Por Oscar Sánchez Serra.
En reiteradas ocasiones y en disímiles espacios, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, ha dejado claro la voluntad del Gobierno Revolucionario de discutir el conflicto histórico Cuba-Estados Unidos sin condiciones y sobre la base del respeto mutuo a la soberanía y autodeterminación de ambas naciones.
Hace solo unos días, el pasado 17 de septiembre, durante su intervención en la XVII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, en Isla Margarita, Venezuela, de manera enfática y diáfana, expresó: «Cuba seguirá reclamando el levantamiento del bloqueo económico, comercial y financiero, que tantos daños y privaciones nos causa y que afecta también a muchos países por su alcance extraterritorial; y continuará demandando que se devuelva a nuestra soberanía el territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval de Estados Unidos en Guantánamo. Sin esto no podrá haber relaciones normales, como tampoco será posible si no se pone fin a otras políticas aún vigentes que son lesivas a la soberanía de Cuba, como los programas subversivos e injerencistas».
De nuestro refranero popular podríamos rescatar una expresión que retrata a la subversión y la injerencia de los gobiernos de Estados Unidos para con Cuba. «Es el mismo perro, no con diferente collar, sino con el mismo».
En el lejano 1961, exactamente el 3 de noviembre, el presidente John F. Kennedy firmó la Ley de Asistencia Exterior, quedando creada por orden ejecutiva la Agencia Internacional para el Desarrollo, USAID por sus siglas en inglés. Tuvo como bases u orígenes el Plan Marshall (1948) y la Alianza para el Progreso (marzo del propio 1961). Los objetivos: enfrentar el nuevo mapa político resultante de la Segunda Guerra Mundial y del triunfo de la Revolución Cubana.
El Plan representaba una expresión de la disputa por la hegemonía con el bloque socialista de la Europa del Este y un instrumento de contención ante el peligro de expansión de las ideas comunistas en el resto de Europa occidental.
Mientras, la otra línea promovía una «Alianza de las dos Américas» que desarrollara las fuerzas de la democracia made in USA e impidiera que el triunfo de la Revolución Cubana, el 1ro. de enero de 1959, se extendiera a otros países del continente. Esa segunda línea fracasó rápidamente, entre otras cosas por la derrota de la invasión mercenaria en Playa Girón, en abril de 1961, la primera derrota militar imperialista en América Latina.
La USAID desde ese momento se jacta de ayudar a los países a desarrollarse económicamente y a solucionar problemas humanitarios. Pero realmente es uno de los instrumentos de la Casa Blanca, que utiliza los servicios de inteligencia para obtener información sobre países de la región e influir en su política interna y externa; es la principal agencia de intervencionismo directo de Estados Unidos en las naciones, y distribuye millones de dólares en «ayudas» militares y económicas a naciones donde ejerce su dominio en protección de los intereses norteamericanos.
Es irrespetuoso e inconsistente que un país que decide restablecer, tras más de 50 años, relaciones diplomáticas con otro, intente subvertir el orden de este y promueva un cambio de régimen. ¿De qué buena voluntad se habla? Si Estados Unidos, con el presidente Kennedy al mando de la Casa Blanca, hizo nacer la USAID para impedir que se repitiera la Revolución Cubana y aniquilarla, el también demócrata Barack Obama aúpa a la misma agencia y le encomienda nuevos planes para derrocar las conquistas alcanzadas, en pos de restaurar la plataforma capitalista en la Cuba revolucionaria.
Para el gobierno de Estados Unidos pareciera que 1961 y el 2016 no son un espacio de tiempo, sino el mismo tiempo. World Learning es una organización «sin fines de lucro», cuyo objetivo supuestamente es «empoderar a las personas y fortalecer las instituciones». Sus oficinas tienen asiento en Washington y Vermont. World Learning ha recibido financiamiento de distintas instancias del Departamento de Estado de Estados Unidos, incluyendo la USAID, para promover cambios en Cuba, a la sombra de la sección 109 de la Ley Helms-Burton de 1996, la que fundamenta el empleo de partidas millonarias superiores a 139 millones de dólares en los dos mandatos de Barack Obama.
World Learning desarrolló entre julio y agosto pasados el llamado Programa de Verano para Jóvenes Cubanos. Buscaron captar a jóvenes entre 16 y 18 años de edad con estudios de enseñanza media, para «trabajarlos» en función de sus espurios intereses. El programa incluía la elaboración de un proyecto final centrado en las actividades a implementar al regresar a Cuba, el cual sería luego celosamente monitoreado por los generosos patrocinadores. Demás está decir que no contaron con las autoridades cubanas. Las cuatro personas que enviaron desde Panamá para dar «los toques finales» a la captación llegaron a la Mayor de las Antillas con visas de turistas, por lo cual violaron los términos de su estancia en Cuba y fueron advertidos por las autoridades migratorias.
¿Puede hablarse de relaciones normales entre dos naciones cuando una pretende no solo inmiscuirse en los asuntos internos de la otra, sino que además aspira a subvertir el orden de un país soberano utilizando a los propios jóvenes de este? ¿De qué normalización de relaciones hablamos?
Los jóvenes de este país, los de este 2016, frutos de una Revolución que tiene en la educación uno de sus valores más altruistas, sí saben de qué se habla, y a quién se enfrentan.
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