Augustus K Cutting y Abrahma Lincoln. |
Por Luis Toledo Sande.
En “Vindicación de Cuba”, artículo con que, en marzo de 1889, refutó insultos anticubanos propalados en conspicuos periódicos de los Estados Unidos, José Martí sostuvo: “Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting”. Leída esa declaración al margen del conjunto de su pensamiento, pudiera no percibirse todo cuanto ella dice.
Como en otros casos, Martí, siempre animado por el afán de hacer de Cuba una patria libre, disfrutaba el vocablo patria, y lo empleó en ese artículo con un sentido que puede sustituirse por país y por nación. Pero quizás sea más útil empezar comentando el uso de los verbos amar y temer en la cita. En lo básico explícito, amamos puede entenderse sin necesidad de apostilla alguna, lo que quizás no ocurra exactamente igual con tememos, expresión, en este caso, de una actitud que no se debe confundir con miedo paralizante. Remite, por el contrario, a lo que suscita recelo, sospecha, desconfianza, aprensión.
No cabría esperar cobardía en quien, consciente de los enormes riesgos y obstáculos que le saldrían o le salían ya al paso, concibió y organizó una guerra de liberación nacional enfilada, en su mayor alcance, a librar lo que sería una lucha contra un gigante, en la cual murió combatiendo. En la víspera de su caída escribió la conocida carta testamentaria donde plasmó la fuerza con que había organizado la gesta en que cumplía diariamente la misión antimperialista que había abrazado: “y mi honda es la de David”.
Vistas las aristas que es necesario considerar especialmente en lo que toca al verbo temer, la cita alcanza plena significación si se toma debida cuenta de los símbolos que la sustentan, de los cuales solamente uno tiene resonancias universales, y prestigio: Abraham Lincoln, por cuya muerte en 1865, Martí, como otros condiscípulos —recordaría él—, llevaron crespón de luto en La Habana. El primer presidente asesinado en las entrañas del monstruo se ganó ser identificado con la lucha contra la esclavitud. Fue “el leñador de ojos piadosos” a quien Martí alabó en su célebre discurso pronunciado en Nueva York el 19 de diciembre de 1889, el mismo año en que había escrito “Vindicación de Cuba”, y que suele titularse “Madre América” porque en él llamó así el orador a la América nuestra, la materna para él, quien la sabía amenazada y ya incluso herida por la del Norte, la que en distintos textos denominó “la Roma americana”, “América europea” y “república cesárea”.
Tal fue la nación que se formó a partir de las expansivas Trece Colonias y cuya criminal conducta contra las poblaciones originarias es bien conocida. Encarnó la índole de un pueblo, el dominante, al cual en su lucha por independizarse de la dominación británica lo apoyaron otros —incluido el cubano—, y del que dijo Martí en “Madre América”: “El pueblo que luego había de negarse a ayudar, acepta ayuda. La libertad que triunfa es como él, señorial y sectaria, de puño de encaje y de dosel de terciopelo, más de la localidad que de la humanidad, una libertad que bambolea, egoísta e injusta, sobre los hombros de una raza esclava, que antes de un siglo echa en tierra las andas de una sacudida”.
Por muy elevada que fuese o se pudiera considerar que fue, la voluntad emancipadora de Lincoln no fue suficiente para contrarrestar las fuerzas dominantes en su país. Tras la contienda que puso fin a la esclavitud, se enseñoreó, “codiciosa y soberbia, la victoria”, y reaparecieron, “acentuados por la guerra, los factores que constituyeron la nación”.
En escultura debida a Andrés González, José Martí señala con dedo acusador la Embajada de los Estados Unidos, enfrentada por la Tribuna Antimperialista que, en La Habana, lleva el nombre del héroe. |
Contundente es el resumen trazado por Martí: “junto al cadáver del caballero, muerto sobre sus esclavos, luchan por el predominio en la república, y en el universo, el peregrino que no consentía señor sobre él, ni criado bajo él, ni más conquistas que la que hace el grano en la tierra y el amor en los corazones,—y el aventurero sagaz y rapante, hecho a adquirir y adelantar en la selva, sin más ley que su deseo, ni más límite que el de su brazo, compañero solitario y temible del leopardo y el águila”. A su turbia manera, Cutting fue uno de esos aventureros.
A Lincoln le recriminaría Martí incluso el haber escuchado al consejero que le propuso apoderarse de Cuba y convertirla en basurero donde echar a quienes eran discriminados en los Estados Unidos, a tono con el pensamiento dominante que también menospreciaba a los pueblos de nuestra América. Lo probaban hechos y textos como los denunciados por el autor de “Vindicación de Cuba”. Ante semejante contexto, Lincoln se asociaba, y continúa asociándose hoy, con las mejores potencialidades atribuibles a su nación, frente al peso que han tenido las lacras determinantes del rumbo seguido por ella. En una de sus crónicas estadounidenses Martí sentenció: “Para conocer a un pueblo se le ha estudiar en todos sus aspectos y expresiones: ¡en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus bandidos!”
El Cutting que en “Vindicación de Cuba” aparece como antípoda de Lincoln, es un bandido que hoy se conoce precisamente porque Martí supo verlo y señalarlo como un símbolo del país que, desde su fragua, venía imponiéndose como dominante frente al representado por figuras que le merecían admiración. En José Martí y el caso Cutting —libro publicado en 2004 y que el autor del presente artículo saludó analíticamente—, el investigador Rodolfo Sarracino abunda —con información reiterada desde diversos ángulos— en los sucesos a los cuales contribuyó Augustus K. Cutting, y en quién era este. Augusto
Periodista mediocre y dotado de astucias perversas, fue el turbio aventurero que promovió incidentes que las fuerzas rectoras, imperialistas, de los Estados Unidos aprovecharon con el fin de desatar el conflicto que les sirvió para robarle a México más de la mitad de su territorio. Así como el honrado Lincoln no bastó para hacer de su país una nación guiada por el altruismo y la equidad, y por el respeto a los demás pueblos, el desvergonzado Cutting no bastaría por sí solo para explicar que esa nación se lanzara contra México del modo como lo hizo, y, según convenga a sus intereses, sigue lanzándose criminalmente contra cualquier otro pueblo del mundo. A la vista —como siempre: para quienes quieran ver— está la historia, está la realidad, pese a quienes prefieren dejarse confundir con propagandas y maniobras dolosas.
Para hablar de lo mejor de aquella nación, Martí acude a la imagen de Lincoln, y a Cutting no lo tiene en cuenta como individuo aislado, sino como una de las concreciones del rumbo rapaz de aquel país. Es con esa perspectiva que él lo rechaza. Y eso debe explicarse no solo por lo insignificante que —a diferencia de Lincoln— fue Cutting en sí, sino porque, en su miseria moral, encarnaba una potencia en desarrollo y que ya tenía dudoso y lastimado su honor, como sostuvo Martí, más de una vez, al fundamentar la necesidad de salvar, contra los propósitos de aquel país, el equilibrio del mundo.
Entre “Vindicación de Cuba” y “Madre América” había ocurrido un hecho relevante en la historia de los Estados Unidos y sus relaciones con nuestra América y el mundo: había comenzado, y se extendería hasta el año siguiente, el Congreso Internacional de Washington. Ese foro, cuna institucional del panamericanismo imperialista —otro, solidario y emancipador, merece crecer y es necesario que se extienda por todo el continente—, fue expresión de la voracidad de los Estados Unidos, cuyo gobierno lo convocó y auspició.
Sería empobrecedor, y, de entrada, inconsecuente con la perspectiva de Martí, pensar que este amaba por un lado a la patria de Lincoln, y por otro se limitaba a abominar al nada augusto Cutting. Cualesquiera que sean las circunstancias, y sin que tenerlo claro sea un obstáculo para promover acertadamente, desde la justicia, relaciones respetuosas entre pueblos —a las cuales se oponen las fuerzas imperiales, no otras—, la prensa revolucionaria tiene el deber de contribuir eficazmente al conocimiento de esa realidad.
También es pertinente recordar que la devoción justiciera y la voluntad combativa, emancipadora, de José Martí —quien se encargó de plasmarlo asimismo en “Madre América”—, no las guiaba su admiración la patria del leñador de “ojos piadosos”: “por grande que esta tierra sea, y por ungida que esté para los hombres libres la América en que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez”.
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