En 1986, Carl Gershman,
primer presidente del organismo, reconoció que hubiera sido “terrible” para los
grupos democráticos presentarse como financiados por la central, por ello
formaron una fundación.
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Por Gorka Castillo, corresponsal en España.
En 1986, Carl Gershman, primer presidente
del organismo, reconoció que hubiera sido “terrible” para los grupos
democráticos presentarse como financiados por la central, por ello formaron una
fundación.
Unidad de Investigación
La estrategia de intervención usada en
Ecuador no sería configurar un golpe de Estado, sino implementar una campaña
permanente en contra del gobierno. Esa fue una de las percepciones del
asambleísta por Alianza País, Diego Vintimilla, el miércoles pasado durante una
entrevista en Radio Pública.
El legislador considera que el método no es
desacreditar una determinada ideología, sino la ética de quienes administran la
cosa pública: “La deshonra no va por el tema político. Lo que se disputa es el
sentido ético de quienes proponemos una alternativa”.
En ese sentido, Vintimilla advierte que la
“mayor sorpresa” será cuando se conozcan nexos con funcionarios públicos
“porque la CIA no solo se infiltra en la oposición, sino que busca ingresar al
Gobierno y no me asombraría que salgan nombres de personas que hayan hecho un
buen papel y tengan una valoración política positiva”. Esto en relación con las
revelaciones hechas por Telesur y EL TELÉGRAFO sobre las supuestas
vinculaciones de periodistas, políticos y militares con una red dirigida por la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos (EE.UU.).
Recordó que la CIA dividió el Partido
Comunista en 1963, por lo que cree que “por ahí está el tema más complicado” y
considera que la sociedad civil debe estar atenta. En esto coincide el
especialista de la Flacso en temas de seguridad, Gabriel Orozco, quien también
participó de la entrevista.
El catedrático cree que es necesario que la
ciudadanía profundice el sentido de la autonomía y la libertad en el acceso a sus
derechos para que identifiquen lo que les conviene. Orozco se refirió a la
política exterior de los EE.UU. que, aunque ha cambiado en los últimos años,
históricamente ha sido intervencionista en América Latina y “se mueve con una
maquinaria que no depende de un presidente”.
Para el experto está compuesta
fundamentalmente por el complejo militar industrial del cual forma parte la
CIA; la influencia en el congreso (de EE. UU.) por parte de los loobystas
y de los grandes consorcios económicos como la industria de compuestos químicos
para la lucha contra el narcotráfico. Entonces, en la actualidad -complementó
Vintimilla- hay 2 matrices de intervención: el terrorismo en Medio Oriente y el
narcotráfico en América Latina que se basan en la injerencia de determinados
escenarios o en la construcción de otros.
Para ello -según los entrevistados- se ha
aplicado la penetración cultural que establece pautas de conducta, las cuales
buscan interiorizar patrones dentro de los ciudadanos, incidiendo en lo que
consumimos: películas, libros y música. Industrias culturales
Las potencias mundiales, no solo EE.UU.,
aprovecharían la llamada “globalización 5.0” de la Web que serviría para
amplificar valores. “Ahí es donde efectivamente está la guerra por los
corazones y las mentes de los ciudadanos (…) por eso EE.UU. tiene
tanto éxito y muchos gobiernos no han entendido que allí es donde
hay que reforzar, justo en los aspectos de la cultura”.
Para afianzar esta intromisión desde los
actores sociales al interior de las naciones, la CIA estructuró
organismos como la Fundación Nacional para la Democracia (NED) y la Usaid. Así
lo corrobora el diario estadounidense The New York Times en 1997: “se creó (la
NED) para llevar a cabo públicamente lo que ha hecho subrepticiamente la CIA durante
decenios. Gasta $ 30 millones al año para apoyar a partidos políticos,
sindicatos, movimientos disidentes y medios informativos en docenas de países”.
Carl Gershman, primer presidente de la
entidad, explicó en junio de 1986, 2 años después de su creación, que la
organización se constituyó porque “sería terrible para los grupos democráticos
del mundo presentarse como financiados por la CIA. Vimos esto en los años 60 y
por eso pusimos fin a ello. Es porque no podíamos seguir haciéndolo por lo que
se creó (la NED)”.
El año pasado, esa fundación invirtió más
de un millón de dólares (ver gráfico) en Ecuador para proyectos de
comunicación, sindicalismo y procesos electorales. En su página web expresan
que el país ha experimentado un “deterioro democrático” y critican el gobierno
de Rafael Correa que -en su opinión- ha incrementado la censura y el control de
los medios, el sistema judicial y ha impuesto limitaciones a las organizaciones
de la sociedad civil, por lo que “los subsidios de la NED promueven el debate
democrático sobre política”. (I)
España tiene una relación de amor y odio con
la CIA
En la séptima planta del edificio de la
Embajada estadounidense, en el número 75 de la madrileña calle de Serrano, se
encuentra la base del espionaje norteamericano en España. No es ningún secreto.
En sus oficinas, orientadas hacia la Plaza de Colón, trabajan una veintena de
agentes de la CIA en buena sintonía con el servicio secreto español, el Centro
Nacional de Inteligencia (CNI).
Quienes han visitado esos despachos
aseguran que son departamentos modestos y discretos, incluso un tanto anodinos.
Quizá el motivo sea que la esencia del misterio está oculta entre la sencillez.
Desde esas instalaciones, la CIA ha jugado un destacado papel en la historia
reciente del país: desde la creación de sus bases militares en Morón de la
Frontera y Rota, en Andalucía, durante la dictadura franquista, a la lucha
contra el yihadismo radical, especialmente a partir del descubrimiento de que
uno de los suicidas de las Torres Gemelas de Nueva York, Mohamed Atta, perfiló
los detalles del brutal atentado en territorio español. Según destaca el
periodista Alfredo Grimaldos en su libro “La CIA en España: espionaje, intrigas
y política al servicio de Washington”, la agencia estadounidense también cuenta
con una de las redes de colaboradores más numerosa de Europa.
Obviamente, el número es otro misterio
inescrutable pero no así su actividad. Estos confidentes informan puntualmente
sobre actividades económicas y tecnológicas excepcionales y, sobre todo,
aportan datos sobre organizaciones musulmanas sospechosas de fomentar el
activismo extremista en España, un país que el Estado Islámico ha colocado
entre sus objetivos prioritarios al considerarlo parte del Califato que el
cristianismo arrebató hace 13 siglos a los musulmanes. Luego está el escándalo
del espionaje de los satélites de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)
destapado en 2013 que el gobierno de Mariano Rajoy solventó con negativas nada
convincentes.
Precisamente, uno de los hombres más
buscados del mundo, Edward Snowden, el exempleado de la NSA que desveló los
programas informáticos que su país ha preparado para espiar a ciudadanos de
todo el mundo, contradijo la versión oficial en una entrevista emitida en
exclusiva por un canal privado de televisión español el pasado mes de marzo.
Snowden confirmó la fluida relación existente entre los servicios secretos de
ambos países, aseguró que “no puedes espiar a España sin que España esté al
corriente.
Si el CNI fuera honesto admitiría que están
almacenando información de toda la ciudadanía por si la necesitan más adelante.
El Gobierno español colaboró con EE.UU. en algunas áreas de espionaje, aunque no en
todas”. Y más adelante sentencia con una frase lapidaria: “España no puede
decir que no espía de forma masiva e indiscriminada en colaboración con EE.UU., porque es
falso”.
Estas acusaciones han quedado varadas en un
limbo que el vacío de gobierno existente ha contribuido a silenciar. No sucedió
lo mismo con los vuelos secretos organizados por la Agencia Central de
Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) de EE.UU. entre 2003
y 2005 para trasladar a sospechosos de terrorismo desde Afganistán a centros de
reclusión secretos para someterlos a terribles torturas.
España no solo fue el lugar ideal para el
repostaje de los aviones sino que permitió y ocultó el movimiento dentro de su
territorio de agentes con documentación oficial falsa facilitada por la
Administración entonces presidida por George W. Bush. El escándalo salió a la
luz y adquirió dimensiones colosales tras la filtración que Wikileaks hizo de
algunos cables enviados a Washington por la embajada en España en los que
informaba que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero solo pedía discreción
para minimizar su impacto sobre la opinión pública española.
Finalmente, todas las denuncias presentadas
contra la CIA terminaron archivadas y los recursos judiciales fueron
rechazados. Manuel Cerdán es uno de los pocos periodistas españoles que ha
trabajado con información sensible del CNI. En una de sus investigaciones
encara las procelosas relaciones que mantiene con la CIA con una de las
conversaciones mantenida con un experto de la Seguridad del Estado y el agente
descubre el foco de las tensiones entre ambos servicios de espionaje: “Nos ayudan
porque, en contrapartida, reciben información de primera mano sobre sus
intereses en Beirut, Cuba o Venezuela donde ellos tienen difícil acceso.
Saben que no todo es cuestión de satélites,
que es casi necesario pisar la calle. Durante años insistimos a la NSA de que
nos desencriptaran unos archivos de ETA y, ante nuestra sorpresa, siempre nos
contestaban que no era posible. Más bien, que no querían. Destinaban sus
fuerzas y medios a sus intereses”. Estas convulsas relaciones tuvieron su
momento álgido en 1988 cuando se descubrió un dispositivo electrónico en el
teléfono del director de Asuntos Consulares español. El responsable de su
instalación resultó ser un agente de la CIA, Kenneth Moskow, ayudado por tres
inspectores de policía, dos capitanes y un comandante del Ejército español.
El incidente provocó su
expulsión de España y también de una docena de funcionarios de la Embajada.
Desde entonces, el CNI y el Ministerio del Interior sospechan de que sus
departamentos están “agujereados” por funcionarios a sueldo de los
norteamericanos. En un extenso documento, el propio Cerdán relata cómo un
exalto cargo del espionaje español describía en privado su preocupación por esa
influencia, un tanto mitificada, del servicio secreto estadounidense en el
hispano: “Solo hay que revisar cómo se desarrolló el conflicto
(nacionalización) de Repsol-YPF en Argentina. La Embajada española fue
mediatizada por nuestros agentes del CNI en función de la información que
recibieron de la CIA y que solo beneficiaba a empresas norteamericanas”. (I)
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