Gustavo Petro. Foto: EFE / Archivo de Cubadebate |
Por
Adel Pereira.
Presidente
de la Asociación deCubanos en Cataluña José Martí
"En muchos de los escenarios de análisis en los que se
decía que éramos nosotros los que teníamos un techo, resulta que es al revés...
Somos nosotros, las fuerzas libres de la ciudadanía las que no parecen tener
techo. Vamos avanzando con paso firme, constante, siempre adelante. Pueden
ustedes tener la certeza que vamos a vencer; que se puede cambiar la historia
de Colombia"... Con estas palabras comenzó Gustavo Petro (Colombia Humana)
su intervención, tras conocerse que pasaría a la segunda vuelta. Un hecho
inédito y sin precedentes en la historia política colombiana.
El candidato de la izquierda, ex-guerrillero del entonces
M-19, con el 25,09% de los votos, por primera vez, pasa a disputar la
presidencia del país andino frente al candidato de Centro Democrático, Iván
Duque, uribista de extrema derecha, ganador de la primera etapa con el 39,1%.
No hay duda de que Colombia experimenta un movimiento telúrico importante en su
realpolitik. La jornada a las presidenciales del pasado 27 de mayo, en ese
país, nos ha dejado un resultado que pone al descubierto la polarización que
vive la sociedad colombiana.
Cierto es que el candidato de centro, Sergio Fajardo
(Compromiso Ciudadano), estuvo todo el tiempo pisándole los talones a Petro, y
acabó con un 23,7%; y cierto también que entre ambos candidatos (Petro y
Fajardo) suman más votos y porcentaje que Iván Duque si habláramos en términos
de tacticismos parlamentaristas, pero en este caso no se trata de una simple
cuestión de matemáticas entre fuerzas políticas que podrían confluir, sino de
un proceso mucho más complejo.
Lo que sí es indiscutible es que colombianos y colombianas
han vivido el pasado domingo una jornada electoral insólita, con una participación
del 53,38%, la más alta de su historia, y que abre la puerta a una nueva etapa
que rompe con la tradición política del país. "Ya Colombia no se divide en
aquellas dos fuerzas tradicionales, ya Colombia no cayó en ese unanimismo, de
un pensamiento único, somos plurales, somos diversos...", recordaba en su
discurso Petro haciendo alusión a candidaturas representadas por personas con
un origen que nada tiene que ver con la élite y la tradición política. Y es
que, ciertamente, Colombia está pasando por un momento donde confluyen varios
procesos que convulsionan la sinergia política establecida y que la empujan
hacia una regeneración democrática, pese a las reticencias todavía existentes;
un proceso que quiere superar un pasado de corrupción, autoritarismo y
violencia extrema que aun está presente en la realidad que vive esta sociedad.
Los asesinatos a líderes sociales, por ejemplo, están a la orden del día. Ante
una respuesta de las autoridades que ha tratado de eludir su sistematicidad y
ha catalogado muchos de ellos como “líos de faldas”, y con el apoyo de algunos
medios, acaban siendo naturalizados, aceptados o ignorados, ya que se trata del
día a día para colombianos y colombianas. Por tanto no hay que perder de vista
el papel que juega en ese sentido el candidato uribista y la importancia que
tiene Gustavo Petro como la opción de futuro para Colombia.
Entonces, estamos ante un escenario de polarización que, en
un momento u otro, se iba a dar por razones de carácter natural. De aquí el
estremecimiento que significa el hecho de que Gustavo Petro sea la figura que
rivalice frente a la postura belicista, el retroceso y el obstáculo que
representa, para la implementación de los acuerdos de paz, la figura de Iván
Duque. Pero éste es un duelo que va más allá de eso. Se trata de "dos
caminos que en cierta forma marcan dos grandes derroteros históricos en
Colombia (...) ¿Volvemos a la constitución de 1886? ¿Volvemos a pensar que es
sobre la base de eliminar derechos, libertades, justicia, que podemos realmente
solucionar los problemas que aquejan hoy a la sociedad colombiana? (...)
Nuestros casi cinco millones de votos hoy, son los votos de una juventud, son
los votos de unos sectores excluidos a lo largo y ancho de Colombia que han
querido irrumpir y decir: aquí estamos presentes, nosotros también contamos,
nosotros también queremos decidir sobre Colombia...", recalcaba en su
intervención Petro, reivindicando la constitución de 1991, (una de las más
completas del mundo en temas de derechos humanos, y en la que tuvieron un papel
fundamental los desmovilizados de los grupos guerrilleros: M-19, EPL y Quintín
Lame). Un discurso lejos de la grandilocuencia y de los conceptos abstractos,
lejos del populismo simplista y del chovinismo. Un discurso con profundidad,
lleno de cosas concretas, cargado de visión de país, de proyecto de
(re)construcción social, de sentido de Estado, lleno de esperanza y optimismo,
pero con los pies en la tierra que pisa, consciente del momento histórico y de
la calidad de una sociedad con grandes heridas por curar. En una frase: con
conocimiento de causa.
Pero la colombiana es una sociedad tremendamente compleja,
traspasada por el dolor, el duelo, la desestructuración, es una sociedad
sesgada, estratificada, de mucha desigualdad, con un alto nivel de
individualismo y de alienación, donde la violencia y el miedo están muy
enraizados en el cuerpo y la mente de colombianos y colombianas. Por tanto, si
bien Petro es lo mejor que le podría pasar a Colombia en estos momentos, para
salir adelante, para avanzar y crecer, para superarse y lograr una verdadera
transformación social en favor del bienestar de las mayorías, no está nada
garantizado que opten por este camino. No hay que perder de vista el radio de
acción y la efectividad de las fuerzas oscuras que operan a la par de toda
síntesis positiva. Vale recordar, por citar un caso, el revés que sufrió el
acuerdo de paz con el triunfo del No en el plebiscito de refrendación
ciudadana, en octubre de 2016.
De hecho, nada será fácil para el candidato de la izquierda
progresista, convencer e ilusionar al resto de la ciudadanía que votaron por
otras opciones políticas. Ambos candidatos saben que tienen que saber seducir a
los votantes de centro, a los abstencionistas y al voto en blanco, e incluso a
los de la derecha. En este sentido hay que observar la peculiaridad de una
derecha dividida y enfrentada, cuyo sector anti-uribista puede abrir la puerta
a una paradoja. Así como la izquierda, en otras ocasiones, ha tenido que pedir
el voto para la derecha con tal de impedir un gobierno de la extrema derecha,
que hoy representa Duque, ahora es esta derecha que se verá en la disyuntiva de
tener que mojarse por un gobierno del izquierdista Gustavo Petro, si no quieren
ver en riesgo, o perdida, su capacidad de maniobra. Y aquí tienen un dilema
importante, ya que Petro encarna un cambio de políticas que afectarían mucho
sus intereses, ligados a los oligopolios foráneos, que someten al país a una
economía extractivista, eje estratégico fundamental en el programa que Petro quiere
desplegar, para revertirla en favor de una economía productivista. Esto
representa un choque frontal a la acción de muchas empresas extranjeras que se
benefician del expolio de grandes y variados recursos naturales yacentes en el
país. Sin hablar ya del interés geoestratégico que representa Colombia para
EEUU en la región. Sería una ironía de dimensiones espectaculares que,
justamente cuando EEUU redirige su mirada hacia Latinoamérica para
desestabilizar los gobiernos de izquierda progresista, les surja una Colombia,
recién ingresada en la OTAN, en esa línea.
El panorama dibuja un escenario tan interesante como de
infarto. Tres semanas en un país como Colombia es tiempo suficiente para que
pueda pasar de todo. Desde lo más inverosímil hasta lo que ya alguna vez pasó.
Cualquier pronóstico o vaticinio sería mera especulación, realmente. Colombia
está a un paso de retroceder enormemente, estar peor de lo que está ahora
mismo, o de dar un salto hacia su bienestar y desarrollo, hacia una sanación,
hacia una transformación sin precedentes, en un momento en el que a nadie se le
hubiese ocurrido apostar porque algo así pudiese ocurrir en ese país. Mucho
tienen colombianos y colombianas a lo qué sobreponerse; y un reto descomunal se
le plantea a Gustavo Petro por delante, éstos días, ante una maquinaria que no
dudará ni un segundo en atacar a fondo para hundirlo, como ya se vio durante la
jornada de campaña electoral, y dejarlo engullido por la satanización
"Castro-Chavista", que sin duda es una munición cuya efectividad el uribismo
sabe utilizar muy bien.
Pero hay razones y motivos para la esperanza. Sin duda,
Petro ha dado muestras durante todos estos años de carrera política, habituado
a la confrontación y al linchamiento, de que es un dinosaurio político que ha salido
reforzado y curtido de cada batalla. Preparado, sereno, conocedor profundo de
su realidad e identificado con ella, de mirada y palabra honesta, y con
capacidad para manejar situaciones complejas en circunstancias adversas.
"Pueden ustedes tener la certeza que vamos a vencer...", dijo.
El 17 de junio veremos si su proyecto de país logra
configurar alianzas c0n las fuerzas políticas anti-uribistas, pero sobre todo
si llega a despertar la ilusión de la mayoría de los votantes, y encontrarnos
con una Colombia que sorprenda de esta forma al mundo y a las leyes teóricas de
las ciencias sociales.
Por lo pronto, una cosa sí se puede asegurar: Petro y
la izquierda colombiana han hecho historia. Nunca un candidato de las fuerzas
izquierdistas había llegado tan cerca de la presidencia de Colombia. Nunca antes
había podido ser tan posible.
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