Tomado del Portal CubaSí
Por Nicanor León Cotayo
Sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, los propagandistas de Estados Unidos se esmeraron en presentarlo como una suerte de Paraíso anclado en la Tierra.
Esa alucinación ha sido dirigida contra quienes valoran como enemigos, hacia todo el que no se ajustara a sus dictados y para encandilar a millones de personas en el mundo.
En ese contexto, desde hace más de 50 años la han empleado contra Cuba, en un multiplicado esfuerzo por contraponer supuestas bondades de un modo de vida a la nación por ellos bloqueada.
Pero en 2007 explotó un globo hipotecario que sacudió a Estados Unidos, señal de partida de la crisis global capitalista que luego se extendió al resto del planeta, peor que la debacle de 1929.
Desde entonces, agudas contradicciones presentes en aquella sociedad se fueron exacerbando gradualmente, hasta hoy, cuando exhiben un panorama francamente oscuro.
Lo avalan estudios académicos, trabajos periodísticos, encuestas de opinión pública, declaraciones de figuras políticas, de premios Nobel de Economía y, sobre todo, la realidad concreta.
The New York Times comentó el pasado 19 de julio que desde principios de 2007 hasta inicios de 2012, unos 4 millones de familias perdieron sus viviendas en Estados Unidos.
Solo en los primeros 12 meses de aquel período, 2 millones 200 mil deudores de hipotecas no pudieron salvar sus departamentos o casas, y un millón corrió igual suerte tres años después.
Estadísticas revelan que entonces ya había un niño de cada 45, formando parte de los «sin techo» en el país, algo muy incómodo para la nación más poderosa del mundo.
Observadores puntualizaron que esos infantes pasan hambre y son más propensos a contraer infecciones respiratorias y digestivas, asma, tuberculosis y otras enfermedades.
Sus familiares deben estar entre los 47 millones de personas que, según recordó esta semana AP, vivieron allí el año pasado por debajo del umbral de pobreza, cifra también pronosticada para los próximos dos años.
Esa misma fuente aseguró que muchos electores norteamericanos han perdido la fe en sus políticos, en tanto miles de trabajadores lanzados a la calle ya renunciaron a seguir buscando empleo y sobreviven gracias a cupones alimenticios para menesterosos.
A esto podría añadirse, entre otras calamidades, la cada vez peor situación de la asistencia médica y de las escuelas públicas, víctimas en plantilla de los recortes presupuestarios.
No es fácil la misión de sus propagandistas cuando deben escribir o amplificar discursos donde se continúe hablando sobre la democracia y los valores de sus gobernantes.
O cuando como en días recientes ordenan a sus aliados exigir aún más sanciones contra Siria para lograr allí un orden democrático, o cuando exigen a Venezuela o China respecto a los derechos humanos.
Si existiese ética, las autoridades de Washington comenzarían por arreglar su muy desordenada casa antes de salir por el mundo impartiendo lecciones de comportamiento.
El muy intrincado escenario doméstico y su actuación como los bárbaros del Norte en el plano externo, así lo aconsejan al otro Estados Unidos, o sea, al decente, culto y razonable.
Esa alucinación ha sido dirigida contra quienes valoran como enemigos, hacia todo el que no se ajustara a sus dictados y para encandilar a millones de personas en el mundo.
En ese contexto, desde hace más de 50 años la han empleado contra Cuba, en un multiplicado esfuerzo por contraponer supuestas bondades de un modo de vida a la nación por ellos bloqueada.
Pero en 2007 explotó un globo hipotecario que sacudió a Estados Unidos, señal de partida de la crisis global capitalista que luego se extendió al resto del planeta, peor que la debacle de 1929.
Desde entonces, agudas contradicciones presentes en aquella sociedad se fueron exacerbando gradualmente, hasta hoy, cuando exhiben un panorama francamente oscuro.
Lo avalan estudios académicos, trabajos periodísticos, encuestas de opinión pública, declaraciones de figuras políticas, de premios Nobel de Economía y, sobre todo, la realidad concreta.
The New York Times comentó el pasado 19 de julio que desde principios de 2007 hasta inicios de 2012, unos 4 millones de familias perdieron sus viviendas en Estados Unidos.
Solo en los primeros 12 meses de aquel período, 2 millones 200 mil deudores de hipotecas no pudieron salvar sus departamentos o casas, y un millón corrió igual suerte tres años después.
Estadísticas revelan que entonces ya había un niño de cada 45, formando parte de los «sin techo» en el país, algo muy incómodo para la nación más poderosa del mundo.
Observadores puntualizaron que esos infantes pasan hambre y son más propensos a contraer infecciones respiratorias y digestivas, asma, tuberculosis y otras enfermedades.
Sus familiares deben estar entre los 47 millones de personas que, según recordó esta semana AP, vivieron allí el año pasado por debajo del umbral de pobreza, cifra también pronosticada para los próximos dos años.
Esa misma fuente aseguró que muchos electores norteamericanos han perdido la fe en sus políticos, en tanto miles de trabajadores lanzados a la calle ya renunciaron a seguir buscando empleo y sobreviven gracias a cupones alimenticios para menesterosos.
A esto podría añadirse, entre otras calamidades, la cada vez peor situación de la asistencia médica y de las escuelas públicas, víctimas en plantilla de los recortes presupuestarios.
No es fácil la misión de sus propagandistas cuando deben escribir o amplificar discursos donde se continúe hablando sobre la democracia y los valores de sus gobernantes.
O cuando como en días recientes ordenan a sus aliados exigir aún más sanciones contra Siria para lograr allí un orden democrático, o cuando exigen a Venezuela o China respecto a los derechos humanos.
Si existiese ética, las autoridades de Washington comenzarían por arreglar su muy desordenada casa antes de salir por el mundo impartiendo lecciones de comportamiento.
El muy intrincado escenario doméstico y su actuación como los bárbaros del Norte en el plano externo, así lo aconsejan al otro Estados Unidos, o sea, al decente, culto y razonable.
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