jueves, 5 de abril de 2018

La Doctrina Monroe: Columna vertebral del imperialismo norteamericano (Parte I)


Tomado de Razones de Cuba
Por Miguel Angel García Alzugaray.

Es evidente que con Donald Trump se ha regresado a los tiempos del Gran Garrote y que su neoanexionismo es menos solapado que el de la anterior administración Obama, quien fuera más aterciopelado, sin dejar de lado sus pretensiones hegemónicas.

Baste recordar la reciente gira por América Latina del destronado Secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson, comenzada en México y que se extendió por Argentina, Perú y Colombia. Este periplo fue precedido el 1 de febrero por un discurso en la Universidad de Texas, en el cual resaltó lo que podría entenderse como la política exterior de la administración de Trump hacia América Latina. A saber, un retorno a la sempiterna y conservadora doctrina Monroe, o lo que es lo mismo, una vuelta a la postura paternalista y colonialista que ha caracterizado por casi dos siglos la política exterior estadounidense hacia América Latina.
En sus instrucciones para la región, Tillerson llegó tan lejos como sugerir que el presidente Nicolás Maduro debería abandonar su puesto de Jefe de Estado democráticamente electopor una indiscutible mayoría de votos. En su discurso, también vuelve con los fracasados condicionamientos a Cuba y, sin autoridad moral alguna, se entromete en los asuntos internos cubanos, al reclamar de nuestro próximo proceso electoral, cambios que sean del agrado de Estados Unidos.
Al decir de Tillerson: “En la historia de Venezuela y de hecho en la historia de otros países latinoamericanos y sudamericanos, frecuentemente son los militares (los) que se ocupan de esto, cuando las cosas se ponen tan malas que los líderes militares se dan cuenta que ya no pueden responder más a los ciudadanos y ellos conducen una transición pacífica. Si este es el caso o no, yo no lo sé”.

Sus palabras fueron claramente una instigación al “cambio de régimen”.
Al denunciar el 5 de febrero estas expresiones injerencistas, el Minrex cubano señaló en su nota oficial: “Con sus declaraciones, el alto funcionario del Gobierno de Estados Unidos, añade un nuevo acto a lo que ha sido un patrón de sucesivos atropellos en la historia de dominación de nuestra región y ratifica el sostenido desprecio con que el Gobierno del presidente Donald Trump se ha referido inequívocamente a las naciones de Latinoamérica y el Caribe, a cuyos pueblos descalifica cada vez que tiene oportunidad.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba condena esta nueva agresión contra Cuba y Venezuela, que sucede a las recientes declaraciones irrespetuosas del presidente Trump en el discurso sobre el Estado de la Unión”.
Aunque han transcurrido más de dos meses desde estas cínicas declaraciones y el Sr. Tillerson ya no maneja los hilos de la tenebrosa política exterior de los Estados Unidos, nada ha cambiado al respecto. Tal vez, sólo ahora todo es más claro. El “Norte revuelto y brutal” que nos desprecia se ha quitado la careta, mostrando sin pudor su verdadera faz imperialista. Su doctrina Monroe nunca ha dejado de estar vigente, como nunca han dejado de estarlo sus ansias anexionistas hacia nuestra Patria.
Doctrina Monroe, piedra angular de la política exterior imperialista estadounidense.
Con la Doctrina Monroe, los Estados Unidos se convirtieron en una especie de poder absolutista dentro de América, dando la espalda al viejo continente y otorgándose la autoridad moral para expandirse a la fuerza y convertirse en una potencia mundial, primero al conquistar el Oeste y la guerra contra los indios, luego contra México y Texas. No consideraban su expansionismo como política exterior sino que lo hacían con la “conciencia tranquila”, es decir, que la política exterior de los Estados Unidos consistiría en no tener política exterior.
La doctrina Monroe fue aplicada por primera vez en Texas, pues para los Estados Unidos era un riesgo el tener tan cerca una región independiente, que podría unirse a cualquier potencia, convirtiéndose en un gran peligro. Sin embargo, esta doctrina era aplicada según le conviniera a los estadounidenses. Por tal razón, no se inmiscuyeron en los hechos de la desembocadura del Río de la Plata en la que Gran Bretaña y Francia desarrollaron un plan conjunto de intervención armada. Los Estados Unidos sólo intervenían en regiones en las que la Unión tenía intereses específicos, aunque fueran los interesados quienes solicitaban directamente la intervención de la potencia del Norte del continente.
Hoy, su escalada de dominio se ha afianzado con la creación de entidades de alcance internacional como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), puesto que ya no solo era un dominio regional, sino que creció y se extendió a hasta llegar a cualquier país que pudiera representar intereses reales o potenciales, bajo la dominación económica del Gigante del Norte. Se crearon organismos como la Organización de Estados Americanos (OEA) cuya sede se encuentra curiosamente en el corazón del dominio político y militar norteamericano: en Washington D.C.
Todos sabemos que el Estado norteamericano, como bien dice Michell Albert en su libro Capitalismo contra capitalismo: “(…) sirve a los grupos de presión, y estos con frecuencia los componen empresas y corporaciones (…)”.Estas empresas y corporaciones son las poseedoras de capacidad económica y organizativa suficiente para influir en la gestión pública y la generación de políticas para inclinar la balanza a su favor, e incluso, llegar a desestabilizar el mercado y hasta algún pequeño país o gobierno que les sea adverso, aun por encima de la generación de conflictos, golpes de estado, invasiones, pobreza y hambre.
Por otro lado, el sistema capitalista americano nos presenta esa ya conocida voracidad dentro del mercado, incluso ha desarrollado un altísimo nivel de comercialización en labores profesionales como el derecho y la medicina, en donde las personas son catalogadas como potenciales clientes generadores de ganancia, en lugar de individuos con necesidades y derechos, esto no es más que el reflejo de una economía capitalista basada en intereses privados que se han expandido a otros lugares del mundo, fuera del rango de dominio que propone la doctrina Monroe.

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