España está
que revienta por sus cuatro costados; mucho más por la incapacidad del gobierno
actual de cumplir con las promesas electorales, de afrontar las dificultades
económicas del país y de ser un simple monigote de las exigencias de la Troika
europea, dejando a su población en el desamparo. Así mismo, la crisis creada en
el PSOE; primero con la negativa de Pedro Sánchez de aceptar el acercamiento a
la izquierda española (auto-titulándose de izquierda, mientras sólo se acercó a
la “regeneración” naranja del Partido Popular) y, segundo, por el revuelo
formado con las puñaladas dadas por los barones de ese partido a sus propios
militantes (empezando con Felipe González, quien ya lleva tiempo pidiendo un
ajiaco entre su partido y el PP).
Pero otro
puntillazo, entre tanta naturalidad de escándalos de corrupción en la
cotidianeidad bipartidista, aparecen sus políticos con frases súper célebres,
como la del Ministro del Interior, Jorge
Fernández Díaz, quien encuentra una “aberración”
propia de “ignorantes” o “indigentes culturales” el definir la
fiesta del Día de la Hispanidad del 12 de octubre como un “genocidio cultural”; en
respuesta a la iniciativa de la alcaldesa de Badalona, Dolors
Sabater, miembro de las CUP,
quien propuso a sus funcionarios trabajar este 12 de octubre para no
“conmemorar un genocidio”.
Como es sabido, los
12 de octubre es declarado día de Fiesta Nacional en el Estado español, siendo aprobado
por la "Ley
18/1987" y que justificaban como el día del “descubrimiento” de América,
para evitar que fuese cambiado el día por los partidarios de cambiar los
festejos para el 6 de diciembre (día de la aprobación de la Constitución de
1978).
Sin embargo, este
festejo realmente nació como “Fiesta de la Raza” (un regocijo por la
conquista de otras tierras a costa de la sangre de sus originales habitantes) y
que surgió en 1914 por la propuesta de Faustino Rodríguez-San Pedro
((1833-1925) político español que ocupó cargos en varios Ministerios, académico
y presidente de la Unión Ibero-Americana), para conmemorar
el día de la llegada
del Almirante Cristóbal Colón a las costas de Guananí, Bahamas, en 1492. La
celebración se convirtió en festejo nacional en 1918 mediante una ley de 15 de junio de 1918, declarada
por el gobierno de Antonio Maura durante
el reinado de Alfonso XIII. Años después fue rectificado su nombre debido a un artículo del escritor
Ramiro de Maetzu, quien expresó que "El 12 de octubre, mal titulado
el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el “Día de la Hispanidad"; un
poco para enfatizar el carácter conquistador de la celebración… ¿O será de la
barbarie cometida durante los siglos de colonialismo? Aunque la regulación
legal del festejo fue a partir de 1958, bajo la “angelical” mano de la
dictadura de Francisco Franco.
Para Jorge Fernández, este día no es más que la celebración de lo que
expresa el Boletín Oficial del Estado (BOE 241/1897,
página 30149), que "la fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la
efeméride histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de
construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y
la integración de los Reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de
proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos".
¿Más allá de los límites europeos? ¿Será que se refiere a la
colonización de las tierras de América… a esa colonización que comenzó en el siglo
XV y duró hasta el siglo XIX… a esa colonización manchada en sangre inocente?
Pero vayamos al grano
de las palabras del Ministro del Interior, el cual defiende la celebración con
epítetos de “indigente” o “ignorante”, olvidando que en la España de hoy, hay
seres humanos que viven como indigentes por culpa de la incapacidad de su
gobierno de resolver los problemas esenciales de la sociedad, por la gran
desigualdad económica creada por sus políticas discriminatorias y que vuelve
más abismal la grieta entre las clases sociales (lo cual expresa la fractura
concienzuda de su población en un reducido grupo de privilegios y otro muy
mayoritario que afronta las reales vicisitudes); pero también el Ministro
Fernández Díaz olvida que en la sociedad española hay analfabetos, simplemente
porque muchos de los habitantes de este país (“del primer mundo”) nunca ofreció
facilidades a toda su población para crecer en cultura, pero sí hizo de la
educación un negocio que hoy se muestra con un bajo porcentaje de
escolarización en algunos sectores, debido a las emergencias económicas que
afrontan un alto por ciento de las familias del país.
Entonces, ¿el ilustre
Ministro utiliza, en forma de ofensa, dichos lamentables calificativos que,
además, reflejan la realidad del país que dirige, para atacar a otra
conciudadana y dirigente de una localidad del estado?
El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, olvida que
aún existen pueblos en América del Sur
con tienen poblaciones oriundas, descendientes de pobladores autóctonos que,
casualmente, no terminaron totalmente exterminados, como en el caso de Cuba,
pero sí fueron diezmados, como las poblaciones africanas arrancadas de sus
lugares de orígenes para someterlos al trabajo forzado, el abuso, las torturas,
el aniquilamiento, la esclavitud. Sin contar el robo y expolio a que fueron
sometidos esos pueblos.
Estamos conscientes que usted, Ministro Fernández, no tiene
incultura al respecto, ya que gozó de la facilidad a una “educación” de élite;
pero adopta una posición mucho más aberrante al intentar omitir esta realidad
para seguir justificando la desfachatez de tal celebración.
Con tal actitud sólo se vuelve un cómplice de la incultura
que se crea en la sociedad, bajo el amparo de su gobierno, la clase social y
económica que representa y el partido político al que pertenece.
Es real que ni la España de hoy ni los españoles de hoy en
día merecen ser condenados por el GENOCIDIO cometido por sus ancestros
monárquicos, junto a sus serviles mercenarios y delincuentes que se sumaron a
la conquista de tierras ajenas; pero sí cargan con la culpa de aceptar en la
actualidad la celebración de un día que marcó el infierno, de lo que hoy se
justifica como “intercambio cultural”.
Sus palabras y vanas justificaciones sí demuestran la
gigantesca inmadurez política de su clase, la cual se empeñan en festejar a
costa de siglos de llantos de los pueblos de América.
Más bien debería alegrarse de que alguien, con coraje,
levante la mano para decir: ¡Nada que celebrar! ¡Yo no celebro el genocidio!
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