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Por Emir García Meralla.
Sus nombres parecen no pasar de moda. Las leyendas de algunas cruzan
de un siglo a otro. Algunas fueron las musas de los compositores, otras
simplemente prestaron su voz y su talento para interpretar o componer
esos temas que han resistido el paso de los años, la evolución de las
tecnologías y las versiones; algunas más felices que otras, de esas
canciones por las que uno las identifica.
La matriarca de las mujeres que cantaron y escribieron canciones de
corte trovadoresco es María Teresa Vera. Su voz y sus ejecuciones
definieron un estilo que años después asumirían las hermanas Martí y las
hermanas Lago. Ellas fueron parte de la primera etapa, esa a la que
llaman tradicional; aunque prefiero recordarlas como la fundacional.
A mediados del pasado siglo nos llegaría el filin y su armoniosa
relación con el jazz y las teorías dodecafónicas, el atonalismo y el
serialismo. Pero para los “muchachos del filin”, de esas innovaciones
en la música, la más importante era el jazz desde el be bop y el bolero. Les llamaron los intermedios y ellos crearon sus voces y sus compositoras.
De ahí nos llegaron Elena Burque, Omara Portuondo y Moraima Secada,
fundamentalmente, para cantar los temas; para componerlos estaban Tania
Castellanos, Marta Valdés y Ela O´farrill. Después llegaran otros
nombres como la misma Marta Justiniani, Ela Calvo y algunas cuyos
nombres hoy no retiene mi memoria.
Omara Portuondo |
En los 60 sería Elena quien primero se identificara con lo que fuera
una parte de la vanguardia musical de esos años, sobre todo en el
tratamiento a la canción. Aún no se pensaba en Nueva Trova ni en Canción
Protesta. Sin embargo, a todos gustaba ‘‘La Chica de Ipanema’’, los
temas del mexicano Vicente Garrido, y Armando Manzanero se atrevía a
modificar el calendario al otorgarle a la semana más de siete días.
Es también en esos mismos 60 que comienzan a morir los padres
fundadores de la trova cubana que aún vivían, sobre todo Sindo Garay que
era la fuerza que movía las montañas creativas. También es cierto que
el mundo había cambiado.
Ahora, además de la mujer amada, preocupaba el dolor del hombre que
ara la tierra, del que con sus manos crea riquezas que no le permiten
llevar un mendrugo de pan dignamente a los suyos. En los 60 los poetas
tomaron nuevos derroteros, sus musas se comenzaron a llamar Amanda,
Revolución, o socialismo; pero igual exigían amor.
Hubo en alguna parte un regreso a la tierra, a la vida, y una mirada a
la muerte desde otras perspectivas. Y hubo también esas mujeres para
cantar esas canciones, para darles el alma mater que haría de ellas verdaderos temas dignos de ser radiados una y otra vez.
La voz de estas mujeres en los 60 y 70 hicieron que la trova de estos
tiempos, esa a la que han de llamar Nueva Trova, dejara los reductos en
que se fomentaba; es decir, círculos intelectuales, estudiantes y
públicos reducidos, para llegar a todos los oídos, entrar en todos los
hogares.
Así había ocurrido con el filin cuando Miguel de Gonzalo grabó el
primer tema, o cuando el Niño Rivera convirtió los acordes atonales y
disonantes de Cesar Portillo y José Antonio Méndez en temas que todos
interpretaron y que la radio convirtió en íconos de la historia.
Algo similar estaba por ocurrir en los 70 y nuevas voces de mujeres se sumarían a este concierto.
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