Tomado de Pensando Américas
Por Patricio Montecinos
Con la firma en La
Habana este 24 de agosto del acuerdo final para poner término al
prolongado conflicto colombiano, Cuba reafirmó su reconocida vocación de
paz, solidaridad y justicia, y cumplió con el pueblo de esa nación latinoamericana,
con la modestia y humildad que le caracterizan.
La mayor de las Antillas demostró una vez más que
únicamente a través del dialogo puede conseguirse frenar la beligerancia y
convivir en concordia, en momentos en que la humanidad enfrenta diversas guerras sangrientas, y vive amenazada por el estallido de una eventual y muy peligrosa conflagración
internacional.
El pacto conclusivo para el inicio de la paz en
Colombia se logró luego de cuatro años de intensas y complejas
negociaciones en La Habana entre delegaciones del gobierno de ese país y de los guerrilleros de las FARC-EP, quienes tras comprometerse a acabar con más de 50 años de hostilidades militares agradecieron especialmente a Cuba por los inmensos
esfuerzos realizados y su hospitalidad, además de a los representantes de
Noruega, Venezuela y Chile, que actuaron como garantes y acompañantes de las
conversaciones.
Los cubanos cumplieron con su hermana nación colombiana,
y también con el Papa Francisco, quien durante su última visita a la isla caribeña el pasado año le auguró que se convertiría en
el país de la unidad y la armonía a nivel
internacional, coincidieron y recordaron analistas políticos.
Los expertos concordaron asimismo en
que el decano archipiélago antillano consumó la promesa hecha por
su presidente Raúl Castro en la II Cumbre de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en La Habana en enero de 2014,
cuando declaró Zona de Paz a la región que se extiende desde
el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.
Corresponde ahora a los colombianos, a la CELAC y a
otras organizaciones integracionistas de Nuestra América, al igual que a las Naciones Unidas y a los gobiernos de la región
respaldar la puesta en vigor del pacto final que acaban de suscribir las
autoridades de Bogotá y las FARC-EP, un verdadero ejemplo para el mundo.
El documento rubricado por ambas partes, de 200 páginas y
seis puntos esenciales, debe ser refrendado en un plebiscito
anunciado en las últimas horas para el venidero 2 de octubre por el
presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
En la citada consulta popular los habitantes
de ese país de la Patria Grande deberán votar por el Sí a la paz, pero no se
puede dejar de reconocer que hay formaciones políticas de extrema derecha
empeñadas en que sea el No el que se imponga.
Afamados mercaderes de la guerra y del
narcotráfico en Colombia, como el exmandatario Álvaro Uribe y
sus seguidores, apuestan por la continuación del
conflicto, como fuente de enriquecimiento a costa de la
sangre y la opresión de sus compatriotas.
De otro lado, Latinoamérica es escenario en la actualidad
de una arremetida de la derecha más recalcitrante, poco interesada
en que la distensión y la estabilidad reinen en la Patria Grande, en beneficio
de los intereses de los más poderosos y del Imperio del norte brutal y
revuelto.
Esas realidades pueden poner en riesgo la soñada
y futura convivencia en paz de la mayoría de los colombianos,
que de seguro en las urnas sabrán derrocar a los que persisten en el lenguaje
de las armas.
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