lunes, 20 de mayo de 2013

Esta receta ya la conozco (I y II Partes).


Por Sergio rodríguez Gelfenstein.

Chile 1970. Salvador Allende gana las elecciones presidenciales de septiembre. Al no haber obtenido la mayoría absoluta, debía ser ratificado por el Congreso. Según consta en documentos desclasificados de las agencias de inteligencia de Estados Unidos, desde ese mismo momento la CIA traza un plan para impedir que Allende asuma la presidencia del país.
Agustín Edwards, dueño del principal medio de comunicación de la derecha, el periódico El Mercurio, viaja de inmediato a Estados Unidos donde se reúne con Donald Kendall, alto ejecutivo de Pepsi Cola, quien lo conecta con la CIA. Edwards llevaba años conspirando para dar un golpe en Chile bajo la cobertura de un Club de Yatismo, la Cofradía Náutica del Pacífico Austral.

La derecha planea el secuestro del comandante en jefe del Ejército general René Schneider Chereau con el fin de provocar la intervención de las Fuerzas Armadas y evitar la sesión del Congreso que debía ratificar a Allende. Explotan bombas en lugares públicos, el aeropuerto internacional de Santiago, Canal 9 de televisión, el Instituto Geográfico Militar, la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, estaciones eléctricas y la Bolsa de Comercio de Santiago, entre otros objetivos. La cadena de diarios de Edwards con El Mercurio a la cabeza inmediatamente culpan a la izquierda.

Schneider resiste el secuestro y es asesinado. Gran parte de los integrantes del grupo terrorista que participó en el asesinato de René Schneider fueron reclutados de los comandos electorales del derrotado candidato conservador Jorge Alessandri . El Informe de la Comisión Especial del Senado de Estados Unidos que investigó las actividades ilegales de la CIA, presidido por el senador Frank Church, registra en la página 31 que se habían realizado entre el 5 y el 20 de octubre 21 contactos de agentes de la CIA con elementos clave de las Fuerzas Armadas y Carabineros chilenos. A aquellos chilenos (militares y carabineros) que se inclinaban por dar un golpe se les aseguró un fuerte apoyo en los más altos niveles del Gobierno norteamericano, tanto antes como después del golpe.

En esta ocasión, el golpe de Estado fracasó, Allende asumió la presidencia el 4 de noviembre de ese año. En julio de 1971 nacionalizó el cobre recuperándolo para Chile. Las empresas estadounidenses Anaconda y Kennecott tuvieron que abandonar el país debiéndole al Estado chileno 4 mil millones de dólares producto de las utilidades excesivas que habían obtenido durante los últimos años, gracias a los bajos (o nulos) impuestos que pagaban, según una rentabilidad “razonable” de 10% a partir de 1955 a lo que se le restó la indemnización acorde con la ley. A partir de ese momento estas empresas se plegaron al financiamiento de la conspiración contra un gobierno legal que había tomado una medida que fue ratificada unánimemente en el Congreso del país austral.

El propio presidente estadounidense Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger, dieron la orden para promover un boicot contra el gobierno de Allende mediante la negación de créditos externos y la petición de un embargo al cobre chileno. Dos años después del golpe militar que puso fin al gobierno de Allende, Pinochet pagó una indemnización de 250 millones de dólares a la Anaconda, propiedad de las familias Rockefeller y Rothschild.

Las medidas en favor de los sectores más desposeídos que tomaba el Gobierno de la Unidad Popular comenzaron a ser resistidas por la derecha con el apoyo estadounidense que veía en ellas un “mal ejemplo” para otros países en los que tenían importantes propiedades. Comenzó el sabotaje a la economía y la creación de dificultades a la gestión gubernamental. Pongámoslo en palabras de Jacques Chonchol, ministro del gobierno de Allende: “La otra cosa, que todos recuerdan, fue el desabastecimiento y el mercado negro. Por dificultades económicas externas y falta de créditos bloqueados por el imperialismo, se habían agotado las reservas nacionales. La capacidad portuaria de Chile era limitada y, si bien podíamos importar, muchas veces no teníamos cómo sacar la mercadería de los puertos en óptimas condiciones, y así se fue creando desde fines de 1971 un cierto desabastecimiento. Además, había un gran poder de compra en manos de la gente, no solamente de los sectores populares, sino también de la clase media. ¿Qué pasa cuando se crea una situación de este tipo? La gente tiende inmediatamente a comprar mucho más de lo que necesita porque quiere precaverse para el futuro, entonces la gente que tenía que comprar el litro de aceite, si podía comprar diez compraba diez. Así fue aumentando el desabastecimiento y generó una serie de problemas. Se hizo un interesante y muy importante esfuerzo con la creación de las JAP, las Juntas de Abastecimiento y Precios, pero no fue suficiente para contrarrestar las dificultades y el sabotaje. La prueba fue que al día siguiente del golpe de Estado aparecieron enormes cantidades de mercaderías que habían sido acumuladas…”.

Toda esta situación fue creando mucha tensión, la cual era aprovechada por la derecha para generar desasosiego y conflicto con la realización de una campaña de sabotajes a la economía que derivaron en el paro patronal de octubre de 1972, en el que se realizaron una gran cantidad de acciones de bloqueo de carreteras, barricadas, disturbios en concentraciones públicas y ocupaciones de sedes universitarias. Toda esta medición de fuerzas a escala nacional fue directamente apoyada por el Gobierno de Estados Unidos, a través de la CIA, coordinada con empresas multinacionales como la International Telephone and Telegraph (ITT) y Kenecott, además de financiar a El Mercurio para crear un ambiente de caos, incluso los gremios de camiones recibieron dólares diarios para mantener la huelga.

La paralización de los empresarios se detuvo después de la decisión del presidente Allende de hacer ingresar a miembros de las Fuerzas Armadas al gobierno. El comandante en jefe del Ejército, general Carlos Prats, que había sustituido al asesinado general Schneider fue nombrado ministro del Interior. Caro le costó su apego a la Constitución. En septiembre de 1974, un comando que actuaba bajo órdenes directas de Pinochet lo asesinó junto a su esposa en Buenos Aires.

Como se dijo anteriormente, las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 fueron el último intento de la derecha para salir legalmente de Allende. Si hubieran obtenido dos tercios de los votos, como era su objetivo, habrían tenido la mayoría suficiente para acusar y destituir constitucionalmente al Presidente. Fracasaron en el intento, a pesar de todo el sabotaje a la economía y el bombardeo mediático en plena guerra fría, que acusaban al Gobierno chileno de ser un satélite de la Unión Soviética. La Unidad Popular aumentó su votación llegando a 43,5% de los votos.

En esas condiciones se dio la orden para organizar el golpe de Estado. La derecha contaba con el liderazgo del Partido Demócrata Cristiano (PDC) que tuvo su origen –al igual que Primero Justicia en Venezuela– en las ideas falangistas de Francisco Franco. Así como el PDC chileno sostuvo una estrecha alianza con el dictador Franco, hoy Primero Justicia es un adláter de sus seguidores organizados en el Partido Popular que conduce ideológicamente José María Aznar. Su paladín era Eduardo Frei, quien condujo al conglomerado de derecha a la creación de condiciones institucionales para el levantamiento de los militares. Frei pensaba que una vez derrocado Allende se le iba a entregar el poder a un gobierno civil en el cual el PDC tendría el control. Los militares fascistas retribuyeron sus servicios por el derrocamiento de Allende asesinándolo en 1982, tal como lo dictaminó una investigación judicial en 2009. Así le pagó la oligarquía a su lacayo “demócrata y cristiano”. 


Por Sergio rodríguez Gelfenstein


En memoria de
Javier diez canseco

Diputado y luchador revolucionario

Peruano y latinoamericano.

Fallecido en lima el 4 de mayo de 2013
 
La semana pasada se entregaron algunos elementos que permitían ir viendo cómo se fue configurando el golpe de Estado contra Salvador Allende. Quedó absolutamente claro que Estados Unidos actuó como la herramienta de articulación para la creación del ambiente político, económico y social que vertebraran la insurrección de la oligarquía: generación de condiciones subjetivas a través de los medios de comunicación, creación artificial de escasez, acaparamiento de productos de la dieta básica, subversión de las fuerzas armadas, acciones violentas de sabotaje, reclutamiento de terroristas e incorporación de un componente civil que le diera veracidad institucional al alzamiento, tarea cumplida en primera instancia por los parlamentarios y partidos de la derecha. Todo ello financiado por el Gobierno y algunas compañías transnacionales de Estados Unidos y ejecutado por la Agencia Central de Inteligencia como ha quedado visiblemente demostrado en documentos desclasificados.

Sin embargo, tales acciones fracasaron en primera instancia, cuando en marzo de 1973 la UP elevó su votación y con ello su número de parlamentarios, por lo que la salida institucional quedó de lado y se dio pasó al plan para salir de Allende de cualquier forma.

En ese contexto, la derecha arreció sus ataques contra los sectores constitucionales de las Fuerzas Armadas. El gran valladar era el general Carlos Prats, quien se oponía a una salida golpista a la crisis del país. La violencia se hizo más permanente, casi 100 muertos por violencia política se podían contar a esta altura en un país que desarrollaba su proceso “en paz y en el marco de las instituciones”. Por supuesto, la casi absoluta totalidad de los asesinados eran humildes militantes de los partidos que apoyaban al presidente Allende. Los escenarios de conflicto eran múltiples, destacándose el estudiantil, donde le cupo un importante papel subversivo a la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, en su gran mayoría proveniente de los sectores empresariales y de la derecha vinculada al Opus Dei.

Asimismo, el conflicto era producido por el desabastecimiento y el acaparamiento de los productos de primera necesidad. El pueblo creó las Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP), las que en coordinación con la Dirección de Industria y Comercio (Dirinco) que en algún momento dirigió el general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, leal al presidente Allende, dieron una batida contra los delitos económicos logrando atenuar la situación creada, pero sin poder impedirla totalmente. Por esta acción, el general Bachelet fue detenido, torturado y asesinado en la Academia de Guerra Aérea después del golpe de Estado, por sus propios compañeros de armas. Su hija, expresidenta de Chile y actual candidata presidencial es hoy aliada de los que crearon las condiciones políticas para el asesinato de su padre. Antes, hizo una importante pasantía de estudios en el Departamento de Defensa de Estados Unidos.

El 27 de junio, el general Prats escapó de una provocación cuando iba en su vehículo, disparó contra quienes lo agredían, pero se dieron a la fuga. Todo esto fue el preámbulo del ejercicio de golpe de Estado que se llevó a efecto el 29 de junio, cuando el Regimiento de Blindados N° 2 de Santiago se sublevó contra el Gobierno, intentando tomar el Palacio de la Moneda que fue defendido por el general Prats en persona. Los principales líderes de la organización fascista Patria y Libertad, organizadora y promotora del alzamiento, huyeron del país. Esta intentona produjo 20 muertos, la mayor parte de ellos civiles.

El 27 de julio fue asesinado al frente de su casa el capitán de navío Arturo Araya Peeters, edecán naval del presidente Allende, oficial constitucionalista, también leal al Presidente. El hecho fue perpetrado por el agente de la CIA David Sánchez Morales con el apoyo de Patria y Libertad y el Comando derechista Rolando Matus perteneciente al partido político que dio origen a Renovación Nacional, organización de la que es militante el presidente Sebastián Piñera. Los participantes en el homicidio del capitán Araya fueron hechos prisioneros y procesados, pero poco tiempo –posterior al golpe de Estado– fueron indultados por Pinochet por “servicios prestados a la Patria”.

El 22 de agosto la mayoría derechista de la Cámara de Diputados aprobó un acuerdo en el que se establecía una situación de “grave quebrantamiento del orden institucional y legal de la República”. En él se acusaba al Gobierno de haber incurrido en diversas violaciones, tales como aplicar medidas económicas y políticas para instaurar un sistema “totalitario, violar garantías constitucionales, dirigir una campaña de difamación contra la Corte Suprema, violar la libertad de expresión, reprimir con violencia a los opositores e intentar infiltrar políticamente a las Fuerzas Armadas”.

En ese contexto, el presidente Allende se dispuso a convocar a un plebiscito para que fuera el pueblo quien decidiera si continuaba al frente de los destinos del país. Incluso en esas desfavorables condiciones, Allende confiaba en su pueblo, en su sabiduría y disposición de solucionar por vía pacífica lo que se pretendía “resolver” a través de la violencia. No había ninguna duda de que el Presidente hubiera renunciado, si los resultados le hubieran sido adversos. No temía enfrentarse en las urnas electorales. La derecha sí. La convocatoria a plebiscito aceleró los preparativos golpistas… Lo demás es conocido.

Esto ocurrió siendo presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, republicano y blanco. Para los que creen que el partido político o el color de la piel del Presidente modifican el comportamiento imperial de Estados Unidos, vale la pena revisar la historia para ver que en cualquier época, la potencia del Norte ha implementado diferentes métodos de agresión acorde a cada situación, contexto y circunstancia. El peregrinar de América Latina y el Caribe durante los dos siglos pasados recoge un inventario de cursos de acción, instrumentos y utilización de diversos actores encaminados al mismo objetivo: retrotraer la historia en aquellos países donde los pueblos han elegido caminos de independencia y soberanía.

Solo en lo que va de siglo, en América Latina y el Caribe, el imperio ha puesto en funcionamiento su arsenal de alternativas retrógradas. En 2002 y 2003, golpe de Estado y sabotaje petrolero con la paralización de la principal industria de Venezuela con el objetivo de derrocar al Presidente Chávez. 2004, golpe de Estado, secuestro y expulsión del país del presidente Jean- Bertrand Aristide en Haití. 2008, intento secesionista en Bolivia. 2009, golpe de Estado, secuestro y expulsión del país del presidente José Manuel Zelaya, en Honduras. 2010, intento de asesinato del presidente Rafael Correa y golpe de Estado en Ecuador. 2012, golpe de Estado institucional en Paraguay y derrocamiento del presidente Fernando Lugo.

Y ahora, pretenden continuar su seguidilla de acciones intervencionistas en Venezuela con motivo de la reciente elección presidencial de la que la derecha no quiere aceptar el resultado. Tal actitud está validada por el no reconocimiento del Gobierno de EEUU al presidente Maduro, lo cual significa –en los hechos– el desconocimiento de la institucionalidad del país, toda vez que los poderes del Estado en uso de sus competencias respectivas dictaminaron el resultado electoral. La violencia posterior, que trajo como consecuencia nueve ciudadanos asesinados entre ellos dos niños, es responsabilidad directa de la derecha fascista, la que, como hace 40 años en Chile, pretende interrumpir el hilo constitucional a cualquier costo. En uno y otro caso hay un elemento común: la intervención de Estados Unidos con el objetivo de aplicar su conocida “receta” de destrucción, muerte e intranquilidad para los pueblos.

ILUSTRACIÓN UNCAS
Fuentes:
Ciudad CCS Info.
Sistema Bolivariano de Comunicación e  Información.


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