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Algunos detalles que los medios prefieren no contar, y que contrastan
con la realidad de las democracias estándar: el Parlamento cubano ha
conseguido la paridad entre hombres y mujeres sin necesidad de cuotas
por ley; el promedio de edad en él es de 48 años, y los jóvenes menores
de 25 son el 18 % de la Asamblea, algo que destruye el mito de la
“gerontocracia” cubana.
Por José Manzaneda, coordinador de Cubainformación.
Acaban de celebrarse elecciones en Cuba. Y resulta curioso que, en un
país presentado en los medios de todo el mundo como un “estado
totalitario”, haya participado en ellas el 90 % de la población, sin que
el voto –al contrario que en algunos países de la región- sea
obligatorio (1).
De hecho, ninguna crónica internacional narra suceso alguno de
intimidación o amenaza contra personas que decidieron no acudir a votar.
La llamada “disidencia” cubana –caracterizada en los medios como
“oposición política”- proponía como fórmula de protesta contra estos
comicios la abstención, el voto nulo o el voto en blanco (2). Pero, a
pesar de todos sus esfuerzos, la suma total de todas las modalidades de
boicot (abstención más boletas blancas y nulas) no superó el 16 % (3).
Sin embargo, el mensaje común de la gran prensa internacional sobre
estas elecciones coincide con el de esta “disidencia” que apenas
moviliza seguidores. Para ambos, las elecciones cubanas son un mero
formalismo (4).
Para demostrar la supuesta falta de legitimidad de las elecciones
cubanas, algunos medios han difundido diversas falsedades sobre sus
procedimientos. Por ejemplo, que las candidaturas son propuestas por el
Partido Comunista. La agencia británica Reuters afirmaba que la “lista
de 612 diputados (fue) seleccionada por el Partido Comunista para la
Asamblea Nacional” (5). La Cadena Ser, radio del grupo español Prisa,
decía que “el Partido Comunista Cubano (PCC) (...) copa todos los
puestos relevantes en las diferentes instituciones” (6). Nada de esto es
cierto. El Partido Comunista de Cuba no interviene en el proceso
electoral, que se realiza en dos fases: la primera, realizada en octubre
del pasado año, fue la de los comicios municipales. Allí, cualquiera,
en su barrio, pudo proponerse o proponer como candidata a otra persona
de su vecindario, fuera militante del Partido o no (7). También lo
pudieron hacer los llamados “disidentes” que, en las rarísimas ocasiones
en que han participado, jamás han sido electos en las asambleas de
base.
Este derecho que tiene la población cubana a participar directamente
en la composición de las candidaturas es algo desconocido en la mayor
parte de las supuestas “democracias” occidentales (8).
En una segunda fase, la realizada este pasado domingo, la población
votaba por sus representantes provinciales y para la Asamblea Nacional o
parlamento. En la lista de candidaturas para este parlamento, se
incluía un 50 % de delegados o delegadas de barrio que fueron electos
por la población en la primera fase municipal (9). Por ello, si algún
“disidente” hubiera sido elegido desde la base, habría tenido opción de
llegar al Parlamento.
Pero hay otros datos y detalles que los medios prefieren no contar,
porque contrastan con la realidad de las “democracias estándar”. Por
ejemplo, que el Parlamento cubano ha conseguido la paridad entre hombres
y mujeres sin necesidad de cuotas por ley; que el promedio de edad es
de 48 años, y que los jóvenes menores de 25 son el 18 % de la Asamblea,
algo que destruye el mito de la “gerontocracia” cubana; que la población
negra o mestiza ocupa el 37 % de los escaños; o que el parlamento
–lejos del elitismo de otros países- acoge un completo arco iris social
de artistas, líderes religiosos, campesinas, estudiantes u obreros
metalúrgicos, que no cobran salario alguno por su trabajo parlamentario
(10).
Para entender el modelo electoral de Cuba, y no aplicar comparaciones
mecánicas con el vigente en otras sociedades, es necesario tomar en
cuenta dos elementos clave: uno, la composición socio-clasista del país,
radicalmente distinta a la de las polarizadas sociedades capitalistas
de su entorno; y dos, la guerra y bloqueo económico impuestos al país
por la mayor potencia del mundo, elemento condicionante número uno para
la posible ampliación de espacios políticos y sociales en la Isla.
Pero parece que a los medios internacionales les resulta menos
incómodo enjuiciar la democracia cubana aplicando los viejos cánones de
la desgastada democracia burguesa.
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