamente pensado, de modo que los elementos compositivos van bien relacionados y balanceados, y en el que predomina un dibujo preciso, colores más bien relajados en las grandes zonas para dar base a detalles de color puro cuando punto de interés; las figuras son enmarcadas con trazos gestuales que las apoyan y estas a su vez son un elemento expresivo en el lenguaje de su propuesta”. Adigio Benítez.
“En los cuadros de José Miguel hay preponderantemente una alegre fuerza vital que se propone darnos la naturaleza a manos llenas, pero no con esa regularidad que llamaríamos realismo, sino a la manera de un surtidor que quiere convertirlo todo en pintura. De ahí su factura, sus colores, su luz.
Todo tiene el tiempo de lo inmediato. Sus composiciones se apartan de toda complejidad, se resuelven en pocas direcciones. El espacio se reduce, las imágenes pasan a un primer plano, como para estar más cerca de nosotros. Y cuando estamos con ella, parece como si estuviera esperándonos con una sonrisa en los labios. Son como saludos, palabras amistosas, un canto magnífico y se agradecen…”. Profesor Antonio Alejo
Escribiendo acerca de una muestra de imágenes del Apóstol, el crítico, especialista y profesor, Rafael Acosta de Arriba recordó: “(…) En esta colección está la inocencia, la tristeza húmeda, el soñador, la firmeza y la resolución, el oceánico Martí. Cada rostro me deparaba una sensación diferente. Ese día salí con la certidumbre de que la muestra poseía un valor artístico, rebasaba la simple composición del dibujo, la reverencial actitud del artista. Era otro Martí, el Martí de José Miguel…”.
Y es que José Miguel Pérez imagina a Martí de muchas formas, pero siempre encuentra al ser humano que enfrentó, en su corta y fructífera existencia, una inmensa carga de obstáculos que venció sin perder nunca la fe en la victoria, sin perder la ternura y el amor en sus muchas dimensiones. A esa fibra martiana es la que hace alusión con su pintura. Por eso la envuelve de color, flores, fauna… Pues, él es consciente que la realidad estética y humana de Martí, en pintura, no puede definirse por la apariencia visible-fotográfica, sino por la equivalencia a sus caracteres vitales, y sobre todo, por la sinceridad puesta en la obra del creador.
Honrar, honra. Aunque tienen, eso sí, una condición: no es posible recrear la presencia de un hombre sin sentirla antes. Mágica operación donde revela códigos de su existencia, tratados en sutiles composiciones. En otras está su sentir, piel adentro: Como patria, Cuba y la noche. Esa que nos recuerda el sufrimiento de Martí en la lejanía, cuando angustiado por no estar en su Isla amada físicamente, luchando por ella, podía “tocarla” en los sueños; o lo envuelve en nuestra bandera porque él es Patria… En estos “misterios” artísticos regresa ahora el Apóstol, transformado en cada gesto/trazo de las pinturas, surgiendo entre formas, tonalidades, como canto íntimo, como monte entre los montes, sin dejar de ser lo que representa para todos nosotros.
(Pensando Américas-CubaSí)
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