Cartel de Raúl Martínez |
Tomado de: Revista Cubana de
Filosofía. Edición Digital
Autor: Manuel E. Rodríguez Llata
Cuando asumimos a
Martí, no lo hacemos sólo por la profundidad, relevancia y proyección futurista
de su pensamiento político, en total concordancia con el momento histórico que
le tocó vivir y la predicción de un devenir inmediato. Martí se nos presenta como
un paradigma de la más pura cubanía y su ideario revolucionario ocupa un lugar
cimero en la definición y consolidación de la identidad propia del cubano, que
se manifiesta hasta nuestros días.
En la obra
político–revolucionaria del Maestro, se sintetiza lo más avanzado y progresista
de toda la producción teórico–práctica que le precedió, tanto nacional como
latinoamericana, siendo capaz de interpretar objetiva y acertadamente la nueva
etapa por la que atravesaba el movimiento revolucionario cubano, caracterizada
entonces por una continua agudización de la contradicción metrópoli–colonia y
el nacimiento de un imperialismo que desde sus propios antecedentes ya aspiraba
a convertir a nuestra isla en una estrella más del pabellón norteamericano.
Lograr la organización y la fundamentación ideológica de ese movimiento
revolucionario, concebido por Martí como un producto de las grandes masas, fue
la misión fundamental a la que dedicó su corta pero fructífera e intensa vida,
desde una perspectiva eminentemente humanista y enraizada en la tradición
nacional.
Las concepciones de
José Martí acerca del pueblo –o los pueblos- y su lugar y papel en la historia,
son diversas, condicionadas fundamentalmente, como en toda actividad política,
por el contexto o por el objeto con el que interactuaba en franca función
educativa y movilizadora de masas.
En este sentido,
podemos encontrar la relación del pueblo con la cultura artística y literaria;
con el trabajo, visto éste como actividad creadora de bienes; con la formación
de valores necesarios para su propio desarrollo y evolución como comunidad
social, etc. Sin embargo, nos proponemos resaltar, sin restarle importancia al
resto de las dimensiones, aquellas donde el planteamiento adquiere un matiz
eminentemente político, relacionando íntimamente al pueblo, a las amplias
masas, con su capacidad y papel en la transformación revolucionaria de la
sociedad.
El análisis crítico
que realiza Martí de toda la experiencia histórica acumulada por el pueblo
cubano hasta entonces, particularmente a partir de la guerra de 1868, lo
orienta hacia una producción ideológica desde y por los intereses populares. “Un
pueblo está hecho –afirmaba- de hombres que resisten, y
hombres que empujan: del acomodo, que acapara, y de la justicia, que se rebela:
de la soberbia, que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de
su puesto, ni cede el suyo: de los derechos y opiniones de sus hijos todos está
hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus
hijos”.[1]
Es una realidad que si
bien Martí no fue marxista, tampoco fue antimarxista. Más bien mostró simpatía
hacia Marx y los socialistas en general, al tomar partido, al igual que él, por
la causa de los humildes.
Tanto la aspiración a
una sociedad emancipada, como el método de abordar la realidad social,
aproximan mucho a Martí con el marxismo. El método de conocimiento de la
sociedad que elabora Martí en la etapa madura de su pensamiento -a partir de
1886-1887-, identificado por Carlos Rafael Rodríguez y estudiado con profundidad
por las doctoras Isabel Monal y Olivia Miranda, asume como elementos esenciales
la Historia y la Política con sus mediaciones culturales.
Aunque diferente en su
fundamentación cosmovisiva, epistemológica y metodológica de las concepciones
marxistas y leninistas, le permitieron un estudio comparado de la sociedad de
su época, sobre todo la norteamericana, en extremo realista, en el que
fundamentó la teoría y la acción revolucionaria, avanzadamente humanistas.
Las ideaciones más
radicales para su época en este lado del mundo, contenidas tanto en el método,
como en el proyecto revolucionario y en el modelo de república martianos,
pudieron inducir a sus continuadores en el siglo XX a asumir creadoramente el
marxismo y el leninismo, como guía para analizar problemas nuevos o no
suficientemente desarrollados en los tiempos de Martí, y para encontrarle
soluciones revolucionarias acorde con las nuevas condiciones
histórico-sociales.
Dicho de otra manera,
las proyecciones y métodos martianos propician la asunción de la Concepción
Materialista de la Historia y su interpretación de forma creadora, no por sus
fundamentos cosmovisivos, epistemológicos y metodológicos, pero sí por su
orientación revolucionaria y aspiración a la emancipación humana y la justicia
social.
Lo anterior nos da la
medida de la dimensión revolucionaria del pensamiento político de José Martí,
el cual, dado su realismo político y el conocimiento profundo de la psicología
social, fue capaz de sentenciar con justeza y objetividad que los
hombres van de dos bandos, los que aman y fundan, y los que odian y destruyen.
Las concepciones
políticas de Martí están basadas en el humanismo y en un profundo amor y
justicia hacia los sectores trabajadores y humildes de la sociedad, lo que lo
llevan a conformar y proponer un proyecto emancipador de arraigado carácter
popular que condujera, como necesidad, a la fundación de una República del
pueblo, justa y unitaria, “con todos y para el bien de todos”.
José Martí concebía la
igualdad social a partir de una distribución equitativa de la riqueza social, y
de la consideración de que son quienes con sus manos e inteligencia producen
los bienes materiales y espirituales, los que integran el verdadero sujeto de
la historia y de la cultura, y por ello debían convertirse en jefes de las
revoluciones para que dieran como resultado sociedades en las cuales la
justicia social, sobre todo para los humildes, y el respeto a la dignidad plena
del hombre constituyeran divisas esenciales.[2]
Por tanto, la
proyección martiana de la futura república concebía el desarrollo de una
sociedad caracterizada por la justicia y el amor hacia las masas del pueblo,
cuyo fundamento fuera la defensa y satisfacción de los intereses de los
trabajadores, de los oprimidos, de los humildes.
Mas el logro de ese
justísimo objetivo debía ir precedido de la acción decidida de las masas del
pueblo, como sujeto verdaderamente revolucionario, capaces de promover y
conquistar la independencia nacional, la emancipación social y la dignificación
humana, pues para Martí los deseos y los intereses más genuinos de los pueblos
se expresan más firmemente cuando éstos se alzan en armas para conquistarlos.
De ahí que afirmara que “las etapas de los pueblos no se cuentan por
sus épocas de sometimiento infructuoso, sino por sus instantes de rebelión.” [3]
La obra emancipadora y
dignificadora, la concibe desde el propio proceso de la lucha por la
independencia; fue contrario a toda acción precipitada e infundada, que
violentara los valores éticos de la sociedad por construir. Al mismo tiempo era
consciente de que el cambio principal en la emancipación y dignificación de la
sociedad cubana ocurriría una vez alcanzada la independencia nacional, no de
golpe, sino mediante un proceso de transformación y educación del pueblo como
objeto y sujeto de este proceso. Esta idea queda reflejada explícitamente
cuando le dice a Carlos Baliño que Revolución no es la que se haría en la
manigua, sino la que se realizaría una vez fundada la República.
Y la
fundamentación de esta idea, que llega a convertirse en firme convicción, nos
la da el propio Martí, cuando afirma que “Un pueblo no es independiente
cuando ha sacudido las cadenas de sus amos; empieza a serlo cuando se ha
arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud, y para patria y vivir
nuevos, alza e informa conceptos de vida radicalmente opuestos a la costumbre
de servilismo pasado, a las memorias de debilidad y de lisonja que las
dominaciones despóticas usan como elementos de dominio sobre los pueblos
esclavos”.[4] De ahí que considerara
firmemente que“el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las
revoluciones”.[5]
Históricamente se ha
pretendido, por parte de las clases explotadoras, enraizar en la conciencia
popular la idea de que los pueblos constituyen multitudes impotentes e
incapaces de toda acción transformadora, asignándosele sólo el papel de
sumisión ante los sectores más poderosos y, por tanto, “más preparados y aptos
política y económicamente” para gobernar y decidir. El pueblo cubano no fue la
excepción de tales infundios, y ante ello Martí desenvainó su arsenal de
argumentos eminentemente revolucionarios, colocando en su justo lugar el
verdadero papel que la historia le ha asignado a las grandes masas del pueblo,
pues para el Apóstol “... siempre es poderosa la voluntad de un pueblo
que lucha por su independencia”. [6]
Para Martí la dignidad
humana era una categoría central de su pensamiento político, un valor
inconmensurable con respecto a la riqueza material, al punto que consideró
necesario que en la futura república, la dignidad fuera la ley primera que
presidiera su Constitución.
De ahí que
sentenciara con profunda convicción que “un pueblo no es una masa de
criaturas miserables y regidas: no tiene el derecho de ser respetado hasta que
no tenga la conciencia de ser regente: edúquese en los hombres los conceptos de
independencia y propia dignidad: es el organismo humano compendio del organismo
nacional: así no habrá luego menester estímulo para la defensa de la dignidad y
de la independencia de la patria”.[7]
Esta convicción acerca
del pueblo como verdadero sujeto de los cambios revolucionarios y de su
capacidad, su valor, su dignidad, para lograr no sólo la conquista de la
independencia, sino para desarrollar después la necesaria transformación de la
sociedad en defensa de sus propios intereses, Martí la reitera con fuerza,
ocupando un lugar esencial y central en su pensamiento político,
materializándola en toda su práctica revolucionaria. De ahí que consideremos
necesario, a modo de enfatizar en esta importante cuestión, citar dos ideas
claves del Maestro, que nos dan la verdadera medida del concepto de pueblo en
su pensamiento y accionar político.
- “Los
pueblos, como las bestias, no son bellos cuando, bien trajeados y rollizos,
sirven de cabalgadura al amo burlón, sino cuando de un vuelco altivo
desensillan al amo”.[8]
- “Y cuando a
un pueblo se le niegan las condiciones de carácter que necesita para la
conquista y el mantenimiento de la libertad, es obra de política y de justicia
la alabanza por donde se revelan, donde más se las niega, o donde menos se las
sospecha, sus condiciones de carácter”.[9]
Otra importante
enseñanza que nos legara Martí, se refiere al papel de los hombres, que por
determinadas cualidades y en coyunturas históricas concretas, devienen líderes
de los pueblos en su lucha por la conquista y defensa de sus más preciados
intereses.
En este sentido
afirmaba: “Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su
pueblo. En vano concede la naturaleza a algunos de sus hijos cualidades
privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo,
mientras que si van con él, y le sirven de brazo y de voz, por él se verán
encumbrados, como las flores que lleva en su cima una montaña”.[10]
Esta idea,
matizada con su original estilo literario, adquiere una singular relevancia
para la determinación, en nuestra propia tradición, del papel de las masas y
del individuo en la historia.
Sobre el papel del
liderazgo en la historia, Martí nos presenta un enfoque eminentemente ético,
como una exigencia planteada a los líderes revolucionarios para encauzar y
dirigir el proceso de cambio. Por tanto, los valores éticos debían caracterizar
tanto a la masa del pueblo como a sus líderes, considerando que hay hombres que
sintetizan en sí el decoro de muchos otros.
Para el Maestro estaba
claro que el devenir de los pueblos no dependía del ideal de un hombre, por lo
cual alertó que “un pueblo no es la voluntad de un hombre solo, por
pura que ella sea, ni el empeño pueril de realizar en una agrupación humana el
ideal candoroso de un espíritu celeste, ciego graduado de la universidad
bamboleante de las nubes”.[11]
Martí ve al dirigente,
ante todo, como un servidor del pueblo. En la división social del trabajo, los
que cumplen funciones de dirección no pueden divorciarse del pueblo, el
dirigente no puede dejar de ser y sentir como pueblo. Esto constituye un
aspecto esencial en el pensamiento martiano, que también se expresa en el
marxismo-leninismo y posteriormente en Fidel.
El compañero Carlos
Rafael Rodríguez resalta esta cualidad del ideario martiano y su presencia en el
líder de nuestra Revolución, cuando afirma: "Recibí, a la vez, de
Martí, un sentido eticista de la política y del quehacer diario, que es
evidente en su obra, y que años más tarde Cuba volvería a encontrar en Fidel
Castro". [12]
Singular importancia
adquiere, en el pensamiento martiano, el papel que le asigna a las ideas como
fuerza movilizadora de las masas en su accionar revolucionario. Para Martí, las
ideas justas deben calar profundamente en la conciencia del pueblo, nacidas de
su propio afán de justicia y libertad, y no de la infructuosa imposición.
En tal sentido, el
Apóstol afirmaba que “... las ideas, aunque sean buenas, no se imponen
ni por la fuerza de las armas, ni por la fuerza del genio. Hay que esperar que
hayan penetrado en las muchedumbres”.[13] Y
cuando éstas penetran y llegan a convertirse en convicciones, entonces
triunfan: “...las ideas justas, por sobre todo obstáculo y valla,
llegan a logro. Será dado precipitar o estorbar su llegada; impedirla, jamás.
–Una idea justa que aparece, vence. Los hombres mismos que la sacan de su
cerebro, donde la fecundaron con sus dolores, y la alimentan luego que la traen
a luz, no pueden apagar sus llamas que vuelan como alas, y abrasan a quien
quiere detenerlas”. [14]
Estas reflexiones de
Martí, nos conducen a afirmar que concibió la ideología, en tanto elemento
aglutinador y orientador de las masas, como expresión de la conciencia y de la
actividad de las mismas, proclamando, pues, una ideología eminentemente
revolucionaria, en la cual se expresase la soberanía y los más puros intereses
y aspiraciones del pueblo, siendo éste –el pueblo- el verdadero portador y
generador de la misma.
Y como momento
esencial y cimero de esta ideología revolucionaria, y basada en ella, a partir
de las experiencias de las luchas anteriores, concibe la necesidad de la
fundación de un partido revolucionario, como agente imprescindible en la
organización del pueblo para la guerra necesaria y condicionante de la futura
república, cuya esencia funcional y organizativa emanara de la más estrecha
relación con el pueblo como sujeto masivo de la política, y subordinado, por su
contenido, a la voluntad e intereses propios de éste. Es decir, que fuera un
partido de masas, que garantizara, entre otros factores, la necesaria unidad de
los diferentes sectores populares realmente interesados en la independencia
nacional, pues para Martí “cuando un pueblo se divide, se mata”.
Así surge el Partido Revolucionario Cubano, genuino antecesor de nuestro
Partido Comunista de Cuba.
Un último aspecto del
pensamiento político martiano que queremos destacar, es la importancia que él
le concede al problema de la preparación del pueblo para su defensa, como única
vía de salvaguardar las conquistas obtenidas en la lucha y en el proceso
revolucionario posterior, convergiendo totalmente con la teoría leninista de
que toda revolución vale algo sólo si es capaz de defenderse. En este sentido,
Martí asegura que “preparar un pueblo para defenderse, y para vivir con
honor, es el mejor modo de defenderlo”.[15]
Mas la preparación del
pueblo para su propia defensa, Martí no sólo la concibe en el plano militar.
Para él las amplias masas, hasta entonces incultas y excluidas, necesitan
educarse e instruirse, pues, como él mismo afirmara, “a un pueblo
ignorante puede engañársele con la superstición, y hacérsele servil. Un pueblo
instruido será siempre fuerte y libre” [16]. Ello
parte de la convicción martiana de que el único medio de salvarse de la
esclavitud es la educación.
En este mismo sentido
de reflexión, la cultura para Martí juega un papel primordial, esencial, en el
desarrollo de los pueblos y el logro de una verdadera emancipación humana. Es
bien conocida la genial idea martiana de que ser culto es el único modo
de ser libre, sin embargo, hay una sentencia del Maestro que nos da la
exacta medida de la importancia que le diera a la formación cultural del
pueblo: “...la madre del decoro, la savia de la libertad, el
mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo
demás, la propagación de la cultura”.[17]
[1] José Martí. "Los pobres de la
tierra". Tomado de Diccionario del pensamiento martiano. Ramiro Valdés
Galarraga. Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 2002. Pág. 578.
[2] Olivia Miranda. "Articulación del
marxismo, el leninismo y las tradiciones nacionales revolucionarias en
Cuba". Artículo. Revista Marx Ahora, No. 8/1999. Pág. 47.
[3] José Martí. Discurso en honor a Fermín
Valdés Domínguez, el 24 de febrero de 1894. Tomado de Diccionario del
pensamiento martiano. Edición citada. Pág. 588.
[4] José Martí. Escenas mexicanas. Idem. Pág.
571.
[5] José Martí. Lectura en la reunión de
emigrados cubanos. Idem. Pág. 572.
[6] José Martí. La República española ante la
Revolución cubana. Idem. Pág. 570.
[7] José Martí. Escenas mexicanas. Idem. Pág.
570.
[8] José Martí. Discurso en honor de Fermín
Valdés Domínguez. Idem. Pág. 588.
[9] José Martí. "Sobre los oficios de la
alabanza". Idem. Pág. 749
[10] José Martí.
"Henry Ward Beecher". Idem.
Pág. 569.
[11] José Martí. "El tercer año del
Partido Revolucionario Cubano". Idem. Pág. 577.
[12] Carlos Rafael Rodríguez. "Palabras
en los setenta". Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1984. Pág.
108.
[13] José Martí. "Notas sobre
Centroamérica". Diccionario del pensamiento martiano. Edición citada. Pág.
299.
[14] José Martí. Prólogo a cuentos de hoy y de
mañana, de Rafael de Castro Palomino. Idem. Pág. 301.
[15] José Martí. "Haití y los Estados
Unidos". Idem. Pág. 575.
[16] José Martí. "Educación
popular". Idem. Pág. 570
[17] José
Martí. "Tilden". Idem. Pág. 117.
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