Por Juan Carlos Monedero
Usted,
amable lector y lectora, tiene, seguro, una opinión construida sobre
las elecciones venezolanas. Incluso cuando quiere ser amable con los
procesos de América Latina, se le hace cuesta arriba asumir el resultado
electoral que da ganador a Nicolás Maduro. El 100% de los medios
escritos, las radios, las televisiones han sembrado en toda la gente de
bien, cuando menos, dudas. Ni una voz disidente. Tertulianos,
columnistas, blogeros, presentadores de televisión y hasta el Gran
Wyoming tienen claro el veredicto: el chavismo es culpable.
Este viernes, el diario ABC, en su edición de Andalucía, dispara
contra el gobierno del PSOE y de Izquierda Unida con un titular en
portada: “La Junta alimentará a escolares con un plan copiado de
Venezuela”. El diario ABC, en esta ocasión desde Madrid, cuelga en su
página web un artículo de su corresponsal en Caracas, Ludmila Vinogradoff.
Una foto acompaña la crónica: la policía de Caracas apaleando y
arrastrando a una mujer, casi desnuda y desesperada. ¿Quién honesto no
puede solidarizarse con la víctima? Desde Miami, Walter Oppenheimer, el
más influyente periodista del establishment, escribe en El nuevo Herald un artículo (el
último hasta la fecha sobre su bestia negra preferida, Venezuela) para
cerrar cualquier duda. Lo titula, para que no quede género de dudas en
la gente honrada: “Las preguntas que Maduro no contesta”. Ahí nos
instruye con contundencia, y entre otras preguntas similares, interroga:
“¿por qué no acepta el recuento de votos pedido por su rival, tal como
había prometido hacerlo en su discurso de victoria de la noche de las
elecciones? (…) Por qué el CNE organizó una ceremonia relámpago de
proclamación para instalar a Maduro en la presidencia el lunes, el día
después de las elecciones, en vez de esperar varios días como estaba
originalmente planeado? (…) Si el proceso electoral fue justo, ¿por qué
Maduro no permitió que los observadores internacionales electorales de
la Unión Europea y de la OEA no pudieran monitorear el proceso
electoral, incluyendo el acceso igualitario al tiempo televisivo? (…)
¿Por qué Maduro sólo autorizó a “acompañantes” electorales de
organizaciones amigas, que llegaron poco antes de la votación? (…) Los
documentos de Capriles de más de 3,200 casos de violaciones electorales
en el día de la votación —incluyendo fotos de gente hablándole al oído a
los votantes mientras estos emitían su voto— son fraguados, ¿por qué el
gobierno no aceptó al menos una investigación de estos casos por
observadores internacionales aceptados por ambas partes?”.
Para
cerrar esta ópera bufa, el candidato Capriles comparece en rueda de
prensa pública (donde no se permite el acceso a ningún medio público
venezolano y tampoco a TeleSur. Repito: donde no se admite a ningún
medio público venezolano, tampoco a TeleSur, y no se admiten preguntas
sino de medios amigos), y presenta su cuaderno de quejas. Una vez más,
grita con convencimiento: ¡Queremos que se recuenten los votos! ¿Qué
persona honrada, comprometida con la democracia, no escucharía esta
reclamación?
El
diario ABC quitó unas horas después, tras armarse un zafarrancho en las
redes, la foto que acompañaba la crónica de su corresponsal Vinogradoff
(por cierto, Ludmila Vinogradoff fue corresponsal del diario El país en
Venezuela durante el golpe de 2002. Fue despedida por brindar
información falsa y por tomar partido por los golpistas manipulando a
los lectores españoles. Hoy está apadrinada por el Director de Opinión
del ABC, de infausto apellido Maura). La razón por la que la terrible
foto de la policía chavista golpeando a una mujer indefensa fue
retirada es porque la foto era de Egipto. Un pequeño detalle.
En
la edición andaluza de ABC el diario amenaza con la que le va a caer a
los vecinos del sur: “el gobierno de José Antonio Griñán y,
particularmente, su socio, Izquierda Unida, ha pasado en pocas semanas
de proclamar su admiración hacia el legado social de Hugo Chávez a
importar algunas de las medidas más populistas del difunto comandante”,
“Otra medida populista”, “copia a Chávez un plan”, (el gobierno pone en
marcha una medida). “emulando las ‘casas de alimentación’ bolivarianas.
La medida en concreto es terrible: que todos los niños de Andalucía
hagan al menos tres comidas al día (desayuno, almuerzo y merienda)
debido a que “seis de cada cien niños de la comunidad están en situación
de pobreza extrema”. Que los niños coman tres veces al día. Maldito
Chávez que contamina nuestra democracia. Si la medida, como quiere IU,
se extiende a ancianos y jubilados ¿adónde vamos a parar?
Durante
la IV República (el tiempo que va de 1959 a 1999, regido por la
Constitución de 1961), se dio un turnismo en Venezuela que recuerda
mucho al que protagonizaron liberales y conservadores, Sagasta, Cánovas y
compañía, en el XIX español. La propia ciencia política venezolana ha
incorporado conceptos del decir popular que tienen que ver con esas
artimañas que vulneraban el resultado popular y siempre -siempre- daban
la victoria al partido pactado entre las dos grandes formaciones
políticas -la socialdemócrata Acción Democrática y la democristiana
COPEI-. “Acta mata voto”, donde las actas manuales finales, controladas
por los grandes partidos, invalidaba cualquier contabilidad de los
votos, la “operación morrocoy” -tortuga-, que consistía en frenar o
invalidar la votación, colocándose militantes de los principales
partidos los primeros para votar en aquellas mesas donde siempre ganaba
la izquierda, o impidiendo el acceso a las urnas a los sectores
populares.
La
Constitución bolivariana de 1999 estable la exigencia del derecho “a la
justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación
alguna”, así como el derecho al “voto libre”. La ley electoral
desarrolló posteriormente el voto automatizado, donde cada elector, tras
identificarse electrónicamente -para evitar duplicaciones en el voto o
el voto de personas fallecidas, una constante en la IV República- y
después de elegir a su candidato en un ordenador, obtiene una papeleta
donde aparece impreso el voto elegido. Una vez verificado que el voto
elegido coincide con el de la papeleta, el propio elector deposita esa
papeleta en una urna. El ordenador manda al Consejo Nacional Electoral
el voto de manera electrónica. Y por ley, el 54% de las urnas se audita,
comprobándose que coinciden las papeletas en la urna con lo que ha
mandado el ordenador. El 100% de los resultados auditados ha sido
correcto. El 100% de la observación electoral internacional (donde había
incluso diputados del PP) estableció que las elecciones habían sido
limpias y transparentes. Sin embargo, la oposición y sus periodistas
insiste en el “conteo manual”, un sistema abandonado precisamente para
evitar el fraude que era una constante en los gobiernos anteriores.
Oppenheimer calla antes estos hechos.
Capriles
no quiso aceptar el resultado. Acostumbrado a revolcones de 11 puntos
para arriba, el 1’8%, 273.000 votos, le parecieron pocos y decidió
desconocer el resultado. Por ese porcentaje y menos ganó Bush a Gore,
Kennedy a Nixón, Aznar a González, Calderón a López Obrador o Caldera a
Barrios. Pero la derecha parece tener derecho a decidir cuál es el
porcentaje que aceptan. Además, con trampa añadida. La denuncia de
Capriles tuvo lugar exclusivamente en los medios de comunicación. Tres
días incendiando la calle pero solamente a través de los medios y sin
presentar la denuncia correspondiente en los organismos judiciales o
electorales correspondientes. ¿Cómo iban a actuar los jueces o el CNE si
no existía denuncia formal? Pero Capriles no la presentaba porque lo
que le interesaba era que la calle ardiera.
Capriles,
en rueda de prensa, dice que hay más de 3000 irregularidades. Escoge
las que cree más evidentes. Una es su estrella. La del municipio Cuica.
Dice en la televisión que tiene las pruebas -y Oppenheimer las airea-:
como consta en acta -y la muestra a las cámaras-, han votado 700
electores, pero sólo hay inscritos 500. Conclusión: ha habido fraude. “Y
así en 3200 casos” dice Capriles. Pero, una vez más, miente. Ha
mostrado solamente la Mesa 2 de Cuica, donde, efectivamente, hay 500
electores. Falta la Mesa 1, donde hay registrados otros 500. En total,
1000 electores potenciales y 700 que ejercieron el voto. Mentiroso. Ese
es el gran fraude aireado por Capriles y por el que mandó a pelear en la
calle la noche del 14 de abril. Resultado: 8 chavistas muertos. Pero
Oppenheimer sigue callado. Por fortuna, en Venezuela se siguieron los
plazos y Maduro asumió, frenando la intentona golpista.
En esa vorágine, el diario opositor Nuevo País (en
contra del gobierno, como el 90% de los medios en Venezuela) saca en
portada una foto de cuerpos de seguridad quemando material electoral.
Los votantes de la oposición se soliviantan. Un pequeño detalle: la foto
era de 2010 y el material que se estaba quemando correspondía a
elecciones anteriores (¿o es que en España se guarda el material
electoral de elecciones pasadas?). Capriles y sus seguidores hicieron
creer a los suyos -y, de paso, a los lectores occidentales- que el
Gobierno de Maduro estaba quemando material electoral con intenciones
fraudulentas. ¿Seguimos?
Fue
presentar la petición de auditoría y en menos de 24 horas el CNE
accedió a la petición. No a un simple conteo manual, que podía dar lugar
a manipulaciones y a la deslegitimación del CNE buscada por la
oposición. La aceptación de Maduro de contar los votos significaba
precisamente eso: auditar el 100% de las mesas con el mecanismo recogido
en la ley electoral y en un sistema que, al decir del Centro Carter, es
“el más fiable del mundo”. Y Venezuela no es una colonia donde tenga
que haber “observadores”. ¿Los tiene EEUU pese al fraude que hizo Bush
en Florida? ¿Los tenemos en España? ¿Dónde está escrito que en Venezuela
tenga que haber otra cosa que acompañantes? El resultado final es
evidente y, como han demostrado algunas grabaciones, la oposición sabía
desde un principio que había perdido. Sólo quería ganar tiempo y hacer
ruido.
La
irresponsabilidad de Capriles, azuzada por otros miembros de la Mesa de
la Unidad – compuesta por 27 partidos que van de un nominal marxismo a
la extrema derecha, unidos tan solo por su voluntad de sacar del poder
al chavismo y colocarse ellos-, se zanjó con ocho muertos, sedes del
PSUV quemadas, Centros de Diagnóstico Integral devastados, militantes
golpeados, familiares de miembros del Consejo Nacional Electoral
amenazados de muerte y zarandeados. Todos los medios de comunicación que
han alimentado estos hechos, están detrás de estos muertos. Sin
embargo, a todos nos han construido un veredicto claro sobre las
elecciones presidenciales en Venezuela.
A
usted, amable lector, le corresponde responder a una pregunta: ¿hasta
cuándo va a tolerar que los medios de comunicación sigan mintiéndole?
Mientras tanto, la democracia española, nacida de la Inmaculada
Transición, goza de una calidad inigualable.
El diario ABC de España no cesa de seguir engrosando las mentiras que se monta sobre Venezuela, siguiendo la política de hostilidades del imperialismo y el capitalismo de la ultra derecha europea. |
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