Por Rosana Zamora
Cuesta creer que esos muchachos atacantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en 1953, promediaban su edad entre los 20 y 30 años, la mayoría, y es que en la época republicana, la madurez, delatada en las fotografías que hoy nos llegan de esos jóvenes, respondía al ambiente hostil imperante en la Isla.
Pedro Trigo se contaba entre los más nuevos, quizás por eso aún recuerda con exquisito detalle nombres y apellidos de sus compañeros, calles de Santiago de Cuba y La Habana, y horas y minutos de los encuentros que sobrevinieron después de conocer a Fidel en uno de los encuentros de los integrantes del Partido Ortodoxo en 1952.
“Me había parado a denunciar cómo Carlos Prío Socarrás no solo había intervenido miles de kilómetros de tierra en Calabazar para conformar lo que sería la finca del Rocío, sino que había desalojado, sin previo mandamiento judicial, a más de seis campesinos con sus familias. Recuerdo que uno de esos hombres había trabajado más de 18 años como arrendatario.
“Cuando me bajo de la tribuna, un joven fuerte, alto y corpulento me agarra por el brazo y me pregunta: “¿Todo eso que usted ha dicho es cierto?”
Lo primero que atinó a pensar Pedro era que se trataba de un policía, no obstante, ratificó su exposición. Cuál no sería la sorpresa al escuchar la presentación de aquel mozo, que casi siempre vestía de traje: “Yo soy el doctor Fidel Castro y me has dado una gran idea. ¿Qué te parece si buscamos todas las pruebas y yo como abogado hago la denuncia ante el Tribunal de Cuentas y reivindicamos la memoria de Eduardo Chivás?”
“Para mí aquel planteamiento fue extraordinario, refiere Trigo, y cooperé con Fidel buscando todos los datos, hasta retratábamos a los soldados del Ejército que iban a realizar labores agrícolas a favor de Carlos Prío”.
En los “trajines” andaban Fidel y Trigo para llevar el caso a la justicia cuando les sorprende el cuartelazo militar del 10 de marzo de 1952, protagonizado por Fulgencio Batista. Como no pocos jóvenes de la capital, los de Calabazar marcharon hacia la Universidad de La Habana “porque nos dijeron que ahí habría armas”. Pero en ese marzo de 1952, no hubo una respuesta satisfactoria ante el atropello del que sería uno de los presidentes más tiránicos de Cuba.
Poco tiempo después, miembros del Partido Ortodoxo, en un estado prácticamente desarticulado, se reuniría en la playa de Guanabo.
“Fidel me dice: Trigo, ¿no te parece que ha llegado el momento de ir a la creación de un movimiento verdaderamente revolucionario, un movimiento que esté integrado por campesinos, obreros y aquellos intelectuales que estén en disposición de empuñar las armas?
“Porque fíjate, me decía Fidel, vamos a hacer un movimiento que no solo derroque a la dictadura sino que vamos a ir a las raíces de los males que padece nuestra seudorrepública… Así hablaba Fidel siendo joven ¿quién no lo seguía, dime?”
¿QUÉ SÉ TRAÍA ENTRE MANOS FIDEL?
Luego de aquella reunión, coincidentemente entre los jóvenes se extendió la idea de accionar a través de las armas, como mismo había entrado Batista, así mismo lo sacarían.
“A mi cargo estuvo la conformación de una célula en Calabazar”, dice Pedro Trigo. Otras células insurreccionales surgirían en La Habana; Artemisa; Colón, en la provincia de Matanzas, dirigido por Mario Muñoz Monroy; y otra en Santiago de Cuba, de la cual era responsable Pedro Celestino Aguilera; hasta llegar a aunar a cerca de mil doscientos compañeros en todo el país.
“Capté a Florentino Fernández León por orden de Fidel, explica Trigo. Era un sargento sanitario del Hospital Militar de Columbia y él usualmente compraba a los soldados los uniformes militares para los campesinos que trabajaban en la finca de su suegro. Los soldados vendían las prendas porque el salario era muy bajo. Para mí Florentino es un ejemplo de revolucionario, con él adquirimos la casi totalidad de los uniformes, y la pistola Luger que Fidel Castro utilizó en el Moncada se la regaló ese sargento.
“Recuerdo que para el uniforme de Fidel pasamos trabajo. La talla mayor no le servía, solo la manga de la camisa le quedaba por el codo. Y Fidel seguía preguntándonos a Abel Santamaría y a mí si nos parecía que tenía aspecto de militar. Abel y yo asentíamos, como es natural. Pero yo me preguntaba qué se traía entre manos Fidel”.
Para resolver el asunto, Aidé Santamaría y Elena Rodríguez Rey fueron a una tienda de la calle Muralla y compraron unas telas similares a las de los uniformes de los soldados del Ejército. En la casa de Melba, en Jobellar 107, se montó un taller de confecciones y allí se hicieron los uniformes de talla mayor para Fidel, Abel, Boris y otros compañeros que los necesitaban.
LA HORA CERO
El 24 de julio de 1953, sobre las cinco de la tarde, Fidel da la orden de salir para Santiago de Cuba, y específicamente a Pedro Trigo le dice: “No vayas por tu casa que a lo mejor te reblandeces con tu hijo”. Trigo cogió un bus que lo llevaría hasta la calle Z número 8 en Santiago de Cuba y de ahí para la Granjita Siboney.
“Cuando entro por el fondo, la primera impresión que recibí fue la presencia de la mujer cubana, ahí estaban Melba Hernández y Aidé Santamaría, que nos inspiraron todavía más valor.
“No fue hasta ese entonces que nos fuimos enterando dónde sería la acción, porque el movimiento se caracterizó por la discreción y la compartimentación”.
Entre las figuras más impactantes de la gesta del Moncada se encontraba Abel Santamaría, usted que lo conoció ¿qué me diría?
Tuve un momento con Abel antes de marchar hacia la acción que me hizo reflexionar: “Piensa lo peor, me dice Abel, que perezcamos en las acciones. De todas formas ganamos, porque en el centenario del nacimiento de José Martí demostramos la vigencia de su pensamiento”.
Así pensaba Abel Santamaría, horas antes de haber sido prisionero y ser torturado y asesinado salvajemente, como hicieron con mi hermano Julio Trigo, y con otros muchos compañeros.
¿Entonces el asalto ha sido una victoria desde el primer momento para usted?
Fuimos a la acción inspirados en la posibilidad de iniciar una Revolución como la que hemos creado hasta hoy. Así que sí, y Fidel lo sabe, mientras que esto (se señala la cabeza) no me falle, estaré al lado de la Revolución.
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