El riesgo de destrucción nuclear todavía pesa con fuerza s obre la humanidad |
Tomado de Revista Bohemia.
Por NÉSTOR NÚÑE.
Es real. Y lo primero que quedó intacto a pesar del
derrumbe del titulado “eje del mal” fueron las disparadas apetencias
hegemonistas del Imperio y los arsenales atómicos que durante decenios
resultaron cotidiana pesadilla para la humanidad.
De manera que luego de la disolución de la Unión
Soviética y del llamado campo socialista europeo, en las
postrimerías de la pasada centuria, lo único que objetivamente palpó el
mundo fue una disminución de la retórica en torno a los peligros
ciertos de un definitivo conflicto nuclear entre las dos potencias existentes hasta esas fechas.
Mientras, los abultados polvorines radiactivos
quedaron intocados, junto con el propósito de los bullangueros
“vencedores” en la lid bilateral de asegurarse que nunca más, bajo
ningún concepto, apareciesen retadores globales de la talla de la
defenestrada URSS.
Y para imponer ese propósito netamente
absolutista e inmovilista como diseño de universal observancia, las
rutas están trazadas con absoluta diafanidad.
Primero, a la par del ininterrumpido desarrollo de nuevos artilugios de guerra,
establecer un avanzado sistema mundial de vigilancia y destrucción
militares que permita a Washington propinar golpes atómicos a sus
oponentes sin posibilidad de represalias por los agredidos.
Segundo, insistir en la extensión de las áreas de influencia Made in USA
como empalizadas inmediatas sobre las fronteras rusas y chinas (en el
Oriente Medio, Asia Central y el oeste del Pacífico). En ese sentido
vale repasar, entre otros ardides, el reciente anuncio del Pentágono de
que, en un breve lapso, los Estados Unidos concentrarán el 60 por
ciento de su armada naval justo en la zona Asia-Pacífico, con lo que
elevará sustancialmente la actual cifra de buques de combate que
merodean por las aguas cercanas a China, el sudeste asiático y las
costas orientales rusas.
A la vez, la primera potencia capitalista
intenta elevar su control sobre otras zonas geográficas susceptibles a
“influjos negativos”, digamos por caso América Latina o África,
continente este último donde en los próximos meses serán desplegados 35
contingentes militares gringos en igual número de países para cumplir,
dicen, misiones de “entrenamiento y capacitación”.
Decenas de miles de cabezas nucleares permanecen en los arsenales como verdaderas espadas de Damocles |
De cara al engendro
Parecería que, a fuerza de autoproclamarse la
“civilización elegida” a escala global, los grupos norteamericanos de
poder se han creído en serio aquello de la modorra, la inferioridad y
la simpleza de los demás.
Es lo que se desprende, por ejemplo, de las
recientes declaraciones de Rose Gottemoeller, subsecretaria
norteamericana para el Control de Armas y Seguridad Internacional,
quien insistió en que Washington quiere “convencer a Rusia de que el
sistema antimisiles es muy limitado y destinado a tareas relacionadas
con el Sur y Oriente Medio”, por lo que no apunta contra la seguridad
del gigante euroasiático.
Algo así, digamos, como que el buscapleitos más
venático del barrio nos coloque una pistola en la cabeza, en nuestra
propia casa, y nos diga que podemos dormir tranquilos, que nada nos
amenaza.
Con la agravante de que ese rastacueros mantiene
ahítos sus arsenales nucleares, y ha sido la única potencia en el orbe
en utilizar su poderío atómico contra otra nación.
Por demás, si la titulada sombrilla antimisiles
se trata, como explican los altos funcionarios estadounidenses, de una
protección contra presumibles acciones agresivas de alto vuelo
provenientes de fanáticos y terroristas, por qué no convertir entonces
el programa en una tarea multilateral, dado el interés de todos los
gobiernos de atajar cualquier acto criminal de entidades extremistas.
Es que, dicho sea de paso, Moscú no se ha negado
a cooperar en el establecimiento de una red mundial que detecte y
neutralice ataques coheteriles de carácter terrorista. Por el
contrario, incentiva esa idea como alternativa al monopolio que
persiguen los belicosos sectores imperiales.
Y como, en medio de sus pretendidas justificaciones y
de sus “candorosos” propósitos, Washington se niega a dar garantías de
seguridad a la capital rusa e insiste en desplazar su escudo antimisiles
en Europa y Asia, las potenciales víctimas no tienen otra alternativa
que procurar su resguardo.
De hecho, el presidente ruso, Vladímir Putin,
afirmó que la persistencia de las intenciones agresivas gringas va
imponiendo una nueva carrera armamentista, ahora en un planeta
aguijoneado por una resonante crisis económica, lo que se convierte en
un doble crimen.
El mandatario, que aseguró que Moscú no alberga
animosidad hacia Washington, advirtió no obstante que su país nunca
estará desprevenido frente a las amenazas y maniobras externas a su
seguridad e integridad, y sabrá dar respuestas efectivas y contundentes
a cualquier agresor.
Por su parte, y también en fecha cercana, el
jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, general Nikolai
Makarov, opinó que la expansión hacia el este de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) eleva “considerablemente” el riesgo de que Moscú llegue a un conflicto con esa entidad belicista.
En ese sentido, el oficial no excluyó “que los
conflictos locales y regionales se desarrollen hacia una guerra a gran
escala, incluido el uso de armas nucleares”.
Se trata, en pocas palabras, del claro
indicativo de que quienes insisten en sembrar vientos pueden cosechar
soberanas tempestades desde una potente nación que trabaja por dejar
atrás los lastres negativos y los fracasos impuestos por un inicial y
oportunista liderazgo postsoviético, a la vez que restablecerse en los
primeros planos internacionales, junto a sus similares, que abogan por
un mundo multipolar, colaborador y seguro, como China,
también potencia nuclear y que para 2016 podría convertirse en la
primera economía global, y desplazar del trono, precisamente, a los Estados Unidos.
Por supuesto, en el actual contexto político mundial
les será menos posible a los consuetudinarios belicistas escupir
epítetos sobre sus formidables oponentes en nombre de un pretendido
“diferendo ideológico” que intentaría presentarles ante los demás como
“ogros” sedientos de expansión mundial.
Sin embargo, resulta evidente que entre los
“remedios” imperialistas a una situación que se les escapa de las manos,
la opción nuclear no ha sido desechada ni mucho menos, lo que confirma
que hoy no le asisten razones a la humanidad para sentirse más lejos
del devastador hongo atómico que dos decenios atrás.
De hecho, junto al ya mencionado sistema
antimisiles de factura yanqui, la mayor potencia capitalista acumula
desembolsos bélicos que sobrepasan diez veces la suma de los gastos
militares de aquellas naciones que le siguen en dicha lista.
Mientras, empujado por las circunstancias y en busca del necesario poder disuasivo, Moscú,
por ejemplo, ha establecido ingentes programas de fortalecimiento
militar, que incluyen, entre otros recientes pasos, el desarrollo y
emplazamiento de sistemas coheteriles SS-500, con trayectoria espacial y
capaz de neutralizar los nuevos detectores enemigos; o la puesta en
operaciones para el 2022 de un nuevo misil intercontinental que sustituye al modelo actual denominado Voievoda, caracterizado por los especialistas de la propia OTAN como el mejor y más potente del orbe en nuestros días.
Las instalaciones israelíes de Dimona producen armas nucleares al libre albedrío del Estado sionista |
Empeño global
Desde luego, ante los peligros de conflicto nuclear que
Washington y sus aliados no reparan en incentivar, y el propio cúmulo
de armas atómicas presentes en los arsenales de varias
naciones, se fortalece también el criterio de evitar una hecatombe
definitiva para la vida en la Tierra.
Hoy existen en nuestra realidad global
polvorines nucleares que guardan no menos de 23 mil artefactos de
destrucción masiva, de los cuales más de la mitad están en permanente
estado operativo.
Los SS-500 rusos son una garantía contra el sistema antimisiles norteamericano |
Por otra parte, mientras la derecha
internacional pretende agresiones y bloqueos contra países que
proyectan hacer un uso pacífico de la energía atómica, un Estado
netamente agresivo e irresponsable como el sionista, con el explícito y
reiterado apoyo norteamericano y del resto de Occidente, desarrolla
sus artilugios atómicos por su libre y absoluto albedrío.
Así, y valga reiterarlo, la propia Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, CIA, ha dicho que Israel posee
a estas alturas más de 200 artefactos nucleares, y que ocupa el quinto
lugar mundial entre las naciones con ese tipo de armamento.
Ante esa realidad, y a tono con las consideraciones de entidades internacionales como el Movimiento de Países No Alineados (NOAL),
que estima que la única garantía de que no puedan emplearse jamás las
armas atómicas será su eliminación y prohibición total, propuso Cuba a finales de 2012 la convocatoria para este septiembre de una Cumbre de la ONU sobre Desarme Nuclear.
Lo solicitud de la Isla, que ya había sido
adoptada por la Primera Comisión de la Asamblea General de la ONU,
recibió el endoso de los NOAL, y obtuvo una abrumadora mayoría de 165
votos a favor, ninguno en contra, y las abstenciones de los Estados
Unidos, Israel, Francia y Reino Unido.
El empeño es, precisamente, facilitar que líderes de todo el orbe se pronuncien, en ocasión de la cita, sobre un dilema que suscita la máxima alarma de la comunidad internacional.
De manera que, a pesar de la desaparición, hace
dos decenios, del titulado “mundo bipolar”, donde dos potencias
nucleares signaban la tirantez de aquellos tiempos, la humanidad no ha
visto disminuir ni un ápice los peligros de perecer bajo el hongo
radiactivo, rememorando los tiempos de los bombardeos atómicos
norteamericanos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en 1945, y el inicio de la política imperialista de chantaje nuclear mundial que tal barbarie precedió.
Es entonces indispensable salir al paso a
aquellas políticas irracionales que no vacilan en readmitir el uso de
las armas atómicas para imponer al mundo las estrechas miras
hegemónicas de los grupos reaccionarios de poder, y hacer fracasar
tales designios, equivalentes al suicidio de la civilización humana.
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