Raúl Castro interviene en la VII Cumbre de las Américas, en Panamá, el 11 de abril de 2015. En primer plano, fuera de foco, Barack Obama. Foto: AP |
Por Ricardo Alarcón de Quesada.
La VII Cumbre de las Américas,
recién celebrada en Panamá, fue calificada unánimemente como “histórica”. Por
primera vez a ese tipo de eventos asistieron todos los países sin excluir a
ninguno. Allí estuvo el Presidente Raúl Castro, en igualdad de condiciones,
representando a Cuba, país condenado al ostracismo por la O.E.A. hace más de
medio siglo y que nunca había sido invitado a las Cumbres anteriores desde la
primera efectuada en Miami en 1995.
Su presencia no era resultado de
concesiones o favores de nadie. Lo dijo con lenguaje claro y llano la
Presidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner: “Cuba está aquí
porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo
que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue dirigido por
líderes que no traicionaron su lucha”. Que Cuba participase era también una
exigencia de los países de América Latina y el Caribe, varios de los cuales
habían advertido que si se mantenía la discriminación contra la nación
antillana ellos no irían a Panamá. La Cumbre sería con Cuba o no habría Cumbre.
Todos los oradores saludaron a la
delegación cubana y la decisión de Cuba y Estados Unidos de restablecer las relaciones
diplomáticas. Hubo generalizado reconocimiento hacia el cambio de actitud para
con Cuba manifestado por el actual inquilino de la Casa Blanca. Todos asimismo
se pronunciaron por la eliminación completa del bloqueo económico, comercial y
financiero que Washington todavía mantiene contra la Isla. El Presidente Obama
se ha comprometido a trabajar para que el Congreso de su país acceda a poner
fin a una política criminal que el mundo entero rechaza. Pero él aun no ha
ejercido a plenitud su capacidad ejecutiva que le permitiría desmantelarla en
gran medida sin la aprobación legislativa.
Hay otras cosas que Obama debe hacer
y para lo que dispone de muy amplias facultades. Una de ellas se refiere a la
fraudulenta inclusión de Cuba en la lista de países que apoyan el terrorismo en
la que fue colocada por Ronald Reagan en 1982. Además de carecer de cualquier
justificación, esto provoca restricciones adicionales que hacen sumamente
difíciles las relaciones al impedir a nuestra Misión diplomática el acceso a servicios
bancarios en Estados Unidos. Se trata de un problema que es necesario resolver.
La Casa Blanca acaba de anunciar la
decisión del Presidente de sacar a Cuba de esa lista. Teóricamente el Congreso
–el Senado y la Cámara de Representantes mediante una resolución conjunta-
pudiera paralizar la determinación presidencial pero tendría que hacerlo dentro
de los próximos 45 días. Algunos legisladores de la ultraderecha anticubana ya
han amenazado con tratar de detener a Obama lo cual conduciría a un debate
importante para el futuro de los vínculos entre ambos países.
La inclusión de Cuba en la
arbitraria lista es, sobre todo, una infamia que Raúl Castro denunció con
enfática elocuencia. Son miles los cubanos que han sido víctimas del terrorismo
auspiciado por Washington. Los criminales se pasean libremente aún por las
calles de Miami y algunos, incluso, concurrieron a Panamá patrocinados por la
CIA con la anuencia de la O.E.A.
Porque, junto al cónclave de los
Jefes de Estado, la O.E.A. había organizado otros encuentros, entre ellos un
denominado Foro de la Sociedad Civil al que invitaron a grupos anticubanos de
Miami que incluían a notorios terroristas –como Felix Rodríguez Mendigutía,
pieza clave en el asesinato del Che- y a personajes de la conspiración golpista
contra Venezuela. Le negaron sin embargo la entrada a ese Foro a la C.T.C. de
Cuba que cuenta con tres millones de afiliados y a otras organizaciones
populares de América Latina.
Esas organizaciones y muchas otras
de todos los países de la región efectuaron en la Universidad de Panamá la
Cumbre de los Pueblos que congregó a la verdadera sociedad civil del
Continente. Esta Cumbre paralela, expresión genuina de la voluntad popular en
su más amplia y rica diversidad, en tres días de debate aportó reflexiones y
acuerdos de trascendencia para las luchas futuras en marcado contraste con la
escuálida farsa malamente montada por la burocracia panamericana.
En su discurso oficial ante los
mandatarios el Presidente Obama afirmó que él no sería “rehén” de la
Historia. Esa es una frase que suele repetir en su oratoria. Es cierto que la
agresión contra Cuba y muchas otras acciones nefastas de su país comenzaron a
aplicarse antes que él hubiera nacido. Pero muchas de esas prácticas continúan
y ahora él es el Presidente de los Estados Unidos a punto de concluir su
segundo y último mandato.
La Orden Ejecutiva que él firmó
declarando a la República Bolivariana de Venezuela como una “amenaza inusual
y extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos”, no es algo
del pasado remoto. Pertenece a un presente del cual él es completamente
responsable. En Panamá hubo un reclamo casi unánime para que el absurdo,
injerencista y amenazador decreto sea derogado inmediatamente. Muchos han
señalado que definir así a Venezuela es irracional, delirante, una broma de mal
gusto. Pero sucede que esa misma fórmula ha sido la torpe excusa de Washington
para invadir con sus tropas a otros países incluyendo la pequeña isla de
Granada y Panamá. Es por eso indispensable tomarla en serio y exigir su
anulación.
Cuando se realizó la primera Cumbre
hace veinte años Estados Unidos se afanaba por impulsar la llamada Área de
Libre Comercio para las Américas (ALCA), un proyecto que hubiera sometido al
Continente al dominio de las grandes corporaciones norteamericanas imponiendo a
sus pueblos el neoliberalismo que entonces se creía era un dogma inapelable
frente al cual Fidel Castro y Hugo Chávez levantaron el ALBA, como alternativa
bolivariana y liberadora.
Ya en 2005, en Mar del Plata,
Chávez, Kirchner, Lula y un amplio y enérgico rechazo popular derrotaron el
plan imperial que ya pocos recuerdan.
La Cumbre de Panamá es fruto de una
trayectoria de luchas de la que brota una América Latina renovada que ya no
está dispuesta a soportar el vasallaje. Ojalá lo entienda el Presidente de
Estados Unidos. Sólo así podrá instaurarse una nueva era en las relaciones
entre las dos Américas.
Cuando inició su carrera como
candidato Barack Obama gustaba repetir otra frase: “Sí se puede”. No la
inventó él ni fue obra de algún redactor de discursos de la Casa Blanca. La
hizo famosa César Chávez, el gran dirigente sindical que movilizó a millones de
trabajadores inmigrantes en los años sesenta del pasado Siglo, cuando Obama aún
no había nacido.
No se trata de dejarse atrapar por
el pasado. Pero fue un filósofo norteamericano quien escribió, por aquellos
tiempos no tan lejanos, que quien olvida el pasado será condenado a repetir sus
errores. Porque la Historia es implacable cuando juzga a quienes pretenden
ignorarla.
(Publicado originalmente en la Revista Punto Final No. 825 del 17 de abril 2015)
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