Foto: AFP. Estados Unidos |
Por: Elier Ramírez Cañedo.
Durante
largo tiempo el conflicto Estados Unidos-Cuba ha sido estudiado por numerosos
académicos en el mundo, fundamentalmente de los países implicados. Sin embargo,
a pesar de las numerosas investigaciones existentes al respecto, y de las miles
de páginas de documentos desclasificados en los propios Estados Unidos, todavía
hoy persisten determinados mitos, sustentados en el desconocimiento, la falta
de información, los análisis superficiales y la manipulación intencionada con
propósitos políticos. No son pocos los enemigos de la Revolución cubana que
utilizan la tergiversación histórica como vía predilecta para atacar el
proyecto cubano, dentro de una estrategia más amplia de guerra cultural contra
el socialismo en Cuba.
El
objetivo fundamental de este ensayo es ofrecer los argumentos necesarios para
desbancar todos aquellos mitos que, en torno al conflicto Estados Unidos-Cuba,
todavía en nuestros días pretenden convertirse en verdades establecidas. Solo
presentamos y analizamos ocho de ellos, por considerarlos las más importantes
en cuanto a su recurrente mención en los círculos académicos foráneos, pero
lógicamente no serían los únicos a tener en cuenta.
Mito 1: “La raíz del conflicto estuvo
en la alianza de la Revolución con la Unión Soviética, pues la administración
Eisenhower estaba dispuesta a entenderse con un proyecto nacionalista
democrático en Cuba”.
Este
planteamiento desconoce la evolución histórica del conflicto Estados
Unidos-Cuba cuyas primeras expresiones pueden remontarse a finales del siglo
XVIII, cuando comenzó a perfilarse lo que sería la esencia fundamental de la
confrontación bilateral: hegemonía versus soberanía. Las fuentes documentales
existentes demuestran que las pretensiones de anexar o dominar a Cuba
estuvieron presentes en los padres fundadores de la nación norteamericana
incluso desde antes de alcanzada la independencia de las Trece Colonias.
Ya
en 1767 Benjamín Franklin había recomendado al lord William
Petty II, conde de Shelburne y secretario de estado para los asuntos coloniales
de Inglaterra, fundar un asentamiento en Illinois para, ante un posible
conflicto armado, sirviera de puente para descender hasta el golfo de México y
luego tomar Cuba o México mismo.(1) También en una fecha tan prematura como
1783, John Adams, segundo
presidente de Estados Unidos, había hecho la siguiente declaración: “Cuba es una extensión
natural del continente norteamericano, y la continuidad de los Estados Unidos a
lo largo de ese continente torna necesaria su anexión”.(2)
Este
trabajo se haría demasiado extenso si citáramos las numerosas expresiones
obtenidas de los documentos de los llamados Founding
Fathers, fundamentalmente de los que luego ocuparon la presidencia
y la secretaría de estado de ese país, que demuestran cómo, desde el surgimiento
de esa nación, la élite de poder norteamericana proyectó la anexión de Cuba a
su territorio.(3) Para
1823, la llamada política de la fruta madura se convertiría en la piedra
angular de la política exterior de los Estados Unidos hacia la Mayor de las
Antillas. Mientras no existieran las condiciones para apoderarse de Cuba, era
preferible que la isla permaneciera bajo el dominio de España, antes de que su
soberanía fuera transferida a una nación mucho más poderosa, especialmente
Inglaterra, la reina de los mares en aquellos años. Aunque
también Estados Unidos rechazó con vehemencia la posibilidad de una expedición
colombo-mexicana que llevara la independencia a Cuba y Puerto Rico en la década
del 20 del siglo XIX(4) y se negó a reconocer la beligerancia de los cubanos
durante las gestas independentistas de la segunda mitad del decimonónico.
Estados Unidos consideró que estas opciones políticas para Cuba también podían
poner en riesgo sus ambiciones sobre la Isla.
Asimismo,
durante la República Neocolonial burguesa, Estados Unidos bloqueó todo
posibilidad de existencia de una burguesía nacional en Cuba. El llamado
gobierno de los 100 días –realmente fueron 127-, que no fue un gobierno
comunista –aunque tomó medidas de beneficio social de importancia, sobre todo,
por inspiración de su secretario de Gobernación, Guerra y Marina, Antonio Guiteras Holmes-
por el solo hecho de haberse replanteado los términos de las relaciones con los
Estados Unidos y adoptar posiciones antiinjerencias, Washington no lo reconoció
y se implicó en las conspiraciones que llevaron finalmente a su caída. Estados Unidos también hizo todo lo posible por
evitar que un gobierno de corte nacionalista burgués liderado por el partido
ortodoxo se hiciera de las riendas del país y apoyó hasta las últimas
consecuencias a Fulgencio Batista, figura representativa del
más conservador capitalismo dependiente cubano.
Cuando la caída de Batista se hacía
inexorable, la administración de Eisenhower trató a última hora de construir y
respaldar una tercera fuerza que evitara el Movimiento 26 de julio llegara al
poder.
Entonces,
cuando triunfa la Revolución cubana en 1959, es cierto
que la administración republicana de Dwight D. Eisenhower
reconoció –no sin cierta reticencia- al nuevo gobierno el 7 de enero-, pero al
mismo tiempo se trazó como meta fundamental evitar la consolidación de la
revolución social en Cuba y con ello, que los intereses estadounidenses en la
Isla fueran lastimados. De
ahí la poca cooperación y animadversión que mostraron las autoridades
norteamericanas hacia los nuevos líderes cubanos desde el propio momento del
triunfo, a pesar de la valoración positiva que tenían sobre varias figuras
moderadas dentro del Gabinete cubano, a las cuales pensaba utilizar para evitar
la radicalización del proceso y la conservación de la Isla en la esfera de
influencia norteamericana.
Eisenhower
había apoyado al dictador Fulgencio Batista desde que asumió la presidencia de
los Estados Unidos, por lo cual no estaba en condiciones de entenderse con la
Cuba revolucionaria que emergía. Por lo anterior, la Administración de
Eisenhower no significaría un nuevo diseño de política hacia Cuba, sino una
total continuidad. El mismo equipo de gobierno que había fracasado tratando de
buscar una alternativa para evitar la toma del poder por parte de las fuerzas
revolucionarias, era el mismo que entonces tenía que entendérselas con la Cuba
de Fidel Castro. Por tal razón los planes subversivos de la potencia del norte
contra la Revolución Cubana comenzaron a planificarse y ejecutarse desde los
primeros meses del año 1959(5), sobre todo por la CIA, aunque sería luego de
aprobada la Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo que estos se hicieron sentir
con más virulencia. Es a partir también de esa fecha que comienza gradualmente
a observarse una mayor y estrecha articulación entre la CIA y el Departamento
de Estado en función del cambio de régimen en Cuba.
A pesar de que la aprobación formal del “Programa de
acción encubierta contra el régimen de Castro”, ocurrió en marzo de 1960, la
decisión del “cambio de régimen” había sido tomada desde el propio año 1959.
Dos altos funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el
subsecretario para Asuntos Políticos, Livingston T. Merchant, y el secretario
adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubbottom, reconocerían luego que
desde junio de 1959 se “había llegado a la decisión de que no era posible lograr
nuestros objetivos con Castro en el poder”, poniéndose en marcha un programa que “el Departamento de Estado había elaborado con la
CIA” cuyo propósito
era el de “ajustar
todas nuestras acciones de tal manera que se acelerara el desarrollo de una
oposición en Cuba que produjera un cambio en el Gobierno cubano resultante en
un nuevo Gobierno favorable a los intereses de EE.UU”.(6)
“Aunque
nuestros expertos en Inteligencia estuvieron indecisos durante algunos meses -señaló Eisenhower en sus memorias-, los hechos gradualmente los fueron llevando a la
conclusión de que con la llegada de Castro, el comunismo había penetrado el
Hemisferio (…) En cuestión de semanas después que Castro entrara a La Habana,
nosotros en el Gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser
efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza”.(7)
Las
dudas que aún podían quedar a los Estados Unidos sobre si la radicalidad del
proceso revolucionario cubano traspasaría los límites de su tolerancia o los
“requerimientos mínimos de seguridad”, como aparecía en algunos de sus
documentos secretos, terminaron cuando se
firmó la primera ley de Reforma Agraria en Cuba, el 17 de mayo
de 1959. Todas las evidencias hacen pensar que a partir de ese momento el
Gobierno de los Estados Unidos se convenció de que la revolución social en Cuba
era verdadera y que esta constituía un peligro potencial para sus intereses
fundamentales en la Isla y en el hemisferio occidental. Todavía las relaciones
entre Cuba y la URSS no se habían establecido, ni se había declarado el
carácter socialista de la Revolución, pero el desafío cubano era ya
considerable, pues rompía con los moldes clásicos del control hegemónico de
Washington sobre la región. De este modo, una vez que Cuba
mostró su posibilidad de actuar como nación independiente tanto en el plano
interno como en política exterior, en una región que los Estados Unidos
consideraban su traspatio seguro, la esencia del conflicto Cuba-Estados Unidos
llegó al pináculo de su expresión.
No
fueron entonces los vínculos de Cuba con la URSS a partir de febrero de 1960,
cuando se firman los primeros acuerdos económicos -que tal y como reportó el
embajador estadounidense en La Habana al Departamento de Estado no afectaban
directamente los intereses estadounidenses, sino más bien todo lo contrario-
los que originaron el conflicto Estados Unidos-Cuba, como algunos autores se
afanan en tratar de hacer ver, en un relato poco plausible.(8) El problema de fondo estuvo en que el Gobierno
revolucionario cubano rompió con la tradición de subordinar la política interna
y externa de la Isla a los dictados de Washington. Esa independencia no estaba
dispuesta a aceptarla el gobierno de los Estados Unidos, pues rompía toda la
lógica con la que Washington acostumbraba a tratar a los países de América
Latina y el Caribe. De
esta manera, la Revolución Cubana pasó a convertirse en un problema de
“seguridad nacional” para los Estados Unidos al considerarse “la primera
penetración comunista significativa en el hemisferio occidental”.
Pero
lo cierto es que, la idea de una Cuba satélite de Moscú, sería el pretexto
idóneo que buscarían algunas de las figuras más importantes dentro de la
administración estadounidense para el diseño de una política más agresiva
contra la Isla. El 24 de noviembre de 1959, el embajador inglés en los Estados
Unidos reportaba a su cancillería: “Yo tuve que ver a Allen Dulles esta mañana sobre otro
asunto, y aprovechó la oportunidad para discutir sobre Cuba, sobre una base
estrictamente personal. Desde su punto de vista personal, él esperaba
grandemente que nosotros decidiéramos que no continuaremos con la negociación
sobre los Hunter (se refiere a las gestiones que realizaba Cuba para comprar aviones
en el Reino Unido). Su razón fundamental es que esto podría conducir a que los
cubanos solicitaran armas a los soviéticos o al bloque soviético. Él no había
despachado esto con el Departamento de Estado, pero era por supuesto, un hecho,
que en el caso de Guatemala había sido el envío de armas soviéticas lo que
había cohesionado a los grupos de oposición y creado la ocasión para lo que se
hizo”.(9)
Sentada
las razones propagandísticas, la
administración Eisenhower comenzó de inmediato un amplio espectro de políticas
agresivas contra la Revolución Cubana con el objetivo de lograr un cambio de
régimen mucho antes de establecidas las relaciones entre Cuba y la URSS y de
declarado el carácter socialista de la Revolución, entre ellas:
suspensión de la asignación de créditos, campañas difamatorias, violaciones al
espacio aéreo y marítimo de Cuba, sabotajes a los objetivos económicos en la
Isla, ataques piratas, apoyo de la CIA a la contrarrevolución interna en sus
actos de sabotajes, sostén e incitación al bandidismo, intentos de asesinato
contra los líderes de la Revolución, utilización de la Organización de Estados
Americanos (OEA) para condenar y aislar diplomáticamente a Cuba, apoyo
encubierto a una invasión desde el exterior por elementos batistianos acantonados
en Santo Domingo bajo el patrocinio del dictador Trujillo, entre otros actos de
agresión. Sin embargo, muy pronto la CIA y el Presidente llegaron a la
conclusión de que el único modo de “solucionar” el asunto de Cuba era sobre la
base de asesinar a Fidel Castro o invadir la Isla. (10) De este modo, desde
diciembre de 1959 la CIA había concebido un programa de formación de un
ejército de mercenarios cubanos, algunos de ellos criminales de la dictadura
batistiana, para invadir el país. Este plan fue aprobado por el presidente
Eisenhower en marzo de 1960. El 6 de julio del propio año el presidente
estadounidense canceló la cuota cubana de azúcar y el 19 de octubre su
administración declaró el “embargo” parcial al comercio, prohibiendo todas las
exportaciones, excepto de alimentos y medicinas, aunque la guerra económica
contra Cuba había comenzado también mucho antes.(11) El 3 de enero de 1961 el Gobierno norteamericano
anunció el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y el 16 de enero
estableció las primeras restricciones a los viajes de los ciudadanos
estadounidenses a la Isla.
Así,
la Administración de Eisenhower dejó preestablecidos los elementos esenciales
que caracterizarían la política de los Estados Unidos hacia Cuba durante más de
medio siglo. Las administraciones subsiguientes simplemente harían aportes
menores, para imprimir cada una su sello particular a la política hacia Cuba. (12)
Mito 2: “Fue el gobierno
revolucionario en Cuba el que empujó la situación hacia la ruptura de las relaciones
diplomáticas en enero de 1961”.
En abril de
1959 Fidel viaja a los Estados
Unidos -su segunda
salida al exterior después del triunfo de la Revolución-,(13) no para pedir
dinero como estaban acostumbrados los presidentes de la república neocolonial
burguesa, sino para explicar los rumbos que tomaría la Revolución y tratar de
lograr la comprensión del gobierno y pueblo de los Estados Unidos sobre el
nuevo momento histórico que se vivía en Cuba. También el viaje fue una
continuación de la “Operación Verdad”, llevada adelante por el gobierno y
pueblo cubanos en los primeros meses después del triunfo de la Revolución para
responder a la gran campaña de infundios de los medios occidentales y
representantes del gobierno de los Estados Unidos que señalaban que en la Isla
se estaba produciendo un “baño de sangre” contra los antiguos defensores el régimen
de Batista.
Todo pudo haber sido menos traumático para los Estados
Unidos, de haber respondido de manera diferente a la Revolución Cubana. La
reacción airada y hostil de Washington solo logró incentivar y acelerar la
radicalización del proceso revolucionario y el acercamiento –como lo había
deseado Allan Dulles para que sirviera de pretexto para una escalada del
conflicto- a la URSS. Realmente
la clase dominante de los Estados Unidos estaba incapacitada para entender lo
que sucedía en la Isla y el papel de su nuevo liderazgo. Lo que estaba
ocurriendo en la Mayor de las Antillas se iba de todos los cálculos posibles.
Les era imposible pensar que, luego de tantos años de exitoso control del
hemisferio occidental, pudiera un país tan cercano apartarse de sus designios e
influencias.
Ante
la aceptación de Fidel de una invitación de la Sociedad Americana de Editores de Periódicos para visitar Washington y hablar ante
su reunión anual en abril, lo primero que hizo Eisenhower en una reunión del
Consejo Nacional de Seguridad Nacional fue preguntar si no se le podía negar la
visa al líder cubano, para luego -ya durante la estancia de Fidel en ese país-
evadir la posibilidad de un encuentro. Ike prefirió irse a jugar golf en
Georgia que recibir a Fidel. Dejó esta “incómoda” misión en manos del
secretario de Estado Cristian Herter y el vicepresidente Richard Nixon. Este
último trató de dar lecciones a Fidel de cómo gobernar en Cuba y más tarde
escribiría en sus memorias que había salido de la reunión con el líder cubano
convencido de que había que derrocar al gobierno revolucionario de la Isla de
inmediato. (14)
Es
decir, solo a
tres meses del triunfo revolucionario, cuando aun no se habían establecido los
vínculos con los soviéticos, ni firmado la ley de reforma agraria y
prácticamente no se había tomado medida alguna que afectara sustancialmente los
intereses de los Estados Unidos, la administración Eisenhower se mostraba poco
cooperativa y más bien adversa con el nuevo gobierno cubano, especialmente con
Fidel Castro. Ello
a pesar de que el líder cubano, buscaba la manera de no provocar una ruptura
abrupta con Washington, si bien advertía en cada discurso a los vecinos del
norte que las cosas iba a ser diferentes, pues en Cuba por primera vez habría
independencia y soberanía absoluta.
Por
otro lado, las nacionalizaciones de propiedades estadounidenses en los años 59
y 60 no fueron una provocación deliberada de Cuba para buscar la ruptura de las
relaciones con los Estados Unidos, sino una necesidad de la Revolución,
planteada desde 1953 por Fidel, en su famoso alegato de autodefensa ante los
tribunales de la tiranía batistiana, La historia me absolverá y prevista en la
Constitución de 1940. (15) También fueron una respuesta a las agresiones
constantes del gobierno de Washington y al cerco económico que comenzó mucho
antes de establecido el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba
por orden ejecutiva del presidente Kennedy en febrero de 1962. Sin embargo, las
nacionalizaciones cubanas no fueron discriminatorias y Cuba estuvo dispuesta en
todo momento a negociar la indemnización por las propiedades estadounidenses
expropiadas. Así lo hizo con otros países como Francia, Inglaterra, Irlanda del
Norte, Canadá y España. Solo el gobierno de los Estados Unidos se negó a
establecer una fórmula de pago que no fuera “rápida, adecuada y efectiva”.
Washington rompió relaciones diplomáticas con Cuba en
enero de 1961, alegando que era una respuesta a medidas hostiles de la Isla,
cuando en realidad, el gobierno de Eisenhower desde mucho tiempo antes buscaba
ese rompimiento. Desde
finales de octubre de 1960 Estados Unidos había retirado a Bonsal como
embajador en La Habana.
“El gobierno al cual yo representaba –recordaría años después Bonsal- había hecho todo cuanto podía para incapacitar la
economía y el comercio del país ante el cual estaba acreditado. Era un secreto
a voces que el Gobierno al que yo representaba estaba entrenando y armando
aceleradamente a ciudadanos cubanos exilados a fin de contribuir al
derrocamiento por la fuerza del Gobierno con el cual yo estaba manteniendo una
semblanza de relaciones diplomáticas. Para ponerle la tapa al pomo, miembros de
mi personal, acreditados ante el Gobierno cubano con el derecho a la inmunidad
diplomática fueron descubiertos por las autoridades cubanas en actividades que
dicha inmunidad no debía cubrir”. (16)
Las
evidencias documentales revelan que los representantes de la embajada de los
Estados Unidos que permanecieron en La Habana, el departamento de estado y el
propio presidente Eisenhower, llevaban varios meses estudiando la posibilidad
de romper relaciones diplomáticas con Cuba. Solo esperaban esta se produjera en
el momento más oportuno, preferiblemente de consuno con la OEA, la cual debía
“pedir” a los Estados Unidos esta ruptura, aunque algunos países de la región
se opusieran. El presidente Eisenhower llegó a señalar que “se sentiría muy feliz si antes del 20 de enero
pudiéramos dar un paso como el rompimiento de relaciones con el Gobierno de
Castro hecho en concurrencia con cierto número de Gobiernos latinoamericanos”.
(17)
La
decisión del gobierno cubano, debido a su carácter hostil e injerencista, de
limitar el personal de la Embajada estadounidense en La Habana a 11 miembros
–Estados Unidos tenía más de 300-, el mismo número de funcionarios que tenía
Cuba en Washington, fue el pretexto que vino como anillo al dedo a la
administración Eisenhower para romper las relaciones diplomáticas con Cuba el 3
de enero de 1961 y presentar a la Isla como la agresora.
Fidel
explicó al pueblo y al mundo el por qué de la decisión de reducir el personal
diplomático de los Estados Unidos en la embajada de ese país en La Habana: “La Revolución ha tenido mucha paciencia; la
Revolución ha consentido que una plaga de agentes del servicio de inteligencia,
disfrazados de funcionarios diplomáticos de la embajada americana, haya estado
aquí conspirando y promoviendo el terrorismo. Pero el Gobierno Revolucionario
ha decidido que antes de 48 horas, antes de 48 horas, la embajada de Estados
Unidos no tenga aquí ni un funcionario más de los que nosotros tenemos …
Permítanme terminar la idea. El hecho de que hubiésemos establecido un orden en
la expresión, ha servido en este caso para descubrir un deseo del pueblo.
Nosotros no íbamos a decir todos los funcionarios, sino ni un funcionario más
del número de los que nosotros tenemos en Estados Unidos, que son 11. Y estos
señores tienen aquí más de 300 funcionarios, de los cuales el 80% son espías…
Si ellos quieren irse todos, entonces ¡que se vayan! Ellos, a través de la
representación diplomática, han introducido aquí un verdadero ejército de
agentes conspiradores y promotores del terrorismo…Por lo tanto, el gobierno
revolucionario adopta esta posición que ha expresado aquí. No rompemos con
ellos, pero si se quieren ir, ¡que les vaya bien!”(18)
Mito 3: “Cuba puso al mundo al borde
del holocausto mundial en octubre de 1962”.
Abundan
los enfoques que al exponer e interpretar la llamada Crisis de Octubre señalan
a Cuba como la máxima responsable de poner al mundo al borde del holocausto
mundial. Ello también responde a la manera errada en que se manejó la crisis,
en especial por la dirección soviética, siendo Cuba la más desfavorecida tanto
en su imagen internacional como en la solución a que llegaron Kennedy y el
premier soviético Nikita Jruchov.
La
manera en que Jruschov actuó al producirse la crisis, cuando sin contar con la
dirección cubana negoció con Kennedy la salida de los cohetes nucleares de la
Isla, y peor aún, de manera subrepticia negoció esa salida a cambio de la
retirada de los misiles nucleares estadounidenses ubicados en Turquía e Italia,
dejan mucho que desear sobre las verdaderas o fundamentales motivaciones que
tuvo Jruschov a la hora de proponer a los cubanos la instalación de los cohetes
en Cuba. ¿Qué tenían que ver los cohetes de Turquía e Italia con la defensa de
Cuba? ¿Por qué no exigió se devolviera a la Mayor de las Antillas el usurpado
territorio de la Base Naval de Guantánamo, se eliminara el bloqueo económico, u
otros aspectos que sí se ajustaban a los intereses de la Isla?
A
pesar de que en las concepciones defensivas ya elaboradas para entonces por parte
de la máxima dirección cubana, los misiles nucleares no estaban comprendidos, y
de la conciencia de los líderes cubanos de que su presencia en el territorio
insular podía afectar el prestigio de la Revolución, se aceptó la instalación
de los cohetes, a partir de que se cumplía con un principio ineludible de apoyo
internacionalista con el Campo Socialista y la URSS en particular, sobre cuya
amistad no existía la menor duda, porque la había demostrado muchas veces. Se
trataba entonces, de que si la URSS había estado siempre dispuesta a ayudar a
Cuba en los momentos más críticos, no se podían esgrimir intereses nacionales
estrechos, cuando los que estaban en juego eran los intereses del Campo
Socialista como un todo y por supuesto, vistos en un sentido más estratégico,
los de la capacidad para defender a Cuba también.
Mucho
se perdió en el terreno moral, político y diplomático cuando los soviéticos
decidieron que la instalación de los cohetes nucleares en Cuba se hiciera de
manera secreta, y solo hacerla pública cuando fuera un hecho consumado, al que
Estados Unidos supuestamente tendría que resignarse. El líder de la Revolución
Cubana defendió en todo momento que la operación se hiciera pública bajo el
respaldo del derecho internacional, pues no había nada ilegal en ello. Aunque
mantuvo el criterio de que los soviéticos eran los que debían tomar la decisión
final, por consideración a su gran experiencia internacional y militar. (19)
Solo la posición valiente e intransigente de la dirección
cubana al negarse a cualquier tipo de inspección del territorio cubano, al
platear los Cinco Puntos e impedir en todo momento que se le presionara, fue lo
que salvó el prestigio moral y político de la Revolución en aquella coyuntura,
y que la Isla no fuera vista como un simple peón de los soviéticos.
La
famosa y tantas veces manipulada carta de Fidel a Jruchov escrita entre la
noche del 26 y la madrugada del 27 de octubre (traducida y enviada al líder
soviético desde la embajada de la URSS en La Habana) ha sido uno de los
documentos más utilizados para ubicar al líder de la Revolución como un
“irresponsable” y hasta un “loco” que puso en riesgo la existencia humana en la
faz de la tierra.
Hay
que decir que si para los Estados Unidos la crisis había comenzado en octubre
de 1962, Cuba vivía una crisis que amenazaba su supervivencia como nación
independiente y soberana desde enero de 1959, enfrentada a las más disímiles
formas de agresión del gobierno de los Estados Unidos, incluyendo la invasión
mercenaria de Playa Girón en abril de 1961. La “Operación Magosta”, la más
amplia operación de guerra encubierta elaborada e implementada por los Estados
Unidos contra otro país, aprobada por el presidente Kennedy en noviembre de
1961, debía concluir con la invasión directa de las fuerzas armadas
estadounidenses en la Isla, precisamente en octubre de 1962.
La
carta enviada por Fidel a Jruchov, no proponía dar el primer golpe nuclear
preventivo, sino que, en caso de producirse la invasión a Cuba –la variante
menos probable-, no vacilara la URSS de responder con armas nucleares evitando
cometer los mismos errores de la Segunda Guerra Mundial, (20) pues la invasión
significaba que ya Estados Unidos se había decidido a iniciar la guerra
termonuclear lanzando el primer golpe nuclear contra el país soviético. Es de
destacar que si Fidel hubiera dominado el estado real de la correlación de
fuerzas nucleares, con una ventaja aplastante para el lado norteamericano, esta
misiva jamás se hubiera producido, pues significaba incitar al líder soviético
al suicidio de su pueblo.
Fragmentos
de las cartas intercambiadas por ambos líderes en esos días de tensión, muchas
veces citadas inconexamente, ilustran fehacientemente la verdad histórica:
Mensaje de Fidel a Jruchov el 26 de octubre:
“Hay
dos variantes posibles: la primera y más probable es el ataque aéreo contra
determinados objetivos con el fin limitado de destruirlos; la segunda, menos
probable, aunque posible, es la invasión. Entiendo que la realización de esta
variante exigiría gran cantidad de fuerzas y es además la forma más repulsiva
de agresión, lo que puede inhibirlos.
(…) Si tiene lugar la segunda variante y los imperialistas
invaden a Cuba con el fin de ocuparla, el peligro que tal política agresiva
entraña para la humanidad es tan grande que después de ese hecho la Unión Soviética
no debe permitir jamás las circunstancias en las cuales los imperialistas
pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear.
Le digo esto, porque creo que la agresividad de los
imperialistas se hace sumamente peligrosa y si ellos llegan a realizar un hecho tan brutal y violador
de la Ley y la moral universal, como invadir a Cuba, ése sería el momento de
eliminar para siempre semejante peligro, en acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuese la solución, porque no
habría otra”.(21)
Jruchov a Fidel el 30 de octubre:
“En
su cable del 27 de octubre Ud. Nos propuso que fuéramos primeros en asestar el
golpe nuclear contra el territorio del enemigo. Usted, desde luego, comprende a
qué llevaría esto. Esto no sería un simple golpe, sino que el inicio de la
guerra termonuclear.
Querido compañero Fidel Castro, considero esta proposición suya
como incorrecta, aunque comprendo su motivo”.(22)
Fidel a Jruchov el 31 de octubre:
No
ignoraba cuando las escribí que las palabras contenidas en mi carta podrían ser
mal interpretadas por usted y así ha ocurrido, tal vez porque no las leyó
detenidamente, tal vez por la traducción, tal vez porque quise decir demasiado
en pocas líneas. Sin
embargo, no vacilé en hacerlo. ¿Cree usted compañero Jruschov que pensábamos
egoístamente en nosotros, en nuestro pueblo generoso dispuesto a inmolarse, y
no por cierto de modo inconsciente, sino plenamente seguro del riesgo que
corría?
(…)
Nosotros
sabíamos, no presuma usted que lo ignorábamos, que habríamos de ser exterminados,
como insinúa en su carta, caso de estallar la guerra termonuclear. Sin embargo,
no por eso le pedimos que retirara los proyectiles, no por eso le pedimos que
cediera. ¿Cree acaso que deseábamos esa guerra? ¿Pero cómo evitarla si la
invasión llega a producirse? Se trataba precisamente de que este hecho era
posible, de que el imperialismo bloqueaba toda solución y sus exigencias eran
desde nuestro punto de vista imposibles de aceptar por la URSS y por Cuba
(…)
Yo
entiendo que una vez desatada la agresión, no debe concederse a los agresores
el privilegio de decidir, además, cuándo ha de usar el arma nuclear. El poder
destructivo de esta arma es tan grande y tal la velocidad de los medios de
transporte, que el agresor puede contar a su favor con una ventaja inicial
considerable.
Yo no sugerí a usted, compañero Jruchov, que la URSS fuese
agresora, porque eso sería algo más que incorrecto, sería inmoral e indigno de
mi parte; sino que desde el instante en que el imperialismo atacara a Cuba y en
Cuba a fuerzas armadas de la URSS destinadas a ayudar a nuestra defensa en caso
de ataque exterior, y se convirtieran los imperialistas por ese hecho en
agresores contra Cuba y contra la URSS, se le respondiera con un golpe
aniquilador.
(…)
No
le sugerí a usted, compañero Jruchov, que en medio de la crisis la URSS
atacara, que tal parece desprenderse de lo que me dice en su carta, sino que
después del ataque imperialista, la URSS actuara sin vacilaciones y no
cometiera jamás el error de permitir circunstancias de que los enemigos
descargasen sobre ella el primer golpe nuclear. Y en ese sentido, compañero
Jruchov, mantengo mi punto de vista, porque entiendo que era una
apreciación real y justa de una situación determinada. Usted puede convencerme
de que estoy equivocado, pero no puede decirme que estoy equivocado sin
convencerme”. (23)
Esta carta
también ha sido utilizada para sostener la versión de que a los soviéticos,
ante las “propuestas irracionales” del líder cubano, no les quedó más remedio
que negociar con los Estados Unidos de espaladas a la dirección de la Isla.
Este aserto no tiene fundamento, en tanto la decisión soviética de hacer
proposiciones a los norteamericanos sin tener en cuenta las opiniones de Cuba,
habían sido tomadas en Moscú desde el día 25 de octubre, cuando la carta de
Fidel no había sido concebida.
Un
testimonio de extraordinaria valía para demostrar la falsedad de los criterios
que señalan que Fidel incitó a Jruchov a dar el primer golpe nuclear preventivo
contra el territorio estadounidense es el de Alenxander I. Alexéiev, quien se
desempeñaba en octubre de 1962 como embajador de Moscú en La Habana y a quien
el Jefe de la Revolución le dictara el controvertido mensaje:
“…la noche
del 26 para el 27 de octubre Fidel Castro visitó nuestra embajada y dictó el
texto de una carta para que se le hiciera llegar a N.S. Jrushov. En la misma se
abordaba cuán tensa se había tornado la situación y la posibilidad de un ataque
estadounidense (invasión o bombardeos) a Cuba en las próximas 24 – 72 horas.
Fidel alertaba a Jruschov sobre la perversidad de los americanos y lo convocaba
a tomar todas las contramedidas imprescindibles, aunque en honor a la verdad,
sin llegar a concretarlas. Estando todavía Fidel en la embajada, envié un breve
cifrado en el que informaba sobre la posibilidad del ataque a Cuba. Unas horas
antes nuestros militares habían cursado un telegrama a Moscú en los mismos
términos preocupantes. La carta de Fidel salió para Moscú más tarde, una vez
que se tradujo al ruso, y no fue hasta la mañana del 28 que llegó a manos de la
dirección soviética, cuando ya había sido adoptada la decisión sobre la
retirada de los proyectiles. (Se sabe también, que lo que llegó por vía
telefónica del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS a la secretaría de
Jruschov no fue el texto íntegro del mensaje sino un resumen, motivo por el
cual se pudieron producir imprecisiones.
“Este mensaje generó serias incomprensiones ya que N.S Jruschov
en una de sus cartas reconvino a Fidel por haberle supuestamente sugerido que
asestara un golpe nuclear preventivo contra el enemigo. La carta de Fidel fue
dada a conocer por la prensa cubana y de ella no se infiere semejante
conclusión.
“Fidel admite que el malentendido se deba a inexactitud de la
traducción o a que yo no lo haya interpretado a él correctamente. Quisiera
hacer constar con absoluta responsabilidad que la culpa no es nuestra. La
traducción de la carta que dictó fue hecha por otros funcionarios de la
embajada que conocían bien el español, y el texto publicado por “Granma” es
idéntico al de nuestra traducción. Por lo que se puede concluir que los
reproches de Jruschov carecen de fundamento. En el mensaje no se hacen
semejantes afirmaciones. Todo puede haberse debido al extraordinario estrés al
que estaba sometida la dirección soviética y al involuntario deseo de
justificar la peliaguda decisión de retirar los proyectiles sin el
consentimiento de la dirección cubana…
“Reitero que Fidel entonces no instó a que asestáramos un golpe
nuclear preventivo, sino que se limitó a alertar que los estadounidenses,
conocedores de nuestro apego al principio de no ser los primeros en usar las
armas nucleares, podían emprender cualquier aventura, incluido un golpe
nuclear. Por lo demás, el bombardeo de los objetivos nucleares soviéticos
hubiese sido de por sí equivalente a un golpe nuclear. A mi juicio, Fidel no
estaba pensando en un golpe nuclear preventivo, sino en la necesidad de
advertirles a los americanos que nuestro respeto al principio de no ser los
primeros en utilizar las armas nucleares no debía ser tomado como una garantía
que los preservaría de la represalia. El reproche de Jruschov a Fidel es además
improcedente porque la operación que habíamos emprendido al trasladar los
proyectiles a Cuba perseguía el objetivo de intimidar a los americanos,
disuadirlos de emprender acciones militares, no de emplear los cohetes”. (24)
CONTINUARÁ……..
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