jueves, 1 de septiembre de 2016

Con Fidel ayer, hoy y siempre (de I a III parte final)

Tomado de la Jornada
Por Ángel Guerra Cabrera

El 90 aniversario de Fidel Castro ha estimulado un rico debate de ideas en el seno de las fuerzas populares y su intelectualidad en torno a su trayectoria, las inabarcables facetas de su vida y personalidad, sus cualidades de líder y estadista y su legado teórico y práctico.
A millones nos alegra que arribe lúcido y combatiente a edad tan avanzada, como revela su artículo El cumpleaños, pero tenemos que felicitarnos también por el inicio de este debate. Sobre todo en Cuba, donde existen generaciones educadas por su presencia; valiosas y aleccionadoras anécdotas que contar por cientos de miles de revolucionarios y personas de las más sencillas sobre sus experiencias con Fidel, ya sea en su acostumbrado contacto directo con el pueblo, o por la influencia recibida de su prédica y ejemplo.
Y es que si no hubiera sido por su enorme sensibilidad social y nobleza de sentimientos, la desbordante creatividad de su pensamiento político, que rompió con dogmas y esquemas sacrosantos del marxismo oficial imperantes en nuestra región y en el mundo; su voluntad inquebrantable de luchar en las circunstancias más adversas hasta convertir los reveses en victoria y su genial liderazgo político y militar, unido a una penetrante visión de futuro, no habría triunfado la revolución en 1959.
Fidel resultó la casi increíble síntesis en un conductor de las vertientes más patrióticas y humanistas de una historia, una cultura artística y literaria y una tradición política nacionales alimentadas por una temprana, aunque embrionaria, noción de patria de los criollos, heroicos levantamientos de esclavos, la decisiva impronta intelectual del padre Félix Varela, 30 años de cruenta guerra popular contra el colonialismo español, la genial visión y previsión latinoamericanista, democrática y antimperialista de Martí y las radicales luchas sociales, políticas y antimperialistas anteriores al ataque al Moncada.
Esas cualidades propiciaron la hazaña intelectual de crear la estrategia y la táctica para romper con la modorra y el descreimiento generalizados en la política, organizar a las masas y lanzarlas al combate. La Manifestación de las Antorchas, El Moncada, la lucha por la amnistía de los moncadistas, la organización heterodoxa del Movimiento 26 de Julio, el crecimiento y arrolladoras acciones del ejército rebelde en 1958, el énfasis en la unidad de los revolucionarios, la potente y unánime huelga general revolucionaria para impedir que la injerencia yanqui tronchara la victoria del pueblo el primero de enero, jalonaron el camino a la patria libre y soberana.
No creo que alguien pueda afirmar, o negar rotundamente, que de no haber surgido Fidel la revolución, ineluctablemente, se habría desencadenado más adelante, ya que si es cierto que en la sociedad cubana existían las condiciones objetivas y, en potencia, las subjetivas, para un estallido revolucionario, lo que es imposible dirimir es si habría surgido un liderazgo de la envergadura exigida para tamaña empresa, toda vez que ello depende, entre otras variables, del azar.
En todo caso, de no haber triunfado una revolución entonces, ya era indetenible que se hicieran más asfixiantes las cadenas de la oprobiosa dominación del imperialismo estadunidense sobre la isla, de la ignorancia, de la mentira, de la explotación, de la corrupción y del desamparo. Estados Unidos aplicaba en Cuba fórmulas propias de lo que conocemos hoy como neoliberalismo, que se acentuaron notablemente con la tiranía batistiana. La economía azucarera había entrado en una profunda crisis que impelía al neocolonialismo a extraer crecientes cuotas de plusvalía. El hambre y la insalubridad se extendían.
La república nació y malvivió castrada por la grosera intervención de Estados Unidos en 1898, dilatada luego de mil formas pese a los recios combates del pueblo cubano. Después del fracaso de la Revolución del Treinta todos los gobiernos estuvieron estrechamente asociados a la mafia, la CIA y la banca estadunidenses, además de subordinados a los intereses de Washington hasta la alborada del primero de enero de 1959. El imprescindible Imperio de La Habana, de Enrique Cirules lo demuestra irrebatiblemente.
Únicamente una revolución tan radical y democrática como la encabezada por Fidel podía poner fin a ese funesto estado de cosas y encausar la transformación social y cultural más profunda de América Latian a poco más de cien kilómetros de distancia de Estados Unidos.
Nunca he olvidado lo que escuché al excelso bailaor y coreógrafo español Antonio Gades después de que el público habanero premiara su actuación en La casa de Bernarda Alva con una cerrada ovación: lo que más admiro de ustedes es su dignidad.
El artista sintetizó así la esencia del legado de Fidel y de la revolución cubana, que son inseparables. Como inseparables son la interacción dialéctica entre el pueblo cubano y el líder histórico de la revolución.
Naturalmente, la dignidad de que hablaba Gades emana de la historia de Cuba y, especialmente, de la profunda trasformación cultural y social realizada en la isla con métodos ingeniosos y rasgos muy cubanos típicos del liderazgo fidelista. A partir de la reforma agraria, las nacionalizaciones y la campaña de alfabetización (1961), incluye los singulares logros educacionales, la salud pública gratuita y universal, la gestación de una honda conciencia solidaria, el enorme impulso al desarrollo de la ciencia, el sistema popular de defensa nacional y la participación activa del pueblo en la política.
Entre los errores de Fidel no ha habido ninguno de carácter estratégico. Y como la fallida zafra de los diez millones han sido aguijoneados por el afán de elevar el bienestar del pueblo y reforzar la independencia y la soberanía en condiciones internacionales excepcionalmente adversas. En aquel momento, a la implacable hostilidad de Estados Unidos se sumaba un largo periodo de deterioro de las relaciones con la URSS.
No recuerdo uno solo de mis compañeras y compañeros, cuya mirada hacia el jefe de la revolución disminuyera después de aquella aciaga experiencia. Al contrario, nuestro respeto, cariño y admiración hacia él se hicieron mayores al apreciar hasta qué grado podía llegar su entereza y su fe en la victoria y participar nosotros mismos de las medidas rectificadoras puestas en práctica por él, en conjunto con la dirección de la revolución, para remontar la coyuntura. Dudo que algún otro dirigente revolucionario se haya sometido a una autocrítica tan dura.
Fidel hizo realidad el pensamiento martiano patria es humanidad, al educar a varias generaciones de cubanos en la práctica de la solidaridad internacionalista, que no abandonó ni en los momentos más difíciles de la revolución.
Guardo en la memoria por vivencia personales, o por el testimonio de otros compañeros, no pocos momentos en los que vimos al comandante invariablemente inconmovible en su actitud internacionalista con las luchas populares y con los movimientos de liberación al discutir con sus contrapartes soviéticas y de otros países socialistas.
Constructivo y fraterno, podía ser muy flexible en cuestiones secundarias, y no era raro que, después de argumentar sus puntos de vista, aquellos interlocutores los aceptaran. En otros artículos he hablado de su actitud solidaria hacia los movimientos revolucionarios y progresistas de América Latina y el Caribe. Sólo añadiría por ahora que su liderazgo y el de Raúl, unidos a la abnegada resistencia del pueblo de Cuba, particularmente durante el periodo especial, hicieron una invaluable contribución cuando menos a que se adelantara en el tiempo el cambio de época en América Latina y el Caribe y surgieran nuevos líderes de talla excepcional como Hugo Chávez, acompañado por Evo, Correa, Kirchner y Cristina, Lula y Dilma.
Nunca nuestra América había llegado tan lejos en términos de unidad e integración. El prestigio y la autoridad internacional de Cuba alcanzaron las más altas cotas. Estados Unidos, en vida de Fidel y sabiendo que es consultado por Raúl en los temas más delicados, se vio forzado a aceptar el fracaso de su política de hostilidad hacia la isla y restableció relaciones diplomáticas.
La solidaridad de Cuba con África ha sido una constante de Fidel, quien tuvo una estrecha amistad con líderes como Amílcar Cabral, Agustinho Neto y Nelson Mandela. Comenzó con la ayuda militar y humanitaria a los revolucionarios argelinos y no ha cesado desde entonces. Sus capítulos cimeros son el fin delapartheid en Suráfrica, la independencia de Namibia y la consolidación de la independencia de Angola después de la aplastante derrota del ejercito del régimen racista en Cuito Cuanavale por tropas cubano-angolano-namibias.
Hoy se concreta en la presencia de cooperantes, sobre todo de la salud, en muchos países de ese continente. Una brigada de personal sanitario cubano fue muy importante para liquidar el ébola en África Occidental.
Parte III y Final
Fidel Castro fue el primer jefe de Estado en interesarse por la contaminación ambiental y en adquirir una clara visión sobre sus causas. De ahí que suenen tan actuales sus palabras en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992.
Entonces afirmó: “las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente… nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que … engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial… consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos… contaminado el aire… debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos…”.
Y añadía: “Si se quiere salvar a la humanidad… hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre”.
Lanzaba una pregunta cargada de ironía, que a la vuelta del tiempo transcurrido confirma la hipocresía con que se ha pretendido justificar las guerras imperialistas anteriores y las que desde entonces han sido lanzadas sin pausa contra tantos pueblos del mundo por los “responsables fundamentales” del desastre ambiental:
“Cuando las supuestas amenazas del comunismo han desaparecido y no quedan ya pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares, ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción ecológica del planeta?”
Pero, como ha denunciado Fidel incansablemente, continuaron aumentando los presupuestos de guerra y se ha hecho muy poco realmente sustantivo por sus máximos causantes para detener y revertir la contaminación ambiental y la alteración climática a ella asociada.
La lucha por la paz ha sido una constante en su vida pero como se apreció muy claramente durante la crisis de los misiles en octubre de 1962, no es la lucha por la paz a cualquier precio sino por la paz con justicia y dignidad.
Veinte años después postulaba: “No aceptamos ni aceptaremos jamás la idea de que un holocausto mundial sea inexorable.
La inteligencia del hombre tiene ante sí retos enormes… La paz es solo la condición primaria … para que toda la humanidad, y no solo una parte de ella, pueda vivir en forma honorable… La paz es indispensable… para la gran batalla contra el subdesarrollo, … las enfermedades, … el analfabetismo… la creciente escasez de alimentos, materias primas, energía y agua, que ya constituye un angustioso problema para cientos de millones de seres en las áreas más pobres del mundo”.
Conocedor como pocos de la naturaleza agresiva del imperialismo advertía: Luchamos por el derecho a la vida pacífica de nuestro pueblo, en la medida en que nos hacemos cada día más fuertes e invulnerables ante cualquier agresión enemiga…
La paz en Colombia es un viejo anhelo al que ha dedicado no pocos esfuerzos. Por eso los históricos acuerdos de paz alcanzados por el gobierno de ese país y las FARC, además de subrayar el mérito de sus dos protagonistas, se inscriben sin duda en el legado de Fidel y prueban fehacientemente la confianza internacional ganada por la tradicional política cubana de paz.
No obstante, hoy se cierne una grave amenaza sobre la paz y la estabilidad de nuestra región mediante la contraofensiva de Estados Unidos y las oligarquías contra los gobiernos progresistas, que con sus golpes “blandos” acaban de derribar al gobierno legítimo de la presidenta Dilma Rousseff y hoy mismo se lanzan de nuevo al cuello de la Venezuela bolivariana.
Lo que nos enseña el ejemplo de Fidel ante una coyuntura tan dramática es luchar sin descanso y con fe ilimitada en la victoria, como aquellos 300 guerrilleros que en la Sierra Maestra derrotaron una ofensiva de 10 mil soldados de la dictadura batistiana. ¡Aquí no se rinde nadie!

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