Fernando Martínez Heredia (2).
Ante todo, agradezco mucho el honor y la oportunidad que me han brindado los organizadores, de realizar esta actividad como cierre del Diplomado “Pensamiento emancipatorio en América Latina”, que se ha impartido durante ocho meses en este Centro de Estudios, con la colaboración internacionalista de GALFISA y mis queridos compañeros docentes.
Al leer la estrategia formativa, la fundamentación, los objetivos y el programa del diplomado he sentido la gran satisfacción de comprobar cuánto hemos avanzado los latinoamericanos en la comprensión cabal y la utilización adecuada del pensamiento marxista revolucionario. Sucede aquí, en el continente en el que son más profundas las contradicciones del sistema capitalista, pero que es al mismo tiempo la región del mundo donde la inconformidad y la resistencia se han vuelto más capaces de producir hechos políticos y sociales, e ideas y sentimientos, que desafían más profundamente al criminal modo de dominación que amenaza cerrarle a la humanidad todos los caminos y al planeta mismo su existencia.
Ha sido sumamente difícil el decurso histórico transcurrido desde la implantación del colonialismo hace cinco siglos, genocida, ecocida y destructor de culturas. Igualmente difícil ha sido romper las cárceles del espíritu y del pensamiento para llegar al conocimiento y la comprensión de ese mismo proceso por parte de los pueblos sometidos a la explotación, la opresión y el olvido de sí mismos. La historia ha sido prisionera del colonialismo, y de las clases dominantes de las repúblicas burguesas y neocolonizadas. Recuperar la historia desde el campo popular es una necesidad para entender el presente y para guiar nuestras acciones y proyectos, tarea que aquí solamente menciono.
El estudio y la utilización del pensamiento crítico marxista en El Salvador expresa una estrategia acertada ante a la situación actual y, sobre todo, frente a los problemas, los dilemas y las opciones principales que enfrentan los revolucionarios en esta coyuntura y los que tendrán ante sí en el futuro previsible. Un mar de temas deberá ser abordado por ese pensamiento.
Ilustro la cuestión de manera telegráfica mediante seis problemas. El de la identidad: ¿qué somos? El de la política práctica: ¿qué hacemos? El de los valores, las motivaciones y los comportamientos cotidianos: ¿cómo educarnos y reeducarnos, cómo transformarnos, determinarnos a actuar y persistir, ser flexibles y firmes a la vez?, ¿cómo llegar a ser diferentes a la cultura de la dominación, y no apenas opuestos a los dominantes?, ¿cómo ser muy subversivos y al mismo tiempo ser creadores y constructores? El problema de los objetivos: ¿adónde vamos?, ¿cómo relacionar la estrategia con las tácticas?, ¿y los fines con los medios? El problema de la posición revolucionaria: ¿cómo nos guiamos para mantenerla en todas las coyunturas y en todas las etapas?, ¿cómo evitar que pierda el rumbo y se vuelva una rémora?, ¿cómo defenderla y desarrollarla? El problema de la utopía, esa vocación imprescindible que exige ir más allá de lo posible y de lo factible, y convertir sueños en realidades a través de la praxis consciente y organizada.
Es obvio que tantos problemas e interrogantes solo podrían abordarse bien dentro de un plan de estudio, debates y divulgación, de investigaciones e intercambios, dentro de una política de utilización del pensamiento como instrumento del movimiento revolucionario. Al mismo tiempo, deben ser un ejercicio irrenunciable de cada persona consciente. Por mi parte, a lo largo de mi vida, junto a la participación en experiencias y el acompañamiento a otras, he tratado de analizar y reflexionar sobre los problemas que enumeré y algunos otros. En consecuencia, me limito a rendir homenaje a todas y todos los que han trabajado en el diplomado que hoy culmina, y me contraigo a hacer comentarios acerca de una cuestión que resulta muy atinente al papel que me toca, dada la ocasión y el tema de la convocatoria: las tareas que tiene ante sí el pensamiento revolucionario latinoamericano.
En el pensamiento latinoamericano actual existen varias corrientes y perspectivas diferentes entre los partidarios o simpatizantes de cambios a favor de las mayorías; algunas de ellas, incluso, se contradicen y polemizan. Esta situación tan positiva parecía imposible hace solo quince años, cuando regía prácticamente a escala mundial un pensamiento al que se le solía llamar “único”, aunque lo que pretendían –y siguen pretendiendo– sus impulsores es más bien que no haya ningún pensamiento, que sean olvidados el pasado y el futuro, las ideas de progreso y las de socialismo, y los afanes en busca del desarrollo de los países del que ya no llaman Tercer Mundo. Era un mundo unipolar, con los instrumentos económicos, políticos, militares y culturales principales en manos del imperialismo norteamericano. Nuestra región debía aceptar como hechos naturales ese predominio y su neolengua, el reino del neoliberalismo, los recortes de las soberanías y el empobrecimiento, la pérdida de los avances sociales logrados durante el siglo XX y la miseria de las mayorías. En cada país, los gobernantes y los poderosos en la economía interna debían ser, al mismo tiempo, cómplices y subalternos de ese orden vigente.
Un pensamiento opuesto a ese sistema, o resistente ante sus aspectos más nefastos, se mantuvo en el continente durante aquella etapa tan oscura, hizo análisis y denuncias y acompañó en su brega a movimientos sociales combativos. Pero constituía una minoría cercada por la corriente principal y por el control casi totalitario de la información, la opinión y la reproducción de ideas ejercido por los dominantes.
La situación del movimiento popular era pésima, y las actividades e ideas principales se referían a la sobrevivencia, exigencias mínimas, aferrarse a ideales y tratar de recuperar autoestima en medio de la euforia neoliberal. Hoy la formación en el pensamiento crítico es una tarea estratégica porque hemos avanzado mucho, y la situación es diferente y mucho más favorable. Hay que tener esto muy en cuenta para lograr hacer planteos a la altura de la situación y buscar soluciones que realmente no sean mediocres o mezquinas, porque, en términos históricos, estamos abocándonos en América Latina a una nueva etapa de acontecimientos que pueden ser decisivos, de grandes retos y enfrentamientos, y de posibilidades de cambios sociales radicales. Es decir, una etapa en la que predominarán la praxis y el movimiento histórico, en la que los actores podrían imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una etapa en la que habrá victorias o derrotas. El momento le exige mucho al pensamiento revolucionario, porque esa praxis tiene que acertar y tiene que ser intencionada, saber lo que quiere, por qué lo quiere, cómo hacer, distinguir el tiempo de acumular del tiempo de actuar con decisión, combinar la paciencia y la audacia. La actuación revolucionaria resulta siempre el arte más difícil de todos.
En lo que va de este siglo, ha sido el mundo de los hechos el que ha primado en América Latina. No hubo un previo crecimiento brusco de novedades en los contenidos, las teorías, los métodos del pensamiento social, ni hubo una revuelta intelectual. Tampoco el pensamiento social pronosticó que en tan breve plazo podrían salirse países del continente del control tan completo que tenía el imperialismo, e incluso formarse poderes populares en algunos de ellos. Ahora la praxis está requiriendo al pensamiento aprovechar los medios con que cuenta y lanzarse al ruedo del gran laboratorio social que constituyen las realidades, los conflictos, los condicionamientos y los proyectos actuales latinoamericanos.
Pero no se trata de una necesidad secundaria o que pueda posponerse. En las condiciones actuales confluyen dos realidades de gran magnitud e importancia crucial. Por un lado, las enormes insuficiencias, dificultades y enemigos de los que aspiran a la autonomía real, el bienestar de las mayorías o la liberación de las dominaciones, que son tres posiciones diferentes. Por otra parte, los desafíos gigantescos que confrontan los intentos de lograr, defender, consolidar y hacer avanzar relaciones sociales, motivaciones y conductas individuales, instituciones, estrategias, ideales y proyectos que permitan la emergencia de nuevas sociedades y de vínculos solidarios que vayan desde las relaciones interpersonales hasta el ámbito de toda la región.
Solamente una praxis intencionada, organizada, capaz de manejar los datos fundamentales, las valoraciones, las opciones, la pluralidad de situaciones, posiciones y objetivos, las condicionantes y las políticas que están en juego, será capaz de enfrentar esos retos con probabilidades de triunfar. Eso hace imprescindible el desarrollo de un pensamiento social que se vuelva apto para ayudar y participar, analizar y elaborar síntesis, contradecir o influir, prever futuros y recuperar legados, siempre desde dentro de los procesos mismos y no como una conciencia crítica externa a ellos. Es decir, un pensamiento social que combine la autonomía y la conciencia de su especificidad con el involucramiento en las causas populares, la creación con la divulgación para concientizar, la independencia con la participación resuelta y efectiva.
Quisiera llamar la atención, además, a que ya resulta imperativo que nos comuniquemos mucho más, que hagamos sistemática la información a los demás de lo que cada uno hace, y la discusión entre todos de los resultados, las ideas, las diferentes perspectivas y los proyectos. La creación y el desarrollo de instrumentos suficientes para que esa comunicación sea constante y eficaz podría ser decisiva para multiplicar la fuerza, el alcance y la influencia de este movimiento del conocimiento y las ideas, y también podría ser un paso de gran trascendencia hacia una verdadera integración continental.
En la América Latina y el Caribe las dominaciones han sido combatidas por resistentes y rebeldes desde hace siglos. Nosotros somos los herederos de esos combates y estamos obligados a resistir mejor y a inventar, crear las formas de triunfar y de cambiarnos a nosotros mismos, al mismo tiempo que transformamos las sociedades a través de los procesos emancipatorios y creamos y sostenemos poderes revolucionarios capaces de servir como instrumentos para proyectos cada vez más ambiciosos de liberación. Una parte importante de las prácticas necesarias es la elaboración y el desarrollo de un pensamiento propio, nuestro, que consiga liberarse de las necolonizaciones de la mente y de los sentimientos, y de las fragmentaciones, las confusiones, los sectarismos y otras deficiencias que portamos. Está claro que es muy difícil, pero todas las cosas importantes son muy difíciles.
Tenemos que apoderarnos del lenguaje y liberarlo de subordinaciones, de fronteras y del temor a ser dueños de él y que nos sirva para pensar, porque el lenguaje es imprescindible para pensar. No hay lenguaje inocente: nuestros enemigos lo saben bien y tratan de ponerlo a su servicio, sostienen una guerra del lenguaje que forma parte de su guerra cultural mundial. El pensamiento latinoamericano sufrió mucho por las victorias del capitalismo en la última parte del siglo XX, aunque ya padecía problemas propios muy graves. El lenguaje de la liberación se perdió en un grado alto. Es cierto que en las etapas peores no es cuerdo hablarles a todos como si estuviéramos al borde de la victoria. Me gusta que hayamos usado la palabra “alternativa”, porque ha sido un buen recurso cuando, por una parte, parecía imposible mencionar los términos “revolución”, “socialismo”, “imperialismo” o “liberación”, y por otra, muchos tenían una sana desconfianza de las grandes palabras que no habían podido guiar la resistencia y la rebeldía hacia triunfos, o mantener al menos lo que se había conquistado o conseguido, mientras que los dominantes tenían una fuerza que parecía todopoderosa y un dominio cultural muy grande.
Pero hoy la coyuntura continental es muy diferente, y hay que sacarle provecho, avanzar y crear situaciones favorables a cambios liberadores. Estados Unidos, como es natural, no puede aceptar la disminución de su dominio, y en la actualidad está impulsando, junto a sectores burgueses de la región, una contraofensiva dirigida a retomar el control completo sin utilizar necesariamente la agresión directa ni el establecimiento de dictaduras abiertas. Las formas de subversión siguen vigentes, pero operan dentro de las reglas del juego del sistema capitalista neocolonial, donde la alternancia de gobiernos y corrientes ideológicas no implicaba nunca un peligro mortal para el sistema de dominación. Desde hace más de veinte años le vengo llamando guerra cultural a la estrategia general que subtiende a operaciones como la que está en curso. La guerra cultural es el arma fundamental del imperialismo para asegurar y mantener su dominación.
En la respuesta a esa guerra se inscriben las tareas inmediatas del pensamiento que sirve a la causa popular. La liberación del lenguaje y la del pensamiento marchan forzosamente juntas. Esa tarea es muy difícil pero, sin embargo, no precisa de enormes recursos materiales. En la medida en que avance llegará a constituir una fuerza tremenda a nuestro favor, que formará capacidades crecientes para el desarrollo de nuestras identidades, proyectos, luchas y unificaciones. Los problemas concretos que nos debilitan y nos separan serán más comprensibles, y será más factible superarlos.
En los últimos cien años la humanidad experimentó transformaciones extraordinarias a favor de las potencialidades de emancipación humana y social. En la segunda mitad del siglo XX se levantaron en el continente resistencias, combates e ideas de un alcance excepcional. A pesar de las insuficiencias, derrotas y errores de ese período histórico, nos ha dejado un legado excepcional de capacidades y cualidades, y una acumulación cultural que ha sido premisa básica para el inicio de la nueva fase latinoamericana.
Trataré de enumerar muy sintéticamente doce rasgos y acciones que a mi juicio deberá tener el pensamiento emancipatorio latinoamericano para cumplir las funciones que la época le reclama.
1) superar el retraso que padece, frente a la nueva situación y frente a problemas que son más antiguos;
1) superar el retraso que padece, frente a la nueva situación y frente a problemas que son más antiguos;
2) retomar el socialismo como objetivo y asumir críticamente el marxismo que está regresando, el marxismo de los revolucionarios. No permitir de ningún modo el regreso del dogmatismo. El pensamiento no debe ser un fetiche, ni un adorno para sentirse bien o adquirir seguridad;
3) apoyar los esfuerzos contra la subordinación de los movimientos populares a la dominación cultural de la burguesía y el imperialismo, la hegemonía que les permite prevenir, neutralizar resistencias y rebeldías, dividir y oponer entre sí a los dominados, reabsorber lo que un tiempo se le opuso, reformularse y presentar nuevas propuestas;
4) contribuir a la articulación de las identidades, las demandas, las campañas, las visiones y los proyectos de cada movimiento popular con el enfrentamiento a la totalidad del sistema de dominación, un paso de avance que es decisivo;
5) abandonar la exigencia a los que luchan a que entren en las camisas de fuerza de concepciones dogmáticas, y los hábitos de denunciar a los que no se pliegan, como “traidores” y “colaboradores”. Partir de las realidades que existen, no de lo que creamos que deben ser, pero no para adecuarnos o resignarnos a ellas, sino para participar en el empeño de cambiarlas a favor de los pueblos y las personas;
6) colaborar en la defensa y la conservación de la autonomía de los movimientos populares en todos los procesos en que participen. A los poderes de izquierda les será muy beneficiosa esa autonomía, como uno de los aspectos a desarrollar en el camino de su conversión efectiva en poderes populares;
7) plantear la centralidad de lo político, y argumentar y convencer acerca de esa necesidad. Al mismo tiempo, aprender y desaprender acerca de problemas fundamentales de lo político, como son las relaciones entre la política y la ética; la naturaleza y las características principales de la organización política; las relaciones de ella con los demás miembros del pueblo; qué es el poder, cómo hacerlo realidad y la necesidad de construir el poder entre muchos; las alianzas; los problemas de la estrategia y de las tácticas; el manejo y la combinación de todas las vías y formas de actuación que sean necesarias; las relaciones acertadas entre los cambios y el aumento de capacidades de las personas, los grupos sociales y la sociedad en su conjunto;
8) desarrollar el pensamiento acerca de temas y problemas que en tiempos pasados no se veían o no se apreciaban, y que hoy tienen una enorme importancia;
9) emprender y ganar la guerra del lenguaje, recuperar las nociones que han formado y desarrollado las culturas de los pueblos y trabajar con ellas en las nuevas condiciones y para los nuevos problemas;
10) utilizar nuestros instrumentos de educación para la formación y las tareas que tenemos, no depender de ellos como si fueran nuestros objetivos;
11) revolucionar las ideas mismas que se han tenido acerca del pensamiento, incluido el pensamiento crítico. No pretender ser la conciencia crítica del movimiento popular, sino militantes del campo popular. Avanzar hacia nuevas comprensiones de las relaciones entre el pensamiento y los movimientos populares y en la formación de nuevos intelectuales revolucionarios. Ser funcionales al movimiento popular, pero sin perder la autonomía y los rasgos principales de su tipo de trabajo y su producción. Ejercer realmente el pensamiento, creador, crítico y autocrítico, sin miedo a tener criterios propios ni a equivocarse. Recuperar la memoria histórica y ayudar a formular los proyectos de liberación social y humana. Que la ley primera del pensamiento sea servir desde su especificidad; y
12) ser siempre superiores a la mera reproducción de la vida vigente y de sus horizontes. Sin dejar de atender a lo cotidiano y a las luchas en curso, contribuir a la elaboración de estrategias, concepciones y proyectos, y a la destrucción de los límites de lo posible, que es la única garantía de que sea viable la formación de nuevas personas y nuevas sociedades.
Esta enumeración es, forzosamente, muy general. Al atenderla, resulta imprescindible partir de las situaciones concretas y relacionar sus proposiciones con los condicionamientos, los medios disponibles y la especificidad del complejo cultural en el que siempre están inscritas las actuaciones, las percepciones y las ideas. Un ejemplo reciente muy importante es el de las revoluciones en los medios de comunicación, que se generalizan y se suceden en cantidades asombrosas que ofrece un mercado a precios democratizables, en su mayoría bajo el control cultural e ideológico del sistema capitalista mundial. Ese control, que resulta vital para el sistema dada su naturaleza actual, lo está ejerciendo de manera muy eficaz. Pero el complejo material-ideal que esas revoluciones han desplegado constituye, al mismo tiempo, un maravilloso potencial de multiplicación de las capacidades humanas, que debemos tratar de utilizar de una manera u otra en todas las tareas nuestras y al servicio de nuestros ideales y objetivos. No ser siervos de ellas, trabajar con ellas, es la propuesta que les hice a jóvenes blogueros cubanos hace dos años.
En general, debemos evitar la recepción pasiva de los elementos del pensamiento crítico. Hay que apoderarse de ellos e inscribirlos en nuestra actividad intelectual, y hacer que el conjunto de esta última sea un instrumento eficaz del desarrollo revolucionario de las personas y la sociedad.
Permítanme agregar un comentario acerca de una cuestión que está ganando terreno en este último año: el planteamiento de que América Latina vive el final de un ciclo. Se refiere, naturalmente, a las experiencias de gobiernos salidos de victorias electorales populares que han impulsado políticas sociales favorables a las mayorías y formas de democratización política, y se han autonomizado del imperialismo norteamericano; y también a algunos países que han ido más allá en cuanto a transformaciones revolucionarias y a la fuerza y crecimiento de movimientos populares combativos y organizados. Es decir, a los movimientos que en lo que va de este siglo han producido cambios muy notables en el sentido de la liberación nacional, social y humana, han generado entusiasmo, participación y esperanza, y han recuperado la noción de socialismo.
Los análisis que se basan en la dimensión económica privilegian variables tales como la baja de los precios internacionales del petróleo y otras mercancías primarias, la apreciación del dólar y el descenso de la dinámica de crecimiento de la economía mundial. Pero la vulgarización coloquial de esta dimensión no analiza, sino que acude a dogmas que fueron lugares comunes dentro de la mayor parte de las izquierdas, que hacen depender la vida social, incluidos sus cambios revolucionarios, de abstracciones seleccionadas de la dimensión económica de la sociedad—como aquellas de ‘fuerzas productivas’ y ‘relaciones de producción’–, con el socorrido añadido de que “solo determinan en última instancia”. Pero ningún proceso revolucionario ha sucedido a causa de los avatares de esas abstracciones, ni el movimiento histórico puede explicarse por ellas. Además de combatir el fatalismo que contienen esas posiciones, que en una coyuntura como esta se convierte en derrotismo y desmoralización, es imprescindible que estudiemos seriamente los temas y los problemas económicos.
Otros comentarios o análisis tratan de comprender a lo político y lo económico relacionados, como base del supuesto fin del ciclo; son más serios, pero no creo que estén llegando al fondo de la cuestión. Parece ganar terreno la denominación de “progresista” para los gobiernos que no han permanecido dentro del redil imperialista –un término anacrónico, procedente del arsenal del reformismo del período 1945-1990–, y se maneja el temor de que por no haber sido suficientemente “progresistas” vaya a triunfar por todas partes el “atraso” que porta una derecha aparentemente más sagaz. No faltan acusaciones que parten de un hecho palmario: el imperialismo norteamericano y su aliada subordinada burguesa en cada país en cuestión están a la ofensiva en varios países, haciendo una guerra sin cuartel a base de formación de opinión pública a partir del control de los medios de comunicación, guerra económica que deteriora la vida de amplias capas de población, políticos corruptos y serviles que ocupan cargos y magistrados que son sus sirvientes, utilización de enormes recursos materiales para sus campañas, que incluyen la compra del voto de personas y familias que viven en extrema pobreza. Porque un requisito de esta ofensiva es amagar con el caos, pero no salirse de las reglas del juego electoral que caracterizaban los períodos en que ha regido la democracia burguesa.
Dos sucesos recientes agudizan el problema: la derrota del candidato del gobierno en las elecciones presidenciales de Argentina a manos del candidato de la derecha, y la impresionante victoria de la oposición contraria al proceso en las elecciones legislativas de Venezuela ayer domingo, 6 de diciembre. El primero tiene consecuencias negativas para la correlación de fuerzas a escala continental, el segundo podría llegar a tener implicaciones funestas para todo el movimiento popular latinoamericano y caribeño.
La situación nos está exigiendo rechazar y condenar todo derrotismo y desmoralización. Y nos está exigiendo revisar y analizar con profundidad y con espíritu autocrítico todos los aspectos relevantes de los procesos en que estamos metidos, todas las políticas que practicamos y las opciones que escogemos. Ambas actitudes, y las actuaciones consecuentes, son factibles porque poseemos ideales, convicciones, fuerzas reales organizadas y una cultura acumulada. Pero una enseñanza aparece muy clara. Distribuir mejor la renta, aumentar la calidad de la vida de las mayorías, repartir servicios y esperanzas a los inermes es indispensable, pero no es suficiente. Alcanzar victorias electorales populares dentro del sistema capitalista y gobernar para el pueblo a contracorriente de su orden explotador y despiadado es un gran avance, pero es insuficiente. Vuelve a demostrar su acierto una proposición fundamental de Carlos Marx: la centralidad de la política en la actividad del movimiento de los oprimidos.
Comprender qué ha faltado en Argentina, y qué ha faltado en Venezuela, es realmente importante. Pero más aún lo es que actuemos en consecuencia en cada uno de nuestros países. Concientizarnos, organizarnos, movilizarnos, son palabras de orden. No se trata de expresiones de aceptación resignada, como podría ser la de “fin de ciclo”: se trata de revisar las vías y los medios utilizados y su alcance, sus límites y sus condicionamientos. Y de utilizar todas las vías y los medios que sean necesarios para que no sea derrotado el campo popular. La eficiencia para garantizar los derechos del pueblo y defender y guiar su camino de liberaciones debe ser la legitimidad que se exija a las vías y los medios. No retroceder, sino avanzar. Para que haya vida para todos, la fuerza del pueblo consciente y organizado es decisiva.
La primacía de la actuación política, la orientación revolucionaria, la formación ideológica de contenido acertado y alcance popular serán fundamentales para derribar imposibles y para encontrar los modos de vencer. Y por el camino quedará claro que solo venceremos si al mismo tiempo que se enfrentan los incidentes pequeños, los problemas cotidianos, los avatares de las tácticas y los combates del día, se mantiene siempre el apego firme a los principios, la brújula del ideal liberador, los objetivos estratégicos y el avance hacia la utopía, ese más allá conquistable mediante la acción masiva, consciente y organizada.
Termino este diálogo entre estudiosos militantes con palabras de dos grandes, porque los grandes poseen, entre otras cualidades, la de hablarnos con enseñanzas de valor permanente, aun cuando al pronunciarlas estuvieran inmersos en la pelea con sus circunstancias. Uno es José Martí, que en 1890, cuando parecían sueños la independencia de Cuba y la segunda independencia de Nuestra América, dijo: “el único hombre práctico es aquel cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”. El otro es Ernesto Che Guevara, que hace cincuenta años nos invitó a todos a “no desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y capacidades”. Y afirmó: “tránsito pacífico no es logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración del poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada”. En América Latina, “o revolución socialista o caricatura de revolución”.
1.Conferencia en el acto de clausura del Diplomado “Pensamiento emancipatorio en América Latina”, Centro de Estudios de El Salvador, San Salvador, 28 de noviembre de 2015. El autor completó el texto el 7 de diciembre de 2015.
2.Director General del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, de La Habana, Cuba.
2.Director General del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, de La Habana, Cuba.
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