sábado, 26 de enero de 2013

El centenario martiano

Escalinata de la Universidad de La Habana.

Tomado de Granma.

Con una recepción en el Palacio Presidencial el domingo 25 de enero de 1953 se iniciaban los festejos oficiales del gobierno golpista de Fulgencio Batista por el centenario martiano. "Para encontrar ejemplos de tan egregia conducta, es menester remontarse a las enseñanzas de Jesús y auscultar en las calidades políticas de patriotas como Hidalgo y como Lincoln", decía Batista en un superficial discurso leído durante 15 minutos, en el que arbitrariamente encontró esas solas referencias a su aparente búsqueda de las esencias martianas. Todo lo demás fueron los trillados lugares comunes en que se desposeía a Martí de su filo revolucionario. Para el tirano, el Martí destacable era el beatíficamente sacado de contexto de la concordia en la familia cubana, el de la república de paz y armonía, lograda, desde luego, con la decisiva ayuda de nuestros vecinos del norte.

Ni siquiera la evocación de la figura de José Martí frenó el apetito depredador de los detentadores del poder. Se hizo pagar al pueblo el costo de la conmemoración y gran parte de la recaudación fue a parar, como siempre, a unos cuantos bolsillos enriquecidos. Se impuso por decreto el descuento de un día de salario a los empleados públicos, dos pesos a cada profesional y, lo más indignante, un centavo a cada niño matriculado en las escuelas públicas y privadas.

Bochornoso contraste, el mismo día 28 de enero de 1953 el Diario de Cuba denunciaba que no existía una carretera para llegar a Dos Ríos, lugar donde cayera Martí el 19 de mayo de 1895.

Como era usual, no faltó el irritante espectáculo de las emperifolladas señoras alcaldesas entregando dadivosamente "canastillas martianas" a los niños pobres nacidos el 28 de enero en los hospitales, en medio del consabido torneo de fotos posadas para la prensa.

La explanada frente al Capitolio Nacional fue el escenario para el acto gubernamental presidido por Batista la noche del 27 de enero, con la obligada asistencia del cuerpo diplomático y decenas de invitados extranjeros. Lamentablemente —aunque con el corazón puesto en Martí, no en sus traidores de turno— dos cumbres de la cultura continental, la chilena Gabriela Mistral y el cubano Fernando Ortiz, fueron los oradores de aquella velada.

Entre los invitados, viajó a Cuba María Mantilla, quien entregó a Batista el grillete que había llevado Martí durante los meses terribles del presidio político, en su juventud. Con ese motivo la prensa daría a conocer una carta que le hicieron llegar las mujeres martianas. Tras varios párrafos centrados en el enaltecimiento de la patriótica conmemoración, la emotiva queja:

"Releemos de nuevo El presidio político en Cuba, obra que no solo debe enorgullecer al cubano sino al género humano mismo y sentimos que nos da un vuelco el corazón angustiado. José Martí llevó ese grillete en la pierna y en el alma —en el alma donde la tuvo a usted, María, y a Cuba entera con un amor que desafió el tiempo, y sin embargo no lloró ‘porque no hay derecho a llorar lágrimas mientras otros lloran sangre’. Hoy, de vivir, lloraría pecho adentro lágrimas infinitas al contemplar a su tierra sin libertades, sin justicia, sin democracia. Con todo lo malo y todo lo bueno que cabe suponer a un gobierno constitucional, siempre factible de sustituir por otro mejor mediante el ejercicio del sufragio, la República, María, sufre otra vez el grillete de la dictadura —precisamente cuando creíamos que ya en Cuba era imposible el retorno al cuartelazo y a la asonada militar. Y usted sabe que José Martí escribió miles de páginas condenando las desgracias cívicas acaecidas en la mayoría de las repúblicas de la que él llamara Nuestra América.

"Usted no sabe cómo se violan y destrozan domicilios, se arrestan y privan de libertad a hombres, niños y mujeres, se amordazan las voces más puras del país, se mutilan las libertades de prensa, palabra y pensamiento, que impiden el libre movimiento de los ciudadanos. Todo el país vive como en vilo esperando lo peor. La economía de la nación ha entrado en crisis desde que el usurpador asumió por la fuerza mecanizada del ejército los poderes públicos.

"En tan tristes condiciones hemos visto celebrar oficiosamente el Centenario del Natalicio de José Martí, que debió ser de glorificación y de ejemplo.

"Entregó usted, María, el grillete que laceró a Martí precisamente a quien ha puesto grilletes al pueblo de Cuba. Duélenos en nuestro sentir de mujeres cubanas representativas de lo mejor de la conciencia nacional, que tal haya sucedido."
Marcha de las Antorchas
La fuerza unitaria de Martí
 
La verdadera conmemoración del centenario iba a mostrarse alejada de palacios y oropeles, ajena a brindis ostentosos y retóricas de salón, negadores de la vida y prédica de quien había echado su suerte junto a los pobres de la tierra y vislumbrado un mundo que se nos venía encima amasado por los trabajadores. Transitaría junto al sudor y al libro en multitud de talleres y escuelas, en la energía de los jóvenes dispuestos al sacrificio emulador, en las manos infantiles con una sencilla flor como ofrenda.

En La Habana, vértice del poder despótico y de la represión, iban a representarse las más empinadas manifestaciones populares, con la bicentenaria universidad figurando nuevamente como centro.

Desde el sábado 24 de enero, acogida a la protección todavía respetada de la autonomía, la FEU había comenzado a reunirse con representaciones de la segunda enseñanza, de las secciones juveniles de los partidos de oposición y las mujeres martianas para concretar las actividades de recordación.

De las numerosas sugerencias debatidas surgieron varios acuerdos: representación de obras de Martí en el teatro universitario; inauguración de un rincón martiano en la universidad; firma en la escalinata del Libro de oro del centenario; impresión y distribución de folletos con pensamientos de Martí; desfile con antorchas hasta la Fragua Martiana la noche del 27 de enero; manifestación hasta el monumento en el Parque Central, el miércoles 28 a las 2:00 de la tarde.

Se invitó al pueblo a participar en todas estas actividades, mediante un llamamiento suscrito el 26 de enero por la FEU y los centros de segunda enseñanza de La Habana, la Sección Juvenil Auténtica, la juventud ortodoxa, la juventud del Partido Socialista Popular, la Unión Nacional de Empleados Públicos y el Frente Cívico de Mujeres del Centenario Martiano. El llamamiento aparecía con el visto bueno de Joaquín Peláez como presidente de la FEU, cargo para el que había sido elegido dos días antes, en sucesión de Álvaro Barba.

Un hecho excepcional se reflejaba en el documento. Por primera vez aparecían unidas en un propósito común las juventudes auténticas, ortodoxas y socialistas. Se rompía así, en las bases juveniles, el pertinaz desprecio de los dirigentes de los partidos auténtico y ortodoxo a los militantes comunistas. Martí oficiaba como fuerza unitaria para algunos sectores de la juventud cubana, fugazmente desvinculados de los intereses partidarios.

Ese mismo fenómeno se manifestaba en un singular evento que se iniciaba ese día en el local del Sindicato de los Yesistas, situado en Xifré entre Maloja y Estrella: el Congreso Martiano en Defensa de los Derechos de la Juventud. Promovido por la FEU, buscaba extender extramuros las acciones populares contra la tiranía. Los contactos que se habían logrado espontáneamente en la base meses atrás, cuando la campaña de juramento a la Constitución se expandió a lo largo del país, sirvieron de basamento a la organización del congreso.

Para la celebración del congreso juvenil martiano se había integrado una comisión gestora que trabajó arduamente durante varias semanas. Formaron parte de esa comisión, entre otros, Léster Rodríguez, Raúl Castro Ruz y René Crucet por los estudiantes universitarios. Ataúlfo Pichardo, presidente de la Escuela de Artes y Oficios de La Habana, Omar Borges, dirigente juvenil ortodoxo, y contó con el entusiasta apoyo del dirigente nacional de la juventud socialista Flavio Bravo.

Con la participación de más de 200 delegados de todo el país, el congreso sesionó los días 26 y 27 de enero como un verdadero tribunal de conciencia contra el régimen. La procedencia de los jóvenes delegados cubría un amplio abanico social e ideológico: estudiantes de las universidades de La Habana, Santa Clara y Santiago de Cuba, institutos de segunda enseñanza, escuelas normales de maestros, de comercio, de artes y oficios, jóvenes obreros, trabajadores agrícolas, profesionales universitarios, artistas, deportistas, dirigentes juveniles comunistas, ortodoxos, auténticos, católicos, masones...

Entre los numerosos acuerdos adoptados era recogida la plataforma de demandas que los partidos políticos de oposición exigían del régimen: plena vigencia de la Constitución de 1940, lo que implicaba el restablecimiento de los denominados derechos democráticos, incluida la democracia sindical; y celebración inmediata de elecciones generales, libres, con garantías efectivas para todos los partidos, y regidas por el Código Electoral de 1943.

Abogaban los representantes juveniles por el establecimiento real de una serie de medidas de carácter estratégico en lo económico y político, como el desarrollo de una radical reforma agraria que otorgara gratuitamente la tierra a los campesinos; cese del robo del tesoro público e imposición de la honestidad en la administración del Estado; protección de la economía nacional frente a la penetración de capital extranjero; y adopción de una política exterior soberana e independiente, que abriera nuestro comercio exterior con todos los países del mundo.

Se reconocía la necesidad de una lucha unitaria de los jóvenes cubanos para beneficio de todo el pueblo, y se erigía en derecho de los jóvenes y obligación del Estado la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de la juventud.

Los alentadores resultados del congreso juvenil martiano llevaron a concebir esperanzas de continuar más allá del evento la lucha unida de los jóvenes. De ahí que dejaran constituido un comité permanente integrado por un presidente, Léster Rodríguez y 15 vicepresidentes, entre los que se encontraban Joaquín Peláez, presidente de la FEU, Flavio Bravo, presidente de la juventud socialista, Max Lesnick, secretario general de la juventud ortodoxa, Antonio Santiago, presidente de la juventud auténtica, Armando Hidalgo, secretario de la Cámara Nacional Ajefista y Luis Fuentes, presidente de la juventud católica de Santiago de Cuba.

El consejo permanente también estaba integrado por 10 secretarios: propaganda, Raúl Castro; finanzas, Cecilio Martínez; actas, Aramís Taboada; asuntos femeninos, Concepción Portela; obreros, Gustavo González; estudiantes, Orlando Benítez; campesinos, Enrique Benavides; culturales, Juan Bradman; jurídicos, Juan Blanco; deportivos José Ocejo. Y seis delegaciones, una por cada provincia.

Pero una vez concluidas las movilizaciones que se gestaron al calor de la conmemoración, y con la presión de una serie de acontecimientos que vinieron a ocupar el primer plano en el interés público, el consejo permanente devino inoperante hasta esfumarse en la inacción y el olvido.

La Marcha de las Antorchas

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Marcha de las Antorchas el 28 de enero de 1953
La noche del lunes 26, el mismo día en que la FEU llamaba al pueblo para la conmemoración del centenario en la universidad y comenzaba sus sesiones el Congreso Martiano en Defensa de los Derechos de la Juventud, varios autos del buró de investigaciones y un carro-jaula de la policía se detenían frente a una casona colonial marcada con el número siete en la calle Navarrete, Marianao.

En la casa, donde vivía Tomasa Crespo, una veintena de mujeres hacían los últimos ajustes para su participación en las actividades de los siguientes días, mientras que ejemplares de un pequeño volante que habían hecho imprimir pasaban de mano en mano. El volante, con más de cien firmas, constituía un nuevo golpe de las mujeres martianas contra el régimen. Era un llamado a rechazar los impuestos forzosos para costear los actos conmemorativos: "El espíritu del Maestro está lo suficientemente enraizado en la conciencia de nuestro pueblo" —se leía en el cuarto párrafo—"para que quienes detentan el poder, de espaldas a sus prédicas, obliguen a la ciudadanía a contribuir económicamente para llevar adelante un plan de festejos protocolares y oficiosos, organizados por una comisión que hará uso de altísimas recaudaciones logradas por métodos dictatoriales, sin que los contribuyentes puedan ejercer fiscalización alguna".

Después de varias contundentes argumentaciones, el manifiesto finalizaba: "¡Hónrese a los mártires y fundadores de la nacionalidad, al Apóstol en el centenario de su advenimiento, no con impuestos y gabelas para costear actos irreverentes, sino ganando una paz decorosa, que solo puede obtenerse librando a la patria de la humillación y el sojuzgamiento!"

El propio jefe del buró de investigaciones, comandante Antolín Falcón, tocó a la puerta y penetró escoltado por varios de sus agentes. La escena que seguiría tuvo una conclusión que a nadie asombraba. Después de leer el volante, el jefe represivo expresó: "Estos pensamientos de Martí no caben en estos momentos en el gobierno." "Martí es el que no cabe en este desgobierno", ripostó Aida Pelayo.

Durante el trayecto hacia el buró de investigaciones el carro-jaula atraía la atención de los transeúntes por los gritos a coro de las mujeres que iban detenidas. Sus voces fueron reconocidas por los tripulantes de un automóvil que se cruzó con ellas y que, cambiando de dirección, las siguió hasta el buró de investigaciones, a la salida del viejo puente sobre el río Almendares en la margen del Vedado. Se trataba de Fidel que viajaba en compañía de Alfredo, el Chino, Esquivel y Aramís Taboada, también abogados. Fidel se hizo cargo de la representación legal del grupo de mujeres detenidas. "Y no se movió de allí hasta que en la madrugada salió en libertad la última de las compañeras", diría Rosita Mier muchos años después.

El grupo de mujeres martianas detenidas en esta oportunidad estaba formado por Aida Pelayo, Carmen Castro Porta, Pastorita Núñez, Tomasa Crespo, Olga Román, Rosita Mier, Josefa Denis, Eloísa Irigoyen, Mercedes Rodríguez, María Antonia Fariñas, Eloísa Martínez y otras. Aida Pelayo y Rosita Mier fueron nuevamente detenidas y llevadas al buró de investigaciones la tarde del 27 de enero, donde les fue comunicada una amenaza colectiva para las mujeres martianas si participaban en la marcha de las antorchas. Dejadas en libertad, pocas horas después participaron retadoramente esa noche en la marcha con todas las compañeras.

Mientras tanto, desde temprano en la mañana del martes 27 grupos de estudiantes entraban y salían del hospital Calixto García y del estadio universitario en desusual trasiego de palos y pequeños recipientes de lata en desuso. Otros se aparecían con puntillas y, al rato menudeó el ruido de los martillos. Se trataba de la preparación de las rústicas antorchas que, con estopa, alquitrán y gasolina se completarían más tarde para ser utilizadas en el desfile anunciado para esa noche.

La posibilidad de un choque con las fuerzas policiacas acució la imaginación y a los palos se adicionaron grandes clavos con las puntas salientes, que transformaron las antorchas en amenazantes armas para el probable enfrentamiento.

Durante las primeras horas de la noche, en tanto frente al Capitolio se desarrollaba el acto oficial patrocinado por el régimen, filas de estudiantes y gentes del pueblo arribaban ininterrumpidamente al área universitaria hasta integrar una enorme masa bulliciosa. La plaza Cadenas y la monumental escalinata quedaron abarrotadas. Una visión a distancia descubría la fantástica perspectiva de miles de serpenteantes lengüetas de fuego que comenzaron a deslizarse hacia Infanta y San Lázaro a las 11:30 de la noche.

Varios carros con equipos de los noticieros cinematográficos y de la televisión se adelantaban tomando escenas del desfile que estaba encabezado por una gigantesca bandera sostenida por muchachas universitarias y de la enseñanza media. Detrás, el ejecutivo en pleno de la FEU.

El río de llamas bajaba por San Lázaro hasta la calle Espada. Sobre la marcha se sumó el contingente que acababa de clausurar el congreso juvenil martiano. Las mujeres martianas aportaban otro nutrido bloque.

"Mas, la sensación de la noche fue una columna como de 500 jóvenes, perfectamente formados, que iban detrás de Fidel. Se veía que estaban bien entrenados por la demostración de disciplina y cohesión que dieron" —detalla Aida Pelayo. "Cuando comenzamos a corear los gritos de ‘¡Revolución! ¡Revolución!’, resaltaban las voces de estos jóvenes. Era como un torrente atronador que hizo más espectacular e impresionante la nutrida manifestación."

"Se movilizaron compañeros de La Habana y Pinar del Río para participar en ella" —relata Melba Hernández. "De la universidad bajaron miles de jóvenes con sus antorchas. Entre ellos íbamos nosotros, ya como un grupo organizado. Fue un hermoso y emocionante homenaje al Apóstol aquel desfile para esperar el 28 de enero."

"A la manifestación de las antorchas nosotros nos incorporamos para hacer una demostración de decisión y fuerza. Presentamos varios bloques que fueron organizados por Abel y José Luis Tasende", precisa Jesús Montané.

Desde Espada, la muchedumbre siguió a la calle 27 hasta detenerse en la esquina de Hospital. En la Fragua Martiana, José Machado, Machadito, fue uno de los oradores. "Esta manifestación" —dijo con vibrantes palabras— es expresión de las ideas libres sembradas en la juventud cubana por las prédicas de José Martí". Al finalizar gritando "¡Libertad!", fue coreado por la masa enardecida que enarboló con energía —refulgente anticipo de futuros fusiles— las llameantes antorchas martianas.

En contrario a lo previsto, ningún choque se produjo con las fuerzas represivas. No hubo policías a lo largo del recorrido. Ante sus invitados extranjeros y con la prensa internacional focalizada en la conmemoración del centenario, el régimen asumió una fachada de paz y respeto a los derechos democráticos. Ya era bastante enojoso que algunos periódicos reprodujeran casi diariamente los partes médicos sobre el estado agónico del joven estudiante Rubén Batista Rubio.

De ahí que el desfile también multitudinario que al siguiente día marchó desde la universidad hasta la estatua de Martí, en el Parque Central de La Habana, tampoco fuera interceptado. Fue otra oportunidad para que los jóvenes dirigidos por Fidel dieran una nueva demostración de su organización y adiestramiento; marcharon cogidos del brazo, en bloques uniformes, tan disciplinadamente "que oí a varios que al vernos pasar comentaron: esos que van ahí son los comunistas", todavía recuerda Melba Hernández.

"Para el pueblo habanero que participaba y observaba el desfile desde las aceras, puertas y balcones, constituyó una sorpresa ver pasar a aquel compacto grupo de jóvenes que disciplinadamente marchaban por la calle San Lázaro dando gritos de ‘¡Revolución! ¡Revolución!’ Sin embargo, pocos sabían que se trataba de jóvenes comandados por Fidel Castro y que muchos de ellos ya habían recibido alguna instrucción militar. Recordamos a Abel corriendo de un lado para otro impartiendo instrucciones a los jefes de grupos de los 500 compañeros que desfilaban bajo nuestra organización, al lado de obreros y estudiantes que miraban hacia el Apóstol en un momento trágico de la patria", diría Montané varios años después al recordar aquella tarde del 28 de enero de 1953, fecha en que el insumiso pueblo cubano arribaba sin libertad al día exacto del centenario martiano.


(Fragmentos tomados del libro El Grito del Moncada, de Mario Mencía)

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