miércoles, 18 de mayo de 2016

90Razones: La Reforma Agraria y Fidel


Tomado de Razones de Cuba

En el pequeño bohío del Santaclarero, no lejos de donde transmitió Radio Rebelde, y de la Comandancia de la Plata en la Sierra Maestra, se promulgó el 17 de mayo de 1959 la Ley de Reforma Agraria, firmada por Fidel.
Todavía las agencias noticiosas del mundo comentaban en sus despachos el viaje del Jefe de la Revolución a Sudamérica. En Montevideo había dicho: “Hemos vivido al margen de la orientación de nuestros libertadores a los que hemos levantado estatuas, a los cuales hemos dedicado millares de ramos de flores, millones tal vez de discursos, pero a los que no hemos seguido en la esencia pura de su pensamiento”. Tenía, por tanto, en mente a Bolívar y Martí en aquella hora trascendente que vivía la Isla.
El restaurante El Mandarín, es el preámbulo del viaje a la Sierra. Allí se reúne Fidel con periodistas y trata varios temas, entre ellos contribuye a planificar cómo podríamos llegar a tiempo a la histórica cordillera.
Se sabe que habrá de firmarse la Ley de Reforma Agraria. Durante los meses precedentes, en distintos puntos del país, desde Mantua donde él mismo pronunció un aleccionador discurso, hasta el extremo más oriental de Cuba, se ha estado hablando de ella. Con argumentos indiscutibles, Fidel encabezaba, por todos los medios de prensa, la campaña a favor de la comprensión e importancia de la Ley siempre prometida y hasta entonces jamás cumplida en la República neocolonizada. No se trata de un reparto de pequeñas parcelas, ni de la ocupación anárquica de lotes por parte de los campesinos, sino de una Ley que otorgaría la propiedad de la tierra y que fomentaría cooperativas, algo que en el borrador, antes del 17 de mayo, no estaba todavía considerado, hasta la revisión por Fidel.
Los periodistas iríamos a la Sierra por distintas vías, casi todos por tierra desde Las Mercedes, punto de escala a Lomas de Jibacoa y otros lugares de acceso. Llueve y los caminos están intransitables, lo cual impide que avancemos más por las montañas, en camiones repletos de campesinos. Transcurrirían unas dieciséis horas hasta el arribo a La Plata.
Cuando la mañana del 17 de mayo un helicóptero se posó en el improvisado “helipuerto”, lo espera el Santaclareño con un grupo de campesinos del lugar. Llevaría con él una canasta con huevos que le entregó a Celia para que el Comandante desayunara, como cada vez que podía solía hacerlo durante la campaña guerrillera. El helicóptero venía de Manzanillo a donde arribaron en avión desde La Habana el propio Fidel con sus principales colaboradores: Celia, Antonio Núñez Jiménez y otros pocos. Posteriormente en otro viaje por helicóptero arribarían el entonces presidente Manuel Urrutia y demás miembros del Consejo de Ministros, pero ya no hay visibilidad, los picachos están ocultos por la bruma. Raúl y Vilma harían el ascenso a pie por Providencia.
A pesar de las contingencias climáticas, los serranos se dieron cita desde temprano ese domingo en La Plata.
La fecha del 17 de mayo había sido escogida para honrar a un líder campesino asesinado por haber llevado adelante arduas luchas agrarias, Niceto Pérez. El lugar fue propuesto por Fidel a la comisión que trabajó en el proyecto, grupo que laboraría con discreción absoluta como integrantes de la Oficina de Planes y Coordinación Revolucionaria, presidida por el capitán Antonio Núñez Jiménez e integrada, por destacados revolucionarios como el comandante Ernesto Che Guevara, el doctor Oscar Pino Santos, Vilma Espín, Alfredo Guevara y el doctor Segundo Ceballos.
En la oficina, ubicada en Tarará se culminó el borrador que hasta último momento, incluido el viaje desde La Habana a Manzanillo, Fidel estudiaría y revisaría. Debían quedar bien sentados los términos jurídicos de un documento fundacional y precisados detalles fundamentales, entre ellos la previsión de que no fueran desintegradas las extensiones de cultivo cañero en los latifundios que desaparecerían.
Para el pueblo que lo escuchaba, su emocionado discurso coronaba un acto excepcional. “Aquí, Radio Rebelde…” Las voces de Violeta Casals y Jorge Enrique Mendoza anunciaron a Cuba y al mundo la promulgación de la Ley de Reforma Agraria y la intervención de Fidel desde La Sierra Maestra. Habló con tanta emoción que el tiempo no parecía transcurrir para los oyentes.
Diría Fidel en su fundamental exposición que la promulgación de la Ley de Reforma Agraria “constituirá uno de los acontecimientos más importantes de la vida de Cuba” y entendía que esa Ley iniciaba “una etapa enteramente nueva en nuestra vida económica” y un esplendoroso porvenir esperaba a la Patria, si nos dedicamos a trabajar todos con el mayor ahínco. Advirtió que no se le escapaba que la Ley lesiona intereses y produciría la natural oposición ante una medida revolucionaria de esa índole. Pero esa parte a cuyos intereses lesiona la Ley, según expresó, es una parte insignificante del pueblo, mientras la Ley favorecía a las familias de doscientos mil campesinos sin tierra y ciento cincuenta mil aparceros y precaristas, entre otros, o sea a más de dos millones de personas de una población que entonces no rebasaba los siete millones.
Con la Ley de Reforma Agraria a cinco meses del triunfo de la Revolución, se cumplía cabalmente el programa del Moncada en su aspecto agrario y de beneficio al campesinado, y la abolición del latifundio mayoritariamente en manos de unas cuantas compañías norteamericanas, que poseían los mejores suelos.
Durante muchas semanas la sección En Cuba de la casi centenaria revista Bohemia y los periódicos Revolución y Hoy dedicaron una buena cantidad de sus numerosas páginas a explicar la Ley, lo que esta significaba para la transformación del campesinado cubano en todos los órdenes y los beneficios económicos y sociales derivados de ella. Además, y en gran medida, denunciaban la respuesta airada del gobierno de los Estados Unidos contra la Ley. La guerra de los medios yanquis contra Cuba y los planes de agresión subieron como una flecha, pero la Revolución permaneció inconmovible llevando a cabo sus planes, en aquel momento desde el INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria), en la sede que hoy ocupa el MINFAR, en la Plaza de la Revolución.

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