Por Fernando Martínez Heredia.
He trabajado mucho el tema y los problemas del socialismo en
Cuba desde que era muy joven, en una gama de asuntos, formas y
propósitos, e incluso he publicado varios libros acerca del socialismo
cubano. Por eso no me parece atinado intentar una selección de esos
resultados de trabajo y sintetizarla en el breve tiempo con que
contamos. Prefiero entonces plantear lo que creo de mayor importancia y
relieve en esta coyuntura de fines de abril de 2016, y utilizar algunos
breves fragmentos de textos míos recientes integrados al discurso de
esta exposición.
Para ser, consolidarse y satisfacer las necesidades y los anhelos que
la desataron, la revolución que triunfó en 1959 tuvo que optar por ser
socialista de liberación nacional. Al bautizarla, Fidel, su conductor
máximo, la calificó de socialista, democrática, de los humildes, por los
humildes y para los humildes. Esa no era una frase oratoria, sino una
definición. Tampoco lo hizo dentro de una reunión política, sino en la
calle, ante una multitud de personas armadas y decididas a combatir
hasta morir o vencer a los lacayos de la burguesía de Cuba y sus amos
imperialistas, como hicieron horas después. Desde el origen estuvo muy
claro de qué tipo de socialismo se trataba, y se puede afirmar con
orgullo que en Cuba ese es el significado de la palabra socialismo.
Las cubanas y los cubanos, la sociedad y su poder revolucionario
emprendieron desde 1959 colosales cambios de sí mismos, sus relaciones
sociales y sus instituciones. La acumulación y el entrelazamiento de
viejos y nuevos problemas e insuficiencias condicionaron desde el inicio
la creación de una nueva sociedad. Fidel, el Che y otros dirigentes, y
un número cada vez mayor de revolucionarios pensaron las batallas y las
situaciones que vivían. Entre cientos de expresiones de Fidel acerca del
socialismo escojo una, del 3 de septiembre de 1970, que ilustra su
acierto, su lucidez extrema y su capacidad de guiar:
“Nosotros llegaríamos muy lejos si con el trabajo de masa ganamos
esta batalla. Nosotros llegaríamos muy lejos si introducimos hasta su
grado máximo la democratización del proceso. No puede haber ningún
Estado más democrático que el socialista, no puede; ni debe haberlo. Es
más: si el Estado socialista no es democrático, fracasa (…) sin las
masas, el socialismo pierde la batalla: se burocratiza, tiene que usar
métodos capitalistas, tiene que retroceder en la ideología. Así que no
puede haber sociedad más democrática que la socialista, sencillamente
porque sin las masas el socialismo no puede triunfar.” (1)
Quisiera destacar una dimensión que a mi juicio ha sido siempre y
todavía es principal: la humana. Millones de individuos han puesto sus
vidas en la balanza del socialismo cubano y le han entregado lo mejor de
sus actos, sus sentimientos y sus pensamientos. Ellos son hijos,
creadores y partícipes de una cultura socialista. Hoy muchos quizás no
le llamen socialista, porque no está de moda en estos días, pero estoy
seguro de que cada vez que sea necesario tendrán suficiente
determinación personal para defender e impulsar el socialismo cubano.
El predominio del llamado socialismo real en Cuba entre 1971 y1985
fue solamente parcial. Pero constituyó una amarga aceptación de los
límites de una Revolución que había sido la más avanzada del mundo, y
llevó a un recorte fuerte de los ideales y del proyecto, al mismo tiempo
que a la implantación de características y prácticas muy negativas en
nombre del socialismo. Sin embargo, Cuba siguió siendo
socialista-comunista en campos esenciales internos y en el
internacionalismo, ese rasgo primordial que también es distintivo del
socialismo cubano, y que tanto nos ha desarrollado y salvado de
mezquindades y retrocesos. El resultado de aquella etapa fue muy híbrido
y contradictorio, pero muy fuerte en cuanto al socialismo. La
persistencia de rasgos de “socialismo real” en Cuba de los años noventa
en adelante, hasta hoy, que es tan perjudicial como obstinada, resulta
en la práctica un hecho ajeno u opuesto a las dos opciones que ha
enfrentado y enfrenta el país: cambios para profundizar un socialismo
verdadero, creciente y atractivo; o un retorno paulatino al capitalismo.
En los últimos veinticinco años, la acumulación cultural de la
Revolución ha sido un baluarte fundamental del socialismo cubano y sigue
teniendo un peso enorme en la actualidad.
Cuba está entrando en una etapa de dilemas y alternativas diferentes,
entre los que sobresalen los que existen entre el socialismo y el
capitalismo, teatro de una lucha cultural abierta en la que se pondrá en
juego nuestro futuro. El gran dilema planteado es desarrollar el
socialismo o volver al capitalismo. No servirá aferrarse meramente a lo
que existe, habrá que desarrollar el socialismo. Tampoco debemos creer
que el capitalismo será un futuro inevitable, que hasta podría traer
progresos consigo: sería regresar al capitalismo. No se está librando
una pugna cultural entre el neoliberalismo y la economía estatal: es
entre un socialismo que tendrá que transformarse y ser cada vez más
socialista, o perecerá, y un capitalismo que ha apostado a acumular cada
vez más fuerza social, ir conquistando con sus ilusiones a la sociedad y
que se vayan acostumbrando los cubanos a sus hechos, sus relaciones y
su conciencia social.
Estamos ante un claro enfrentamiento cultural, que no ha conllevado
hasta ahora confrontaciones políticas. Amplios sectores de la población
están conscientes de esto o lo perciben bastante, y reaccionan en
consecuencia. Pero otros sectores no están conscientes y se sitúan a
partir de aspectos del problema, o de incidentes y comentarios.
Una cuestión principal es si el contenido de la época cubana que se
está desplegando en estos últimos años será o no será finalmente
posrevolucionario. En las posrevoluciones se retrocede, sin remedio,
mucho más de lo que los juiciosos involucrados habían considerado
necesario al inicio. Los abandonos, las concesiones, las divisiones y la
ruptura de los pactos con las mayorías preludian una nueva época en la
que se organiza y se afinca una nueva dominación, aunque ella se ve
obligada a reconocer una parte de las conquistas de la época anterior.
Las revoluciones, por el contrario, combinan iniciativas audaces y
saltos hacia adelante con salidas laterales, paciencia y abnegación con
heroísmos sin par, astucias tácticas con ofensivas incontenibles que
desatan las cualidades y las capacidades de la gente común y crean
nuevas realidades y nuevos proyectos. Son el imperio de la voluntad
consciente que se vuelve acción y derrota las estructuras que encarcelan
a los seres humanos y los saberes establecidos. Y cuando logran tener
el tamaño de un pueblo son invencibles. (2)
La política cubana tiene que avanzar mucho. La política no existe en
general, ni la cultura tampoco. Si un pueblo hace una revolución
anticapitalista y entra en la época de transición socialista, la
política y la cultura –como la economía y todo lo demás– adquieren
nuevas especificidades y nuevos órdenes de relaciones radicalmente
diferentes a los que hasta entonces habían tenido, que deben ser
vividos, pensados y organizados. Al mismo tiempo, debe adelantarse sin
descanso en el conocimiento profundo de esas realidades nuevas. Las
razones de tantos requisitos son obvias. El capitalismo sigue
existiendo, y no de modo inerte, sino atacando siempre, de manera aguda o
crónica, pero también y sobre todo ingresando, retornando, reviviendo,
empapando, contagiando las instituciones y las actitudes individuales y
de grupos de la sociedad que quiere ser nueva y socialista.
El mal mayor está en la reproducción en el seno de la sociedad en
transición socialista de las relaciones, las instituciones, las ideas y
los sentimientos que rigen la dominación capitalista. Y esa reproducción
no depende tanto de conspiraciones y acciones de origen externo –por
más reales y peligrosas que ellas sean, y lo son– como de la inmensa,
formidable acumulación cultural de signo favorable a las dominaciones de
unas personas sobre otras, antigua y renovada, que caracteriza a las
sociedades. Una verdadera batalla cultural se libra entre ambos
complejos de maneras de vivir.
En la batalla entre esas dos maneras de vivir, la del capitalismo ha
estado recibiendo muchos refuerzos en la época reciente. Tiene, además,
la sabiduría –a escala social no es necesario saber para ser sabio– de
no pretender el poder político: su campo de batalla principal está en la
vida cotidiana, las relaciones sociales, el aumento y la expansión de
los negocios privados y sus constelaciones de relaciones económicas y
sociales, las ideas y los sentimientos que se consumen.
No podemos permitir que avance un proceso de desarme ideológico que
dejaría al país inerme. Es necesario rescatar o utilizar bien los
instrumentos de la cultura de liberación.
Es la falta de cultura política suficiente la que impide que le
saquemos más provecho a la vida que hemos construido entre todos, a la
sociedad que despierta tanta admiración a millones de personas en el
mundo y que sustenta tantas simpatías y manifestaciones de solidaridad
que recibimos. La liberación humana necesita una militancia de la
cultura, que brinde espacios y sea capaz de reunir la diversidad de las
subjetividades, habilidades y propensiones humanas, el planeamiento de
las tareas revolucionarias, el afán de belleza, goces y felicidad, la
expansión de la influencia y del control de la gente común sobre todos
los ámbitos de la vida pública, la creatividad y la originalidad para
enfrentar las escaseces y dificultades, que son tan graves que serían
insalvables si no se ponen en marcha nuevos medios de desplegar la
superioridad de las personas.
El avance real del socialismo en Cuba dependerá en gran medida del
afianzamiento y la expansión de una cultura anticapitalista y creadora a
la vez de satisfacciones y educación. Por eso es tan necesario darnos
plena cuenta de la hora tremenda que vivimos, de los deberes de cada
cual y del bienestar que pudiéramos sacar del ejercicio de pensar y de
la creatividad.
El concepto de socialismo es conservado por muchos revolucionarios
activos, pero a escala de la sociedad desde hace tiempo se ha batido en
retirada. Fidel y Raúl lo mantienen siempre, de manera expresa. Algunos
documentos oficiales también lo hacen. Pero en la propaganda y en los
rituales la palabra socialismo fue desapareciendo, y hoy es solo una
mención rara. Por otra parte, para diferentes sectores de la población
el socialismo persiste como una noción, fuerte o no, con atributos que
también son diferentes. Por ejemplo, como palabra que sintetiza las
grandes conquistas que obtuvo nuestro pueblo y la nación cubana, o como
la etapa de bienestar material de los años setenta-ochenta. Es necesario
precisar qué significa hoy el socialismo para la población. Habría que
ayudar a esa tarea con investigaciones bien planteadas y bien
ejecutadas, que vayan más allá de la encuesta y la recopilación de
datos, y sobre todo con intercambios y discusiones serias.
Hoy resulta imprescindible librar combates culturales e ideológicos
concretados, orientar y conducir a las mayorías con acciones y mensajes
atractivos y con firmeza revolucionaria, incitar a participar y debatir,
y brindar realmente las condiciones para que eso suceda efectivamente,
presentar y divulgar sin descanso los datos necesarios, los problemas
candentes, las opciones existentes, las discrepancias, las posiciones
políticas e ideológicas, nuestras ideas y los logros de la Revolución,
sin miedo a polemizar entre revolucionarios. En suma, hacer realmente
mucho trabajo político e ideológico, que incluya formas nuevas o que han
parecido impensables.
El socialismo cubano tiene una profunda necesidad de apelar al
patriotismo popular de justicia social, hilo conductor de la hazaña
maravillosa protagonizada por este pueblo en el último siglo y medio, y
no servirán de nada los rituales vacíos y los lenguajes pequeños de un
patriotismo formal y simplón, reiterador de lugares comunes siempre
iguales, que oculta la historia social y las voces y las vidas de los de
abajo, omite lo que le parece inconveniente y esconde las
contradicciones y los conflictos que existieron en el seno de los
movimientos revolucionarios.
Estamos en medio de una gran pelea de símbolos. Los enemigos
pretenden borrar toda la grandeza cubana y reducir al país a la
nostalgia de “los buenos tiempos”, antes de que imperaran la chusma y
los castristas. La estrategia actual de Estados Unidos contra Cuba nos
deparará un buen número de recursos “suaves” e “inteligentes”, modernos
“cazabobos” de la guerra del siglo XXI. Desbaratar confusiones y
desinflar esperanzas pueriles es una de las tareas necesarias.
La ofensiva de paz norteamericana contra Cuba se inscribe también
dentro de una estrategia general bien diseñada y bien ejecutada con
ayuda de una democratización del mercado cultural controlada por el
sistema, que tiene como uno de sus fines la expansión acelerada y
triunfal del papel de los símbolos y los valores homogeneizadores y
universalizantes que rigen las vidas, los sentimientos y las conciencias
de las mayorías en los países dominados por el capitalismo. En el caso
cubano esa transformación es imposible sin someterse a Estados Unidos.
Este es el enemigo que está tocando a nuestra puerta, duro y con aire
triunfalista. Está decidido a recuperar el dominio que tuvo sobre Cuba
mediante la victoria en una guerra cultural.
No podemos separar las respuestas a la política imperialista de las
acciones dirigidas a defender y profundizar nuestro socialismo: en
realidad, estas últimas serán lo decisivo. La sociedad pasa al centro
del combate político, y ella necesita que entre todos hagamos política
social, y hagamos política. Un requisito básico será la activación de
muchos medios organizados que no están siendo eficaces ni atractivos, y
la creación de nuevos espacios y mecanismos para fomentar la actuación y
la creatividad populares. Ganar la batalla de la participación de los
que están dispuestos y reconquistar a la mayoría de los que no lo están.
Son innumerables los asuntos, los retos, las necesidades, los campos en
los que podrían ejercitar su participación quienes sientan que deben
hacerlo.
Necesitamos rescatar en términos ideales y materiales las relaciones y
la manera de vivir socialistas; mayor socialización dentro del ámbito y
la gestión estatales; un impulso cierto a la municipalización y otras
formas de descentralización que beneficien a empeños de colectivos y
comunidades, al país y al socialismo, y no al individualismo y el afán
de lucro.
Se está produciendo un aumento de la politización en sectores de la
población, que estimula el nivel inmenso de conciencia política que
posee el pueblo cubano. Emergen sectores no pequeños de jóvenes que
rechazan el capitalismo. Ha crecido bastante la expresión pública de
críticas y criterios diferentes hechos por cubanos socialistas y
dirigidos a fortalecer el socialismo. El pueblo cubano ha ejercido la
justicia social, la libertad, la solidaridad y el pensar con su propia
cabeza, y se ha acostumbrado a hacerlo.
Tenemos conciencia política del momento histórico en que vivimos y lo
que se juega en él. Es hora de expresar esa conciencia en las prácticas
que Cuba necesita.
Notas:
1. Fidel Castro Ruz: Discurso en la Plenaria Provincial de la CTC,
Teatro de la CTC, 3 de septiembre de 1970. Departamento de Versiones
Taquigráficas del Gobierno Revolucionario.
2. He reproducido este párrafo de “Días históricos, épocas
históricas”, de agosto de 2015, porque considero que sigue siendo muy
procedente el problema que plantea de manera muy sintética. El texto
completo en Fernando Martínez Heredia, A la mitad del camino, Editorial
Ciencias Sociales, La Habana, 2015, pp. 296-300.
Fuente: La pupila insomne
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