Por
Lo más emotivo que de aquí se llevan un grupo de 33 venezolanos que
llegaron a Cuba movidos por la solidaridad, será el suceso no previsto
en agenda alguna: el fortuito encuentro con Fidel Castro, la hora y
media de intercambio con el líder histórico de la Revolución, quien
estampó en la memoria de los protagonistas, según me cuentan, dos
impresiones intensas: la mano grande que durante horas estuvo
estrechando despaciosa y fuertemente muchas manos, y la lucidez del
interlocutor atento a múltiples detalles de la realidad venezolana,
especialmente ahora que esa gran nación se ha convertido en diana de la
voracidad imperial.
Los amigos arribaron el 27 de marzo a la Isla como parte del «II Vuelo de la Solidaridad Bolívar-Martí.Un puente de pueblo a pueblo».
Los que pudieron conversar con Fidel este 30 de marzo pertenecen al
grupo de 155 venezolanos que han tenido como anfitriones al Instituto
Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) y a su Agencia de Viajes
Amistur. El grupo estará entre nosotros hasta el cinco de abril para dar
cumplimiento a un amplio programa de «travesías» por múltiples
experiencias de Cuba.
El día de la confluencia no esperada, los 155 amigos se dividieron en
cuatro grupos para visitar escuelas ubicadas en La Habana. Y uno de los
grupos tuvo como destino, en la barriada de Siboney, al Complejo
Educacional Vilma Espín Guillois (denominado «Complejo» porque abarca
desde los años del círculo infantil, hasta el sexto grado de
escolaridad).
Esa escuela nació inaugurada por Fidel en el año 2013, porque tiempo
atrás, siempre que él pasaba por las calles de la barriada, reparaba en
las largas distancias que los estudiantes de los primeros años de
enseñanza debían recorrer en las mañanas para llegar a sus centros
escolares: hacía falta un lugar que acortara tantos largos viajes…
Y el lunes, día del encuentro no esperado, mientras la treintena de
hermanos de la tierra de Bolívar recorrían espacios del Complejo
Educacional, Fidel volvía a pasar muy cerca de la nueva escuela.
Fueron los niños los primeros en avistar los vehículos que ellos bien
conocen. Fueron ellos quienes empezaron a decir: «Viene Fidel, viene
Fidel…». Y a partir de ese instante de alegría los visitantes se sumaron
al alumnado para compartir consignas y saludos. El Comandante, por su
parte, decidió llegar hasta la escuela, y una vez allí conversó con la
directora del centro y con los organizadores de la visita.
Saludó, uno por uno y sin el más mínimo apuro, a los venezolanos. Y a
ellos les iba preguntando por la realidad del país que nos dio a ese
amigo inmenso llamado Hugo Chávez: Comentó temas alusivos a la Asamblea
Nacional de Venezuela, al trabajo con la juventud, a las labores en la
agricultura. Despertaba admiración el modo como recordaba nombres de
diputados, gobernadores y personas conocidas en numerosas jornadas de
intercambio con la nación de Bolívar.
Fidel había sido el de siempre, el que tan bien conocemos: no se
despidió sin antes conversar sobre lo más urgente. Mostró su especial
preocupación por la batalla que ahora libra la nación sudamericana para
que su soberanía e integridad sean respetadas. Habló desde su naturaleza
que es intensa y mide el tiempo en su justa medida: hay que trabajar
rápido, sumar muchas firmas destinadas al presidente Obama para que
Venezuela deje de ser catalogada una amenaza a la seguridad del país
norteño. Hay que apurarse porque lo que está en juego es el equilibrio
del mundo.
Fidel está lleno de vitalidad. Afirman que esa es la definición más
recurrente dentro del grupo de amigos que lo ha visto y ha podido
conversar con él. «Fidel está vivo», afirman felices, desde la
inesperada condición de testigos invaluables en estas horas de urgencias
para el destino del Hombre.
(Tomado de Juventud Rebelde)
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