
Por Víctor Arrogante.
La Justicia lo investiga; no la española, la argentina; la 
española no está en eso. Dos ajusticiamientos a garrote vil, cinco 
fusilados ante pelotones voluntarios de la muerte y cinco muertos por 
defender sus derechos laborales, tiroteados por una policía conformada 
por secuaces al servicio del fascismo de la época. Doce muertos 
heroicos, asesinatos inmisericordes, por el régimen franquista, que hoy,
 el gobierno español encubre, protege a sus responsables y se convierte 
en cómplice.
La jueza argentina María Servini, está
 siguiendo un procedimiento contra distintos dirigentes franquistas, que
 estuvieron implicados en acontecimientos, que pudieran estar 
considerados como crímenes de lesa humanidad. En concreto se les 
relaciona con la sentencia de muerte y posterior ejecución de Salvador 
Puig Antich en 1974; con los cinco últimos fusilamientos del régimen de 
Franco en 1975; y con la represión, en una concentración en Vitoria en 
1976, en la que fueron asesinados cinco trabajadores.
Como consecuencia de todo, la Interpol ha cursado orden de arresto 
contra 20 dirigentes franquistas, algunos vinculados a la Transición. El
 gobierno de Rajoy ha adelantado, que la oficina de la Interpol en 
España, vinculada a la Dirección General de la Policía del Ministerio 
del Interior —del catolicísimo Fernández— no va a cumplir la orden. El 
gobierno, de forma vergonzante, ha presentado una queja ante la Interpol
 en Lyon, consiguiendo se paralice la orden, hasta que se aclare el 
caso. El régimen comenzó matando y terminó matando y el gobierno del 
Partido Popular encubriéndolo.
Siete ex ministros, jueces y miembros de las fuerzas de seguridad 
del Estado figuran en la lista de «buscados» por la Organización 
Internacional de Policía Criminal. El Estatuto de Roma de la Corte Penal
 Internacional, considera crimen contra la humanidad o de lesa 
humanidad, las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, 
deportación o desplazamiento forzoso, tortura, violación y encarcelación
 o persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales,
 étnicos o de orientación sexual. Se les acusa de colaboradores 
necesarios de asesinato premeditado, torturas y sustracción de menores. 
Perseguidos por la Justicia de Argentina, el gobierno de España protege,
 convirtiéndose en cómplice de crímenes que no prescriben, al haberse 
cometido contra los Derechos Humanos.
El abogado Carlos Slepoy, de Víctimas del franquismo, señala que la
 jueza Servini «debería pedir la extradición», para que el gobierno y la
 Audiencia Nacional se pronuncien. Los crímenes que se persiguen no son 
«amnistiables», dice el ex juez Baltasar Garzón, considerando que la 
investigación debería «abordarse desde España, como lo reclama la ONU». 
La Ley —preconstitucional— de Amnistía de 1977 que se alega, para 
proteger a los presuntos criminales, no cubre los crímenes contra la 
humanidad, aunque algunos consideran que es una «ley de punto final», 
por la que se renunció a revisar penalmente el pasado y exigir 
responsabilidades generadas durante la dictadura. Para otros fue la 
instauración de la impunidad, que nos llega hasta hoy.
El Estado español incumple los compromisos surgidos por los 
tratados internacionales suscritos, al no detener a los acusados de 
crímenes contra la humanidad. amparándose en la ley de amnistía de 1977,
 dice el ministro de Justicia Rafael Catalá, así como en la prescripción
 de los delitos cometidos. En cualquier lugar del mundo «son criminales 
con las manos manchadas de sangre, que deben ser puestos a disposición 
inmediata de la justicia», manifiestan desde la Coordinadora estatal de 
apoyo a la Querella Argentina.
Por la Ley de Amnistía, quedaban amnistiados todos los actos de 
intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados
 como delitos y faltas, realizados con anterioridad al 15 de  junio de 
1977. Esta ley señala que, en todo caso, están comprendidos en la 
amnistía: los delitos de rebelión y sedición, así como los delitos y 
faltas cometidos con ocasión o motivo de ellos; la objeción de 
conciencia a la prestación del servido militar, por motivos éticos o 
religiosos; los actos de expresión de opinión, realizados a través de 
prensa, imprenta o cualquier otro medio de comunicación; los delitos y 
faltas que pudieran haber cometido las autoridades, funcionarios y 
agentes del orden público, con motivo u ocasión de la investigación y 
persecución de los actos incluidos en esta Ley; y los delitos cometidos 
por los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de 
los derechos de las personas.
Tendrían que haber aparecido expresamente, de entre los delitos que
 se amnistiaban, las ejecuciones sumarias, las desapariciones forzosas, 
las ejecuciones clandestinas, los enterramientos ilegales en las cunetas
 o las torturas hasta la muerte. No se atrevieron con tanto detalle, y 
lo que no se dice no queda dicho. Las leyes internacionales los 
consideran imprescriptibles. Las organizaciones Human Rights Watch y 
Amnistía Internacional han solicitado al gobierno de España, la 
derogación de la ley de Amnistía, al considerarla incompatible con el 
Derecho Internacional, al impedir que se juzguen los delitos que no 
prescriben, como los cometidos contra la humanidad, genocidio y 
desaparición forzada, cometidos durante la guerra civil española y el 
franquismo. En el año 2012, el representante de la Oficina del Alto 
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, pidió 
formalmente a España la derogación de la ley, argumentando que incumplía
 la normativa internacional sobre Derechos Humanos.
Pocos meses después de la muerte del dictador, el 3 de marzo de 
1976, ocurrieron los sucesos de Vitoria. Había comenzado la Transición, 
pero no había terminado la dictadura. Durante una huelga, la Policía 
Armada lanzó gases lacrimógenos para desalojar a los trabajadores 
reunidos en una iglesia. Todavía oigo los gritos y los disparos contra 
los compañeros que salían huyendo. Pedro Martínez, Francisco Aznar, 
Romualdo Barroso, José Castillo y Bienvenido Pereda, murieron asesinados
 y más de 150 fueron heridos de bala. Mal comienzo para la democracia. 
«—Si hay gente ¡a por ellos!… —¡Buen servicio! —Dile a Salinas, que 
hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. —Aquí ha habido
 una masacre. Cambio. —De acuerdo, de acuerdo. —Pero de verdad una 
masacre» Se oía por las emisoras de la policía. Cómo sería, que la 
Coordinación Democrática, la Platajunta —fusión de la Junta 
Democrática y la Plataforma de Convergencia—, exigió amnistía, libertad 
sindical, democracia y rechazo de las leyes reformistas, acelerándose 
con ello el fin del franquismo. Algo se consiguió, a costa del silencio y
 dejación de la búsqueda de responsabilidades. Luego ocurrió que, 
quienes defendían la ruptura, reformaron.
No fue hasta el año 2008, cuando el Parlamento Vasco, consideró 
responsables políticos de aquellos sucesos, a los «titulares de los 
ministerios actuantes»: Fraga Iribarne de Gobernación, Martín Villa de 
Relaciones Sindicales y Alfonso Osorio de Presidencia. La jueza Servini,
 considera a Martín Villa, responsable último de la represión, 
sancionable con la «pena de reclusión o prisión perpetua», en referencia
 al delito de homicidio, con el agravante de haber sido cometido de 
forma premeditada. Los delitos de Martín Villa y del resto de los 
imputados constituyen crímenes de lesa humanidad, sujetos a 
persecución por el principio de Justicia Universal. La jueza imputa 
también responsabilidades a Alfonso Osorio, que «junto a Adolfo Suárez y
 Martín Villa decidió que el operativo fuese dirigido por un mando único
 para que coordinase y mandase a todas las fuerzas de orden público». 
También se pide la detención y extradición de Jesús Quintana, capitán de
 la Policía Armada al mando de las fuerzas que asaltaron la iglesia.
Salvador Puig Antich, fue ejecutado, a los 26 años, el 2 de marzo 
de 1974, condenado «por la muerte de un funcionario público por razones 
políticas». Militaba en el Movimiento Ibérico de Liberación, que 
realizaba acciones armadas y robos de bancos para fomentar la lucha 
obrera. Huelo el ambiente de aquella mañana, fría y siniestra, que 
anunciaba la primavera y oigo el crac, crac, del tornillo asesino, que 
quitó la vida a Salvador. Fue, tristemente, el último preso ejecutado en
 España a garrote vil. Colectivos de derechos humanos y mandatarios 
extranjeros, como el Vaticano o el canciller alemán Willy Brandt, 
pidieron su indulto. El mismo día y por el mismo método, fue ejecutado 
en Tarragona «Heinz Chez». Con ello, se pretendía distraer la atención 
hacia otra muerte, por otras razones, pero con la misma crueldad. Ahora,
 la jueza Servini, instructora de la causa penal contra el franquismo, 
basándose en el principio de Justicia Universal, imputa a los ministros 
de Franco: Carro Martínez, Utrera Molina y Licinio de la Fuente; por ser
 colaboradores necesarios y firmar la sentencia de muerte de Salvador.
Las últimas ejecuciones por fusilamiento del franquismo se 
produjeron el 27 de septiembre de 1975. Desde la altura de un risco y al
 amanecer, en la soledad del paredón y ante los pelotones de guardias 
civiles, policías y militares voluntarios, vi su ejecución. En 
Barcelona, Juan Paredes de 21 años y en Burgos, Ángel Otaegui de 33. En 
Hoyo de Manzanares fueron fusilados, José Luis Sánchez de 22 años, Ramón
 García de 27, y José Humberto Baena de 24. Hubo protestas y todos los 
intentos posibles para evitarlo, pero ni el Papa Pablo VI, junto con 
numerosos estadistas del mundo entero lo consiguieron. Todo fue en vano,
 no hubo clemencia. Obispos y cardenales, que habían llevado bajo palió a
 Franco intervinieron para evitarlo, pero no se inmutó. Incluso el 
presidente de México pidió que España fuese expulsada de la ONU. Le 
quedaban dos escasos meses de vida y pese al «parkinson», no le tembló 
la mano. Murió entubado y fusilando, defendiendo los estertores de su 
dictadura cruel.
Por razones de trabajo, que nada tenía que ver con la política o el
 gobierno, me encontraba en el palacete de Castellana, 3, donde se 
reunía el Consejo de Ministros, presidido por Arias Navarro, el viernes 
26 de septiembre. Ministros con caras serias, firmes e impertérritas. En
 unos instantes iban a conceder el indulto a seis de los condenados a 
muerte, conmutando sus penas por la de prisión y dar el «enterado» a las
 cinco sentencias de muerte, que fueron ejecutadas al «Alba».
Momentos inolvidables, en los que el futuro, en libertad y 
democracia, estaba pendiente de un hilo y en esas estamos. Algunos 
protagonistas, políticamente responsables, están localizados. El 
gobierno no solo protege a los presuntos criminales, sino que lo hace 
por defender un régimen, del que se siente heredero, una cruenta 
dictadura, en la que la represión política fue su bandera y el 
sufrimiento humano su alimento.
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