Fuente original: Debate Callejero
Por David Rodríguez .
Aquellos que gustan de símiles deportivos han podido exhibir todo su repertorio con la investidura de Puigdemont como nuevo presidente de la Generalitat. Han podido hablar, por ejemplo, de negociaciones ‘de infarto’ o de acuerdo ‘en la recta final’. Los más reacios al acuerdo pueden decir que ha sido ‘de penalti injusto y en el último minuto’, y los partidarios del mismo destacan la salvación ‘heroica e in extremis del Procés’.
Pero no nos equivoquemos demasiado. El partido que algunos han disputado en Catalunya no ha sido el del ‘Procés’, sino más bien el del Poder. Porque los frenéticos movimientos que hemos vivido durante los últimos días obedecen al pánico que el establishment catalán ha mostrado ante unas nuevas elecciones que podían propiciar un giro a la izquierda contrario a sus intereses más pecuniarios. Si a esto añadimos el papel de CDC como fuerza política adscrita de manera irrenunciable al ejercicio del Poder, tenemos todos los ingredientes para explicar las convulsiones de la semana precedente.
Para estos actores decisivos del mapa político catalán, el ‘Procés’ no es sino el envoltorio místico del que se dotan para mantener el Poder. Nótese que además hablan del ‘Procés’, en mayúsculas y en singular, dando a entender que es Uno, como toda buena deidad. Tildan de hereje a todo aquel que se atreve a dudar de Él, a quién pretende insinuar que existen alternativas a su singularidad. Da igual que no se halle dotado de demasiado contenido concreto y material, pues se trata en última instancia de una cuestión de fe.
El Poder no puede nunca mostrar su verdadero rostro. Se lo deben haber explicado muy bien a Muriel Casals, expresidenta de Òmnium y diputada de Junts pel Sí, que hace unos días declaró que “El Presidente Mas representa esta clase media que ha hecho mucho y mucho por nuestro país. Y por otro lado también representa la aspiración de las clases populares de convertirse en esta clase media culta, libre, despierta y feliz.” Error. El Poder no debe exhibir su carácter clasista, y es por ello que susodicha diputada ha permanecido más bien en un segundo plano desde que pronunció esas desafortunadas palabras.
Da igual que CDC haya pactado en Catalunya y en España con el Partido Popular para mantenerse en el poder. Es indiferente que hayan apoyado todas las leyes y medidas que asfixian económicamente a Catalunya. No pasa nada si se sustentan en una corrupción más bien estructural. La oligarquía mediática relega estos detalles al baúl de los olvidos y vuelve a fijar las miradas hacia el divino ‘Procés’, que lava todos los pecados de sus sumos sacerdotes.
En cambio, no es para nada baladí que las CUP hayan desafiado al principal Mesías del ‘Procés’. Los apologetas de Artur Mas han caído en tromba sobre esta formación y le han impuesto una dura penitencia, hasta el punto de que han reconocido públicamente y por escrito su gran culpa. No pretendo con esto atenuar la crítica que creo que merece el apoyo de la CUP a Junts pel Sí, tan sólo pretendo explicar el contexto casi religioso que ha condicionado sus últimas y desafortunadas decisiones.
Ahora comienza una nueva legislatura en torno al ínclito ‘Procés’, que lleva camino de imitar la obra de Kafka del mismo nombre (que por cierto y para mayor inri dejó inconclusa). Sin embargo, CDC no lo tendrá fácil para seguir defendiendo las políticas que provocan el mantenimiento de las graves injusticias sociales que padece Catalunya, que pretende enmascarar detrás de las banderas. Primero, porque no todos aquellos que defienden la independencia pretenden mantener el status quo. Segundo, porque cada vez hay más gente que apuesta por el derecho a decidirlo todo, desde una perspectiva nacional pero también social. Finalmente, porque la dinámica de cambio social está llevando a reclamar cada vez con más fuerza la apertura de un proceso constituyente que sirva para cuestionarlo todo de arriba abajo. Esta esperanza de discutir sobre lo concreto, sobre el conjunto de problemas de la sociedad, es la que debe derribar el ídolo del ‘Procés’ como concepción divina y vinculada al Poder de unos pocos.
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