Tomado de Rebelión.
Si el golpe de Estado militar contra el presidente Manuel Zelaya en Honduras, en junio de 2009, fue una acción contra el «eslabón más débil» de la cadena de los gobiernos latinoamericanos de izquierda y progresistas, el reciente golpe de Estado legislativo contra el presidente Fernando Lugo en Paraguay, es una acción contra el segundo «eslabón más débil» de la misma cadena. En el primer caso, la OEA, a través de la «mediación» de Oscar Arias, le permitió ganar tiempo a los golpistas para que consumaran el hecho. En el caso que hoy nos compete, hay que evitar que eso se repita.
El imperialismo norteamericano estrenó un nuevo sistema de dominación
continental a raíz del derrumbe del bloque europeo oriental de posguerra, cuando
suponía que las fuerzas populares latinoamericanas habían sido históricamente
derrotadas. En esas condiciones, impuso una reforma del Sistema Interamericano,
basada en la implantación de la democracia neoliberal como forma de
gobierno, en el intento de construir un Área de Libre Comercio de las Américas y
en el aumento de su presencia militar directa en la región.
En parte por prepotencia, pero también por ignorancia, el imperialismo asumió
que podía implantar un esquema único de alternancia democrático burguesa, en el
que los políticos neoliberales de distinta filiación partidista se sucedieran en
el gobierno, en la medida que el agravamiento de la situación socioeconómica
desencadenase el voto de castigo contra uno u otro de ellos. Fue incapaz de
prever que el voto de castigo llegaría a ser contra la democracia neoliberal
como sistema, no solo contra una u otra de las personas y fuerzas políticas que
participan en él. Tampoco logró anticipar que los pueblos ejercerían su derecho
al voto para elegir gobiernos de izquierda y progresistas de diversa composición
y modulación. Por ello forzó la aprobación de la llamada clausula
democrática, no solo en la OEA, sino en todos los mecanismos regionales y
subregionales del continente. Esa clausula, destinada a condenar y sancionar
toda interrupción al orden constitucional, se le convierte ahora en un obstáculo
para derrocar a los gobiernos que no son de su agrado.
Al imperialismo norteamericano le sucedió como a quien compra un auto sin
garantía, pensando que le durará a perpetuidad, pero pronto se da cuenta de que
no sirve. Sus opciones son comprarse otro auto, hacerle al auto inservible una
reparación de gran envergadura o llevarlo al mecánico de la esquina para que se
lo «remiende» como pueda. Revisemos las opciones:
«Comprarse otro auto» sería implantar otro sistema de dominación continental,
tal como hizo la administración de George H. Bush entre 1989 y 1993. Esto es
impensable tanto por el agravamiento de sus contradicciones con América Latina y
el Caribe, como por las divergencias existentes en las clases dominantes de su
propio país, que le impiden sustituir las políticas obsoletas que viene
arrastrando desde hace años, no solo hacia el resto del continente sino en casi
todos los temas de política interna y política exterior.
«Una reparación de gran envergadura» implicaría adoptar una posición
constructiva ante los temas de la denominada agenda interamericana: respeto a la
soberanía, la autodeterminación y la independencia de los pueblos; eliminar el
bloqueo a Cuba; reconocer el derecho a la independencia del pueblo
puertorriqueño; dar una solución integral y justa a los problemas de la
migración que va en busca de los capitales y empleos succionados de la región;
combatir el consumo de drogas en su propio país, como elemento indispensable
para dar una solución efectiva al flagelo del narcotráfico; combatir el tráfico
de armas estadounidenses que abastece al crimen organizado, en especial, en
México; prescindir de su política económica y comercial unilateralista; y otros.
Todo eso es impensable. ¿Qué pasó con el «new begining» anunciado por
Obama en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago? ¿Qué le pasó a Obama en
la Cumbre de las Américas de Cartagena con los temas de Cuba, las Malvinas y
otros?
«El remiendo del mecánico de la esquina» es tratar de restablecer la democracia neoliberal, caso por caso, por cualesquiera medios y métodos, en los países de América Latina y el Caribe gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas. Aunque los gobiernos progresistas no han roto con el neoliberalismo, sino solo lo han atenuado, incluso en esos países el imperialismo y la derecha local aspiran a volver a los «buenos tiempos» de la «ortodoxia»: los de Menem, Salinas, Carlos Andrés, Fujimori, Sanguinetti y otros.
El imperialismo norteamericano y la derecha latinoamericana han intentado «el
remiendo del mecánico» en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Honduras y Paraguay. Ya
«remendaron» la democracia neoliberal en Honduras, en este momento «están
tratando de remendarla» en Paraguay –es decir, en los dos «eslabones más
débiles» de la cadena–, y siguen intentando hacerlo en Venezuela, Bolivia y
Ecuador, y también en Brasil, Uruguay, Argentina y otros países. En todos ellos
buscan encontrar un tercer, un cuarto, un quinto eslabón débil, y así
sucesivamente, hasta «remendar» a todo el continente con el esquema de
democracia neoliberal que ya demostró ser estructuralmente insostenible.
- ¿Por qué era Honduras el «eslabón más débil» de la cadena? Porque el giro progresista del presidente Zelaya fue un acontecimiento sorpresivo; porque ese giro incluyó una política social que despertó la ira de los poderes fácticos que siguieron intactos; y porque no se fraguó una interacción orgánica y constructiva entre su gobierno y el conjunto de las fuerzas populares hondureñas. El imperialismo norteamericano y la oligarquía hondureña se unieron contra Zelaya, antes que Zelaya y los sectores populares se unieran entre sí.
- ¿Por qué se convirtió Paraguay en el segundo «eslabón más débil» de la cadena? Porque para alcanzar el titánico éxito de haber puesto fin al monopolio del poder político ejercido por el Partido Colorado, Fernando Lugo se vio en la necesidad de asimilar en su coalición electoral a la otra fuerza tradicional de la derecha paraguaya, el Partido Liberal Radical Auténtico, que boicoteó su gestión desde la legislatura y desde su propio gabinete; porque las fuerzas populares paraguayas apoyaron a Lugo en bloque, pero fueron divididas a las elecciones legislativas y municipales, lo que redujo su representación institucional a la mínima expresión; y porque esos factores crearon una situación ambivalente.
Con respecto a la ambivalencia del gobierno de Lugo, un líder de la izquierda
paraguaya citaba las palabras de un dirigente social en una asamblea: «
nosotros, los dirigentes sociales, a esta altura no sabemos si somos
oficialistas u opositores; antes éramos opositores y construimos nuestra fuerza
social y política; ahora, nuestra gente cree que somos del gobierno, nos piden
cosas y los ministros desconocen nuestra reivindicaciones »1. La historia
se repite: el imperialismo norteamericano y la oligarquía paraguaya se unieron
contra Lugo, antes que Lugo y los sectores populares se unieran entre sí.
Ahora bien, ¿qué cabe esperar ahora del imperialismo norteamericano y la
derecha paraguaya?
Cabe esperar que Federico Franco, igual que hizo Roberto Micheletti, trate a
toda costa de mantenerse en el gobierno hasta los próximos comicios
presidenciales. La elección de quienquiera que triunfe será espuria, igual que
lo fue la de Porfirio Lobo en Honduras, pero el mandato constitucional de Lugo
habrá expirado, como ocurrió con el de Zelaya.
La apuesta del imperialismo y la derecha local es que, una vez creada una
situación de facto, irreversible, el candidato presidencial triunfante,
Colorado o Liberal, termine siendo reconocido, aceptado o tolerado, aunque sea a
regañadientes, tanto dentro del país como fuera de él. ¿No es eso lo que
ocurrió, al menos parcialmente, con Porfirio Lobo? Así se habrá «restablecido la
democracia», entiéndase, la democracia neoliberal, y quedará sentado un segundo
precedente de que se puede derrocar a los gobiernos progresistas y de izquierda.
Así se abre el camino para seguir golpeando, uno a uno, a los próximos gobiernos
que resulten ser el «eslabón más débil» de la cadena.
¿Por qué derrocar a los presidentes Zelaya y Lugo, cuando entran en la recta
final de sus mandatos constitucionales, en países donde no existe la reelección
y donde no había otras figuras presidenciables con perfiles políticos similares
a los de ellos? De las fuerzas de derecha hondureñas y paraguayas no esperemos
razonamientos sofisticados: son primitivas. Para ellas, el poder siempre ha sido
y siempre será suyo: ¡basta ya de tolerancia con estos «izquierdistas»! Para el
imperialismo, los móviles son más estratégicos: tiene mucho más valor político
sentar todos los precedentes posibles de que los gobiernos de izquierda y
progresistas son «derrocables», a seguir obstruyendo su gestión hasta que
expiren sus respectivos períodos. Los derrocamientos de Zelaya y Lugo son
precedentes para el derrocamiento de otros presidentes, que sí pueden ir a
reelección o sí cuentan con un relevo seguro.
Evitar a toda costa la interferencia de la OEA
Honduras está ubicada en Centroamérica y el golpe contra el presidente Zelaya
ocurrió cuando no existía la CELAC. Eso hizo que la «negociación» para
«restablecer la democracia» fuese competencia de la OEA. Debido a que la
correlación de fuerzas dentro de esa organización era favorable a la restitución
de Zelaya, la malévola política imperialista y la ingenuidad del derrocado
mandatario, llevaron a «secuestrar» el debate y a que fuera designado como
«mediador» el entonces presidente costarricense Oscar Arias, quien dos décadas
antes había recibido un Premio Nobel por descarrilar el proceso de paz en
Centroamérica que auspiciaba el Grupo de Contadora.
A diferencia de Honduras, Paraguay está ubicado en el corazón de América del
Sur, y está sujeto a los compromisos adquiridos como Estado ante MERCOSUR,
UNASUR y CELAC. En particular, está obligado a cumplir la clausula democrática
que el imperialismo norteamericano impuso como instrumento de su política
injerencista, y que hoy, en circunstancias como ésta, se vuelven contra él.
No hay siquiera que imaginar la posibilidad de que la OEA sea el foro
regional para debatir y adoptar medidas respecto a lo ocurrido en Paraguay, una
OEA incluso más desprestigiada e inoperante que la de 2009. MERCOSUR, UNASUR y
CELAC, esos tres anillos de concertación política, dos de ellos sudamericanos, y
uno latinoamericano y caribeño, son más que suficientes.
A la OEA nada hay que ir a hacer, pero, en todo caso, si alguien, con mala o
buena voluntad, cita a una reunión del Consejo Permanente sobre el tema, lo que
le compete a los miembros de MERCOSUR y UNASUR es informar allí las sanciones,
irrevocables, adoptadas contra el gobierno usurpador.
¡Ni pensar en convocar a una Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones
Exteriores de la OEA, porque para ello el imperialismo necesitaría dos tercios
de los votos, una cifra inalcanzable si la concertación política funciona bien
en la UNASUR y la CELAC!
¿Qué esperamos del presidente Lugo?
Que no cometa el mismo error que Zelaya, que no confíe, en lo más mínimo, en
el discurso de la supuesta defensa de la democracia del imperialismo, ni de la
OEA como institución. La «democracia» del imperialismo y de la OEA no lo incluye
a él, como no incluía a Zelaya.
¿Qué esperamos de las fuerzas populares paraguayas?
Que lo ocurrido sea un poderoso incentivo para forjar la unidad que no
lograron en el momento de la elección del presidente Lugo, ni durante el tiempo
transcurrido de su mandato aún inconcluso. No es momento de recriminaciones,
sino de reflexión, maduración y acción. Si durante esos años no quedaba claro
para ellas si eran oficialistas u opositoras, es evidente que hoy son
opositoras, y que la derecha las consideraba una parte indeseada del
oficialismo.
¿Qué esperamos de los gobiernos de izquierda y progresistas de América Latina
y el Caribe?
Esperamos que, una vez suspendido el Estado paraguayo de su condición de
miembro del MERCOSUR –un Estado cuya derecha vetaba el ingreso de Venezuela en
ese mecanismo de integración–, sus miembros activos, Argentina, Brasil y
Uruguay, desbloqueen ese ingreso, algo que, seguramente, ni el imperialismo ni
la derecha paraguaya previeron
Confiamos en que adoptarán las más enérgicas e indeclinables medidas contra
los usurpadores en el MERCOSUR, en la UNASUR y, si fuese necesario y
conveniente, en la CELAC. También confiamos en que promuevan la más enérgica
condena internacional contra el golpe de Estado ocurrido en Paraguay, todo ello,
para evitar que se convierta en un remake del hondureño.
Nota:
1 Véase a Hugo Richer:
«Paraguay: un momento crucial en medio del laberinto», en La izquierda
latinoamericana a 20 años del derrumbe de la Unión Soviética, Roberto
Regalado (coordinador), Ocean Sur, México D.F., 2012, p. 355.
Roberto Regalado es
Doctor en Ciencias Filosóficas, profesor del Centro de Estudios Hemisféricos y
sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana y coordinador de varias
colecciones de la editorial Ocean Sur.
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