Suman 80 la cantidad de muertos, bajo los números de la Fiscalía venezolana, tras las manifestaciones violentas iniciadas en el mes de abril. | Foto: Reuters |
Por Juan Carlos Monedero
Nunca escarmentamos en cabeza ajena. Quizá por eso los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Ya en el siglo XVI se preguntó un joven francés por qué los pobres escogen a sus verdugos. Le echó la culpa a la rutina. En Venezuela rompe la rutina un helicóptero robado y piloteado por un golpista que dispara contra el Tribunal Supremo de Justicia, unos opositores que prenden fuego vivo a un chavista, gente que odia tanto a Maduro que disparan desde las ventanas de los barrios caros y matan a los suyos.
Cuando
Ulises y su tripulación llegaron a la isla de la hechicera Calipso, el problema
no fue la hermosura del paisaje o la suculencia de los manjares, sino que la
búsqueda de la patria había sido derrotada por la desmemoria. La maldición del
olvido detiene el viaje. Sin memoria no hay proyecto y sin historia la nave se
queda parada en un lugar sin gloria. En Venezuela llevan más de diez años
repitiendo un manual de guerra escrito en las cancillerías imperiales.
Ocurrió
en España en julio de 1936, cuando las potencias occidentales decidieron
abandonar a la II República argumentando que se había escorado a la izquierda.
Ocurrió en septiembre de 1973, cuando las democracias occidentales decidieron
abandonar al Chile de Allende y el Frente Popular porque la Guerra Fría dictaba
sus claves. Lleva pasando en Venezuela desde diciembre de 1998 cuando Hugo
Chávez rompió la maldición que condenaba a la soledad a Venezuela y a América
Latina y el “mundo libre” entendió que la libertad no se comparte con las
mayorías.
El
modelo neoliberal no aguanta. Por eso cada vez está más violento. Y por eso las
victorias cada vez son más luminosas.
Ahí está
Lenín Moreno en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Ahí está Jeremy Corbyn en
Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Podemos en España, como señales
que avanzan frente a la decadencia de Theresa May, la insania de Donald Trump o
la corrupción de Mariano Rajoy. Ahí están igualmente los pueblos alzados de
América Latina enfrentados al corrupto Temer en Brasil, al envilecido Macri en
Argentina, al peluche Peña Nieto en México o al mentiroso de Santos en
Colombia. Y también están en las calles de Santiago defendiendo el Frente
Amplio o en las calles de Caracas sosteniendo el gobierno de Nicolás Maduro
porque saben que los corsarios de la oposición vienen con el cuchillo en la
boca y pasaporte norteamericano.
En
Caracas hay un choque de legitimidades: el Legislativo no reconoce al
Ejecutivo, y el Ejecutivo busca salidas que todavía tiene que explicar mejor.
También en España hay un choque de legitimidades. El gobierno catalán no
reconoce la Constitución española ni las órdenes emanadas del gobierno. El
gobierno de Rajoy apela a la ley en España. Calla sin embargo cuando la
oposición comete actos de terrorismo en Venezuela. La oposición venezolana está
buscando un golpe de Estado como en España en el 36, en Chile en el 75, en
Venezuela en 2002. ¿Por qué calla la OEA? ¿Por qué calla Estados Unidos? ¿Por
qué calla España? Solo hay una explicación: tienen una comunidad de intereses
con los terroristas venezolanos. Es impensable que en España alguien contrario
al gobierno robara un helicóptero y lanzara granadas y disparara contra
instituciones del Estado. Sería señalado como un intento de golpe de Estado y
como un acto de terrorismo. La Unión Europea se pronunciaría. Las policías se
pondrían en alerta para detener a los terroristas. Pero Almagro calla, Rajoy
calla, Trump calla. ¿Qué comparten con los golpistas?
Primero
se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío no dije nada… Así explicó
el clérigo Martin Niemöller el nazismo. Cuando se dieron cuenta era demasiado
tarde. Cualquier demócrata que calle ante lo que está sucediendo en Venezuela
está comportándose como aquellos temerosos alemanes.
Sólo hay
una solución en Venezuela: paz, diálogo y respeto a la ley. Y los opositores
que están anegando una salida, que no son todos los que se sienten contrarios
al gobierno de Maduro, debieran saber que en ningún lugar del mundo pueden
tener favor ni apoyo. Cada vez que un gobierno recibe a golpistas, cada vez que
un gobierno silencia actos terroristas, cada vez que una democracia mira para
otro lado ante actos contrarios a la democracia, cada vez que toleramos en
Venezuela la quema de instituciones, la violencia callejera, los asesinatos, el
asaltos a instalaciones militares, el desconocimiento de las leyes, nos estamos
haciendo un enorme daño a nosotros mismos. Es legítima y necesaria la oposición
a cualquier gobierno. Pero cuesta demasiado levantar una democracia para no
darnos cuenta de que hay en marcha un intento claro de tumbarla en Venezuela. Y
si cae Venezuela, los autoritarios de siempre en América Latina creerán que les
ha llegado la hora de la venganza.
Ha
pasado en muchos otros lugares en muchos momentos de la historia. Hay gente en
Venezuela que quiere salir del gobierno de Maduro con un golpe de estado, con
una guerra civil como en Libia o en Siria, con una golpe parlamentario como en
Brasil. Es momento de que cada demócrata del mundo deje claro que eso no puede
ocurrir con su silencio.
* Politólogo. Miembro de Podemos, España.
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