Tomado de Pensar en Cuba.
Por Delia Luisa López García.
La Revolución Cubana es la primera
revolución de liberación nacional y socialista que triunfó en Occidente y uno
de los acontecimientos trascendentales del siglo XX en la región. Sus tácticas
insurgentes de lucha, las posteriores acciones dirigidas a la transformación
anticapitalista de su estructura social y su inclaudicable postura de
enfrentamiento al imperialismo estadounidense y sus agencias decididos a
desaparecerla, se diseminaron por toda América Latina identificándola como
ejemplo a seguir; así desde los primeros años sesenta emergieron nuevos
movimientos políticos nacidos desde los condicionamientos ideológicos que la
Revolución había legitimado con su triunfo e hizo posible que Latinoamérica
fuera visualizada desde el centro capitalista como una región a la que había
que tomar en cuenta.
La Revolución Cubana es un proceso social
profundamente revolucionario cuyos inicios y triunfo se enmarcaron en un
escenario internacional paradójicamente poco propicio: surgió en los años de
auge del capitalismo monopolista en los Estados Unidos y de su hegemonía
político-militar, cuando el capital estadounidense se expandía libremente hacia
América Latina, y en la casi totalidad de los Estados de la región se llevaban
a cabo procesos de industrialización acelerados denominados «desarrollistas»
que intentaban el crecimiento del sector secundario mediante la sustitución de
importaciones y la inversión extranjera.
Sin embargo, la correlación de fuerzas
políticas signada por la bipolaridad establecida desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial comenzaba a balancearse a favor de procesos de liberación
nacional en la periferia: tales son los dos casos de profundos movimientos
revolucionarios que dieron lugar a Estados socialistas, tales como la República
Popular China y la República Democrática de Vietnam; además se había producido
la independencia de la India del Reino Unido y en la década de los sesenta
varios países africanos comenzarían un proceso de liberación de sus respectivas
metrópolis. Los Estados socialistas creados en los países de Europa Oriental
instauraban su dominación al interior de sus territorios y la Unión Soviética
lograba exitosamente recomponer su dañada infraestructura social.
Por qué triunfó una revolución de
liberación nacional y socialista en Cuba en los años sesenta es la pregunta que
intento responder mediante diez proposiciones teórico-históricas presentadas en
orden de generalidad. No intento historiar la Revolución Cubana ni hacer un
balance de sus 56 años de vida, solo presentar las que pudieran considerarse
bases para la interpretación de su génesis y decurso durante los años sesenta y
propiciar el ejercicio reflexivo y el debate sobre el tema.
Diez proposiciones para
interpretar la Revolución Cubana
Cuba, incorporada al mundo occidental y
cristiano desde finales del siglo XV, colonizada primero y neocolonizada mucho
después, forma parte del polo periférico del sistema-mundo, por tanto, en
cualquier análisis de su sociedad la caracterización del subdesarrollo es la primera proposición interpretativa:
El subdesarrollo es la forma que
asume el desarrollo capitalista en los países que fueron colonizados y más
tarde neocolonizados. El subdesarrollo constituye una realidad compleja, es una condición holística de las sociedades periféricas y
como tal debe ser estudiada. ¿Qué es el subdesarrollo? se preguntó Che Guevara
en 1961, y se respondió:
Un enano de cabeza enorme y tórax henchido
es “subdesarrollado” en cuanto a sus débiles piernas o sus cortos brazos no
articulan con el resto de su anatomía; es el producto de un fenómeno
teratológico que ha distorsionado su desarrollo. Eso es lo que en realidad
somos nosotros, los suavemente llamados “subdesarrollados”, en verdad países
coloniales, semicoloniales o dependientes […].[1]
El capitalismo subdesarrollado es propio de
uno de los polos del sistema-mundo: la periferia. Su especificidad reside en
que él es un objeto de explotación por parte del centro del sistema
mundial del capital. Este
proceso se consolida en la fase monopolista del capitalismo, en la cual están
dadas las condiciones objetivas y subjetivas para ello.
Se trata entonces de distinguir lo que
teórica y metodológicamente es fundamental: que en el polo subdesarrollado la
estructura social y su funcionamiento son los adecuados ya
que permiten al sistema en su conjunto obtener la alta ganancia monopolista, su
razón de ser. Ambos polos del sistema establecen una relación contradictoria de
dominación-supeditación; así, el subdesarrollo se reproduce y perpetúa como
condición del proceso de reproducción social del sistema burgués a escala
internacional y al interior de las formaciones sociales.
El papel y las funciones
monoproductoras asignadas a Cuba en el siglo xx, fueron los adecuados para el
sistema capitalista en su conjunto. En la división capitalista del trabajo la periferia
cumple dos funciones básicas: de abastecimiento de productos primarios hacia el
centro capitalista y de mercado de los productos manufacturados allí
elaborados. La clase dominante dedicada a la monoproducción azucarera fue
librecambista desde su génesis colonial y se trasmutó en oligarquía
librecambista neocolonial durante el siglo XX. Sus intereses económicos,
políticos, sus preferencias culturales y, en fin, su modo de vida giraba en
torno al negocio agroexportador que servía a los intereses imperialistas y a
los suyos propios. Así, hablar de imposición de patrones productivos y de
acumulación basados en la exportación por parte de los intereses azucareros
estadounidenses hacia Cuba es, cuando menos, inexacto.
La especificidad de la república
burguesa cubana fue su neocolonialidad. Nacida en 1901 como
República de Cuba, fue reconocida internacionalmente por su régimen de derecho
burgués, pluripartidista, es decir, competitivo, y por ende democrático,[2] solo
transgredido constitucionalmente durante dos gobiernos dictatoriales
(1925-1933) y (1952-1958). Sin embargo, durante todos esos años fue en la
práctica política, económica y social, una dependencia estadounidense dominada
por la oligarquía azucarera asociada orgánicamente al capital financiero
norteño. Nació como república neocolonial, el primer Estado que ostentó a
escala mundial semejante condición. [3]
Una república sumida en la corrupción en la cual la política era sinónimo
de negocio lucrativo y rápida movilidad social.
Desde 1934, la economía cubana de base
azucarera atravesó un período de estancamiento hasta el punto en que su
estructura productiva atravesaba una crisis permanente debido a la implantación
del sistema de cuotas de exportación azucarera por los Estados Unidos; la
situación social de la época era deplorable: desempleo, subempleo, carencia de
servicios médicos y educacionales, pobreza generalizada en los campos y
ciudades en contraste con polos de riqueza ostentosa en la capital acompañada
de corrupción económica y política en grado supremo.[4] Ante
este escenario complejo las demandas populares apuntaban hacia la necesidad de
un nuevo rumbo en la vida nacional. En 1952, el golpe de Estado protagonizado
por Fulgencio Batista dio al traste con el orden constitucional republicano
neocolonial y se entronizó una dictadura militar insoportablemente represiva y
aún más proimperialista.[5]
La identificación de la
estructura clasista de Cuba prerrevolucionaria
(e incluso de América Latina), sin formatos ajenos a su propia
realidad.
En este propósito, una singular importancia
tuvo el concepto «pueblo» desarrollado por Fidel Castro en La historia me absolverá, que
estimo como un instrumento gnoseológico de gran validez para el estudio de la
estructura de clases de los países dependientes. El pueblo es el verdadero
motor de la historia en los países neocoloniales y subdesarrollados en la
medida en que la estructura social está diseñada para exportar; en otras
palabras, el sector primario-exportador es predominante. La estructura de
clases, por tanto, no puede ser homologada con la existente en el centro
capitalista desarrollado. Sin embargo, el concepto pueblo tiene una base
clasista: a él no pertenecen los explotadores. A mi juicio, la incomprensión de
esta singularidad convierte el análisis de los acontecimientos/procesos pasados
y recientes en un ejercicio intelectual estéril.[6]
La comprensión de la Revolución
Cubana en su condición de proceso que trascendió la derrota militar de una
dictadura proimperialista –sin olvidar jamás que la derrotó en el campo de
batalla rural y urbano–.
La Revolución es resultado de un profundo
proceso de cambio social surgido desde las raíces históricas de la nación
cubana que se desenvolvió en un tiempo histórico muy breve primero, como
insurrección armada contra la dictadura, y después, como revolución socialista
de liberación nacional. Del primer aspecto señalo como importantes: a) la
capacidad de Fidel Castro para identificar en Cuba la leninista «actualidad de
la revolución», fundar un movimiento político y a partir de él organizar una
lucha nacional popular contra la dictadura; b) la capacidad de ese movimiento
para desencadenar una insurrección armada rural y urbana contra el ejército y
las agencias represivas de la dictadura; c) la capacidad para aglutinar a otros
movimientos insurreccionales, partidos y asociaciones cívicas antibatistianos y
derrotar militarmente a la dictadura así como los planes proimperialistas para
frustrarla; d) identificar la trascendencia de la lucha más allá del
derrocamiento del tirano.
Una vez vencida la dictadura y logrado el
triunfo, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio fue capaz de sustituir al
ejército profesional y todas las agencias represivas del régimen dictatorial
por las fuerzas insurgentes, lo que ha garantizado hasta la actualidad la
soberanía nacional y la defensa de las transformaciones revolucionarias.
Como parte de su programa revolucionario,
el núcleo inicial del Movimiento Revolucionario 26 de Julio había identificado
desde muy temprano la necesidad de llevar a cabo radicales transformaciones de
la estructura subdesarrollada de la sociedad, comenzando por la
institucionalidad republicana neocolonial. El siguiente fragmento es explícito:
[…] El derrocamiento del dictador lleva en
sí el desplazamiento del Congreso espurio, de la dirigencia de la CTC
[Confederación de Trabajadores de Cuba] y de todos los alcaldes, gobernadores y
demás funcionarios que, directa o indirectamente, se hayan apoyado para escalar
el cargo en las supuestas elecciones del primero de noviembre de 1954 o en el
golpe militar del 10 de marzo de 1952. […]
El nuevo gobierno se regirá por la Constitución de 1940 y asegurará todos los
derechos que ella reconoce y será equidistante de todo partidismo político. […]
El ejecutivo asumirá las funciones legislativas que la Constitución atribuye al
Congreso de la República y tendrá por principal deber conducir al país a
elecciones generales […] y desarrollar el programa mínimo de diez puntos
expuestos en el Manifiesto de la Sierra Maestra. […].[7]
Incluso la certeza de que ello no era
posible sin el enfrentamiento al imperialismo estadounidense. «Cuando esta
guerra acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra
que voy a echar contra ellos [los estadounidenses]. Me doy cuenta que ése va a ser
mi destino verdadero».[8]
La concepción crítica de la
Revolución como un proceso ininterrumpido de transformaciones de liberación
nacional y socialistas.
Valorar la naturaleza autóctona y popular
de la Revolución, los retos a los que se enfrentó –externos e internos– las
vías que utilizó para llevar adelante los objetivos de emancipación de la
nación cubana y las decisiones político-ideológicas que asumió, llevó a la
autora a realizar un corte epistemológico al trascender las concepciones de la
izquierda tradicional sobre el primer año y medio de la revolución como una
«revolución democrática, agraria y antimperialista».
El criterio de una revolución con dos fases
se corresponde con el esquema de clasificación de las sociedades coloniales y
semicoloniales como feudales o semifeudales promovido por el movimiento
comunista internacional después de la muerte de V.I. Lenin. En él, la burguesía
nacional encabezaría una revolución dirigida a crear las condiciones para el
desarrollo del capitalismo y así, la futura posibilidad del socialismo. Una
visión etapista, objetivista, determinista del proceso social consolidada
después de los años treinta cuando el estalinismo la elevó a su máxima
expresión como ideología oficial. En el caso cubano, la derrota de la dictadura
y el consecuente despliegue de la democracia, la realización de la reforma
agraria y la aplicación práctica de una política antimperialista por la
vanguardia revolucionaria eran elementos suficientes para validar esta
concepción, mucho más si la lucha insurreccional contra el dictador no había
sido dirigida por el partido marxista tradicional ni la fuerza principal que se
enfrentó a aquel, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, estaba vinculado
orgánicamente al movimiento comunista internacional.
El Programa del Moncada no hubiera podido
cumplirse sin la ruptura de las ataduras neocoloniales; la liberación nacional
cubana tenía necesariamente que asumir objetivos anticapitalistas y como
alternativa consecuente, los socialistas.
El precursor en América Latina de la
concepción de la revolución ininterrumpida es
el comunista peruano José Carlos Mariátegui; su principal herejía fue creer en
la posibilidad de una revolución socialista en Perú sin necesidad de una etapa
previa, la «revolución democrático-burguesa, antifeudal y antimperialista».
Mariátegui había identificado la incapacidad de las burguesías latinoamericanas
para llevar a cabo las tareas democrático-burguesas, de ahí, que solo la clase
obrera fuese capaz de resolverlas y, en ese proceso, transformar al continente
en socialista. Propuso así la línea de una revolución ininterrumpida.[9] Años
después, la vanguardia de la Revolución Cubana, con conocimiento de su realidad
social, asumía que el «pueblo» era el motor del cambio social socialista y que
en efecto, una verdadera revolución anticapitalista desde el subdesarrollo y la
dependencia no podía confiar en la inexistente burguesía nacional como clase;
pero lo más importante aún: Cuba había sido desde 1902 hasta 1958 una sociedad
basada en los cánones de la democracia burguesa, de ahí que fuera totalmente
erróneo, desde el punto de vista teórico y político, plantearse la realización
de una revolución burguesa en las condiciones de Cuba en los años sesenta. La
burguesía nada tenía que ofrecer en términos de programas de desarrollo
nacional.
Sobre este importante problema Fidel Castro
argumentó:
Al llegar la Revolución al poder tenía dos
caminos: o detenerse en el régimen social existente o seguir adelante […]
Nosotros teníamos que optar entre permanecer bajo el dominio, la explotación y
la insolencia imperialista […] o hacer una Revolución antimperialista y hacer
una Revolución socialista […] Ese es el camino que hemos seguido: el camino de
la lucha antimperialista, el camino de la revolución socialista. Porque además
no cabía ninguna otra posición. Cualquiera otra posición era una posición falsa,
una posición absurda […] La revolución antimperialista y
socialista solo tenía que ser una, una sola revolución, porque no hay más que
una Revolución. Esa es la gran verdad dialéctica de
la Humanidad: el imperialismo, y frente al imperialismo, el socialismo”. [10]
La toma del poder por las fuerzas
revolucionarias solo fue un hecho a mediados de la década de los sesenta.
Se repite hasta la saciedad que con el triunfo
de la Revolución el 1ro. de enero de 1959 las fuerzas revolucionarias toman el
poder; este enfoque pierde de vista que el poder es una relación de
dominación ejercida por unos grupos sociales sobre otros mediante
la imposición de sus intereses (en primer lugar los económicos) y consecuentemente,
ampliando su control político e ideológico como mediaciones de esa dominación.
La Revolución Cubana cortó el nudo gordiano
de la dependencia imperialista a partir de las nacionalizaciones de las
propiedades extranjeras realizadas en junio de 1960 y consolidó su control
sobre la economía al nacionalizar las empresas productivas, mercantiles,
bancarias y de servicios de propiedad local en octubre de ese mismo año. Como
ya hemos dicho, el entrelazamiento del capital local y el capital extranjero es
una de las características del subdesarrollo y la dependencia: el primero se
reproduce (o desaparece) gracias a las condiciones creadas por el modelo de
acumulación basado en la monoproducción y la monoexportación de ahí la estrecha
interrelación entre la burguesía cubana y la burguesía imperialista. Hasta tal
punto era así, que la decisión de una segunda reforma agraria se tomó en 1963,
debido a la actividad contrarrevolucionaria desplegada por la mediana burguesía
agraria sobreviviente de la ley agraria de 1959.
Pero no hay que olvidar que otro aspecto
central de la toma del poder tiene que ver con la utilización revolucionaria de
los medios masivos de comunicación, la fundación de instituciones culturales de
nuevo tipo o la readecuación de las ya existentes a las nuevas condiciones
políticas y, sobre todo, la creación de las organizaciones de masas y la
unificación de las tres fuerzas revolucionarias que intervinieron en la lucha
contra la dictadura en un partido político de corte leninista, todo lo cual
sucedió entre 1959 y 1962. Si incorporamos a este conjunto la constitución del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba en octubre de 1965, estaríamos en
condiciones de afirmar que la toma del poder por las fuerzas de la revolución
socialista no se constituyó en dominante hasta mediados de los años sesenta.
La concepción crítica del
socialismo como una «transición socialista» es decir, como un movimiento
histórico entre dos épocas: el capitalismo y el comunismo.
Al considerar el socialismo como una
transición socialista me apropio del concepto de transición elaborado por
Carlos Marx en sus investigaciones sobre el modo de producción capitalista y en
particular en su Crítica al Programa de Gotha. Esta concepción
desestima los puntos de vista ideológicos del marxismo-leninismo estalinista
sobre la construcción del socialismo/transición al socialismo.
Quedó sistematizado que la transición al socialismo constaba de tres etapas, en
la segunda se procedía a la construcción del socialismo entendido
como un modo de producción cuyas relaciones sociales no eran ya capitalistas
pero tampoco comunistas. [11] La
noción de transición al socialismo/construcción del socialismo como modo de
producción ganó autoridad, se teorizó y divulgó internacionalmente.
El término socialismo tiene una historia en
el pensamiento y las experiencias de cambio social revolucionario desde el
siglo xix; hasta finales de ese siglo –después del descalabro de la II
Internacional– el término tuvo una connotación anticapitalista aunque el
ideario comunista era más radical y asentado en las
luchas obreras. A esta corriente comunista se adscribieron Marx y Engels desde
muy temprano y hasta el final de sus días. Marx concibió el cambio
anticapitalista como un proceso de tránsito del modo de producción viejo hacia el nuevo que va emergiendo, más bien,
haciéndose emerger de las manos de la clase obrera y de todos los interesados
en él.
El socialismo cubano tuvo que recomponer un
complejo entramado de creencias y prácticas establecidas por la concepción construcción del socialismo/transición al socialismo que
llegaba del campo socialista y en determinado momento las debatió abiertamente,
sentando propuestas que retomaban el pensamiento marxista originario y se
concretaban como disposiciones revolucionarias en el escenario de una formación
social subdesarrollada de la periferia mundial.[12] Transición socialista refiere
a que el proceso es en sí mismo socialista.
La concepción crítica de la
transición socialista como un proyecto cultural de emancipación social e
individual en contraste con los socialismos economicistas prevalecientes en la
época.[13]
Sus exponentes más auténticos son Fidel
Castro y Ernesto Che Guevara; Fidel, explicando al pueblo, desde las
particularidades de su liderazgo, las propuestas más avanzadas, educándolo
siempre en la ética que debe acompañar a la política revolucionaria socialista
y convirtiendo las propuestas en políticas sociales para el beneficio de las
mayorías; Che, nos legó pautas fundamentales para la comprensión de la
transición socialista entre ellas, que su atributo fundamental radica en el
papel central de la subjetividad. [14] Enfatizó
hasta el cansancio que las estructuras de funcionamiento económico en la
transición deben proponerse la eliminación del egoísmo y el individualismo de
la conducta humana; en otras palabras, la generalización de una nueva
conciencia es el resultado del proceso gradual de transformación de las
estructuras sociales y de la correcta selección de las palancas incentivadoras
de la acción humana. «Para construir el comunismo,
simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo».[15]
El modelo económico de la transición
socialista debe proponerse la extinción paulatina de
las condiciones que permiten la existencia y proliferación de las categorías
económicas del régimen burgués y sus reflejos ideológicos y políticos en la
conciencia. La transición socialista no es un modo de producción que debe
consolidarse antes de emprender la construcción del comunismo. Durante la
transición socialista debe transformarse la sociedad radicalmente en un sentido
comunista; el proyecto comunista no emerge por sí solo, en dependencia del dinamismo y
desarrollo de la economía. La transición socialista, cuya meta es el comunismo,
tiene como propósito central no solo la liberación nacional de los pueblos sino
la liberación de los individuos de toda dominación; el socialismo no es un fin
en sí mismo sino una conjugación dialéctica de factores que favorecen la total
liberación humana. De ahí que una vez lograda la toma del poder se desata una
lucha más difícil aún por la creación de una vida y una cultura opuestas a las
burguesas, caracterizadas por una espiritualidad nueva, una nueva moral, una conciencia
diferente, las cuales se forman gradualmente en el proceso de transformación
social.
La identificación de la
Revolución Cubana como un proyecto social promotor de la más irrestricta
solidaridad e internacionalismo con los pueblos del mundo subdesarrollado, esto es, con las
luchas de liberación nacional de Asia, África y América Latina e incluso con
los pueblos dañados por fenómenos naturales coyunturales.
Desde 1959, Cuba lanzó la idea de realizar
una conferencia mundial de países subdesarrollados, pero esta no prosperó; en
1961, se integró al Movimiento de Países No Alineados, en su primera
conferencia. En 1965, propició la adscripción de varios movimientos
revolucionarios de América Latina a la Organización de Solidaridad
Afroasiática, surgida con fuertes motivaciones antimperialistas, e invitó a su
dirección a realizar su próxima reunión en La Habana, la que tuvo lugar en
enero de 1966. De esa exitosa conferencia nacería la Organización
Tricontinental.
La línea de apoyar de forma decisiva a los
movimientos de liberación nacional en cualquier parte del mundo subdesarrollado
se concretó en hechos conocidos: el 1 de abril de 1965, Che Guevara, con un
selecto grupo de combatientes cubanos se integró a la lucha en el Congo. Fue
denunciada la escalada agresiva del imperialismo estadounidense en Vietnam y
Fidel Castro planteó públicamente la disposición del país de brindar a Vietnam
la ayuda necesaria para repeler la agresión. Durante el período, todo el apoyo
posible fue dado a las diversas organizaciones latinoamericanas que llevaban a
cabo la lucha armada por la liberación nacional en países del continente y
también continuaron los preparativos para la gesta del Che en Bolivia la que
comenzó en 1966 y culminó con su asesinato el 9 de octubre de 1967. Acciones de
todo tipo se realizaron en estos años a favor del pueblo Palestino, de cuyas
luchas Cuba no se ha olvidado jamás.
Otros ejemplos de la solidaridad que se ha
ejercido sistemáticamente en el tiempo y ha tenido un fuerte impacto social se
refieren a la asistencia médica. Desde 1960, esta se ofreció de forma emergente
y gratuita en ocasión de terremotos, huracanes, inundaciones y otros fenómenos
naturales acaecidos en América Latina, África y Asia. En 1963, nació el
internacionalismo médico cuando fue enviada la primera brigada médica a
Argelia; con posterioridad, brigadas similares integradas por médicos y otros
especialistas arribaron a decenas de países subdesarrollados.
No es el propósito del presente texto
exponer las múltiples acciones de solidaridad e internacionalismo llevados a
cabo por la Revolución Cubana, que llegan hasta hoy.
Me interesa destacar que solo un pueblo
revolucionario educado en valores humanistas es capaz de ofrecer y dar aquello
que no le ha sobrado jamás, sino compartir lo que ha llegado a tener con mucho
esfuerzo a pesar de la larga guerra económica imperialista, de dificultades,
errores, insuficiencias y deficiencias acumulados que debemos resolver sobre la
base de los principios y del compromiso con el pueblo.
La Habana, noviembre de 2014.
[1] Ernesto Che Guevara: «Cuba: ¿excepción histórica o
vanguardia en la lucha anticolonialista?», en Obras 1957-1967, t.
II, Casa de las Américas, La Habana, 1970, p.409. Hay que resaltar que Che
Guevara realiza su interpretación del fenómeno cuando aún no habían sido
publicados los estudios de los teóricos de la dependencia sobre el
subdesarrollo. (Las cursivas pertenecen a la autora. N del E.).
[2] Según lo que es entendido como democrático por la praxis política burguesa.
[3] Las neocolonias forman parte de la periferia del
sistema-mundo. El neocolonialismo como sistema de dominación mundial se
extendió durante el siglo xx en las antiguas colonias cuando ya no era
necesario el control directo sobre las mismas.
[4] Es un hecho que el pueblo cubano no se resignó ni se
echó a la espalda la frustración de una independencia pospuesta; desde los años
veinte se alzaron voces y se organizaron movimientos estudiantiles, de
intelectuales y populares contra la penetración imperialista y el dominio
oligárquico, tanto, que en 1933 fue derrocado el tirano Machado por la movilización
popular.
[5] No es posible dejar de señalar que durante la República
burguesa neocolonial se logró acumular un desarrollo intelectual que si bien
reducido a una minoría, descolló en Latinoamérica y legó a las generaciones
posteriores una invaluable herencia de atributos cívicos y patrimonio material
e inmaterial.
[6] «Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los
sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien
cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo […].
Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la
que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una
patria mejor y más digna y más justa […] la que ansía grandes y sabias
transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo,
cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí
misma […]». Más adelante, Fidel Castro
describe el concepto, identificando los distintos sectores sociales que lo
integran. La descripción no se adjunta a esta nota por su extensión. Ver: Fidel
Castro: La historia me absolverá, (edición anotada), Oficina
de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1993, pp. 208-210.
[7] «Carta de Fidel Castro rompiendo el llamado Pacto de
Miami, 14 de diciembre de 1957». En: José Bell Lara: Fase insurreccional de la Revolución Cubana,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, pp. 135-136.
[8] Fragmento de la carta enviada por Fidel Castro a Celia
Sánchez el 5 de junio de 1958. Tomado de Boletín Digital Nº 26 de la Oficina de
Asuntos Históricos del Consejo de Estado, La Habana, junio de 2013. ISSN
2306-2171
[9] Michael Löwy: «Mariátegui, la revolución permanente»,en
revista Viento Sur. Consultado en línea desde la dirección
URL http://www.avanti4.be/debats-theorie-histoire. 30/6/2014.
José Bell ha introducido el concepto sobre este período revolucionario en sus
textos.
[10]Fragmentos de la
charla ofrecida por Fidel Castro el 1ro. de diciembre de 1961 al iniciar el
noveno ciclo de la Universidad Popular. Tomado de: Bell, J., Delia L. López y
Tania Caram: Documentos de la Revolución Cubana 1961, Colección
50 Aniversario del Triunfo de la Revolución, Instituto Cubano del Libro, La
Habana, 2008, pp. 459- 465.
[11] Véase de Jorge Luis Acanda: «Transición», en Autocríticas. Un diálogo al interior de la transición
socialista, Ruth Casa Editorial y Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 2009.
[12] Un debate excepcional fue la polémica económica,
pública, sin restricciones, sobre temas aparentemente económicos promovido por
Ernesto Che Guevara. Los artículos fueron publicados en las revistas Nuestra Industria Económica del
ministerio de Industrias y Cuba Socialista. Tuvo
lugar entre 1963 y 1964.
[13] Véase de Fernando Martínez Heredia: «Socialismo», en Autocríticas. Un dialogo al interior de la tradición socialista, Editorial
de Ciencias Sociales / Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, pp.14-41.
[14] «[…] el comunismo es una meta de la humanidad que se
alcanza conscientemente [...] Marx pensaba en la liberación del hombre y veía
al comunismo como la solución de las contradicciones que produjeron su
enajenación, pero como un acto consciente […] el hombre es el actor consciente
de la historia. Sin esta conciencia que engloba la de su ser social, no puede
haber comunismo”. Ernesto Che Guevara: «Sobre el Sistema Presupuestario de
financiamiento», en José Bell, Delia L. López y Tania Caram: Documentos de la Revolución Cubana 1964, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 2012, pp. 227 y 222.
[15] Ernesto
Che Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba. Centro de
Estudios Che Guevara y Ocean Press, La Habana, 2005.
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