Los niños son los más vulnerables, y una experiencia semejante los marca para siempre. Foto: trabajo.excite.es |
Sí, hay esclavos en la actualidad, y aceptarlo es el primer paso para
cambiar una realidad que mantiene sometidos a casi 36 millones de seres
humanos.
Tomado de Juventud Rebelde
Por Nyliam Vázquez García.
Es el momento. Se pone en la piel del personaje y sale a la calle. Le
susurra bajito a quienes llevan el negocio. Es más fácil de lo que
pensaba. Hace una mueca, sonríe como tantas veces ha visto que lo hacen
los hombres a quienes ahora imita. Le da asco la escena, la certeza…
«En un burdel ilegal de Rumania me ofrecieron una chica joven con
Síndrome de Down a cambio de un automóvil de segunda mano. En una ciudad
de Haití negociaron conmigo por una niña de diez años a cambio de unos
cien dólares», contó el investigador Benjamin Skinner al portal
AlterNet.
Skinner se hizo pasar por comprador de esclavos, logró ser creíble, y
los resultados de su estudio son una bofetada en las entrañas de la
humanidad. Cuando han pasado más de 60 años de la abolición definitiva
de ese flagelo, resulta que hay más esclavos que entonces.
Skinner asegura que 27 millones de personas en el mundo son esclavos,
aunque otro estudio de la ONG Fundación Walk Free asegura que son casi
36 millones y que la conocida esclavitud moderna no hace distinción de
sexo, edad, en la medida en que hombres, mujeres y niños están siendo
sometidos a trabajo forzado contra su voluntad.
Quizás ahora el asunto no pasa por cadenas, grilletes y látigos
—aunque también se han registrado casos de ese grado de barbaridad—,
pero igual la vida no vale nada e incluso, reconoce Skinner, las
personas son más baratas de lo que lo eran antes. No se trata de ser
dueño de gente como en otras épocas, sino de utilizarla como herramienta
fácil para hacer dinero.
Un negocio muy rentable
«La esclavitud moderna es rentable, ya que genera ganancias de por lo
menos 32 000 millones de dólares por año. Y no es un problema de países
lejanos y pobres nada más: casi la mitad del total, que se calcula en
15 500 millones, se produce en países ricos e industrializados», asegura
la Fundación Walk Free.
«Hay tráfico de mujeres jóvenes y de niños para la explotación sexual
comercial. Hay esclavitud en el tejido de alfombras, en la minería y
los desarmaderos de barcos», aseguró en marzo de 2014 Kevin Bales,
profesor de Esclavitud Contemporánea en la Universidad de Hull, en Reino
Unido.
Los «esclavistas» actuales, es decir, los que someten a otras
personas a trabajos forzosos, suelen ganar como media 4 000 dólares por
cada persona explotada, según las estimaciones de la campaña Not for
Sale.
Es fácil hallar pruebas de que no se trata del pasado, pero el
puritanismo de no pocos países pone trabas a aceptar el término
«esclavitud». Resulta duro aceptar el retroceso, pero ¿acaso no lo es
más la certeza de millones de historias de vidas marcadas con ese hierro
ardiente?
«En la esclavitud moderna ya no hay cadenas de hierro para atar a los
esclavos, pero sí hay la ausencia o poca remuneración económica,
acompañada de intimidación emocional o física. A veces el empleador les
quita el pasaporte o los obliga a vivir en el negocio», dijo Kay Buck,
de la organización Coalition to Abolish Slavery and Traffic (CAST).
La forma más común de esclavitud es la llamada «servidumbre por
deudas colaterales», que involucra a personas que han pedido dinero
prestado y se han comprometido ellos mismos y su familia a servir al
prestamista o el esclavista. Completar el pago puede tomar varias
generaciones, así que a veces los hijos, nietos, bisnietos… cargan con
este peso. Mientras algunos países exigen compensaciones por la
esclavitud durante la época colonial, se enraízan prácticas de posesión y
millones de seres humanos sufren los horrores del sometimiento.
Se trata del mismo problema, solo que ha mutado con los tiempos. Lo
peor es que no existe legalmente, pero sí en la cotidianeidad. Ahora
está dentro de grandes fábricas que buscan abaratar los costos, en las
amplias extensiones agrícolas donde todo brazo es necesario, incluidos
los de los niños, en las largas y complicadas cadenas humanas que se
entretejen con los sueños ajenos y culminan con la trata, incluso, está
dentro de los propios hogares, cuando el trabajo doméstico no recibe
prestación alguna.
«Hoy en día se siguen viviendo formas de esclavitud que no se
reconocen como tales, pero cuando hay trabajo forzado, donde no hay
condiciones ni prestaciones como las que deben existir, estamos hablando
de formas de sometimiento; el trabajo doméstico, el trabajo en el hogar
es uno de ellos, en donde las trabajadoras no tienen prestaciones, no
tienen reconocimiento, pero como esos hay muchos; también el trabajo que
hacen los migrantes es esclavitud contemporánea; la trata de personas
también», explicó María Elisa Velázquez, presidenta del Comité
Científico del proyecto internacional la «Ruta del Esclavo», de la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO).
La llamaba mamá
Al principio todo iba bien. Tenía techo, comida y, por un tiempo, la
consideración de la familia que la empleó. Cada día, de 9:00 a.m. a 8:00
p.m., alisaba montañas de ropa. Era agotador, pero estaba conforme con
sus 20 dólares semanales.
Ella, cuyo nombre no fue revelado por las autoridades, no recuerda cuándo todo comenzó a cambiar.
Primero las acusaciones de robo y de daños en la ropa con la que
tanto se esmeraba, luego llegaron las cadenas, los azotes, las
quemaduras con la plancha de la que apenas podía despegarse. Mucho nylon
del que se usa para cubrir la ropa que masticó para entretener el
estómago.
Contrario a lo que podría esperarse, todo ocurría no en un recóndito
lugar del planeta, donde esta historia sería igual de terrible, sino en
pleno DF mexicano. Dos años duró el martirio. Hace apenas cinco meses
atrás la muchacha fue rescatada por las autoridades, gracias a que, en
un descuido de sus captores, pudo escapar. No habría resistido mucho
más: estaba desnutrida y con anemia crónica.
La muchacha «tiene un aspecto físico de 14 años, pero sus órganos
internos representan a una persona de 81 años, debido al daño que se le
causó durante su cautiverio», apuntó la Procuraduría General de Justicia
del Distrito Federal.
A menudo era golpeada hasta que sangraba «y cuando las heridas iban
cicatrizando le arrancaban las costras», informó la agencia
gubernamental.
«Yo vivía con la familia. Me daban de comer y dormía con ella (la
dueña) y sus hijas en la casa, arriba de la planchaduría. Hasta le decía
mamá», relató en una entrevista a El Universal, cuando su caso
conmocionó a la sociedad mexicana.
Cicatrices de las quemaduras de la plancha y los golpes. Foto: BBC |
Las marcas permanecen.
Aunque el fenómeno se concentra en países pobres de Asia, América
Latina y África, no es exclusivo de ellos. Según Reuters, anualmente, en
Estados Unidos se trafican entre 14 000 y 17 000 personas para trabajar
dentro de sus fronteras, sin ninguna remuneración, bajo la amenaza de
violencia. Si bien Europa tiene el más bajo porcentaje de personas
sometidas a esclavitud (1,6 por ciento), en su territorio hay 566 200
víctimas sometidas a explotación sexual o económica, apunta Walk Free.
Un dato alarmante es la prevalencia del flagelo en relación con la
población y en ese sentido Mauritania, Uzbekistán, Haití, Qatar, India,
Paquistán, República Democrática del Congo (RDC), Sudán, Siria y
República Centroafricana ocupan los diez primeros lugares.
«Yo acepté el trabajo porque me ofrecieron 1 000 dólares al mes y
tenía contrato para tres años», contó Rotchana Sussman, quien fuera
rescatada hace 20 años de una fábrica en Tailandia donde estaba
retenida, aunque había llegado al país con visa de trabajo. Hasta 18
horas al día la obligaban a trabajar junto a otras mujeres en iguales
condiciones.
Cada año son rescatadas cientos de personas, pero duele saber que existen muchas más que no tienen esa suerte.
En las vidas de tantos a lo largo del mundo, cuando han vivido
experiencia tan traumática, si sobreviven, quedan las heridas
psicológicas, que tardan más en sanar y, muchas veces, no lo hacen. Los
niños son los más vulnerables y, según los expertos, los daños
psicológicos de la esclavitud moderna suelen ser en ellos irreversibles.
Digamos que aceptar el hecho de que existe la esclavitud en la
actualidad, penalizarla y combatirla de manera global con toda fuerza es
un primer paso, pero habrá que hacer más para que una niña con Síndrome
de Down no sea vendida para que abusen de ella; para que otra joven no
sea maltratada por una supuesta madre que no duda en quemarla y
golpearla hasta dejarla desfallecida; para que otros seres humanos no
sean vejados a diario, mientras el mundo prefiere mirar a otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario