Por Iroel Sánchez
Pascual Serrano lleva
décadas investigando los medios de comunicación y también construyendo
información alternativa a través de internet. Sus libros se han vuelto
imprescindibles para comprender los desafíos que debe enfrentar el periodismo
en el mundo contemporáneo. Este es un diálogo sobre el contexto de esos
desafíos y también sobre el libro suyo que aparecerá en la próxima Feria del
libro de La Habana, titulado Contra la
neutralidad.
Comencemos por uno de los temas que has
estado tratando últimamente: la carencia de empleo para los periodistas,
especialmente en España. ¿Se trata de una situación aislada o es algo
corriente?
Es muy habitual. Pienso en compañeros míos de promoción o incluso
posteriores. Por ejemplo, tengo una sobrina que acabó periodismo hace tres años
y trabaja de camarera. Pero yo creo que son dos problemas: por un lado la
precarización o el desempleo que hay en esta profesión de periodista y, por
otro, que no existe una demanda. La estructura de la economía de mercado para
con el periodismo ha provocado que nadie esté dispuesto a pagar por la noticia,
por la información.
En la mayoría de las profesiones lo que pasa es que te explotan
y lo que quieren es hacerse ricos con tu trabajo, pero en el caso del
periodismo no vale ni siquiera para que te exploten, no crea riqueza
directamente para la empresa. La gente no está dispuesta a pagar por un
reportaje en Siria o en Ucrania o por un trabajo de investigación al que hay que
dedicarle una semana o dos. Esto es un problema muy grave que hace replantearse
el periodismo. Pero, más allá del sistema económico, ¿qué está pasando?, ¿cómo
conseguimos que el periodismo se financie de alguna manera, ya que la gente no
está dispuesta a pagar por él?
Has escrito que en España no hay
censura, porque todos los periodistas que merecerían ser censurados están sin
empleo, ¿no exageras?
Hay muchas razones o muchos modos de censura. Es el caso de los
periodistas que dicen “yo estoy en el periódico y a mí nunca me han forzado ni
me han impedido nada”. Claro habría que saber por qué estás tú y no están
otros. Quizás tú estás porque nunca hace falta censurarte nada. Por otro lado,
existen muchos mecanismos de censura para impedir que, en determinados lugares
o medios, se pueda decir la verdad. Al final, el ciudadano termina no sabiendo
la verdad, pues existe una cosa muy preocupante que es la impunidad para
mentir. Entonces, si por censura uno entiende que determinados poderes impidan
que una verdad se difunda, sin dudas la censura existe.
Otro mecanismo de censura en la economía capitalista es permitir
que la mentira también se difunda. Hay muchos medios que mienten y al final el
ciudadano no puede diferenciar el hecho real de la mentira, y eso también es
censura, al fin y al cabo. Tapar una verdad con mentiras es otro modo de
ocultar la verdad.
Pero existe mucho más, ya que generar mucho ruido, mucha
interferencia, muchos modos de entretener, de despistar o de desviar la
atención, es otro mecanismo para establecer la mentira. Yo utilizaba, por
ejemplo, ese símil de que estamos en una situación de dictadura y dos
militantes, en la clandestinidad, tienen que transmitirse un mensaje en su
buzón de correo. Tienen que dejar una cita para encontrarse, una noche, en el
centro de clandestinidad. ¿Qué haría la dictadura en este caso? Te
interceptaría cuando le vas a dejar a tu compañero el mensaje cifrado en el
buzón, e impediría que se lo dejaras. La democracia, en cambio, cuando ve que
has dejado el mensaje, va inmediatamente y deja otros cien mil mensajes en el
buzón. Entonces no hay necesidad de censurar el mensaje bueno, ya que el
receptor no sabrá cuál era, porque le han dejado en el buzón con otros cien
mensajes. Esto se parece bastante al mecanismo moderno.
¿El hecho de que anunciantes y dueños o
accionistas sean diferentes no es una oportunidad para la diversidad? ¿Por qué
si los anunciantes o dueños son distintos, los enfoques no son diferentes?
Hay una frase en Alicia
en el país de las maravillas donde el conejo dice —cuando tengas
dudas, pregunta quién es el que paga—, y, efectivamente, es muy importante
saber quién es el que paga. Cuando la gente me pregunta: ¿de qué medio me fío,
qué medio es de confianza?; yo le digo: no te voy a decir de qué medio te has
de fiar ni de cuál no, en principio, lo que sí te voy a decir es que estás
obligado a saber quién es el dueño del medio y cómo se financia, antes de poder
nutrirte de esas informaciones. Los mecanismos son múltiples y aún así, creo
que la crisis de la prensa ha creado una esperanza. En el mecanismo de control
pueden entrar primero los dueños, los grandes accionistas y luego otros que no
son los dueños, en teoría, pero que sí lo son en la práctica, que es un tema
del que casi nunca se habla.
Si uno mira a los accionistas de las grandes empresas mediáticas
españolas, ve que los bancos no son los dueños, pero te das cuenta que la
mayoría de ellas les debe dinero a esos bancos. Existen algunos casos en que
miras a los accionistas y no hay ningún banco, pero en el consejo de
administración de la empresa, sí que ese sienta el banco, porque a ese banco se
le debe mucho dinero y una de las exigencias que ha puesto es la de estar en el
consejo, para ver lo que se hace. De ahí que, si bien el banco no es el dueño,
como se le debe, hay un dueño muchas veces oculto, que es el banco acreedor.
El siguiente grupo sería el de los anunciantes, que incluye
grandes empresas de cualquier índole. Los anunciantes constituyen un lobby de poder importante, en primer
lugar porque no es verdad ese mantra de que los dueños de un determinado medio
son los ciudadanos, quienes compran un periódico o ven una televisión, porque
ellos componen la audiencia y, en la medida en que el espacio o el medio tiene
más audiencia, pues evidentemente se sanea económicamente. Eso no es verdad.
Los ciudadanos no pagan con su dinero la televisión que ven, ni el periódico
que compran, lo pagan los anunciantes o las empresas o los bancos que aceptan
las deudas.
¿Qué relación existe entre la propiedad
de los medios de comunicación y la agenda política y económica de un país?
Primero hay un marco general, integrado por grandes empresas que
se mueven en una economía de mercado, en la cual se favorecen políticas
privatizadoras, como parte de las políticas propias del Estado. Esto quiere
decir que si tenemos una empresa de hidrocarburos, una empresa telefónica o una
empresa hidroeléctrica; cualquier posición editorial, informativa o reportaje
que se haga sobre estos temas, estará mediatizada por esa intervención del
Estado, en función de evitar que cualquier problema que allí ocurra se
convierta en noticia a nivel internacional.
Si los indígenas mapuches están denunciando que Endesa está
destruyendo su paraje natural en Chile, esto malamente saldrá en la prensa
española. Por esa razón, si Endesa es un anunciante, si la empresa Telefónica
era parte del sistema de comunicaciones en Venezuela, pues cuando el gobierno
venezolano nacionaliza y compra la telefonía para hacerla pública, tendrá toda
la agresividad por parte de los medios relacionados con esa empresa, asociados
a ella.
A mí una vez me preguntó un ministro cubano, con honestidad y
sobre todo con ingenuidad: ¿qué tú crees que podría hacer el gobierno cubano
para que no fuera tan maltratado por el diario El
País y quien dice El País dice
cualquier otro de los dominantes. Y yo le respondí: tiene una solución muy
sencilla, es muy fácil que El País te
trate bien, lo único que tienes que hacer es privatizar los hidrocarburos,
dárselos a Endesa, y las telecomunicaciones dárselas a Telefónica, y privatizar
la banca con el BBVA o el Santander y tendrá usted unos maravillosos
editoriales de El País.
Se suele decir que ya no existen medios
de comunicación pro gubernamentales, sino gobiernos pro mediáticos, ¿estás de
acuerdo con esa afirmación?
Hay un tópico que se utiliza mucho en nuestros países, el de
llamarle oficialistas a los medios públicos, e independientes a los medios
privados y yo he tratado de desmontar esa tesis, porque es absolutamente falsa.
Primero, porque se puede tener un medio público que puede ser estatal o
colectivo, con la debida independencia, siempre y cuando tengas un consejo
editorial o un consejo asesor que recoja muchas entidades, —los sindicatos, los
sectores sociales, etc. Luego, es absolutamente mentira que el medio privado es
independiente, porque tiene una servidumbre hacia su dueño que muchas veces es
mayor que en los del gobierno, entre otras razones porque el gobierno, en una
democracia siempre será representativo de una sociedad, y el dueño de una
televisión no lo es.
Un ejemplo de cómo muchas veces termina siendo más independiente
una televisión estatal que una privada, es lo que sucedió con Berlusconi.
Cuando era primer ministro en Italia, controlaba todas las televisoras, las públicas
porque era el primer ministro y la privada porque era el dueño, el propietario
de MediaSet, la empresa que
controla muchas televisiones incluso algunas españolas. Se da uno de sus
escándalos, el de las fiestas que hacía con prostitutas, en su mansión de
Cerdeña, a las que iban muchos dirigentes, y entonces, ¿cuál era la gran
exclusiva periodística?: conseguir una de esas prostitutas para entrevistarla.
Por eso él intentó a toda costa que no entrevistaran a ninguna de ellas, en
ninguna televisión. Pasaron meses y, como al séptimo mes, hubo una televisión
que sí que logró vencer todos los obstáculos para poder llevar a una de estas
chicas a un plató y entrevistarla. ¿Y quién la entrevistó? una televisión
pública italiana, que pudo vencer los intentos de censura del Primer ministro,
mientras las televisoras privadas, que eran propiedad de Berlusconi, no
pudieron vencer, como es evidente, los controles de censura de su propietario.
Existen, por tanto, más vías de burlar una censura en una
pública que en una privada, pero es que además en España se está viendo cómo
los gobiernos neoliberales están consiguiendo influenciar en los medios
privados más que en los públicos. Los privados tú los controlas mediante la
publicidad institucional, declaraciones fiscales, políticas de incentivos, de
ayuda a la inversión, de becas a los estudiantes, mecanismos para enviar
fondos; porque los privados tienen menos mecanismos de control que los
públicos. Los públicos tienen que rendir cuentas, son auditables de muchas maneras,
pero no puedes controlar, auditar, del mismo modo una empresa privada que a una
pública. A una pública la puedes llevar incluso al parlamento a discutir qué
pasó. Compara, por ejemplo, el poder que pueden tener los sindicatos con
respecto a una televisión pública y a una televisión privada y verás que es
mucho mayor en el primer caso. Por lo tanto, no es verdad que un privado es
independiente y uno público oficialista.
Has dicho que en política existe el
NiNi, refiriéndote al que no está ni de un lado ni del otro y has escrito un
libro titulado Contra la neutralidad. ¿Realmente existe un periodismo NiNi?
El libro trata sobre cinco periodistas o fotoperiodistas cuya
calidad y valor considero absolutamente indiscutibles, desde cualquier óptica
ideológica o política, y que no fueron neutrales. Se trata de que el periodista
tiene que tener unos valores, unos principios, ya que desde principios es que
se puede interpretar y analizar el mundo. Existe además, y es uno de los
discursos dominantes sobre el tema, la idea de que el periodismo es neutral,
objetivo, imparcial, aséptico, y eso es mentira. Son términos que se manejan,
por parte de los medios privados, para poder decirle a la gente: olvídese usted
de políticos, de partidos, que yo le voy a dar una información virginal,
objetiva, neutra, con datos y cifras.
A partir de ahí, unos medios privados se convierten en agentes
políticos de intervención, frente a unas opciones políticas que quedan
desautorizadas por definición, mientras que el medio dice que te va a dar la
información neutral y tiene para ello un mecanismo de información ideológica
mucho más eficaz que el partido político y, por cierto, mucho menos legítimo,
ya que no está sometido a los controles democráticos de los partidos políticos.
El libro analiza cinco periodistas, algunos conocidos en
Latinoamérica, como el argentino Rodolfo Walsh y también Ryszard Kapuściński , un periodista
polaco, referente en las universidades de Europa, que creo no es
suficientemente conocido en Latinoamérica. Ambos están fallecidos.
Kapuscinski cubrió los procesos de descolonización en América Latina, e
incluso en todo el mundo, puesto que trabajó durante las décadas del 70 y el 80
e incluso escribió un libro sobre los movimientos insurgentes en América
Latina, que se titula Cristo con el
fusil al hombro. Luego están John Reed, que es conocido aquí por su libro Los diez días que estremecieron al mundo,
Robert Capa que es el fotógrafo por antonomasia de la Guerra Civil Española y
Edgar Snow, el norteamericano que cubrió la Revolución en China.
Estos periodistas nos ayudaban a entender elementos muy
complejos y fundamentales del siglo XX y siguen siendo referentes, frente a
este periodismo superficial y trivial —que ya ni siquiera sirve para envolver
el pescado del día siguiente, sino que se acaba hoy mismo, con la era de
internet. Por eso los libros de estos autores se siguen distribuyendo y
vendiendo, por tratarse de ese periodismo que interpreta la sociedad y explica
el mundo, que se pronuncia y que tiene valores y principios; un periodismo que
perdura en el tiempo y que aun hoy sigo reivindicando.
La edición cubana de este libro circulará en Cuba,
durante la venidera Feria Internacional del Libro
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¿Qué les dirías a quienes proponen como
solución para los problemas del periodismo en Cuba la naturalización de medios
de comunicación privados y su financiación desde el exterior?
El primer problema es que los medios de comunicación terminan
convirtiéndose inexorablemente en agentes políticos. En el capitalismo se ha
producido algo terrible y es que los mecanismos de intervención política
no son ya ni los partidos políticos ni las instituciones. Es decir, quien
define los debates, quien crea ideologías, genera opinión y legitima
representantes, incluso representantes políticos, son los medios de
comunicación. Como dice Ramonet, no es verdad que los medios de comunicación de
nuestros países constituyen ese llamado cuarto poder, que vigilaba a los otros
tres. En primer lugar porque ya los otros tres se han puesto al servicio de
uno, el poder económico y, en segundo, porque el que se suponía que los iba a
vigilar, que era el cuarto poder o el periodismo, está mucho más
claramente al servicio de la economía y del capital privado que los ya
referidos. Esto algo muy peligroso, porque implica que el medio de comunicación
deja de hacer periodismo, deja de informar y se convierte en un mecanismo de
intervención política, porque el poder económico ha descubierto que este nuevo
uso es mucho más eficaz, incluso, que el partido político.
La gente en nuestros países no quiere —como se dice vulgarmente—
que le coman el coco y cree que el partido político le come el coco, cree que
la empresa publicitaria le come el coco, cree que el cura le come el coco y no
le falta razón. Entonces la prensa se presenta para decir: yo no te como el
coco, yo le voy a contar a usted objetivamente lo que pasa en Venezuela, yo le
doy datos, le doy una información aséptica. Basta ver como se llaman los
periódicos: El Mundo, El Globo, El
País, El ABC, El Diario. Son todos vocablos
neutrales que evocan imparcialidad para, a partir de ahí, decir: esta es la
verdad, yo soy el que le va a dar la verdad; los partidos políticos le quieren
a usted convencer; las empresas le quieren convencer, todo el mundo le quiere
convencer, pero yo no, yo le voy a dar una información pura y dura. Y todo eso
es mentira, porque se trata, en realidad, de un mecanismo de intervención. ¿Qué
ha pasado, por ejemplo, en América Latina? Las opciones políticas de derecha se
han dado cuenta de que ya no convencen a nadie. Ya no hay partidos políticos de
derecha o líderes de derecha que convenzan con un discurso de derecha. ¿Cómo lo
hacen, entonces? A través de medios de comunicación privados, bajo ese formato
de neutralidad. Es así cómo se está inoculando un discurso y unas políticas
neoliberales.
Un ejemplo de hasta qué punto los medios de comunicación privados
tienen una gran capacidad de intervención, fue cuando se produjo el golpe de
estado en Honduras. La primera medida que tomó el gobierno golpista fue
privatizar la televisión pública. ¿Y qué buscaba con eso? Cayeron en la cuenta
de que si la televisión pública se controla como gobierno golpista, mañana
llega un gobierno progresista y podrá democratizar esa televisión; en cambio si
se privatiza y se le entrega a un gran empresario, venga el gobierno que venga,
ese asegura un predominio de la línea neoliberal, con lo cual ganar o perder
las elecciones no tendrá ya la misma importancia.
Si a un ministro o a un diputado en mi país le dijeran: ¿qué
prefiere usted, intervenir en el Congreso y esperar su turno de réplicas o
salirse fuera y dar una entrevista en la televisión? Dejaría el Congreso,
perfectamente, y se iría fuera, a conceder una entrevista, porque es mucho más
poderoso e influyente. El tema es tan terrible que, en este momento, tiene
mucho más poder un analista, un columnista o un tertuliano, que lo ha nombrado
nadie y que no representa a nadie más que al poder económico que le ha
contratado para esa empresa, que un ministro, que tiene detrás el voto de diez
millones de personas.
Incluso un ministro aunque no sea de mi partido, está más
legitimado en una democracia, tiene más derecho a dirigirse a la gente que un
tipo que es un columnista, designado por el dueño o un director de un
periódico, cuyo propietario es BBVA. El columnista no representa a nadie,
mientras que el ministro, aunque sea del Partido Popular, está más legitimado
que un analista, que seguro también va a ser del Partido Popular, pero que ni
siquiera lo hemos votado.
Esa es la grave aberración del periodismo que estamos sufriendo;
son agentes de intervención política, sin los mecanismos de control
democrático. En la democracia tienes un parlamento, los diputados hablan en
función del tiempo, del voto que han tenido, de los resultados electorales, las
votaciones son en función del apoyo ciudadano, y funcionan las votaciones y
funciona la democracia. En cambio, ¿qué democracia hay en un sistema de mercado
de medios donde los dueños deciden quién habla?
Has escrito mucho sobre los desafíos y
oportunidades que abre Internet para la comunicación. ¿Por qué insistes tanto
en que "el hambre, la opresión y las injusticias se producen en el mundo
real, no el virtual"?
Yo creo que el tema de las redes e Internet merecen analizar
bien sus dos vertientes, es decir la eficacia y lo que tienen de utilidad, y
los peligros que también entrañan. No debemos caer en la sensación de que todo
lo podemos hacer por Internet. Esas campañas, por ejemplo, de recogidas de
firmas, de “vamos a recoger firmas para que dimita Trump”, etc. El señor Donald
Trump no se levanta por la mañana y mira a ver cuántas firmas hay en Internet,
exigiéndole que dimita. O una de mil firmas para que quiten el nombre de una
plaza y al lado otra de diez mil para que la hagan más grande. Es evidente que
se trata de una falsa militancia, de un falso activismo; pero también debemos
reconocer que es una herramienta que ha ayudado, de algún modo, a terminar con
ese oligopolio de medios que había, que eran apenas cuatro medios los que nos
informaban.
Ya no es así, ahora un movimiento a través de las redes sociales
puede disparar la lectura de un artículo, que de otro modo se hubiera quedado
pequeñito. Por lo tanto, alguna capacidad de intervención tenemos sobre lo que
se lee. Ahora, en las páginas webs, podemos decir que jugamos en la misma
división que el periódico grande. Ellos con su artículo en la web y nosotros
con el nuestro. No es lo mismo pero, de alguna manera, estamos jugando en la
misma división.
Cuando hablo de Internet, estoy hablando de periodismo y de
periodistas que cobran por su actividad; que mandan a un enviado especial a
Siria; que trabajan un reportaje de investigación durante 15 días. Eso en estos
momentos lo hay gracias a Internet. Se difunde mucho gracias a las redes
sociales y se pueden alcanzar por esta vía cifras de ascenso perfectamente
homologables a las de un gran periódico, sí que se pueden conseguir esas cosas.
Ahora bien, tenemos que trabajar para decirle a la gente que no
conviertan a Internet en un mecanismo para la banalidad, para exponer su vida
íntima, para el cotilleo, para lo anecdótico, para lo divertido, para lo
frívolo. Nosotros, que propugnamos una cultura de información, una cultura
profunda, elaborada, crítica y luchadora por un mundo mejor, tenemos que
intentar que Internet también se convierta en algo similar, y que no se
convierta en el sitio donde uno pone la foto de la comunión de su hijo, de
cuando estuvo en la playa, la fiesta de anoche u otras frivolidades y tonterías
semejantes, que es lo que suele suceder.
Creo que hay que darle contenido a esas redes y advertir del
falso activismo que puede suponer estar todo el día delante de un ordenador.
Las movilizaciones, la lucha, las organizaciones no son virtuales. Las
organizaciones políticas no son un grupo de Facebook y el hambre, el dolor, la
violencia y la guerra, no son virtuales, son reales. Las movilizaciones se
hacen en la calle, manifestándose y moviéndose. Creo que en cuanto a
información, existen muchas posibilidades gracias a internet y las redes
sociales, pero es también muy imprescindible aprender a manejarlas
correctamente.
Debemos intentar a toda costa que las mentiras que hasta ahora
eran patrimonio solamente de los grandes poderes, nosotros no terminemos
haciéndolas nuestras y reproduciéndolas, porque nosotros, desde nuestro
activismo y nuestro compromiso, por falta de rigor y falta de seriedad y por no
contrastar, muchas veces terminamos difundiendo mentiras y es muy importante
dejar claro que, dentro de nuestro espíritu crítico, tenemos mucho más rigor y
más veracidad y credibilidad que los grandes medios.
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