Hace días que nos llegó la triste noticia de la pérdida física del tricampeón olimpico (Munich¢
72, Montreal¢ 76 y Moscú¢ 80) y tricampeón mundial de boxeo (La Habana¢
74, Belgrado¢ 78 y Reno¢ 86): Teófilo Stevenson.
Muchas personalidades han manifestado su dolor y pesar por la desaparición física del deportista, compañero, amigo, compatriota y siempre revolucionario cubano: nuestro campeón.
Para nuestra leyenda deportiva: "Hasta siempre campeón".
Teófilo stevenson: “Mi mayor
acierto en la vida ha sido querer a mi pueblo”
Tomado de La Jiribilla.
Por Oscar Sánchez
Fotos: Archivo
del periódico Granma
Es
de esos hombres que no necesita estar físicamente para sentirlo presente. Y no
solo por las glorias con las que vistió a su país, este pequeño pedazo de
Caribe, hasta hacerlo un referente mundial, lo cual bastaría para que un
barrio, grupo de jóvenes estudiantes o un colectivo laboral se enrolara en
cualquiera de sus hazañas, sino porque muchos cubanos tienen una anécdota o un
pasaje contado por un amigo sobre el gran campeón que un día le estrechó la
mano, le ayudó con algún problema o simplemente lo invitó a que compartiera un
tiempo, del que siempre tenía para el que se le acercara.
En
el 2002, tuve el honor junto con Rafael Pérez Valdés, hoy jefe de la Sección de
Deportes en la Revista Bohemia, de publicar el libro Fama sin dólares,
del cual él fue uno de los protagonistas de las cuatro historias que recogió
aquel texto.
Una
de las primeras cosas que nos dijo fue: “Mi mayor acierto en la vida ha sido
querer a mi pueblo”.
Y
ciertamente Teófilo Stevenson Lawrence, Pirolo, Teo o Stevenson, es una
de las expresiones más nítidas de ese pensamiento martiano de que toda la
gloria del mundo cabe en un grano de maíz.
Para
armar el capítulo dedicado a él en aquel volumen, necesitamos de poco más de
siete meses, y no porque no nos atendiera, sino porque gustaba más de estar con
nosotros, conversando, compartiendo con los amigos, que respondiendo las
preguntas de nuestra extensa entrevista. Como todo el que se acerca a él, en
esos siete meses más que realizar un trabajo periodístico o redondear una obra
editorial, pasamos en un abrir y cerrar de ojos de conocidos a amigos.
Hoy,
cuando ya extrañamos el cariñoso jab que nos lanzaba para saludarnos, porque se
despidió muy temprano de la vida, les proponemos acercarnos a la estatura
humana de un gigante del boxeo, tres veces campeón olímpico y mundial.
Permítannos, pues, un breve recorrido por el capítulo más extenso de Fama
sin dólares, que como dice su título se centró en las historias de cuatro
famosos deportistas cubanos, donde claro está, la fama es el pívot de cada
página.
En una visita a
España, acompañado por el periodista Elio Menéndez, del diario Juventud
Rebelde, los anfitriones le fueron a entregar un dinero de bolsillo para
sus gastos y lo primero que hizo fue preguntar por el de su compatriota. Le
dijeron que se lo darían al siguiente día. Él tomó el dinero, se lo entregó al
cronista y le dijo a su anfitrión: el que está pendiente es el mío.
Una de sus peleas
más importantes fue frente al estadounidense Duane Bobick, en los Juegos
Olímpicos de 1972. El adversario le había derrotado un año antes en los Juegos
Panamericanos de Cali, Colombia. Le fue arriba con todo, pero…
“Yo no le di con
odio a Bobick, si lo hubiera hecho así, perdía otra vez con él. Era un boxeador
muy técnico, habilidoso, y salió a dar pelea”. Le preguntamos si antes
de la porfía pensó que podía ganarle. “El que vaya a competir y no piense que
va a ganar, ya está perdido”, respondió casi al instante.
Interrogado sobre
sus mejores amigos en el deporte y fuera de este, nos exigió que no le pidiéramos
una lista, porque no quería dejar nadie afuera. “Les puedo decir que tengo
tantos amigos que no cabrían en esta entrevista, ni en ninguna otra”.
Nos habló de su relación con el Comandante en Jefe
Fidel Castro que prefirió comenzar rememorando que “él fue a inaugurar la
Terminal de Azúcar de Las Tunas y allí dijo: ‘Ya Las Tunas tiene a un gran
campeón, ahí tienen a Stevenson’. Después, todo el grupo que lo acompañaba se
dirigió a los muelles; lo seguí, pero no subí a los barcos. Entonces alguien
mencionó mi nombre y él preguntó: ‘¿Pero dónde está Stevenson?’ Le
respondieron: ‘no subió’. Cuando bajó del barco me dijo: ‘¿Por qué no subiste
conmigo? Tú venías en el grupo y eres un invitado de honor’. Le contesté que
nadie me había mandado a subir y esperé disciplinadamente. Y enseguida ripostó:
‘El rato que no estuvimos juntos ahora, lo vamos a recuperar, mañana paso por
tu casa en Delicias’. Imagínense un hombre como él, que me diga como si fuera
uno más de mi barrio, mañana pasó por tu casa”. Y agregó: “La relación con él
fue muy bonita, una escuela, se preocupaba por mí, por mi familia, por mis
entrenamientos, si me lesionaba, como pasó en el Mundial de 1974, estaba al
tanto del más mínimo detalle sobre la evolución. Es algo realmente bello y
difícil de describir por las emociones que despiertan”.
Stevenson podría
haber ganado una medalla de oro en “los juegos olímpicos de los impuntuales”,
pero tenía la precisión de un cronómetro de los más avezados si alguien
necesitaba de su ayuda. Recuerdo que una vez llegamos a su casa y estaba
cargando agua en cubos. “Le presté la bomba de agua a un amigo que no tenía y
anda con sus hijos pequeños pasando mucho trabajo”. Era así, capaz de quitarse
algo para dárselo a otro, aunque él fuera quien tuviera que pasar las
necesidades de la carencia.
Le preguntamos si
alguna sintió la sensación de miedo. “Tal vez alguna tensión antes de algún que
otro combate, a lo mejor esa tensión alguien la interprete como miedo, pero
cuando te metes en la pela, todo eso acaba. En sentido general, los rivales me
tenían un miedo a mí del ‘carajo’, y eso más de una vez me sirvió, porque como
nadie es perfecto, en varias ocasiones me subí al ring y no estaba preparado
para ello”.
Sobre los rivales
que más le simpatizaban contestó: “respeté a todos y sentía reciprocidad de
ellos”. Le insistimos si alguno le fanfarroneó y vino la anécdota de Tyroll
Biggs, el estadounidense. “Me dijo, ‘tú ya estás viejo, te voy a ganar’. Nos
habían regalado dos guantes gigantes, uno a él y otro a mí. Le propuse, vamos a
hacer una cosa, el que gane se lleva los dos como premio. Los dos guantes
vinieron para Cuba”.
Un boxeador puede
ser un peligro fuera del ring, en una riña o si se exaltan los ánimos. “¿Riña
con alguien fuera del cuadrilátero? jamás tiré un golpe fuera del ring”.
La fama nunca se
le subió a la cabeza. La historia con el legendario Cassius Clay, Muhammad Alí,
fue una irrefutable prueba. “El famoso es Cassius Clay y como mi nombre se
mencionó para un match contra él, mi fama aumentó. El famoso es Cassius Clay”.
El propio Alí expresó: “Yo soy el mejor en el profesionalismo y Stevenson
lo es el amateurismo. ¿Para qué enfrentarnos entonces?”.
Stevenson junto a Alí (campeón profesional) en uno de sus viajes a La Habana. |
“Nos vimos dos
veces en La Habana en la década de los 90, mucho después de la fecha en que se
había pactado el combate (entre el 1ro. y el 28 de febrero de 1979), y otra en
los EE.UU., fueron encuentros muy bonitos, los dos habíamos esperado esos
momentos durante muchísimos años, expresó Teófilo”. ¿Y hablaron
de aquella pelea que no se dio?, preguntamos. La respuesta fue tajante: “No,
nosotros no hablamos nada de eso. Los que han hablado mucho de eso son los
periodistas. Y todavía lo hacen…”.
Le interrogamos si
el boxeo tiene un instinto salvaje, cómo se sentía cuando un hombre estaba
sangrando frente a él o en malas condiciones. Defendió entonces la filosofía
del boxeo amateur, donde dijo que eso no ocurre, “es muy difícil que pase. No
es igual en el boxeo profesional” y ejemplificó con uno de sus episodios.
El norteamericano
John Tate expresó que lo derrumbaría en el segundo asalto en su pelea en los
Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, sin embargo, luego de propinarle una
combinación de golpes, primero con la izquierda y luego el potente recto de
derecha, “lo tuve frente a mí, doblado ya, estaba inconsciente, indefenso
totalmente, esperé a que se recuperara o que el árbitro le contara y detuviera
la pelea. Si yo hubiera sido un boxeador profesional, lo hubiera matado, porque
un golpe más lo liquidaría”.
Gestos como ese le
valió la entrega del Trofeo Fair Play, Juego Limpio que otorga el Comité
Olímpico Internacional, algo trascendental y en aquel momento inédito, pues se
trataba de un boxeador.
Nos dijo que el
hombre al que más duro le pegó fue al alemán Peter Hussing, quien afirmó que la
derecha de Stevenson tiene tanta velocidad que no la ves venir, y si la ves ya
tienes el golpe en el mentón. Y el que más duro le pegó afirmó que fue otro
alemán, Jurgen Fanghnael, “pero por suerte no me dio en el rostro, sino en los
brazos, es decir, en la guardia, pero les digo que los brazos me cimbraron con
aquella descarga”.
Hace unos 15 años
o un poco más los pesos completos del profesionalismo atravesaron una crisis
que propició el regreso de cuarentones al ring. Le preguntamos si alguna vez
pensó regresar al ring. “Jamás me pasó por la cabeza algo así”. ¿Y si te
pagaran una gran suma? “No fui ni seré nunca un profesional”. ¿Y si esos
millones le ayudaran a Cuba a comprar medicinas, alimentos, te pondrías los
guantes? “Por mi país haría cualquier cosa, pero mi país sabe proteger a los
suyos, sabe también respetar los principios, y no comercializa con el deporte”.
Sobre sus
entrenadores Andrei Chervonenko y Alcides Sagarra, lo precisamos a hablar en
brevísima síntesis: “Chervonenko: un padre; Alcides Sagarra: ha sido capaz de
superarse para superar a los demás. Un maestro”.
Teófilo Stevenson junto a Alcides Sagarra, su entrenador. |
Sobre los millones
de dólares rechazados y que lo hubieran hecho un hombre rico, dijo que no había
que darle vueltas al tema: “Yo soy rico por muchas cosas, porque soy feliz,
porque soy cubano, porque vivo en Cuba. Soy rico por la sociedad en que vivo. Soy
muy rico porque me respetan y porque me dan mucho cariño. Yo nunca me
arrepentiría de lo que he hecho”.
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