Por
Los
países de América Latina y el Caribe hicieron historia al acordar en la Rivera
Maya, México (2010), la constitución de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Significaba que los 33 Estados de la
región se reunieran por primera vez en una organización sin Estados Unidos ni
Canadá y que en su gran diversidad hablaran a una sola y soberana voz en el
concierto mundial de naciones. Su trayectoria hasta hoy, los pronunciamientos
de su I Cumbre en Santiago de Chile (28/1) y la elección unánime de Cuba para
encabezarla hasta la II cumbre de La Habana (2014), así lo demuestran. Esta
decisión, indicando a Washington el apoyo latinocaribeño a Cuba y los
clamorosos reclamos que debió escuchar Obama sobre la argentinidad de las
Malvinas y contra el bloqueo y la ausencia de la isla en la llamada Cumbre de
las Américas de Cartagena (2012) señalan el crucial giro político de América
Latina y el Caribe.
“La
CELAC es el proyecto de unión política, económica, cultural y social más
importante de nuestra historia contemporánea” señaló en memorable carta a la
reunión de Santiago el presidente Hugo Chávez. Nadie más indicado para hacer
esta valoración que quien ha entregado todo su talento y dotes de líder para
conseguirlo. En la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y
Desarrollo, Brasil (2008), con la capacidad de convocatoria del presidente Lula
da Silva se dio el “primer paso”, dijo entonces su homólogo Raúl Castro, y la
reunión constitutiva, preparada exquisitamente por la diplomacia chavista, se
realizó en la capital venezolana (2011). Allí se adoptaron la Declaración y el
Plan de Acción de Caracas, así como otros documentos previamente sometidos al
consenso de todos los gobiernos participantes. En ellos, como en los adoptados
en Santiago esta semana se advierte una manera de pensar y un lenguaje propio
humanistas y solidarios, alejados del cosmopolitismo y la tecnocracia
neoliberales.
Y
es que la Celac no es fruto de una decisión burocrática o cupular. Sólo fue
posible como resultado de un nuevo y superior capítulo de la lucha de
emancipación de los pueblos de América Latina. Cuando se anunciaba el fin de la
historia y las políticas neoliberales parecían eternas, nuestros pueblos
cambiaron la geografía política y el sentido común que parecía prevalecer
entonces en la región. Lo hicieron a partir del estremecedor caracazo (1989) y
la rebelión cívico-militar encabezado por Chávez (1992), pasando por el
levantamiento indio de Chiapas (1994) y otros potentes combates populares que
condujeron al advenimiento de gobiernos defensores del interés nacional y
popular en Venezuela, Brasil, Argentina Bolivia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua.
La Celac es resultado de la aparición de estos gobiernos, de la rebelión
antineoliberal que los entronizó y de un acumulado cultural a favor de la
unidad como única vía de independencia. Alargando la perspectiva histórica, es
también consecuencia de cinco siglos de luchas populares y se asienta en la
solidez de las dos grandes civilizaciones de los pueblos originarios de América
Latina y el Caribe y en el fecundo mestizaje indo-latino-africano. Encarna el
postergado e indispensable objetivo unitario de Bolívar, de Martí y de muchos
de nuestros próceres.
La
cumbre de Santiago muestra una Celac en trance de consolidarse que inspira
justificado optimismo aunque sería ingenuo suponer que estará exenta de
escollos. Los sectores burgueses más entreguistas en cada país harán todo lo
posible por poner palos en la rueda. Estados Unidos intentará aprovechar las
evidentes diferencias de criterio en su interior para dividirla. En la
organización están los países de la Alba así como Argentina, Brasil Y Uruguay,
-que se oponen al libre comercio- y están México, Colombia, Perú y Chile,
agrupados en la Alianza Pacífico, que persisten por ahora en esa fórmula
fracasada y socialmente ruinosa. Sin embargo, ambos grupos están demostrando la
capacidad de trabajar juntos enfatizando en lo que los une y no en lo que los
separa.
Raúl
lo definió así en Santiago: “Entre nosotros hay pensamientos distintos e,
incluso, diferencias, pero la CELAC ha surgido sobre el acervo de doscientos
años de lucha por la independencia y se basa en una profunda comunidad de
objetivos. No es la CELAC, por tanto, una sucesión de meras reuniones ni
coincidencias pragmáticas, sino una visión común de la Patria Grande
latinoamericana y caribeña que solo se debe a sus pueblos”.
Chile
y otros países abogaron en la cumbre Unión
Europea (UE)-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac)
–previa a la de la Celac misma- por conformar una alianza estratégica entre
ambas regiones. Pero tal propósito es inviable a menos que la UE cambiara
radicalmente su actitud pues mientras más se hunde bajo el peso de la crisis
capitalista y de su senectud más insiste en sus aires colonialistas. Lo hemos
visto en la conducta de sus transnacionales –y por supuesto las de Estados
Unidos- en América Latina y el Caribe, que sólo se detienen ante
autoridades que le pongan coto a sus prácticas saqueadoras y depredadoras o
bajo la presión de vigorosas protestas sociales. Lo comprobamos con sus
intervenciones militares en Afganistán, Irak, Libia, Siria y Malí y lo
confirmaron también sus pretensiones en la citada reunión.
La
UE recibió un parón de Argentina, apoyada por los países de la Alba, cuando
pretendía mantener en la declaración el derecho a la seguridad jurídica sobre
las inversiones pero sin mencionar el contrapeso de las regulaciones,
prerrogativas inalienable a que pueden recurrir los Estados bajo el amparo del
derecho internacional en defensa de sus intereses, como son las
nacionalizaciones. Antes y durante la reunión sus voceros mediáticos y
académicos entonaron las acostumbradas loas neoliberales a los tratados de
libre comercio como si de algo virtuoso y no de la ley del embudo se tratara.
La UE ha logrado este tipo de acuerdos con Chile, Perú, Colombia y México y sus
jerarcas están “ansiosos” (Van Rompuy dixit) por alcanzarlo con el Mercosur.
Ah, pero eso sí, sin comprometerse a levantar los fuertes subsidios a su
agricultura. Al respecto, la mandataria argentina Cristina Fernández dijo que
un acuerdo con el Mercosur debe tener en cuenta las asimetrías… “una relación
donde solamente ganaba uno no puede ser más”, tiene que ser una “donde ganemos
ambos” y subrayó la necesidad de tener en cuenta la “incipiente industria de
los países emergentes”.
No
obstante los desacuerdos, el foro biregional se pronunció a favor de los
principios de soberanía, autodeterminación y no uso de la fuerza en las
relaciones internacionales, se opuso al bloqueo contra Cuba y consiguió que los
europeos aceptaran proporcionar asistencia a los países de Celac –especialmente
a los caribeños- en materia de mitigación y adaptación a las consecuencias del
cambio climático.
Pero
no ya la Unión Europea. Tampoco Estados Unidos, cuya economía está en terapia
intensiva, puede imponer su voluntad a los gobiernos de América Latina y el
Caribe como acostumbraba hacerlo hasta hace unas décadas. Ello se explica,
sobre todo, por los mecanismos de unidad e integración (Alba, Unasur, Mercosur,
Petrocaribe) propiciados por los cambios sociales y políticos en nuestra región
y también por la pérdida relativa de hegemonía yanqui en un mundo donde han
emergido vigorosos los BRICS y avanza sin pausa el multilateralismo. Esos
mecanismos y otros existentes anteriormente, como el Caricom, permiten llegar a
consensos entre gobiernos diferentes. Entre los más fuertes y los más débiles.
Entre neoliberales (más proclives a ceder) y los que defienden el interés
nacional y popular. Si los gobiernos derechistas no comprendieran que el
disponer de un foro como Celac les otorga mayor capacidad de maniobra e
independencia en el incierto mundo en que vivimos no habrían estado de acuerdo
en impulsarla.
El mandato presidencial
encargado a Cuba (2013-14) por Celac, en
sí mismo expresa el enorme cambio político operado en América Latina, un hecho
que aunque esperado ha resultado telúrico. En esa misma dirección apuntan el
programa de alfabetización y el de lucha contra el hambre acordados en el Plan
de Acción de Caracas y ratificados en Santiago, que bajo la presidencia cubana
recibirán un renovado impulso. La Declaración de Santiago –hecho muy relevante-
declara el carácter latinoamericano y caribeño de Puerto Rico y de interés de
la Celac las resoluciones sobre la isla hermana adoptadas por el Comité de
Descolonización de Naciones Unidas. Se pronuncia por una solución pacífica en
Siria sin intervención extranjera, por la consolidación de nuestra región como
zona desnuclearizada y de paz y por la protección al conocimiento tradicional
de los pueblos originarios. El Caricom –representado por Haití- quedó
incorporado a la troika con la intención de que los pequeños estados del Caribe
participen de sus decisiones.
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