Por David Zupan, Jeremy Scahill , Sam Husseini, Tom Englehardt, William J. Astore.
La administración de Barack Obama sorprendió a más de uno al inicio de su mandato cuando tomó la decisión de mantener en su puesto al Ministro de Defensa de George W. Bush,
implicado en el desastre de la guerra de Irak. Desde entonces su
política extranjera, su dependencia con el lobby del complejo
militaro-industrial y de la finanza de Wall Street demuestra —como de
costumbre— que todo esto favorece principalmente a los intereses de una
poderosa y pequeña oligarquía que al bienestar común de una inmensa
mayoría de ciudadanos estadounidenses.
La decisión del presidente Obama de aumentar el
gasto militar en 2011 y en el futuro, producirá el dispendio
militar-administrativo más grande desde la segunda guerra mundial. Esta
determinación se origina a pesar de las continuas evidencias de
despilfarro, fraude, abuso e incremento del apoyo financiero corporativo
al presupuesto militar. Al mismo tiempo, serán congelados los gastos en
programas nacionales «no relacionados con la seguridad», tales como
educación, nutrición, energía y transporte, lo que traerá como
consecuencia cortes inflacionistas en los servicios esenciales para el
pueblo de EE.UU. durante los próximos años.
A pesar de que estos programas nacionales constituyen solo el 17 %
del gasto federal total, sufrirán igualmente los recortes
presupuestarios. Jo Comerford, director ejecutivo del Proyecto de
Prioridades Nacionales, dijo: «La oferta [de Obama] limita los gastos
en las áreas no relacionadas con la seguridad a 447,000 millones de
dólares para los próximos tres años fiscales. Durante ese tiempo, la
inflación afectará el poder adquisitivo de ese total y ocasionará
recortes [presupuestarios] en los servicios durante cada año sucesivo». Las consecuencias de recortar el gasto doméstico aumentarán aún más la brecha entre ricos y pobres.
Sin embargo, el presupuesto militar asciende aproximadamente a un 55 %
del gasto discrecional del año fiscal actual y aumentará aún más en el
siguiente. De acuerdo con las proyecciones de la Oficina de
Administración y Presupuesto, el dinero destinado a gastos militares
tendrá un aumento adicional de 522,000 millones de dólares durante la
próxima década. Tom Engelhardt señaló en TomDispatch.com: «He
aquí una realidad para los estadounidenses: el Pentágono es nuestro
verdadero Estado de bienestar, los fabricantes de armas son nuestras
reales “reinas de bienestar” a los cuales no hemos parado nunca de
atiborrar con dinero».
Existe un enorme y generalizado despilfarro, así como fraude y abusos
del Pentágono y de los contratistas militares, que dan por resultado
mayor bienestar para los ricos. William Astore, un teniente coronel de
la aviación retirado, concluyó: «En lo que concierne a las cuestiones
militares de nuestra nación, no funciona eso de “ojos que no ven,
corazón que no siente”. Ahora, teniendo en cuenta el permanente estado
de guerra en el que nos encontramos, llama la atención la gran cantidad
de estadounidenses que se alegran de no “saber nada”».
La opinión pública nunca oye hablar en los grandes medios
corporativos de los gastos de guerra y de cuánto cuesta todo realmente.
Varios ejemplos ilustran el grado de abuso al contribuyente:
Se estima que un solo sistema de armamento futuro le cueste al contribuyente estadounidense casi un tercio de lo que se espera que se gaste en el plan de atención de salud propuesto por la administración de Obama durante toda una década. Originalmente se estimaba el precio de un avión F-35 en 50 millones de dólares, pero hoy es de 113 millones. La infantería de marina, la fuerza aérea y la marina de guerra planean comprar un conjunto de 2,450 unidades de F-35, que costarían en total unas 323,000 millones de dólares.
Una
reciente sesión de la Comisión [federal] sobre Contratos en Tiempo de
Guerra en Iraq y Afganistán lanzó un informe de 111 páginas con sus
«investigaciones iniciales acerca de la exagerada dependencia del país
de los contratistas». De acuerdo con lo expresado en la audiencia: «Más
de 240,000 empleados contratistas —de ellos, cerca del 80 % son
extranjeros— están trabajando en Iraq y Afganistán para apoyar
operaciones y proyectos militares de EE.UU., del Departamento de Estado y
de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional
(USAID). La cantidad de empleados de las empresas contratistas superan
en número a los soldados estadounidenses en la región.
Aunque los contratistas proporcionan servicios vitales, la Comisión considera que el empleo de estos también ha acarreado la pérdida de miles de millones de dólares en despilfarro, fraude y abusos debido a la inadecuada planificación, la elaboración de contratos sin calidad, la limitada competencia, las fallas en la supervisión y otros problemas». Jeremy Scahill observó que la comisión de tiempo de guerra que se encarga de revelar el alcance de la corrupción, incluye a miembros que están a favor de la guerra o que han trabajado para importantes contratistas militares.
Según Kathy Kelly, autora de Tough Minds, Tender Hearts (Mentes duras, corazones blandos), «el
gobierno de EE.UU. dedica enormes recursos y mucha sofisticación para
matar en Afganistán. Ojalá gastara un poco de ese dinero en darse cuenta
de que dicha política está creando indignación (…) Un soldado
estadounidense —ya en tierra afgana— cuesta cerca de un millón de
dólares al año. Imagínense cuantas cosas buenas podrían hacerse si ese
dinero se invirtiera en el pueblo afgano. Un gobernador en Afganistán
gana cerca de 1,000 dólares al año».
El presidente Obama continúa el proceso de reinflación del Pentágono
que comenzó a finales de 1998, exactamente tres años antes de los
ataques del 11 de septiembre. El aumento de gastos en defensa nacional
desde 1998 es tan grande como la suma de los incrementos de
Kennedy-Johnson (43 %) y el de Reagan (57 %). Al Departamento de Defensa
se le ha otorgado alrededor de 7,2 mil millones de dólares desde 1998,
año que marca el fi n de la disminución de los gastos militares durante
la etapa posguerra fría. El gasto actual sobrepasa la cifra máxima de
los años de la guerra de Vietnam y de la era de Reagan y en este momento
los planes del Pentágono son mantenerse en ese nivel.
El aumento radical del actual gasto militar, en comparación con la
guerra fría y la segunda guerra mundial, se justifica con las guerras en
Iraq y Afganistán. Sin embargo, si las guerras de hoy no se incluyeran,
todavía existe un incremento de 54 % desde 1998.
El año pasado innumerables audiencias públicas abordaron el tema de la reforma de la atención de salud, que además fue durante meses una noticia constante y motivo de discusión de los ciudadanos, las corporaciones involucradas, los medios y el Congreso. El programa de atención sanitaria costará al pueblo estadounidense en diez años la misma cantidad de dinero que invierte en un solo año en la defensa y la seguridad nacionales. Incluso, anualmente los presupuestos de defensa consiguen la aprobación sin una sola reunión «de ayuntamiento», sin ninguna cobertura de los medios y casi sin ningún análisis en el Congreso.
El contribuyente, forzado a pagar cerca de un billón de dólares
anuales para financiar al ejército, la infraestructura de seguridad
interior y las guerras, sigue siendo un desconocedor de los costos
reales. Las razones de la falta de conocimiento público sobre el gasto
militar son varias e incluyen: ausencia de cobertura de los medios de
comunicación corporativos; grandes medios que utilizan como «analistas» y
«expertos» a oficiales jubilados del ejército, que así presentan
solamente un lado del asunto; la deferencia inculcada a los civiles con
relación a los jefes militares («déjenlo a los expertos uniformados»);
secreto y «presupuestos negros» que obscurecen el gasto militar. Entre
las cuestiones sobre los militares de EE.UU. que aborda el profesor
William J. Astore, surge una pregunta clave:
¿Por qué los militares son inmunes al doloroso ajuste presupuestario al que hace frente el resto de EE.UU?
Astore concluyó: «Es verdad que el mundo es un lugar peligroso. El
problema es que el Pentágono forma parte de ese peligro. Nuestro
ejército se ha fortalecido y con esa fuerza domina a nuestro gobierno,
incluyendo su política exterior e incluso aspectos de nuestra cultura,
pues no existe contraparte eficaz a su estilo de pensamiento encerrado y
centrado en el conflicto».
Esta dominación está costándole a EE.UU. enormes sumas de dinero
público, es la principal contribución a la crisis económica, y
continuará erosionando desesperadamente, ahora y en el futuro, los
necesarios programas de gasto social público.
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