Invasión norteamericana a República Dominicana en 1965 |
Tomado de Tricontinental.
La revista de Anticipación Política-MAP, publicada por el Laboratorio
Europeo de Anticipación Política (Leap), sostiene que el actual
escenario regional e internacional “presenta condiciones excepcionales
para que Suramérica se constituya en una región geopolíticamente
soberana”
Raúl Zibechi*
La última edición de la Revista de Anticipación Política-MAP, publicada
por el Laboratorio Europeo de Anticipación Política (Leap), está en
gran parte dedicada al análisis de las tendencias regionales en América
del Sur entre 2012 y 2016. El capítulo dedicado al tema tiene un título
sugerente: “Incertidumbre entre dominación estadunidense e independencia
regional”.
La publicación sostiene que el actual escenario regional e
internacional “presenta condiciones excepcionales para que Suramérica se
constituya en una región geopolíticamente soberana”, luego del fracaso
del Consenso de Washington y de la estrategia de integración orientada
por Estados Unidos a través del ALCA. Analiza brevemente la política
estadunidense de construir una alianza con sus aliados del Pacífico, con
el objetivo de “crear una barrera que podría dificultar las relaciones
comerciales con Asia a los países de la zona del Atlántico”.
El punto álgido del análisis es el militar. Los analistas del Leap
sostienen que América del Sur “debe prepararse para una posible acción
militar estadunidense”, país que “está militarizando el territorio
latinoamericano para fortalecer su posición de dominio”. El think tank
geopolítico europeo, cercano al presidente François Hollande, se detiene
en la creciente presencia militar del Comando Sur en la región y
concluye que con el éxito del golpe institucional en Paraguay contra
Fernando Lugo, Estados Unidos “ha consolidado su poder militar en el
corazón de países del Unasur”.
La convicción de que la superpotencia en decadencia pretende
“recolonizar la región recurriendo a acciones militares” no es novedosa,
salvo por el hecho de provenir de un importante centro europeo y por
llevar los análisis hasta las últimas consecuencias. “El hombre siempre
ha utilizado las armas que ha desarrollado, y el mundo acostumbra a
salir de las crisis sistémicas con una gran guerra, después de la cual
se dan las condiciones para el nuevo orden”, son dos de las ideas-guías
de ese análisis.
Surgen de inmediato dos preguntas. ¿Está la región preparada para
enfrentar una acción militar “recolonizadora” del Pentágono? ¿Cómo
imaginamos, y cómo nos preparamos para la transición a un mundo nuevo,
quizá sólo multipolar, ojalá también socialista?
La primera respuesta es que aún no están dadas las condiciones para
enfrentar, como región, a Estados Unidos. Sólo Brasil y Venezuela tienen
conciencia de las dificultades que vendrán en el futuro inmediato y se
están preparando para ello, según las capacidades de cada cual. Brasil
se dotó de una Estrategia Nacional de Defensa bajo el segundo gobierno
del ex presidente Luiz Inacio Lula Da Silva; está procediendo a
revitalizar su industria militar y a construir los medios necesarios
para su defensa, incluyendo, como ya se ha dicho en esta columna, la
construcción de submarinos nucleares.
Sin embargo, tropieza con algunas dificultades y limitaciones. La nueva
postergación de la compra de cazas de última generación, proceso que ya
lleva dos décadas, y sobre todo la reciente inclinación por los F-18 de
Boeing en vez de los franceses Rafale, revela cómo las presiones de la
Casa Blanca consiguen resultados en países que parecían firmes en sus
decisiones.
Como se sabe, Venezuela también ha dado pasos importantes para
defenderse de eventuales acciones militares pero sigue estando en el ojo
del huracán desestabilizador de Washington y las derechas regionales.
En los demás países predomina o bien un claro alineamiento con la
política del Pentágono (casos de Chile, Colombia, Perú y ahora también
Paraguay) o posiciones ambiguas como las de Uruguay. En todo caso, en la
mayor parte de los gobiernos de la región prevalece la convicción de
que no habrá que enfrentar situaciones extremas.
La segunda pregunta sigue requiriendo un debate estratégico sobre cómo
prevemos la llegada de los cambios y cómo nos preparamos para hacerlos
realidad. En este punto se impone una reflexión lateral: los cambios de
verdad, los que se relacionan con abrir el escenario político a nuevas
relaciones sociales, a nuevas formas de poder y por lo tanto a una nueva
sociedad, no vendrán de los gobiernos sino de los de abajo, de la gente
común organizada en movimientos.
Lo contrario no puede ser sino la continuidad de la opresión bajo otras
formas. ¿Hemos aprendido algo de las revoluciones independentistas que
sólo cambiaron las élites y dejaron sin tocar las relaciones sociales y
de poder? En un texto luminoso, El problema primario del Perú, José
Carlos Mariátegui sostuvo: “La república ha significado para los indios
la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado
sistemáticamente de sus tierras”. Fue más lejos y aseguró que el
virreinato fue menos culpable de la situación del indio que los
republicanos que “los adormecieron” al inscribir demagógicamente sus
demandas en un programa que nunca cumplieron.
Así las cosas, surge el tercer problema: prepararnos para un futuro de
guerras y confrontaciones impuestas por el imperio y las clases
dominantes supone, en primer lugar, construir la convicción subjetiva de
la inevitabilidad de estos escenarios. Un análisis que incluya como eje
central la preparación de fuerzas para esa eventualidad, que no se
reduce a una cuestión sólo militar sino implica algo más profundo y
previo: la disposición anímica, que pasa por una ética de no
involucrarse con los de arriba, se llamen burguesía, Estado, medios de
la derecha u ONG.
Desde este punto de vista, en América del Sur estamos aún muy lejos. En
la medida en que no tenemos recetas prontas para aplicar sobre cómo
hacer y qué rumbos tomar, los ejemplos y referencias pueden ser de
enorme ayuda. Esos hombres, esas mujeres y esos niños que el 21 de
diciembre levantaron el puño en silencio en cinco ciudades de Chiapas
nos muestran el estado anímico y organizativo necesario para afrontar
este periodo histórico. Escuchémonos a nosotros, bien adentro, para
identificar lo que nos falta.
* Escritor uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina
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