viernes, 20 de mayo de 2016

El pueblo en la proyección del pensamiento político de José Martí

Cartel de Raúl Martínez
Autor: Manuel E. Rodríguez Llata

Cuando asumimos a Martí, no lo hacemos sólo por la profundidad, relevancia y proyección futurista de su pensamiento político, en total concordancia con el momento histórico que le tocó vivir y la predicción de un devenir inmediato. Martí se nos presenta como un paradigma de la más pura cubanía y su ideario revolucionario ocupa un lugar cimero en la definición y consolidación de la identidad propia del cubano, que se manifiesta hasta nuestros días.

En la obra político–revolucionaria del Maestro, se sintetiza lo más avanzado y progresista de toda la producción teórico–práctica que le precedió, tanto nacional como latinoamericana, siendo capaz de interpretar objetiva y acertadamente la nueva etapa por la que atravesaba el movimiento revolucionario cubano, caracterizada entonces por una continua agudización de la contradicción metrópoli–colonia y el nacimiento de un imperialismo que desde sus propios antecedentes ya aspiraba a convertir a nuestra isla en una estrella más del pabellón norteamericano. Lograr la organización y la fundamentación ideológica de ese movimiento revolucionario, concebido por Martí como un producto de las grandes masas, fue la misión fundamental a la que dedicó su corta pero fructífera e intensa vida, desde una perspectiva eminentemente humanista y enraizada en la tradición nacional.

Las concepciones de José Martí acerca del pueblo –o los pueblos- y su lugar y papel en la historia, son diversas, condicionadas fundamentalmente, como en toda actividad política, por el contexto o por el objeto con el que interactuaba en franca función educativa y movilizadora de masas.

En este sentido, podemos encontrar la relación del pueblo con la cultura artística y literaria; con el trabajo, visto éste como actividad creadora de bienes; con la formación de valores necesarios para su propio desarrollo y evolución como comunidad social, etc. Sin embargo, nos proponemos resaltar, sin restarle importancia al resto de las dimensiones, aquellas donde el planteamiento adquiere un matiz eminentemente político, relacionando íntimamente al pueblo, a las amplias masas, con su capacidad y papel en la transformación revolucionaria de la sociedad.

El análisis crítico que realiza Martí de toda la experiencia histórica acumulada por el pueblo cubano hasta entonces, particularmente a partir de la guerra de 1868, lo orienta hacia una producción ideológica desde y por los intereses populares. “Un pueblo está hecho –afirmaba- de hombres que resisten, y hombres que empujan: del acomodo, que acapara, y de la justicia, que se rebela: de la soberbia, que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo: de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos”.[1]

Es una realidad que si bien Martí no fue marxista, tampoco fue antimarxista. Más bien mostró simpatía hacia Marx y los socialistas en general, al tomar partido, al igual que él, por la causa de los humildes.

Tanto la aspiración a una sociedad emancipada, como el método de abordar la realidad social, aproximan mucho a Martí con el marxismo. El método de conocimiento de la sociedad que elabora Martí en la etapa madura de su pensamiento -a partir de 1886-1887-, identificado por Carlos Rafael Rodríguez y estudiado con profundidad por las doctoras Isabel Monal y Olivia Miranda, asume como elementos esenciales la Historia y la Política con sus mediaciones culturales.

Aunque diferente en su fundamentación cosmovisiva, epistemológica y metodológica de las concepciones marxistas y leninistas, le permitieron un estudio comparado de la sociedad de su época, sobre todo la norteamericana, en extremo realista, en el que fundamentó la teoría y la acción revolucionaria, avanzadamente humanistas.

Las ideaciones más radicales para su época en este lado del mundo, contenidas tanto en el método, como en el proyecto revolucionario y en el modelo de república martianos, pudieron inducir a sus continuadores en el siglo XX a asumir creadoramente el marxismo y el leninismo, como guía para analizar problemas nuevos o no suficientemente desarrollados en los tiempos de Martí, y para encontrarle soluciones revolucionarias acorde con las nuevas condiciones histórico-sociales.

Dicho de otra manera, las proyecciones y métodos martianos propician la asunción de la Concepción Materialista de la Historia y su interpretación de forma creadora, no por sus fundamentos cosmovisivos, epistemológicos y metodológicos, pero sí por su orientación revolucionaria y aspiración a la emancipación humana y la justicia social.

Lo anterior nos da la medida de la dimensión revolucionaria del pensamiento político de José Martí, el cual, dado su realismo político y el conocimiento profundo de la psicología social, fue capaz de sentenciar con justeza y objetividad que los hombres van de dos bandos, los que aman y fundan, y los que odian y destruyen.

Las concepciones políticas de Martí están basadas en el humanismo y en un profundo amor y justicia hacia los sectores trabajadores y humildes de la sociedad, lo que lo llevan a conformar y proponer un proyecto emancipador de arraigado carácter popular que condujera, como necesidad, a la fundación de una República del pueblo, justa y unitaria, “con todos y para el bien de todos”.

José Martí concebía la igualdad social a partir de una distribución equitativa de la riqueza social, y de la consideración de que son quienes con sus manos e inteligencia producen los bienes materiales y espirituales, los que integran el verdadero sujeto de la historia y de la cultura, y por ello debían convertirse en jefes de las revoluciones para que dieran como resultado sociedades en las cuales la justicia social, sobre todo para los humildes, y el respeto a la dignidad plena del hombre constituyeran divisas esenciales.[2]

Por tanto, la proyección martiana de la futura república concebía el desarrollo de una sociedad caracterizada por la justicia y el amor hacia las masas del pueblo, cuyo fundamento fuera la defensa y satisfacción de los intereses de los trabajadores, de los oprimidos, de los humildes.

Mas el logro de ese justísimo objetivo debía ir precedido de la acción decidida de las masas del pueblo, como sujeto verdaderamente revolucionario, capaces de promover y conquistar la independencia nacional, la emancipación social y la dignificación humana, pues para Martí los deseos y los intereses más genuinos de los pueblos se expresan más firmemente cuando éstos se alzan en armas para conquistarlos. De ahí que afirmara que “las etapas de los pueblos no se cuentan por sus épocas de sometimiento infructuoso, sino por sus instantes de rebelión.” [3]

La obra emancipadora y dignificadora, la concibe desde el propio proceso de la lucha por la independencia; fue contrario a toda acción precipitada e infundada, que violentara los valores éticos de la sociedad por construir. Al mismo tiempo era consciente de que el cambio principal en la emancipación y dignificación de la sociedad cubana ocurriría una vez alcanzada la independencia nacional, no de golpe, sino mediante un proceso de transformación y educación del pueblo como objeto y sujeto de este proceso. Esta idea queda reflejada explícitamente cuando le dice a Carlos Baliño que Revolución no es la que se haría en la manigua, sino la que se realizaría una vez fundada la República.

 Y la fundamentación de esta idea, que llega a convertirse en firme convicción, nos la da el propio Martí, cuando afirma que “Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos; empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud, y para patria y vivir nuevos, alza e informa conceptos de vida radicalmente opuestos a la costumbre de servilismo pasado, a las memorias de debilidad y de lisonja que las dominaciones despóticas usan como elementos de dominio sobre los pueblos esclavos”.[4] De ahí que considerara firmemente que“el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”.[5]

Históricamente se ha pretendido, por parte de las clases explotadoras, enraizar en la conciencia popular la idea de que los pueblos constituyen multitudes impotentes e incapaces de toda acción transformadora, asignándosele sólo el papel de sumisión ante los sectores más poderosos y, por tanto, “más preparados y aptos política y económicamente” para gobernar y decidir. El pueblo cubano no fue la excepción de tales infundios, y ante ello Martí desenvainó su arsenal de argumentos eminentemente revolucionarios, colocando en su justo lugar el verdadero papel que la historia le ha asignado a las grandes masas del pueblo, pues para el Apóstol “... siempre es poderosa la voluntad de un pueblo que lucha por su independencia”[6]

Para Martí la dignidad humana era una categoría central de su pensamiento político, un valor inconmensurable con respecto a la riqueza material, al punto que consideró necesario que en la futura república, la dignidad fuera la ley primera que presidiera su Constitución.

 De ahí que sentenciara con profunda convicción que “un pueblo no es una masa de criaturas miserables y regidas: no tiene el derecho de ser respetado hasta que no tenga la conciencia de ser regente: edúquese en los hombres los conceptos de independencia y propia dignidad: es el organismo humano compendio del organismo nacional: así no habrá luego menester estímulo para la defensa de la dignidad y de la independencia de la patria”.[7]

Esta convicción acerca del pueblo como verdadero sujeto de los cambios revolucionarios y de su capacidad, su valor, su dignidad, para lograr no sólo la conquista de la independencia, sino para desarrollar después la necesaria transformación de la sociedad en defensa de sus propios intereses, Martí la reitera con fuerza, ocupando un lugar esencial y central en su pensamiento político, materializándola en toda su práctica revolucionaria. De ahí que consideremos necesario, a modo de enfatizar en esta importante cuestión, citar dos ideas claves del Maestro, que nos dan la verdadera medida del concepto de pueblo en su pensamiento y accionar político.

“Los pueblos, como las bestias, no son bellos cuando, bien trajeados y rollizos, sirven de cabalgadura al amo burlón, sino cuando de un vuelco altivo desensillan al amo”.[8]

“Y cuando a un pueblo se le niegan las condiciones de carácter que necesita para la conquista y el mantenimiento de la libertad, es obra de política y de justicia la alabanza por donde se revelan, donde más se las niega, o donde menos se las sospecha, sus condiciones de carácter”.[9]

Otra importante enseñanza que nos legara Martí, se refiere al papel de los hombres, que por determinadas cualidades y en coyunturas históricas concretas, devienen líderes de los pueblos en su lucha por la conquista y defensa de sus más preciados intereses.

En este sentido afirmaba: “Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo. En vano concede la naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo, mientras que si van con él, y le sirven de brazo y de voz, por él se verán encumbrados, como las flores que lleva en su cima una montaña”.[10]

 Esta idea, matizada con su original estilo literario, adquiere una singular relevancia para la determinación, en nuestra propia tradición, del papel de las masas y del individuo en la historia.

Sobre el papel del liderazgo en la historia, Martí nos presenta un enfoque eminentemente ético, como una exigencia planteada a los líderes revolucionarios para encauzar y dirigir el proceso de cambio. Por tanto, los valores éticos debían caracterizar tanto a la masa del pueblo como a sus líderes, considerando que hay hombres que sintetizan en sí el decoro de muchos otros.

Para el Maestro estaba claro que el devenir de los pueblos no dependía del ideal de un hombre, por lo cual alertó que “un pueblo no es la voluntad de un hombre solo, por pura que ella sea, ni el empeño pueril de realizar en una agrupación humana el ideal candoroso de un espíritu celeste, ciego graduado de la universidad bamboleante de las nubes”.[11]

Martí ve al dirigente, ante todo, como un servidor del pueblo. En la división social del trabajo, los que cumplen funciones de dirección no pueden divorciarse del pueblo, el dirigente no puede dejar de ser y sentir como pueblo. Esto constituye un aspecto esencial en el pensamiento martiano, que también se expresa en el marxismo-leninismo y posteriormente en Fidel.

El compañero Carlos Rafael Rodríguez resalta esta cualidad del ideario martiano y su presencia en el líder de nuestra Revolución, cuando afirma: "Recibí, a la vez, de Martí, un sentido eticista de la política y del quehacer diario, que es evidente en su obra, y que años más tarde Cuba volvería a encontrar en Fidel Castro". [12]

Singular importancia adquiere, en el pensamiento martiano, el papel que le asigna a las ideas como fuerza movilizadora de las masas en su accionar revolucionario. Para Martí, las ideas justas deben calar profundamente en la conciencia del pueblo, nacidas de su propio afán de justicia y libertad, y no de la infructuosa imposición.

En tal sentido, el Apóstol afirmaba que “... las ideas, aunque sean buenas, no se imponen ni por la fuerza de las armas, ni por la fuerza del genio. Hay que esperar que hayan penetrado en las muchedumbres”.[13] Y cuando éstas penetran y llegan a convertirse en convicciones, entonces triunfan: “...las ideas justas, por sobre todo obstáculo y valla, llegan a logro. Será dado precipitar o estorbar su llegada; impedirla, jamás. –Una idea justa que aparece, vence. Los hombres mismos que la sacan de su cerebro, donde la fecundaron con sus dolores, y la alimentan luego que la traen a luz, no pueden apagar sus llamas que vuelan como alas, y abrasan a quien quiere detenerlas”. [14]

Estas reflexiones de Martí, nos conducen a afirmar que concibió la ideología, en tanto elemento aglutinador y orientador de las masas, como expresión de la conciencia y de la actividad de las mismas, proclamando, pues, una ideología eminentemente revolucionaria, en la cual se expresase la soberanía y los más puros intereses y aspiraciones del pueblo, siendo éste –el pueblo- el verdadero portador y generador de la misma.

Y como momento esencial y cimero de esta ideología revolucionaria, y basada en ella, a partir de las experiencias de las luchas anteriores, concibe la necesidad de la fundación de un partido revolucionario, como agente imprescindible en la organización del pueblo para la guerra necesaria y condicionante de la futura república, cuya esencia funcional y organizativa emanara de la más estrecha relación con el pueblo como sujeto masivo de la política, y subordinado, por su contenido, a la voluntad e intereses propios de éste. Es decir, que fuera un partido de masas, que garantizara, entre otros factores, la necesaria unidad de los diferentes sectores populares realmente interesados en la independencia nacional, pues para Martí “cuando un pueblo se divide, se mata”. Así surge el Partido Revolucionario Cubano, genuino antecesor de nuestro Partido Comunista de Cuba.

Un último aspecto del pensamiento político martiano que queremos destacar, es la importancia que él le concede al problema de la preparación del pueblo para su defensa, como única vía de salvaguardar las conquistas obtenidas en la lucha y en el proceso revolucionario posterior, convergiendo totalmente con la teoría leninista de que toda revolución vale algo sólo si es capaz de defenderse. En este sentido, Martí asegura que “preparar un pueblo para defenderse, y para vivir con honor, es el mejor modo de defenderlo”.[15]

Mas la preparación del pueblo para su propia defensa, Martí no sólo la concibe en el plano militar. Para él las amplias masas, hasta entonces incultas y excluidas, necesitan educarse e instruirse, pues, como él mismo afirmara, “a un pueblo ignorante puede engañársele con la superstición, y hacérsele servil. Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre” [16]Ello parte de la convicción martiana de que el único medio de salvarse de la esclavitud es la educación.

En este mismo sentido de reflexión, la cultura para Martí juega un papel primordial, esencial, en el desarrollo de los pueblos y el logro de una verdadera emancipación humana. Es bien conocida la genial idea martiana de que ser culto es el único modo de ser libre, sin embargo, hay una sentencia del Maestro que nos da la exacta medida de la importancia que le diera a la formación cultural del pueblo: “...la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura”.[17]


[1] José Martí. "Los pobres de la tierra". Tomado de Diccionario del pensamiento martiano. Ramiro Valdés Galarraga. Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 2002. Pág. 578.
[2] Olivia Miranda. "Articulación del marxismo, el leninismo y las tradiciones nacionales revolucionarias en Cuba". Artículo. Revista Marx Ahora, No. 8/1999. Pág. 47.
[3] José Martí. Discurso en honor a Fermín Valdés Domínguez, el 24 de febrero de 1894. Tomado de Diccionario del pensamiento martiano. Edición citada. Pág. 588.
[4] José Martí. Escenas mexicanas. Idem. Pág. 571.
[5] José Martí. Lectura en la reunión de emigrados cubanos. Idem. Pág. 572.
[6] José Martí. La República española ante la Revolución cubana. Idem. Pág. 570.
[7] José Martí. Escenas mexicanas. Idem. Pág. 570.
[8] José Martí. Discurso en honor de Fermín Valdés Domínguez. Idem. Pág. 588.
[9] José Martí. "Sobre los oficios de la alabanza". Idem. Pág. 749
[10] José Martí. "Henry Ward Beecher". Idem. Pág. 569.
[11] José Martí. "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano". Idem. Pág. 577.
[12] Carlos Rafael Rodríguez. "Palabras en los setenta". Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1984. Pág. 108.
[13] José Martí. "Notas sobre Centroamérica". Diccionario del pensamiento martiano. Edición citada. Pág. 299.
[14] José Martí. Prólogo a cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino. Idem. Pág. 301.
[15] José Martí. "Haití y los Estados Unidos". Idem. Pág. 575.
[16] José Martí.  "Educación popular". Idem. Pág. 570
[17] José Martí. "Tilden". Idem. Pág. 117.

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