jueves, 1 de diciembre de 2016

El corazón de un país #HastaSiempreComandante

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Tomado de Santiago Arde
PoLeticia Martínez Hernández.

Cuando crees que respondiste las preguntas más difíciles, ella te lanza otra, la más terrible: “¿Mamá, que hay en esa cajita?”. El corazón de un país, mi niña, le respondo con inmensas ganas de llorar. Ella se acerca, me abraza. Sabe que algo feo pasa, porque se supone que los padres no lloren.
No hablé más, pero quise decirle que ahí va Fidel, que esas son sus cenizas, que esa es su bandera y su pueblo; que su familia está destruida; que el rostro de Dalia, su esposa, es el rostro del dolor más hondo; y que el saludo marcial de Raúl al despedirlo es el compromiso en estado puro.
Quise explicarle que el Comandante en Jefe de la Revolución regresa a Santiago de Cuba por la mismísima columna vertebral de la nación, que regresa victorioso, escoltado de nuevo por palomas; quise anunciarle que se reunirá con Martí, con Maceo, con Céspedes, con su queridísimo Frank…
Quise contarle que Cuba lleva cuatro días llorando, con banderas a media asta y un silencio ensordecedor; que sus hijos se niegan a decirle adiós y lo asumen eterno; que más de un millón de agradecidos se reunieron en la Plaza de la Revolución, la Plaza de Fidel, ahí donde tantas veces nos convocó. Quise darle detalles de la noche anterior, cuando ella dormía tranquila y la Plaza se convirtió en una inmensa torre de Babel, donde se escuchó ¡gracias, Fidel! en todos los idiomas.
Hubiera querido hablarle de su isla, esta isla minúscula y bendecida que parió hombres colosales como Martí y Fidel, hombres que se dieron por entero a la Patria, que situaron a este país en la órbita latinoamericana y mundial, que amaron un ideal y se fueron a pelear por él, que sufrieron todo tipo de injurias, que fueron y son amados.
Quise decirle que vive en un país inmenso, que es parte de un pueblo hermoso, un pueblo agradecido que llora y se crece, que no olvida, que cumple sus promesas y que seguirá, como terco Granma, sobreviviendo a todas las olas.
Quise hablarle de mi confianza en que la muerte de Fidel es impulso, es convocatoria a seguir construyendo lo extraordinario, a juntarnos todos en un abrazo por encima de las diferencias, a concentrarnos en lo que verdaderamente importa y decide.

Quise decirle muchas cosas que he dejado en pausa para cuando acumule más años. Por lo pronto sabe que un corazón va recorriendo Cuba de una punta a la otra. Y una niña de cinco años bien conoce que sin corazón no es posible la vida, que palpita en medio del pecho, que basta poner la mano para sentirlo y que de él emana lo mejor. No sabrá qué son las cenizas de un ser humano, pero sabe que su país sigue con vida.

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