Por Marietta Manso
“Prometo a los cubanos que,
donde quiera que plante mi tienda, siempre podrían contar con un amigo”.
Máximo Gómez Báez
“… en dondequiera que me pare
sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal actuaré”.
Ernesto "Che" Guevara de la Serna
Pregúntele
a cualquier cubano los nombres de los jefes de la Guerra de Independencia y de
los líderes de la Revolución, e incluidos en la lista aparecerán siempre Máximo Gómez y Ernesto Guevara.
Así de simple es la unión histórica de estos dos hombres,
nacido uno en la República Dominicana y el otro en Argentina, cuyas
trayectorias vitales cuajaron en Cuba.
Ambos lucharon por un país que nunca antes habían
visitado, sin esperar nada a cambio; ambos descollaron como extraordinarios
estrategas y tuvieron sobre sus hombros enormes responsabilidades; ambos son
prácticamente venerados por un pueblo que, en reconocimiento a sus méritos y
desprendimiento, decidió reconocerlos como sus compatriotas por nacimiento.
De Máximo Gómez al Generalísimo
Llegó
a Cuba con su familia en 1865 desde República Dominicana, donde había tomado
parte en la lucha contra la invasión haitiana. A los cuatro días del alzamiento
de La Demajagua, se unió a las fuerzas independentistas, y el propio Carlos Manuel de Céspedes lo ascendió a Mayor General, el 18 de
octubre de 1868.
Muy poco tiempo después dirigiría la primera
carga al machete de la Guerra de Independencia, y su prestigio como
estratega y jefe militar no conoció límites, al punto que los mambises le
distinguieron con el sobrenombre de Generalísimo, en virtud de sus múltiples
victorias e inteligencia en el campo de batalla.
Luego del Pacto del Zanjón, que puso fin a la contienda
de 1868, partió primero a Jamaica y después a Costa Rica, donde José Martí lo contactó para reiniciar el proceso
independentista. Máximo Gómez reconoció el liderazgo del Apóstol, quien a
su vez le otorgó la dirección militar de la guerra, y en 1895 regresó a su
“querida y sufrida Cuba” para continuar la lucha.
En
ese empeño concibió y realizó junto al General Antonio Maceo la Invasión a Occidente, una de las
campañas militares más descollantes en la historia de América. Continuó
bordando una victoria tras otra, hasta que la intervención de los Estados
Unidos dio al traste con el ideal de soberanía por el que venía luchando durante
todos esos años.
Al margen de las triquiñuelas de quienes desde antes
de establecerse la república ya la habían traicionado, el fervor con que fue
recibido en La Habana y la admiración que le profesaba el pueblo, hizo que en
1901 fuese reconocido cubano por nacimiento, hecho ratificado en la
Constitución de 1940.
Fue tanto el amor y la compenetración que sintieron los
cubanos hacia él, que la mayoría quiso postularlo para que fuese el primer
presidente de la República; pero no lo aceptó, pues nunca se cansó de repetir
que había participado en la guerra de forma absolutamente desinteresada.
Rodeado del “cariño de este pueblo que ahora más que
nunca, me lo ha demostrado, comprometiendo, por modo tan elevado y sentido, mi
gratitud eterna”, el Generalísimo falleció en La Habana el 17 de junio de 1905.
De Ernesto al Che
El
argentino Ernesto Guevara conoció a Fidel Castro en 1956 en México, y a las
pocas horas de conversación, ya era uno más de la expedición del Granma. Fue el primero
en ser ascendido a comandante.
La lucha en la Sierra Maestra fue develando sus cualidades
como jefe militar y fue uno de los jefes de la re-edición de la invasión de
oriente a occidente, que esta vez sí alcanzaría el objetivo primigenio de
soberanía.
Tras la huida del tirano Fulgencio
Batista, el 1ro. de enero de 1959, llega a La Habana convertido para siempre en
el Che. Apenas un mes más tarde, el Consejo de Ministros lo declara ciudadano
cubano por nacimiento.
A partir del triunfo revolucionario, el Che desempeñó
múltiples cargos en la dirección del país, entre los que se encuentran la
presidencia del Banco Nacional de Cuba y el de ministro de Industrias, al
tiempo que representó al país al frente de numerosas delegaciones en el
extranjero. También ocupó el mando de Pinar
del Río durante la Crisis de Octubre.
Sin embargo, su afán por ver libres a todos los hombres de
la tierra le hizo proseguir la lucha, primero en el Congo y luego en Bolivia,
donde cayó finalmente, en octubre de 1968, a los 39 años de edad.
Su fe en la Revolución se puso de manifiesto en su carta
de despedida a Fidel, fechada el 1ro de abril de 1965, en la que apuntó: “si me
llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para
este pueblo y especialmente para ti”.
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